Demolió el Estado de Derecho cuando fue presidente. Ahora conspira a través de Larreta, Bullrich y sus “libertarios”. Revisionismo urgente.
La idea sobre Mauricio Macri que se instaló en cierto imaginario popular, la del “domador de reposeras”, la del tipo lagañoso y gandul, es tan incorrecta como peligrosa, podría decirse que hasta funcional a su estrategia de volver por un “segundo tiempo” a concretar su proyecto inacabado: todo indica que, a pesar de todo, todavía quedan cosas por romper en la Argentina.
Macri, el de verdad, es alguien que fue capaz de conseguir que Donald Trump, entonces presidente de los EEUU, obligue al FMI a cederle 50 mil millones de dólares con la intención de financiar su reelección. El que logró que Paolo Rocca, el hombre más rico de nuestro país, baje del Cielo para ir a la Quinta de Olivos a preguntarle, en persona, si era cierto que pensaba meterlo preso con la causa de “las fotocopias de los cuadernos”.
Sin la magistral jugada de Cristina Kirchner, nominando de manera sorpresiva a Alberto Fernández, ese sábado del renunciamiento del 2019, tal vez Macri hubiera triunfado en aquella elección. Y quizá el dueño de Techint se hubiera visto forzado a vender su emporio a una firma estadounidense en sociedad con alguna sociedad satélite local del grupo Macri.
Macri es mucho más que su caricatura haragana.
Aunque antes, muy seguramente, para saciar la sed de sadismo del heredero calabrés que fue capaz de culpar a su padre y mentor como pagador de coimas para zafar de una investigación patrimonial, tendría que haber soportado un allanamiento de madrugada a su vivienda, como le pasó a su amigo, el también multimillonario Eduardo Eurnekian, el dueño de una de las concesiones más largas de la historia nacional.
Hasta ese día, los empresarios que iban presos eran los que manifestaban cercanías con el kirchnerismo, como los dueños del Grupo Indalo o Electroingeniería, pero cuando la policía entró en la mansión de Martínez con vista al rio por orden del extinto juez federal Claudio Bonadío, no sabía que, además de encontrarse con el gallo -aun dormido- que todas las mañanas anuncia el amanecer y la escultura tamaño real de Maradona metiendo el gol con la mano a los ingleses en el ’86, iban a atravesar el último límite que el empresariado local necesitaba ver abatido para convencerse de dejar de apoyar la aventura política del hijo de Franco, y hasta se olvidara de los intentos por crear el “macrismo sin Macri” con María Eugenia Vidal a la cabeza, y comprendieran que no iban solamente por CFK, cosa que hubieran aceptado con gusto. Macri iba por todo. También por ellos.
Macri es mucho más que su caricatura haragana. Lidera un bloque de poder que le cree y le teme, dos condiciones básicas de los dirigentes que dirigen. No de los dirigentes autopercibidos, sino los que de veras representan algo. Aunque ese algo sea indigesto, dañino y avive el estupor entre los promotores originales de un experimento inédito: crear un candidato de derecha, surgido de la peor derecha rancia y corrupta, capaz de triunfar en elecciones sin fraude. Cosa única.

Para saber quién es Macri hay que investigar cómo aplicó el enorme poder que tuvo cuando, además del poder que ya tenía por ser quién es, accedió al comando del instrumental para ejecutar desde el Estado políticas públicas y clandestinas, legales e ilegales. Malraux decía que las personas no se conocen a sí mismas hasta que son llamados a la acción.
¿Qué hizo Macri cuando la sociedad engañada por sus promesas le entregó el gobierno del país, es decir, cuando fue llamado a la acción?
Esta semana, desde el portal de El Destape, Ari Lijalad y Franco Mizrahi, con una impecable investigación periodística (“La Cueva de Pato”: precisa, reveladora, rotunda, que se suma a otra saga anterior igual de buena) responden la incógnita precedente, documentando hechos que vienen a confirmar que el macrismo, desde el Estado y como no ocurría desde los tiempos dictatoriales en los que se aplicaba la “doctrina de la seguridad nacional”, espió, persiguió, estigmatizó y buscó el control y disciplinamiento vía judicial de toda disidencia política y empresarial, desplegando acciones, algunas públicas aunque la mayoría clandestinas, reñidas con la legalidad que implicaron acosos, difamaciones y encarcelamientos preventivos, sin precedentes en la democracia argentina moderna.
Las notas de Lijalad y Mizrahi sacan al “lawfare” de la abstracción, de los debates filosóficos del ágora jurisprudencial, y lo exhiben en sus hechos y sus consecuencias materiales e institucionales. Falta ahora que el Poder Judicial haga lo suyo, aunque esto no parece fácil, porque el macrismo a través de la colonización del fuero federal y del Ministerio Público Fiscal llevó a parte de la judicatura a lugares de los que no se vuelve sin autoincriminarse, lo que presupone que así como sirvieron al “lawfare” en su etapa ofensiva continúen haciéndolo en su momento defensivo: jueces y fiscales involucrados deben garantizar la impunidad de Macri para asegurarse la propia.
El macrismo espió, persiguió, estigmatizó y buscó el control y disciplinamiento vía judicial de toda disidencia política y empresarial.
Esta última investigación descubre el papel coordinador que ocupó a Patricia Bullrich en la cacería pública y clandestina. Las reuniones no asentadas en el Registro de Audiencias con fiscales que perseguían a Cristina Kirchner, otros que hacían lo propio con el clan Moyano, el uso político y penal de la muerte del fiscal Alberto Nisman, sus encuentros negados con el falso abogado Marcelo D’Alessio, el intercambio habitual con agentes de la AFI que buscaban información contra oponentes políticos, sobre todo kirchneristas pero también contra macristas díscolos que no acataban el alineamiento sin fisuras exigido por Mauricio Macri.
Ya se sabía que Macri atendía personalmente muchos de estos asuntos. Bullrich reportaba a él, más que a nadie. Su tarea fue premiada con la presidencia del PRO. Los encuentros del entonces presidente en Olivos con camaristas, jueces, periodistas, empresarios, operadores judiciales, también revelados por la dupla Lijalad-Mizrahi, completan el cuadro. Del mismo modo que el Grupo Indalo, a través de Ambito Financiero, publica casi con frecuencia diaria los pliegues de la persecución sufrida por Cristobal López y Fabián de Souza y el rol que tuvo en el intento de apoderamiento de esa empresa de medios Fabián Rodríguez Simón, alias “Pepín”, mandadero del entonces jefe de Estado y hoy prófugo de la Justicia en Uruguay. El contacto permanente de Macri con la Corte Suprema, el Grupo Clarin y la Embajada de los Estados Unidos.
Todo esto, y mucho más, fue lo que hizo Macri cuando fue llamado a la acción. Su imagen de haragán oculta una verdadera hiperactividad antidemocrática.
Agazapado detrás de Horacio Rodríguez Larreta, Bullrich y sus “libertarios”, Macri sigue esperando un nuevo turno de la historia para terminar con su obra.
La obra de un ingeniero, experto en demoliciones.
Sin éstos detalles demoledores y ciertos, es lo que vengo sosteniendo entre mis amigos, sin éxito, cuando festejan el “mamerto”, la “reposera”, el “bobo” etc, con el que se refieren a Macri, ABSOLVIENDOLO de su verdadera condición de Jefe inescrupuloso y capaz, también capaz de cualquier latrocinio mafioso, que es el Plan maestro con el que llegó al Poder, y lo cumplió “brillantemente”…
Se me hiela la sangre… Porque debemos sufrir a personajes como este? Ya estoy en la recta final y el unico tiempo feliz que conoci, sin preocuparme mucho con la idea de que los gobernantes nos destruyan fue con Nestor y Cristina.
Estoy completamente de acuerdo. El Macri dormilón, ignorante, domador de reposeras, etc. es una imagen absolutamente falsa. Macri es un tipo perverso, cínico, cruel, sin alma, vengativo, capaz de cualquier trapisonda por criminal que fuese. Un tipo con astucia de demonio. Por eso hizo lo que hizo. Ha sido el gobernante antiperonista más implacable y eficiente que ha habido desde el 55 acá. No por nada fue el único capaz de completar su mandato. Si ha eso le sumamos su enorme poderío económico, sus contactos internacionales y su caudal electoral intacto, A no equivocarse. Macri es un enemigo peligrosísimo para las fuerzas nacionales.