En una entrevista concedida a las redes de las Madres, el Indio Solari habló con Hebe sobre la muerte, la religión y sus creaciones artísticas. “Mis bandas siempre fueron de combate”, destacó.
Sobraban los motivos para festejar. Por un lado, se celebraba el cumpleaños 93 de Hebe de Bonafini y, por el otro, se cumplían 700 emisiones de Madres de la Plaza, el programa de la Asociación Madres de Plaza de Mayo que se emite todos los sábados en la TV Pública. Lo único que le faltaba a la doble-fiesta era convocar a un invitado especial, que realmente valiera por dos. Y Hebe eligió a su candidato. Quiso darse el gusto de charlar un ratito con Carlos “El Indio” Solari, un artista que – como todos saben – suele limitar a cuentagotas sus apariciones públicas. Pero claro, con Hebe hizo una excepción.
Durante el amoroso encuentro, que debió realizarse de manera virtual, el músico reveló algunas anécdotas de su infancia y recordó cuando jugaba a dirigir orquestas imaginarias con una improvisaba batuta de mimbre. “Tuve períodos de mucho agite de chico”, agregó al evocar aquellos años en la ciudad de La Plata.
“Me voy a ir de este mundo sin entender el por qué de este asombro en el cual uno está acá”.
“Nunca tuve una banda de entretenimiento, no me parece bueno mantener entretenida a la gente mientras los poderosos le meten la mano en el bolsillo. Las mías fueron bandas de combate, tanto en Los Redondos como en Los Fundamentalistas, vos escuchás las letras y hay mucha sopita ahí”, explicó en otro tramo de la charla.
Finalmente, al ser consultado sobre las motivaciones de sus creaciones artísticas, Solari dijo que le interesaba profundizar sobre el dolor, el amor, la libertad y la condición humana. “El asunto de la vida y la muerte me preocupa intelectualmente, es decir, hay una curiosidad insatisfecha. Me voy a ir de este mundo sin haber entendido el por qué de este asombro transitorio en el cual uno está acá, ¿no?”, explicó el Indio a Hebe, en una verdadera charla de amigos que se reproduce completa a continuación.

– Hola querido compañero, ¿cómo estás? Qué lindo que nos encontremos así, tan modernoso, con esta virtualidad. Bueno, bienvenido a la cocina de mi casa. Bienvenido por aceptar. Estamos festejando 700 programas en la TV pública, que no es poco logro porque no es poca cosa estar todos los sábados a la mañana con los disparates que yo digo. Así que, bueno, acá tengo estas pequeñas preguntas que siempre me hago cuando te veo y siempre se hacen muchos de los que te ven y te amamos tanto.
– Linda querida, ¿cómo anda? Bueno, antes que nada te voy a felicitar porque vas a cumplir una cantidad envidiable de años, estarás en cualquier momento cumpliendo una cantidad que para mí ya con 72 me parece tan lejano. Tenés la virtud de poder hacerme sentir un poco joven.
– ¿A qué edad sentiste la necesidad de tener un instrumento musical, pintar o tallar?
– Bueno, la primera pregunta, yo ya de muy chico, eso lo encontramos hace muy poco cuando estábamos haciendo esa especie de biografía novelada mía. Un día apareció en una valija que habían un montón de cosas, tonteras, que podían de alguna manera significar algo dentro de esa historia, y había uno de esos libros que se hacían antes, ¿viste? que se usaban para las primeras palabras, el primer mechón de cabello, toda esa locura. Ahí decía que yo me hacía llevar con una asistente, una compañera que me asistía en casa, a la plaza de enfrente al correo, que era la casa que había sido de Urquiza, que es donde vivía mi familia, porque mi viejo era jefe de distrito del correo. Y ahí tocaban unas bandas, de la marina, otra de la municipalidad, qué sé yo. Y yo me extasiaba con eso, despues volvía a casa y delante de una de esas radios, tipo capilla de madera que había en ese entonces, ponía un papel en el piso como si fuera una tarima, un escenario, y desde ahí dirigía con una batuta de mimbre que mi vieja, al poco tiempo antes de morir, me la devolvió porque la tenía ella. Eso fue lo primero que recuerdo con respecto a eso. Después, al ser yo autodidacta, no académico, la curiosidad ha sido el motor, en el sentido tanto como para dibujar, como para escribir, como para componer música. La curiosidad por cada una de esas disciplinas me llevó a incursionar en esto.
“Yo nunca tuve una banda de entretenimiento. Vos escuchás las letras y hay mucha sopita ahí”.
– ¿Te salió lo que pensabas?
– Y no. Nunca sale igual a tu ensueño. Siempre uno termina obsesionado, digo lo que me pasa a mí, yo no sé qué hacen otros, gente que crea cosas, que compone cosas. Para mí, el proceso es así, sinceramente, uno arranca con todos sus ensueños, con trajes de luces y al final se encuentra con un remedo de lo que fue eso. Esas maquetas que las desarmás para que los músicos cumplan con los roles, ya no vuelve a tener la misma característica, y a partir de ahí hay que pensar o diseñar una nueva manera de eso, la novedad que tiene el trabajo le agrega a la vida intelectual, ¿no? la materialización de las cosas.
– ¿Eras muy inquieto? ¿Tus padres te consideraban desobediente o aprobaban tus ideas y tus inquietudes?
– Tuve períodos de mucho agite de chico, era muy dañino. Los pibes en La Plata, en la parte de la ciudad, éramos muy dañinos. No teníamos muchas cosas para jugar, no había tanta locura como hay hoy de ofertas. Entonces hacíamos daño a los vecinos por alguna excusa que nos facilitaba la conciencia de lo que íbamos a hacer. Alguien que nos agarraba la pelota porque no lo dejabamos dormir y la rompía con un cuchillo… no te voy a contar los detalles porque es larguísimo. Algún día que estemos hablando, por ahí si te interesa hablar de bueyes perdidos, bueno, ahí yo perdí un par de bueyes cuando era muy pibe, muy jovencito. Siempre tenía una cosa que, no sé si es porque mis padres eran del interior o qué sé yo donde, pese a ese tipo de pillería, nosotros salíamos en esa época y la seguridad era total para los pibes. Salíamos del colegio y volvíamos a la noche de jugar. Y bueno, fui un chico con doble faz, por un lado era un caballerito reconocido por la gente del barrio, pero cuando me juntaba con la barra hacíamos mucho daño a la propiedad privada.

He tenido también épocas de enclaustramiento, sobre todo cuando me empezaron a interesar estas cosas más que jugar a la escondida. Lo que no sé es si estuvo bien, pero bueno, así fue. En un momento reemplacé, tempranamente para la época, todas esas imaginerías de criatura por un escepticismo muy grande. No se debido a qué exactamente, porque pasó a los 17 años. Después tuve una época brava también hasta los 20, 22 años, de hacer locuras. Estaba probando, en realidad, cuáles eran los límites. Supongo que se puede leer así.
– ¿Qué colores son tus preferidos?
– Bueno, ¿qué color prefiero? Eso es muy difícil de decir porque los artistas debemos mudar de dogmas y de creencias permanentemente. No tener un motor político sino un motor artístico que es, según mi criterio, igual o más significante, porque los artistas en general somos la piel sensible de la sociedad, y nos comportamos como tenemos la piel. A veces la tenemos muy desgastada, lastimada, y a veces está sano todo, ¿no? Bueno, yo he visto poca sanidad política en el país. Y no sé, en cada etapa preferís una gama de colores que generalmente difiere de la anterior. Es como que mi curiosidad me lleva a otro lado donde de alguna manera descubrí una amalgama de otro tipo de colores o de otra manera de tratamiento, como ahora que estoy haciendo mucho arte en la red, virtual. Así que no sabría decirte. Pero pueden ser algunas combinaciones que me gustan que siempre tienen que ver con el contraste, no solo de la tonalidad y el peso de la tonalidad, sino de la textura, es decir, aquella que me demuestra los grises, los grises jaspeados, los espigados. Bueno, el ejemplo mío sería Gustav Klimt, que tiene esa certeza de trabajar en una zona muy cercana a lo cursi, con los plateados y los dorados que son despreciados generalmente por los pintores, pero el tipo lo hace con una elegancia y una calidad muy atractiva, eso prefiero. Uno se sirve de los colores de acuerdo a la etapa en la que está pasando su creatividad, hay momentos opacos, brillantes, jaspeados, secos, luminosos, y bueno, a mí se me da así.
“No necesité el amparo de una religión, si Dios no existe todo es posible para el ser humano”.
– ¿Qué cosas te provocan más para crear? ¿El dolor, el amor, o la violencia?
– Bueno, con respecto a qué me interesa más y qué consecuencia me es más fácil de resolver, las cosas que dijiste vos son los motivos por los cuales uno escribe: el dolor, la muerte, el amor, la libertad de la condición humana. Yo nunca tuve una banda de entretenimiento, a mí no me parece bueno mantener entretenida a la gente mientras le meten la mano en el bolsillo los poderosos. Las mías fueron bandas de combate, tanto en Los Redondos como en Los Fundamentalistas, vos escuchás las letras y hay mucha sopita ahí. Esas cosas que vos enumeraste son las que me mueven a escribir, a pintar, a dibujar o a componer musicalmente.
– Las dudas sobre la vida y la muerte, ¿te preocupan mucho?
– Me preocupan como para porfiar contra los representantes de Dios en la Tierra, porque creo que desistieron. Digo, yo soy agnóstico. El agnóstico es aquel que reconoce su ignorancia ante una gloria que no puede abarcar, entonces no es ateo ni creyente, no sabe, ignora que es una gloria que lo excede, ¿no? La de Dios y todas esas cosas, y eso te desampara, pero hay cosas que no se pueden torcer en la vida. Si vos no creés, no creés. La fe no es una cosa que se pueda adquirir, se tiene o no se tiene en alguna cosa. Yo no he necesitado el amparo de una religión efectiva, entonces creo que si Dios no existe toda cosa es posible para el ser humano. No sé otra cosa al respecto. Pero sí, señalar a la Iglesia como culpable de muchas aberraciones, muchas cosas que han hecho a través de la historia y más allá del hecho de que su verdad es modificada cada tanto, cada vez que entra un Papa, en un momento anula el purgatorio, qué sé yo. A nuestro querido Papa, el actual, en un momento se le escapó que había abolido también el infierno y el infierno era acá. Pero bueno, hay gente que ha vendido los perdones. Cuando Lutero se va desde su lugar de acción al Vaticano porque tenía necesidad, como los musulmanes van a la Meca, llega y ve toda esa porquería, es cuando decide apartarse y generar otra corriente ¿no? Porque se vendían las bulas papales, si tenías dinero podías comprar el perdón de Dios. A mí me parece muy desprolijo eso.

– ¿Qué sentís cuando talás madera, ponés la gubia y le vas sacando pedacitos?
– Yo no estoy trabajando mucho sobre madera, en realidad estoy trabajando ahora en una etapa muy de pantalla, que es una herramienta con una destreza envidiable. Pero de cualquier manera, la actitud mía ha sido siempre la misma: uno recoge emociones, las agita, las mueve, las tuerce, y genera otro tipo de enunciado que provocará otro carácter de imágenes, de emociones. El mejor premio que uno tiene es hacer 10 o 12 canciones nuevas para el mundo y que la gente las cante. Eso no tiene ningún precio. No hay ninguna plata que pueda comprar esa libertad que tenés cuando decidís vos mismo tu producción. Te hacés cómplice de la obra totalmente.
– Esta es la última, te prometo. ¿Cómo procesás en tu cabeza y en tu gran corazón, el amor y el respeto que sienten por vos millones de jóvenes y no tan jóvenes, que lo demuestran en tus recitales, que son ejemplo de vida para todos nosotros?
– El asunto de la vida y la muerte me preocupa intelectualmente, es decir, hay una curiosidad insatisfecha. Me voy a ir de este mundo sin haber entendido el por qué de este asombro transitorio en el cual uno está acá ¿no? Y sí, es un tema, para aquel que trabaja de lo que hago, son dos polos importantísimos. La vida hay que vivirla y la muerte hay que morirla, son dos momentos fundamentales. Gracias a Dios yo soy un hombre de la psicodelia, que no sé si vos tenés muy en claro qué significa haber hecho esas experiencias con seriedad, pero no tenemos ese rollo de la nada, por lo menos durante esta etapa, llegado el momento no sé qué pasará, uno se sorprende con esas cosas. Pero yo creo, por otros motivos que son de comprobación también, que el asunto de la nada ya no me preocupa, que es el gran miedo que tiene la gente. Ya no sé si mucha gente cree en el infierno, pero sí en la nada, que uno desaparezca, que esta estructura que se llama Carlos Solari no esté más, devolvemos los carbonos, los hidrógenos, los azufres, todo, pero el espíritu ese no está más, o al menos no está en esta dimensión, pero eso ya sería especular cosas que no tengo ninguna autoridad para definir. Por eso digo que soy agnóstico. A esas glorias más grandes que muchos encaran, yo las encaro poéticamente, en definitiva, ¿no? Es de la única manera que me puedo acercar.

– Un millón de gracias, corazón. Sé que no das muchos reportajes, pero esto no pretende ser un reportaje. Fueron algunas preguntas que siempre me hago cuando veo a un tipo tan inteligente. No sé dónde tenés todo eso tan hermoso. Muchas, pero muchísimas gracias en nombre de todos los que te van a escuchar.
*Publicado en la edición 55 de Contraeditorial.