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Don’t look up: la grieta no es idiosincrática

Por Flavio Rapisardi
Don’t look up: la grieta no es idiosincrática

Hoy abrí mi Spoti y apareció “Tu 2021 en Spotify”, donde este “servicio” me midió no solo los minutos que escuché música, sino qué temas repetí, en qué horarios, y sobre esos datos me “procastineó”. Y no solo con el famoso top ten (sus géneros, estilos, tipo de producción) sino que me propuso una mirada multidimensional en la que estableció que mi aura musical es de “transcendencia y fanfarronada” (sic). Mi fijación de 273 oportunidades en que escuché un mantra del Budismo Kadampa seguido por Susana Rinaldi y otres se sumaron al registro de las veces que apelé al “ruido blanco” ante las varias noches de insomnio que me arrebataron el descanso durante este año. “Spotify revela cómo te sientes” para luego preguntarme “¿Qué tan bien te conocés?”. Y ahí se mandó con los podcasts escuchados para agregar a su calificación bravucona que “pocas personas están a mi altura” ya que estuve entre el 2% mundial que escuchó un género budista junto con la tana, Constance Amiot y Randy Crawford. Trascendente, fanfarrón y exclusivo: terrorífico ¿Por qué? Porque algo de razón tiene: ya Silicon Valley me amontonó en un nicho del long tail de la economía contemporánea.

No hay que ser tecnófilo para saber que la tecnología es cosa diaria y vital. Y lo es como T. Adorno lo señaló: no como extensión de un miembro o una potencia humana, sino de una necesidad de perfeccionar el trabajo de un capitalismo que quiere más producción a menor costo.

En la actualidad no hay que ser tecnófilo para saber que la tecnología es cosa diaria, necesaria y vital. Y lo es como T. Adorno lo señaló: no como extensión de un miembro o una potencia humana, sino de una necesidad de perfeccionar el trabajo de un capitalismo que quiere más producción a menor costo. En este mundo donde Elon Musk se da el lujo de lanzar PBIs de países enteros o las millonadas necesarias para que en el mundo no hubiera hambre o estuviéramos todes vacunados en formas de cohetes que no despegan y se caen por haber sido armados por CEO en laboratorios empresariales que disputan ya la carrera del conocimiento a universidades desfinanciadas o que se anulan investigando lo que solo sirve para reproducir carreras académicas el paper inútil que nos impuso la CONEAU allá por los 90.

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Este mundo cambalache tecnoadministrado es el que aborda No mires para arriba (Don’t look up), maravillosa tragicomedia de Adam Mc Kay en la que trabajan Meryl Streep, Leonardo Di Caprio, una casi irreconocible pero siempre bella Kate Blanchet, Ariana Grande y Jennifer Lawrence. En tono apocalíptico-joda, la peli reflexiona sobre la actual relación entre capitalismo y democracia: aquella en que la política devino arte de los CEO y corporaciones financieras, el origen de nuestros desvelos que hace síntoma como “grieta”, discursos de odios, desinformación, fake news. Nada de esto es producto de la “idiosincrasia argentina”, menos del peronismo, sino de una cultura  política que desciende al nadir del show berreta y desde allí construye “hinchadas” en una aparente democracia de los sentimientos. No de los nobles, sino de los que alejan a millones de seres humanes del razonamiento y la corroboración. Primero, se produce una creencia que niega el meteorito, y luego, un CEO gurú a lo Elon Musk, en alianza con sus políticos financiados y medios que desinforman, y que es lo más parecido al neoliberal criptomonedero-gurú Vitalik Buterin que anduvo de paseo entre Macri, Larreta, Guzmán y Grabois, descubre que en el asteroide que va chocar cerca de Chile (¡justo ahora que ganó Boric!) tiene millones de toneladas de materiales para celulares. Ante esta evidencia, ni el Ejercito de los EEUU ni la NASA, ni los gritos de científicos en los medios de comunicación pueden oponerse, y el delirio corporativo arma una flotilla de naves que… no se puede estolquear una película, pero acuérdense de Elon.

En tono apocalíptico-joda, la peli reflexiona sobre la actual relación entre capitalismo y democracia: aquella en que la política devino arte de los CEO y corporaciones financieras, el origen de nuestros desvelos que hace síntoma como “grieta”, discursos de odios, desinformación, fake news.

Y así, entre conspiraciones corporativas, complicidades gubernamentales con participación mediática y disputas geopolíticas, se forman dos movimientos: “No mires para arriba” y “Mirá para arriba”. Algo así como los antivacunas y los provacunas, una grieta donde no debería haber dos campanas sino una: si un meteorito de 10 km va caer en el Pacífico, la humanidad se extingue, y si no te vacunás podés contagiar, enfermarte y hasta morir. Pero los que no miran para arriba es porque están en el nadir de las democracias contemporáneas. Primero, negando la “posibilidad de lo posible” en sus zonas de confort construidas no en negaciones, sino en abyecciones, ese término tan enigmático, pero nada complejo: se niega de manera tan constitutiva que no queda cicatriz de lo que está debajo. Un termosellado cerebral. Por esto, el anuncio del meteorito que hace una universidad “estatal” (el término lo resalta el ficticio jefe de Gabinete como forma de desprecio) es considerado primero una conspiración comunista que quiere “asustar”, y luego, aceptado el meteorito, un intento por negar el avance que traería su llegada en trocitos esparcidos por el planeta. Eso sí: como propiedad gringa. No hay lógica deductiva. Hay sustitución de enunciados delirantes en un “cocoliche permanente”.

Las dos horas y veinte minutos que dura la película se pasan volando entre el horror y el sarcasmo, entre los parecidos no de identidades idiosincráticas, sino en los modos en que las democracias neoliberales digieren sus conflictos: con el fanatismo de una negación que no es crítica, sino conservadora, porque lo que se fomenta es un placer “perverso” en la autoafirmación de millones de seres que creen que ningún goce les es ajeno y no lo soportan en el otre, que devine amenaza cuando es solo el mercado y las plutocracias las que pueden zafar y se entregan a ellas pisando al disidente ¿Podrán zafar? En la película un “bronteroc” lo pone en duda. ¿Qué es? Hay que mirarla hasta el final para hipotetizar que siempre queda una justicia más allá.

El virus del COVID y la enfermedad de la mentira

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Tags: apocalipsiscapitalismoDon't look upelon muskSpotifytecnología
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