China fue y es dependiente. Pero no necesariamente lo es ahora de las mismas cosas que lo era antes, sean propuestas políticas, personas y/o recursos. Su carácter de dependiente marca a fuego su devenir, y a tal punto es importante esta observación que realiza grandes esfuerzos políticos y materiales para abandonar esa condición. Ese aspecto fue el detonante de este trabajo, que va desde la dependencia de China al largo camino que la lleva a la independencia, la que tiene una manifestación reveladora en la mayor iniciativa de infraestructura que tiene lugar en este momento en el mundo, y que China diseñó, promueve y financia.
Me refiero a la Nueva Ruta de la Seda, que ahora se la conoce como Belt & Road Iniciative (BRI). Sobre ese camino se pronuncia con formatos novedosos, con los que planea involucrar a sus vecinos, primero, y luego a todo el resto del mundo posible, para comprometerlos en una trayectoria que cree venturosa para todos (win win). Así la presenta. Sin embargo, hay otro plano paralelo, que está dado por los caminos de la interdependencia, que le resultan obligados, pues lo que ahora es China no podría serlo si no hubiese abrevado antes en el conocimiento de aquellos que avanzaron primero. En otras palabras, la dependencia está marcada por la ausencia de conocimiento: se es dependiente cuando no se es dueño del saber, cuando no se puede crear porque la llave del conocimiento no está disponible.
China se encamina a independizarse, despliega sus normas sobre un camino que está creando.
Decimos que China se encamina a independizarse porque hasta aquí ha sido testigo de cómo los poderosos han establecido los estándares, patrones y normas que tienen que usar cotidianamente, tanto quienes las establecieron como aquellos que son (somos) usuarios obligados. Si China no participa en la definición de esas pautas, estándares, no tiene otro camino posible que seguir la huella ya trazada por los otros poderes. Por eso trabaja para independizarse y establecer los suyos propios, intentando eventualmente que prevalezcan, tratando de internacionalizarlos sobre la base de aquella iniciativa de proyección global. En definitiva, se despliega con sus propias normas sobre un camino que está creando.
Pero el derrotero que planea seguir para alcanzar una sociedad “modestamente acomodada” (tal cual su pretensión explícita), no termina allí. Hay un último plano del que nos toca ser contemporáneos, testigos. Es uno de disputa hegemónica sobre el que se está escribiendo abundantemente, y que sólo presentaremos dada su contemporaneidad. Y es en este punto donde juntamos todo: se están disputando los espacios de hegemonía en la producción de aquella tecnología (conocimiento, saberes históricos) que va a regir gran parte de nuestra vida cotidiana, y para poder convertirse en quien establece las normas, estándares y procedimientos para hacer las cosas en el sector de las tecnologías de la información y comunicaciones (TIC’s), hay que patentar los inventos primero, convertirlos en innovación y luego estandarizar los procesos, mundializar los formatos y alcanzar (antes) el lugar que pretenden todas las empresas de países poderosos (y no necesariamente grandes).

El establecimiento de los patrones de producción manufacturera es el trasfondo de lo que mediáticamente se presenta como “guerra comercial” entre Estados Unidos y China la cual, es cierto, se manifiesta en una disputa con los aranceles y los cupos comerciales de una y otra economía. Nosotros creemos que esa es solamente la parte visible del problema, la punta del iceberg. Problema inevitable, por cierto. En este momento no sabemos cómo va a terminar dirimiéndose esa lucha, y la historia aquí hace un giro caprichoso: varias veces esas disputas entre un hegemón y un pretendiente a ocupar ese lugar, se resolvió por la vía armada. Otras veces, las menos, no.
Este trabajo pretende recorrer el camino que marca la dependencia en origen que tiene China del conocimiento ajeno, creado y estandarizado por las empresas de los países que ganaron la última gran guerra. También contar cómo China está tratando de sortear esa dependencia a través de iniciativas como la BRI, y de qué manera (qué caminos) quiere seguir, y qué lugares ocupar en esos espacios de decisión tal que la gestión global del mundo, en un futuro mediato, considere sus intereses, los tenga en cuenta. En suma, que la contenga. El mundo post Bretton Woods tambalea, y China entiende que es el momento de participar en la redacción de las reglas (otras y nuevas) para los dados en llamar esquemas de “gobernanza global”.
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El mundo post Bretton Woods tambalea. Para China es momento de redactar las nuevas reglas.
Probablemente, la campaña para aislar a China e impedir que progrese tecnológicamente para que en ciertos segmentos no pueda imponer sus patrones, normas y estándares, no progrese como Estados Unidos dice pretender. La literatura especializada más reciente es crítica respecto del camino seguido para gestionar la relación de su gobierno con China. Lo que sí está consiguiendo, en cambio, es que China acelere su estrategia de “innovación indígena” como nunca antes, permitiéndole reafirmar lo que viene haciendo y construyendo con su innovación desde hace al menos tres planes quinquenales a esta parte: considerar a la innovación como política de Estado. China la subsidia, la estimula y promueve. Aunque ciertos segmentos de tecnología industrial (como los chips) todavía se encuentren varios pasos atrás de los avances de Occidente en estos mismos rubros, es probable que China avance más en la medida que se le impida el acceso al abastecimiento de insumos extranjeros. Posiblemente, en lugar de conseguir que China detenga su avance, se conseguirá que se independice “más temprano que tarde”. No es difícil coincidir con Xulio Ríos, cuando escribe que “Huawei se ‘desamericaniza’ a pasos agigantados”, ya que China invierte aceleradamente para producir chips de última generación y así reducir su dependencia de los fabricantes estadounidenses.
Hemos tratado de presentar eventos contemporáneos que están sacudiendo un mundo que, como creencia generalizada, no será el mismo luego de trasvasar el delicado momento de salubridad mundial que se transita. Por ello, estimamos conveniente tomar distancia y, con cierta perspectiva, elegir las más adecuadas palabras que, en este caso, pedimos prestadas al académico británico Martin Jacques. Después que el gobierno del Reino Unido anunciara la prohibición del gigante tecnológico chino Huawei de su red 5G, dijo que “[…] la historia da un giro completo. En 1793, el emperador chino Qianlong le dijo al rey británico: ‘No tenemos la más mínima necesidad de las manufacturas de su país’. Así marcó el inicio de la caída de China a lo largo de 150 años. En 2020, el Reino Unido le dice a China que no necesita la última tecnología de China. […] Cualquier país con una historia espléndida podría sentirse incierto frente a una potencia emergente; las personas que están familiarizadas con la dinastía Qing conocen bien la política de puertas cerradas durante el período. Cuando el británico George Macartney dirigió una misión […] y le mostró un telescopio, relojes y modelos de artillería y buques de guerra, Qianlong los describió como simples trucos diabólicos y brujería”.

En definitiva, cuando el emperador chino rechaza la idea de que Gran Bretaña tenía algo novedoso para ofrecer a la luz de su conocimiento de entonces, es porque en aquel momento a China le resultaba incomprensible lo que estaba sucediendo en Europa. En esa carta que escribió al rey Jorge III del Reino Unido en 1793, el emperador sostuvo que ellos no necesitaban de sus manufacturas, que tenían origen en la Revolución Industrial y que los ingleses llevaban por el mundo en ese entonces.
China pasó los siguientes 150 años tratando de hacer frente a esa situación y encontrar una manera de introducirse en el mundo tal como era en realidad, fuera de sus fronteras, y no como hubiese querido el emperador chino que sea. Ese tipo de cambios son traumáticos, son difíciles de llevar adelante. La definición de estándares tiene implicancias importantes a través de las cuales las tecnologías dominarán los mercados futuros, y otorga grandes ventajas en favor de quienes dominan las tecnologías que se estandarizan.
Como hemos mostrado, se vuelve extremadamente difícil desafiar los estándares establecidos (de iure o de facto) sin una nueva tecnología que provoque un desplazamiento radical. De allí es que detener el escalamiento tecnológico chino no será nada sencillo para Estados Unidos, si es que persiste con esa política. El despliegue chino por sobre Occidente con sus intereses, creando instituciones en la medida que las preexistentes no la contemplan, o sólo lo hacen parcialmente, podría dar lugar a un desacople de consecuencias impensadas (a pesar del costo económico), a partir del cual hasta podría incluso pensarse en organizaciones internacionales de normalización nuevas, con la impronta del gigante asiático.

Los principales protagonistas de ese eventual desacople, Estados Unidos y China, buscan un mayor control de los diferentes tramos en las Cadenas Globales de Valor (CGV) tecnológicas y también tener mayor influencia sobre los estándares internacionales, fijándolos. Al moldear los sistemas digitales a nivel físico y técnico básico, cada una de esas economías en disputa espera obtener ventajas estructurales y duraderas sobre países que ven como rivales. A medida que China fortalezca su capacidad para definir sus propios estándares técnicos, buscará cada vez más dar forma a los estándares internacionales de acuerdo con sus propios intereses.
La política norteamericana de contención no parece haber funcionado, al menos hasta ahora, debido a que China es muy diferente a lo que fuera la URSS, dado el impresionante grado de vinculación que tienen las empresas chinas con las del resto del mundo, lo que incluye las que tienen origen en Estados Unidos. La confrontación que entonces inicia Estados Unidos con Rusia y China tiene similitudes, porque si bien Washington ve a Moscú y a Beijing como rivales (geopolíticos e ideológicos), China es “más peligrosa” porque es económicamente próspera y socava un principio importante de la ideología estadounidense: la creencia de que la prosperidad económica inevitablemente se une a la aceptación del modelo político liberal de las democracias occidentales, y así las medidas anti-chinas del gobierno norteamericano deben entenderse como un signo de una nueva normalidad.
Si frente a ello la opción es la de levantar un muro desde Occidente para separar tecnologías, no debiera sorprender que nazcan instituciones en Oriente para normar el funcionamiento de las tecnologías, estandarizando los formatos y estableciendo nuevos patrones que luego regirían la forma de hacer las cosas en ese lado del globo. Estandarización al estilo chino, patrones y normas chinas.

Por otra parte, no se trata solamente del mundo de las manufacturas: el de las finanzas ya entiende también de qué se trata desde el advenimiento de actores globales con sede en Asia muy activos, bastante flexibles en comparación, y con mayor poder de fuego. De hecho, China está construyendo una ruta gigantesca para llevar esas intenciones y nuevos formatos, tomando la forma de una herramienta indispensable para promover sus ambiciones en los esquemas de gobernanza global que, dijimos, estimula y promueve.
Por eso, coincidiendo con el mencionado Jacques decimos que la Belt & Road Iniciative (BRI) constituye una articulación elocuente de la relación de China -especialmente con el mundo en desarrollo–, que está arraigada en su propio pasado semicolonial y su posición como país en desarrollo, y desde allí es que la BRI se constituye en otro mascarón de proa, como cuando el Politburó diseñó las políticas de “innovación indígena”. Inevitablemente, si queremos comprender la política de desarrollo de estándares tecnológicos, deberemos analizar tanto la dinámica de la economía política particular de países como China, así como la estructura y posición de sus industrias dentro de las redes de producción global. En un horizonte de transformaciones es necesario entender el tipo de cuestiones que se ponen en juego. China es un ejemplo por demás útil para poder ver el pasaje de una situación de dependencia integral a una de tipo estratégica que, en algún sentido, refleja un momento que se proyecta a un nuevo estadío que aún no es posible prever. El mundo al que nos enfrentaremos en un futuro mediato exigirá un ejercicio de adaptación a un cambio que luce inevitable. Ejercicio que deberá ser practicado por el mundo entero, no solamente por el hemisferio norte de Occidente.
*Fragmentos de “Un Mundo Made in China”, publicado por Capital Intelectual. Publicado en la edición 55 de Contraeditorial