El Ku Klux Klan reaparece de vez en cuando, pero está siempre. Representa una manera muy despectiva de ver el mundo desde que se formó, después de la Guerra Civil en Estados Unidos. Aparecen, algo ocurre en la sociedad y deben someterse a ciertas normas para, luego, pasado un tiempo, resurgir una nueva vez. Logran tener representantes en la Justicia, en los medios hegemónicos, en los gobiernos, en todos lados. Son más o menos visibles, están siempre. El desprecio por los negros, el desprecio por los latinos, los supremacistas, los negacionistas. Dominan empresas para que le roben a la gente.
Todas estas características (incluso la última asemejada con lo que hace Cablevisión o Telecom con las tarifas) podrían se referencias perfectas de lo que vivimos en la actualidad en la Argentina, en una etapa en la que la derecha en general actúa muy desembozada, muy desaprensivamente. Incluso exponiéndose a formas de sincericidios que marcan cómo son de impunes para manejarse.
Cuando Elisa Carrió, o Patricia Bullrich, o tantos dirigentes de Cambiemos, o el propio Mauricio Macri dicen sus tremendos desatinos, contrasentidos que justamente disparan a diario, marcan el sentido de impunidad con que la derecha se maneja. Se permiten todo eso por el inmenso poder que tienen. Son una especie de Ku Klux Klan. Ellos se ponían sus máscaras porque no podían mostrar su identidad, escondiéndose. Se trataba de investigar sus crímenes, pero estaban escondidos.
Claro que después se quitaron sus máscaras y ahora, pasado el tiempo, actúan como qué tal va, en esta sociedad.
Ese KKK existe en cada uno de los países del planeta donde la derecha se fue corriendo tanto que no hay ninguna diferencia. Podemos tomar a cualquiera de ellos, de la misma manera que podemos tomar a Bullrich o a Carrió, entre tantos, y ver cuánto se le parecen.

Ellas
Proyectemos al Ku Klux Klan contra Santiago Maldonado, contra Rafael Nahuel, a favor de Chocobar. Y ahí está todo lo que significa Patricia Bullrich.
Ahí está, ella, expectante para matar a Rodríguez Larreta si se manca en su obstinación sobre la presencialidad en la educación. Ahí está ella, convertida en las últimas horas en un personaje especial, puesta en una inverosímil posición de víctima, por un escrache que le hicieron parodiando aquel “queremos preguntar” de Lanata. Es contradictorio el tema de los escraches. Pero justamente en este momento, eso no debe soslayar al personaje que enfrentamos. No olvidemos lo que representa. Entonces, tengamos memoria, siempre entendamos que Bullrich es Venderbroele, es Fariña, es D’Alessio. Bullrich es Cohen Sabban y el Memorándum; es el fiscal Escalera y el ataque a los Moyanos. Bullrich es una de las claves de todo lo mafioso actuado por el gobierno anterior.
Ella está muy preparada para hacer daño. Tiene un enorme grado de maldad para decir que había coimas donde es imposible, a tal punto que fue desmentida de inmediato por Pfizer. Pero luego insiste hasta que no da más y hace un revoltijo de lo que dijo y no dijo. Finalmente le cierran los caminos hasta los comentaristas predilectos, como Morales Sola: tan potente, tan absurda era la mentira que hasta a él le dio vergüenza. Le cabe una frase que utilizo con frecuencia: imaginen lo que es la cañada si el gato la cruza al trote. El episodio, uno más, será olvidado en el tiempo si no trascurre el juicio que le prometieron Alberto Fernández y Ginés González García. ¿Y todo el daño que ya hizo?
Tienen vía libre para las peores maldades. Y del otro lado no caben chistes ni errores. Ellos pueden hacer campañas y campañas sobre lo que les parece, mentir en los grados más superadores y pavorosos sin que no les pasa nada.
Sobre las vacunas, para continuar con el tema: este fin de semana se las agarraron contra la cuestión de la segunda dosis. Aunque si no fueran esa cuestión, inventarían otra. Es enloquecedor, es invivible.
Porque, como si fuera poco, dan vuelta en el aire y les aparece otra mujer propia, Lilita Carrió, a veces guardada, a veces con máscara, la mayoría de las veces a cara descubierta con su estilo tan propio, con su ropaje de stand-up. No es demasiado importante lo que sucede últimamente en torno suyo, seguro menos grave que lo que sucede con Bullrich. Pero ella se las arregla, se da maña con la complicidad de los medios de armar enormes escenarios con sus patrañas.
Una histriónica, una socarrona, una jugadora de la política. Es alguien que dice las cosas sin pensarlas demasiado. Genera un impacto siempre potente, a veces hasta una sonrisa, por lo disparatado. Recuerdo un espectáculo de Adrián Stoppelman, en el Teatro El Cubo. Memorable: tras una entrada fantástica que hacía matar de la risa, después él debía cambiarse de ropa y apelaba al recurso de exponer varios videos de Carrió hablando de política internacional… La gente se reía tanto o más que con los monólogos del show real. Era desopilante su construcción política.
Definitivamente no se la toma tan en serio, lo que provoca caer en un engaño: la hace un poco menos mala, a sabiendas que ha hecho cosas terribles. Porque la líder de la Coalición Cívica es capaz de decir que la vacuna es veneno, pero ahora la tenemos vacunándose contra el coronavirus. Y lo anuncia arrojando barbaridades como: “Lo logré. Me vacuné, primera dosis con AstraZeneca. 64 años y con morbilidad. Estoy feliz. Y no me vacuné con la vacuna de un laboratorio de Rusia porque Putin es un dictador… Sepan que todo va a pasar y que para septiembre vamos a estar bien”.
Más allá de la pregunta de si ella pudo elegir la marca de la vacuna y por qué habría disfrutado de ese privilegio, deberíamos archivar ese nuevo tramo para exponerlo en un espectáculo de sainete.

Ella
Claro que para curarnos en seriedad y abnegación prefiero finalizar estas reflexiones con un diálogo muy especial, conmocionante y esclarecedor así como doloroso, con Estela Giménez, que se desempeña como enfermera del Hospital de Niños de Córdoba, donde como en CABA o en Santa Fe, por ejemplo, se dan situaciones altamente dolorosas. Ella es secretaria adjunta de la Unión de Trabajadores de la Salud.
Y dice: “Nos encantaría estar mejor. La situación es crítica. El sábado por la noche teníamos 12 pacientes para atender, el 50 % por Covid positivo, sin patología previa. Algunos los mantenemos en respirador y otros con otros tipos de oxigenación. Tomamos la decisión de ampliar esa capacidad de la sala que es para 10, ya habíamos metido 12 y ahora será para 24. Además, es altísima la cantidad de consultas…
-¿Se duplicaron?
-Se triplicaron. Estamos con un promedio de 300 diarias y va subiendo cada vez más el porcentual de positivos, con días que superan el 50%.
-¿Qué es lo que generó esta situación: relajamiento en las familias, la presencialidad, que este virus es más virulento?
-De todo un poco. Primero, con la presencialidad se nota el aumento de las demandas respiratorias. Se da todos los años y se da ahora, pero con del Covid. Incluso el niño que está en la casa se infecta con el niño que va al colegio. (…) Abrimos todas las camas que podemos. Pero no podemos más porque no tenemos personal. Y la demanda crece.
-Esa demanda también las interpela a ustedes.
-Estamos totalmente agotados, agobiados. Y el gobierno de Córdoba que no quiere escuchar a los trabajadores, que nos niegan las paritarias… Mi hospital se encuentra en el polo sanitario: enfrente está el hospital San Roque, al costado el hospital Rawson y atrás el Oncológico. Desde nuestras ventanas vemos las filas de ambulancias para ingresar. En el San Roque, que se ha ampliado, que ahora tiene más pisos, se recibe un promedio de 150 covid positivos diarios.
-Se refirió a que en Córdoba hay clases presenciales igual que en Buenos Aires.
-Cuando las políticas partidarias pesan más que las políticas sanitarias el que paga la consecuencia es el pueblo. Es lo que está pasando en esta Córdoba rebelde. Las rebeldías son sanas cuando te llevan a aprovechar, a lograr cosas buenas para la gente. Como la rebeldía del Cordobazo. Pero estamos lejos de esa Córdoba. Y (Juan) Scharetti tiene un gobierno que no escucha, que hace caso omiso de nuestros reclamos. Y su ministro de Salud, como buen soldado, niega la realidad. Una realidad que nosotros vivimos y padecemos. Estamos muy cansados. A nosotros nos cuesta muchísimo sobrellevar lo que está pasando. Estamos muy agotados.
Fue doloroso escucharla. También por la sordera política de los dirigentes, con intencionalidad torpe, enferma, aviesa, muy paralela entre su Córdoba y esta Ciudad de Buenos Aires.
Restaba su despedida: “Esperemos que nuestros gobernantes, a los que algunos los votaron, tomen conciencia de que están allí para hacer el bien de toda la gente y no simplemente para un sector de la sociedad. Cuando eso se entienda, aplicarán la política con sabiduría”.
Qué enorme diferencia entre unas mujeres y otras…