Mientras Patricia Bullrich aún está enlodada hasta el cogote por su invento sobre un pedido de “retornos” del Gobierno al laboratorio Pfizer para comprar vacunas contra el Covid-19, una investigación de los periodistas Ari Lijalad y Franco Mizrahi para el portal El Destape confirmó su vínculo orgánico con la estructura de inteligencia del régimen macrista. Aquella circunstancia quedó al descubierto tras obtenerse – mediante un pedido de acceso a la información pública– el registro de ingresos al Ministerio de Seguridad. Así saltaron a la luz las profusas visitas a su despacho de ilustres personajes, que abarcan desde los entonces cabecillas de la AFI, Gustavo Arribas y Silvia Majdalani, hasta quienes integraron la banda del agente polimorfo Marcelo D’Alessio, pasando por los fisgones del grupo Súper Mario Bross”, entre otros esbirros.
He aquí algunos hechos que le dan sentido a semejantes encuentros.
Todo servicio
El 15 de febrero de 2019 fue detenido el agente polimorfo Marcelo D’Alessio en el country Saint Thomas, durante un procedimiento policial que sacudió a la localidad bonaerense de Canning. Ya con las muñecas esposadas, ese tipo clamaba a viva voz: “¡Quiero hablar con la ministro!”. Se refería a Bullrich.
Consultada ya entonces por la prensa al respecto, ella sostuvo: “Lo he visto una sola vez. Me pareció una persona que tiene algún tipo de problema. Jamás trabajó en el Ministerio de Seguridad. Va haber una querella por esto”. Y repitió tal frase a través del tiempo, siempre con dientes apretados, labios casi inmóviles y mirada esquiva.

Pero no demoró en trascender un embarazoso intercambio de mensajes entre ambos por WhatsApp.
“Hola Patricia, espero estés bien. Vengo de Rosario. Tengo una escucha para darte. Cuando quieras nos vemos. Un beso”, le escribió en 2018.
Días antes, Ramón Machuca, (a) “Monchi”, un líder del clan narco de la familia Cantero –conocido como “Los Monos”– departía en el locutorio de la Alcaidía del Centro de Justicia Penal (donde fue alojado durante el juicio a esa banda en Rosario) con un individuo menudo, de traje gris y ojos centelleantes. No era otro que D’Alessio. El Monchi lo miraba de soslayo, mostrándose muy cauto a sabiendas de que el otro grababa la entrevista a escondidas.
Aquel hombrecillo había llegado a él a través de Lorena Verdún, viuda del “Pájaro” Cantero, el fallecido jefe de la organización. Y dijo pertenecer al Ministerio de Seguridad, dándose dique por su cercanía con Bullrich.
En rigor, pretendía averiguar el paradero de 50 millones de dólares que –supuestamente– Monchi tendría a buen resguardo en algún “embute”. Pero también le soltó una propuesta indecente: efectuar tareas de espionaje desde la cárcel (entre estas, una cámara oculta) para involucrar con el narcotráfico al gobierno provincial del ahora difunto Miguel Lifschitz.

La contestación de Bullrich al mensaje de D’Alessio fue: “Ok. ¿Podés reunirte con Bononi? Y le das el material. Después nos vemos”.
Rodrigo Bononi era el funcionario que supervisaba los “trabajitos” que D’Alessio efectuaba por encargo de la ministra.
“¡Vos sabés, Patricia, que estoy a tu disposición! ¡Lo que vos digas!”, fue el remate del diálogo electrónico.
Aquel cruce figura en una resolución del juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla. Y fue una de las razones por las que le negó a D’Alessio el arresto domiciliario.
Lo cierto es que el “Peladito” –como le decían al espía en el edificio de la calle Gelly y Obes– era una pieza crucial en la estructura inorgánica del Ministerio. Tanto es así que él estuvo detrás de casi todos sus hitos operativos.
El más exitoso fue, en junio de 2017, el secuestro de 1984 ladrillos de cocaína ocultos en bobinas de acero. D’Alessio ofició entonces de entregador por cuenta de la DEA, que en realidad controlaba todo el asunto.
Pero otras hazañas suyas transitaron sin escalas de la gloria al ridículo.

También en junio, pero un año antes, no pasó desapercibida en el lado brasileño de la Triple Frontera la aparatosa captura del traficante de efedrina, Ibar Pérez Corradi. Una detención negociada, puesto que garantizaba a su protagonista una confortable y corta estadía carcelaria a cambio de ensuciar en su testimonio al ex ministro Aníbal Fernández. El orquestador de la tratativa no fue otro que D’Alessio. Pero en vez de cumplir con lo pactado, el narco solo acusó al líder radical de Cambiemos, Ernesto Sanz, por una coima.
Otra bizarreada: el aparente “esclarecimiento” del crimen de dos narcos colombianos en el playón de Unicenter. De tamaño logro se ufanó la ministra a los cuatro vientos al dar por cierto que el arma usada en el hecho pertenecía al barrabrava Marcelo Mallo, cuya captura fue transmitida en vivo por todos los noticieros. D’Alessio tampoco fue ajeno a esta trama. Tanto es así que hay una foto suya con Bullrich al momento del arresto. Una lástima que el asunto se haya desplomado estrepitosamente al comprobarse que los peritajes de esa pistola fueron groseramente fraguados en el laboratorio de la Policía Federal.

No menos sublime fue la denuncia de corrupción efectuada por Bullrich al entonces director de Aduanas, Juan José Gómez Centurión. Se sabe que al final el viejo carapintada fue rehabilitado al no comprobarse sus presuntos delitos. El derrumbe de aquella acusación fue para Bullrich un duro golpe. En tal ocasión fue su amigo –y espada parlamentaria–, el diputado mendocino Luis Petri, quien habló en su nombre: “Ella es una tremenda trabajadora, pero la hacen equivocar, le pasan pistas falsas e hipótesis erróneas”
Recién durante la detención de D’Alessio fue descubierta en su casa la documentación que acredita las tareas de inteligencia sobre el militar hasta horas antes de la denuncia presentada por Bullrich.
En su cuenta de WhatsApp también había un video con una salutación por el año nuevo de Bullrich y su esposo, Guillermo Yanco. Semejante registro chorreaba confianza, afecto y amistad.
Ella entonces esgrimió que el celular con tales intercambios en realidad lo usaba su nieto para entretenerse con los jueguitos.

Resulta notable que un ser como D’Alessio, en paralelo a sus misiones para el Ministerio de Seguridad, también brindara sus “servicios” a la AFI, a ciertos dignatarios de la Justicia y a reputadas dirigentes como Elisa Carrió, Paula Oliveto y Mariana Zuvic.
Lo cierto es que el vínculo del falso abogado con la ministra fue apenas la punta del iceberg del insigne rol que tuvo ella en las trapisondas de la AFI. Un asunto que en 2020 quedó a la intemperie, en virtud de las causas por los jueces federales Federico Villena y Juan Pablo Augé en Lomas de Zamora, y que ahora confirma la pesquisa de El Destape.
División de poderes
En la cronología investigativa de aquellos expedientes, el primer signo visible del asunto fue el espionaje ilegal sobre unos 400 periodistas acreditados para cubrir en Buenos Aires, entre 2017 y 2018, las cumbres de la Organización Mundial del Comercio (OMS) y del G-20. Y resultó significativo que tales trapisondas fueron efectuadas en base a un protocolo operativo ideado por el Ministerio de Seguridad con la firma de Bullrich. Desde luego que aquello conducía hacia un detalle hasta ese momento no debidamente explorado: su gran influencia en la central de espías.
En este punto bien vale regresar al invierno de 2016, cuando el pobre Gómez Centurión se comía su garrón, ya que en su desfile por los estudios de TV, solía bramar: “¡Esta cama me la hizo Bullrich y Majdalani!”.

El tipo sabía de qué hablaba.
Ya entonces era de dominio público la gran sintonía entre la ministra y la subdirectora de la AFI. En los pasillos de la realpolitik no era desconocida la afinidad entre ellas. Un vínculo que se remonta a los días en que la “Turca” –como a Majdalani todos la llaman– presidía la Comisión de Inteligencia de la Cámara Baja y Bullrich, la de Legislación Penal. También se podría decir que ambas fueron compañeras de estudios, ya que asistieron juntas a los cursillos para legisladores y jueces impartidos en la Escuela Nacional de Inteligencia.
Allí, la señora Majdalani quedó deslumbrada por uno de sus profesores: Diego Dalmau Pereyra. De modo que años después, al acceder a la cúpula del organismo de la calle 25 de Mayo, lo puso en la jefatura de Contrainteligencia, el mismo puesto que el famoso Antonio Stiuso había dejado de mal modo.
Se dice que esa vez la Turca le había hecho caso omiso a “Pato”, quien le había sugerido –desinteresadamente, claro– otro nombre para ese cargo.
Mientras tanto, en el Ministerio de Seguridad de La Pampa brillaba el joven director de Inteligencia Criminal, quien se había convertido en el ladero más conspicuo de Juan Carlos Tierno, el ultraderechista titular de esa cartera. Su nombre: Alan Flavio Ruíz. La devoción del ministro hacia él fue tal que hasta basó en su figura un documental transmitido por el canal de la provincia sobre el rescate, por parte de policías locales, de una adolescente pampeana secuestrada en Paraguay. Un héroe. Pero un héroe con ciertas oscuridades. Porque en La Pampa a Ruíz también se lo rememora por una maniobra urdida en complicidad con el ex jugador de Boca y –por entonces– secretario de Deportes, Carlos Mac Allister, que consistió en armarle una causa por abuso sexual al senador Juan Carlos Marino, un rival electoral del “Colorado”.

Pero el afecto de Tierno hacia Ruiz se desplomó súbitamente por un delicado asunto: el tórrido amorío del muchacho con la diputada provincial Sandra Fonseca. Ella era nada menos que la esposa del ministro.
Tras el apurado regreso de Ruíz a Buenos Aires, Bullrich lo acogió con los brazos abiertos. Y con un empleo. Era diciembre de 2016.
Desde entonces aquel tipo de porte intimidatorio y mandíbula de piedra supo posar para las fotos con ella en los actos oficiales, como coordinador de Asuntos Legales. Después fue puesto al frente del Programa de Búsqueda de Prófugos, hasta que la buena de Patricia se lo cedió a su amiga Majdalani. La Turca, muy agradecida, lo puso al frente de Operaciones Especiales, una dirección interna de la AFI que absorbió ciertas tareas –y los atributos– del área a cargo de Dalmau Pereyra.
De modo que Ruíz pasó a ser una pieza clave del espionaje macrista; el gran titiritero, cuya singularidad radicaba en seguir reportando a Bullrich.
Al protegido de Pato le atribuyen maniobras tan extravagantes como haberle plantado una empleada doméstica de la AFI al vicejefe porteño, Diego Santilli. Y no sin argumentar una razón atendible: “Este pibe gasta más que un narco”. Una maniobra idéntica hubo en el casa de Horacio Rodríguez Larreta.
Es necesario resaltar que absolutamente todas sus operaciones contaban con el conocimiento y la aprobación de Bullrich. Sus resultados se volcaban en dos copias; una para Majdalani y otra para ella. División de poderes en la república macrista.
Ahora las cartas están sobre la mesa.