En la última escena de la película Dios se lo pague, el mendigo está sentado sobre la escalinata de entrada a la iglesia y alarga el sombrero con la cabeza gacha. Nancy, interpretada por Zully Moreno, se acerca y vuelca, en el sombrero, dinero y alhajas mientras tuerce la boca y encandila con su finísima sonrisa. Juca, el mendigo interpretado magníficamente por Arturo de Córdoba, agradece, se pone de pie y juntos entran de la mano a la iglesia, a casarse. Así finaliza la primera película argentina en recibir una distinción como mejor película extranjera en los premios Óscar. Fue dirigida por Luis César Amadori y se estrenó en 1948, en Mar del Plata, en el primer festival de cine argentino, organizado por la provincia de Buenos Aires.
Barata es el segundo mendigo en aparecer en la película. Es un aprendiz de Juca que escucha atentamente sus reflexiones y su filosofía. Se queja porque no junta unos pesos y Juca le advierte: no le dan, porque no sabe pedir. Durante la primera escena, en la que participan ambos, se dan los lineamientos del desarrollo de la película, de las enseñanzas que arriesgará el guion y logrará, por cierto.
-Los ricos tiemblan cuando se les habla de pobreza, le dice Juca a Barata tras pedirle una moneda a un importante señor bajo el lema de “para un pobre que se muere de hambre”. Y después agrega:
-El día que la gente se entere de lo que ganan los mendigos, la competencia se va a poner imposible.
Bueno, que se enteren. Y que el que esté libre de pecado, que lance la primera piedra.
El gobierno de la ciudad de Buenos Aires estira la mano con el sombrero proyectando recolectar unos 940 mil millones de pesos durante el año en curso, según lo estipulado en el presupuesto vigente. De los cuales, voluptuosos cinco mil millones estarán a disposición de la publicidad y la propaganda gubernamental. Cifra similar a los cinco mil millones y medio, destinados a mantenimiento escolar. La conclusión obvia: es más importante la pauta publicitaria que el mantenimiento escolar o, por citar otro ejemplo, la detección, protección y asistencia de víctimas de trata, que cuenta con un presupuesto de menos de medio millón de pesos, no deja de ser repulsiva. La alegoría es bien porteña. Mientras la decadencia y los problemas acorralan a la ciudadanía, los carteles publicitarios abrazan a los peatones en una falsa ilusión digna del maestro Gonin. Y, superándose, la nueva política es la de desproteger por partida doble al desprotegido, castigando a los que menos tienen, hasta dejarlos sin nada.
Y es que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires anunció hace pocos días la quita de la ayuda social para aquellos niños y niñas que no completen el 85% de asistencia. El plan social en cuestión alcanza a unas 40 mil familias y consta de 11 mil pesos que se depositan en cuentas bancarias para que compren, mediante una tarjeta, alimentos, productos de limpieza y útiles escolares. La intimidante medida, maquillada con la intención de mejorar la calidad educativa, no sólo se contrapone con la falta de vacantes y la decadencia edilicia de las escuelas, sino que también es un arma de doble filo: chicos y chicas sin educación y, lo peor, sin comida. Si el problema de las inasistencias existe, tal como dice el Jefe de la ciudad y la ministra Soledad Acuña, la solución no debería arrojar a los chicos y chicas al hambre y a la indiferencia por parte del estado; muy por el contrario, se debería encontrar una solución superadora, con premios a los que cumplen, pero sin mayores castigos que los que ya tienen, a los que no. Como bien dice Juca en Dios se lo pague, y parecería que lo hace dirigido hacia el Jefe de la Ciudad: para algunos, la pobreza, es una enfermedad.
El Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires aprendió, como lo hará Barata en la película, el oficio de pedir y disimular. Lo hizo a priori, cuando aprobó el presupuesto y lo calificó como “de contingencia”, por falta de resolución del conflicto por la coparticipación. Contingencia, a pesar de que el presupuesto porteño es 76,9% superior al de la provincia de Buenos Aires por habitante. La diferencia incluso se acentúa si lo comparamos con el municipio de La Matanza. CABA tiene un presupuesto per capita casi veinte veces superior. Cualquier comparación, o intento de ella, entre ambos distritos, no sólo resulta incongruente sino también una broma de pésimo gusto. Contingencia es la de los que no tienen para comer y acceden a un plan de 11 mil pesos por mes que ahora intentan quitar, con la ignorancia de que con la panza (casi) vacía, se hace difícil asistir regularmente a la escuela. Quizá, y seguramente, la solución sea ayudarlos más, no menos; y menos aún, a punta de navaja. Pero ése sería un acto de altruismo y de conciencia y compromiso social que poco lo ayudaría en sus encuestas, claro está, y que se contrapone con las políticas que implementa y ha implementado el espacio político al que representa: los antecedentes quitan el polvo del maquillaje y nos dejan ver que esas políticas, son sus políticas. Así fue que la ex vice Presidenta, Gabriela Michetti, llevó a cabo una quita masiva de pensiones por discapacidad, o también la de subsidios energéticos más un tarifazo, a pesar de que hasta 2015, el dinero que la Argentina destinaba a subsidios, según informes internacionales, estaba muy por debajo del promedio mundial.
El problema, el gran problema, no es que haya diferentes realidades; el problema es que hay dos Argentina muy diferentes. Y que la que peor está, quieren que esté aún peor. Vamos, que para muestra sobra un mandato: el gobierno de Juntos por el cambio no solo endeudó a la Argentina en cifras exorbitantes sino que, lejos de brindarle progreso al pueblo con esa deuda, la dilapidó en pagarle a bancos comerciales y en campañas políticas. Si Larreta y compañía fueran Guillermo Tell, seguro apuntan al corazón del hijo, aciertan. Luego, claro, se comen la manzana.
-Es más fácil ayudar, que pedir ayuda, dice Juca.
Aunque para algunos es aún más fácil no ayudar.
En Dios se lo pague, Zully Moreno ambiciona una vida de lujos y excentricidades y busca un hombre que pueda proveerle todo aquello. Se viste para la ocasión, vive más allá de sus posibilidades para aparentar ser más que lo que realmente es y así lograr su cometido. “
-Usted no puede saber lo que es pedir una moneda llorando, le reclama Juca. Ella contesta:
-Pero sé lo que es pedir una alhaja, sonriendo.
Triste y desconsolada por no poder encontrar ese amor proveedor, le confiesa que lo que lleva puesto es lo último que le queda. Él la mira y le dice:
-Bastante
Entonces le aconseja venderlo para así poder seguir viviendo. Pero ella se niega y le dice que para lograr su deseo necesita, irremediablemente, todo aquello: sus vestidos y accesorios. En un contexto como el de la actualidad, gastar un peso en algo que no esté destinado a mejorar la calidad de vida de las personas debería ser, al igual que en el caso de Nancy, una irreverencia. La dirigencia política de la Ciudad dilapida buenas sumas de dinero en propaganda. ¿No sería mejor primero intentar inyectar todos esos billetes en donde realmente son necesarios? La propaganda no produce ningún beneficio. Ni uno, más que para ellos mismos. Y ésa es una verdad que, de tan imposible de refutar, se torna obscena.
En el caso de Dios se lo pague, como en el del Gobierno de la Ciudad, la recaudación tiene fines equívocos, moralmente cuestionables, y parten de un método, ante todo, de sumisión. Juca se sienta tapado por sus harapos y extiende la mano: sabe hacerlo y lo hace bien.
-Pedir es un derecho universalmente reconocido, exigir es una impertinencia.
Lo sabe y lo dice. Pero en su caso existe una elección, del dador, de darle o no. Ahora bien: cuando se trata de impuestos, exigir que se implementen bien no es sólo un derecho: es una obligación. Y así, resulta sencillo alcanzar conclusiones tales como: con seis días de propaganda alcanza para construir un jardín de infantes o que, la ayuda social representa un gasto anual inferior al de propaganda. Obscenidad y cinismo. Lo urgente, siempre, por sobre lo importante. La opresión por sobre el progreso y la superación.
El meollo no es cuánto, sino en qué. Gritan contingencia y luego salen de fiesta y despilfarran el dinero en espejitos de colores y, en el camino, dejan relegados y olvidados a chicos y chicas sin educación ni comida. Las acciones delatan las intenciones, las cristalizan, las hacen imposibles de maquillar. Sería fantástico que el Jefe de gobierno despierte, como lo hace Juca, para comprender que la acumulación y el gasto superfluos no son soluciones a los problemas, sino caminos de revanchas o venganzas. Pero que no es el camino correcto. Que no sirve de nada. Y que con cada paso que dan, se alejan cada vez más, de la compersión por la sociedad.