La experiencia económica contemporánea de la historia argentina nos exige distinguir más de dos modelos económico-sociales en disputa. Si bien hace décadas pujan en el país un modelo neoliberal financiero con el modelo económico justicialista, también se debe considerar al modelo desarrollista, que funciona como una válvula de escape del poder económico ante el agotamiento de los procesos neoliberales por el sobreendeudamiento externo. Este modelo, a diferencia del neoliberal, posibilita a estas fracciones del poder económico operante en nuestro país el conveniente mantenimiento de los mecanismos regulatorios públicos para asegurar transferencias de recursos provenientes del mercado interno y establecer ciertos grados de libertad frente a la competencia del mercado mundial.
Entre los modelos que polarizan con el modelo económico justicialista se debe colocar en primer lugar al de carácter neoliberal, cuyo sector de acumulación privilegiado está constituido por el sistema financiero y que se expresa a través de la secuencia compuesta por el binomio endeudamiento externo público y fuga de capitales privados. Se trata de un tipo de regulación económico-social opuesta a todo sendero de desarrollo productivo nacional y bienestar de las mayorías.
El segundo modelo es el desarrollista, basado en el desarrollo productivo de sectores altamente concentrados, tanto industriales como primarios, de modo sensiblemente escindido de las mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores y de la capacidad de consumo del mercado interno. En efecto, se trata de una industrialización financiada a través de los salarios bajos de la clase obrera y la precarización laboral.
En las últimas décadas, existió en nuestro país una alianza de poderes entre los grandes grupos económicos nacionales con el capital financiero en procesos neoliberales a partir de la garantía de poder dolarizar ganancias extraordinarias.
Si bien hace décadas pujan en el país un modelo neoliberal financiero con el modelo económico justicialista, también se debe considerar al modelo desarrollista.
Debido a la imposibilidad de sostener el nivel de endeudamiento externo (por ejemplo, durante la crisis del modelo de convertibilidad y a partir de enero de 2018 durante el gobierno macrista) se interrumpe el pacto entre estos sectores dominantes y comienza una fuerte puja, por un lado, por sostener el neoliberalismo financiero (por parte de los acreedores externos y el FMI: dolarizar la economía argentina a fines del modelo de convertibilidad), y por otro, la iniciativa del sector dominante local que puja por implementar el modelo desarrollista, que supone un recorte de los beneficios al sistema financiero y una transferencia del peso de la crisis económica a la clase trabajadora, la clase media y las fracciones más débiles del empresariado local.
Cuando a fines de los 90 el vicepresidente del primer gobierno de Menem (luego presidente de la Nación, Eduardo Duhalde) afirmó que “el modelo se agotó”, significaba que, más allá del acuerdo respecto a salarios bajos, había finalizado la convergencia de intereses de los grandes grupos locales, por un lado, y del capital financiero, por el otro. Ante el agotamiento del endeudamiento externo a fines de la década de los 90, estos sectores empezaron a confrontar. Es justamente el gran empresariado nacional el que empieza a ver con buenos ojos una alternativa desarrollista para salir de la crisis. Posteriormente, el gobierno de Duhalde licuó el salario a través de una devaluación y benefició a las grandes empresas concentradas. También el default permitió comenzar a destinar una proporción mayor del gasto público en beneficio del capital concentrado nacional en detrimento del pago de los servicios de la deuda externa.
Fue recién Néstor Kirchner, a partir del año 2003, quien interrumpió la salida desarrollista a la crisis del modelo neoliberal financiero generado por la crisis de la convertibilidad, al instalar el Modelo Económico Justicialista, con impulsos al crecimiento a través del consumo, garantizando así también un mayor bienestar social. En este proceso, no sólo se reestablecieron y fortalecieron las convenciones colectivas de trabajo y las mesas de discusión paritarias, sino que también se lanzaron programas para acceder al empleo y regularizarlo. Por otra parte, el Estado incentivó el consumo a partir de los aumentos de las jubilaciones y los salarios estatales, así como con políticas de mayor inclusión social. Esto ubicó a los trabajadores y a las trabajadoras, al consumo popular, como el motor de la economía y no como la variable sistemática de ajuste macroeconómico.
A fines de los 90, es justamente el gran empresariado nacional el que empieza a ver con buenos ojos una alternativa desarrollista para salir de la crisis.
Otra experiencia que relata los mecanismos a través de los cuales el desarrollismo termina siendo la válvula de escape para el poder económico luego de las crisis de deuda generadas por gobiernos neoliberales es la reciente historia del gobierno de Juntos por el Cambio. Al igual que en la década de los 90, luego de un extraordinario período de endeudamiento externo en 2016 y 2017 y del cierre de los mercados internacionales en enero de 2018, el gobierno de Mauricio Macri no pudo generar las condiciones para sostener la alianza de todos los sectores dominantes. El retorno al FMI implicó la decisión del gobierno de privilegiar a los acreedores externos frente a un sector gravitante del empresariado nacional. Así, se produjo un fuerte recorte de los beneficios para la industria (un ejemplo es el fin de los subsidios a las exportaciones industriales) y una drástica reducción de la obra pública y el retorno (o suba) de las retenciones a las exportaciones, tanto para productos primarios como industriales. En respuesta, la fracción interna de los grupos económicos locales le soltó la mano a Macri y trabajó abiertamente para su derrota y la construcción de una alternativa desarrollista.

Esto demuestra que el desarrollismo es la válvula de escape del capital productivo concentrado nacional para alcanzar sus intereses particulares luego del agotamiento de un proceso neoliberal. Se procura, así, que las crisis de los modelos neoliberales financieros la paguen los trabajadores, las trabajadoras y las pymes.
Es indiscutible que este modelo posee consecuencias menos destructivas para el país en comparación con el neoliberal financiero. Por ejemplo, genera más empleo, crecimiento y mejores perspectivas a futuro que uno caracterizado por la desarticulación del entramado productivo y el sobreendeudamiento.
Sin embargo, este modelo considera que los salarios deben aumentar a la par de la productividad, manteniendo el statu quo distributivo establecido por el neoliberalismo. De esta forma se garantizan los elevados márgenes de ganancia del gran empresariado.
El modelo desarrollista prioriza el sostenimiento de una macroeconomía que asegure el crecimiento y el pago de la deuda, secundarizando cuestiones tan centrales como la distribución del ingreso. Así, una macroeconomía “ordenada” es la que excluye la conflictividad distributiva sobre la que se construyen los derechos económicos y la promoción del crecimiento a través del consumo. Es por esto que, para los desarrollistas, el crecimiento de los salarios en relación al PBI genera desequilibrios a través de la puja distributiva y la necesidad de divisas por consumo. Es a través de esta premisa que consideran que los salarios deben mantenerse bajos (punto en común con el modelo económico neoliberal) para sólo incrementarse a medida que crece la economía. De esta forma, se garantiza a los grupos económicos el sostenimiento de sus márgenes extraordinarios de ganancia. Por esta razón, sus intereses están ligados a los del capital concentrado (o surgen de este), priorizando en todo momento lo productivo sobre lo distributivo.
Fue recién Néstor Kirchner, a partir de 2003, quien interrumpió la salida desarrollista a la crisis del modelo neoliberal financiero generado por la crisis de la convertibilidad, al instalar el Modelo Económico Justicialista.
Desde el modelo justicialista se deben marcar una serie de contrapuntos, tanto de carácter conceptual como en los efectos concretos que tuvo en nuestra historia reciente cada uno de los programas implementados. El primer punto más importante es que el modelo desarrollista no es distributivo. Es decir, no promueve mejoras sociales ni salariales como objetivo en sí mismo y ve en la recuperación de los ingresos un problema. Esto es altamente contradictorio con el modelo justicialista debido a que el desarrollismo considera que impulsar el consumo resulta problemático debido al consiguiente aumento de las importaciones, la reducción de los saldos exportables y las presiones inflacionarias. A su vez, cabe remarcar que si bien el desarrollismo busca ampliar el horizonte de producción industrial, este esfuerzo se focaliza en los sectores más concentrados y competitivos, justamente aquellos con capacidad de generar una mayor entrada de divisas al país.
Respecto a esto último, resulta relevante subrayar que el consumo interno –el cual sólo se motoriza con políticas de ingresos– es equivalente al 75 % del PBI. Sin mejoras salariales resulta difícil tener un motor de crecimiento interno propio o al menos una señal unificada para coordinar la inversión desde el Estado ante el aumento de la demanda. A su vez, el fomento de la concentración económica para alcanzar mayores niveles de ahorro=inversión se ve limitado por la demanda (nacional o externa en el caso de las exportaciones), por lo que parte de ese excedente puede terminar presionando aún más en la restricción externa que el aumento del consumo.
Sin mejoras salariales resulta difícil tener un motor de crecimiento interno propio o al menos una señal unificada para coordinar la inversión desde el Estado ante el aumento de la demanda.
Por todo lo mencionado anteriormente, no se debe pensar que el trasfondo de la discusión es meramente teórico. Se trata de un debate relacionado con una intensa lucha de intereses entre distintos sectores económicos. El neoliberalismo financiero genera exorbitantes ganancias para los capitales golondrina y sectores concentrados nacionales e internacionales que buscan tener acceso a ganancias improductivas o tan sólo tener garantías de acceso a dólares baratos para sus giros de remesas al exterior. Ello se logra a través de un proceso de sobreendeudamiento externo y apertura financiera que condena al pueblo tanto en el mediano y como en el largo plazo. El desarrollismo, a su vez, constituye la expresión de la ruptura temporal de la alianza entre los sectores dominantes, en cuyo contexto la oligarquía (defensora del anterior modelo) y el gran empresariado pujarán por su implementación con el afán de no verse arrastrados a un modelo “populista”. Sin embargo, son estos mismos sectores los que en el proceso de implementación de un modelo desarrollista presionan con fuga de capitales y corridas cambiarias.
Por tal motivo, el justicialismo nunca fue ni debe ser transformado en un modelo desarrollista. El país necesita del crecimiento y un proceso industrializador pero que tenga al pueblo trabajador como protagonista. No se puede caer en el juego del poder económico y terminar eligiendo el mal menor para salir del neoliberalismo. La salida siempre es con números que cierran “con la gente adentro”.