Tras la crisis, nuevo gabinete, mayor volumen político. Entre el celo fiscalista, el shock distributivo y la inescrutable sociedad pospandémica.
La coalición del Frente de Todos fue pensada, principalmente, para conseguir una “nueva mayoría” que asegurara la derrota de Mauricio Macri en el 2019. Su funcionamiento en el gobierno era, entonces, una incógnita. Arriman ahora algunas certidumbres. Por ejemplo, que una unidad tan diversa, además de siempre frágil, lleva implícito el riesgo de autolesionarse. Juntarse para sacar de la Casa Rosada a Macri no es un modelo de país. Fue simplemente eso: juntarse para ganarle a Macri. Pero los hechos demuestran que transformar un frente electoral exitoso en una plataforma eficiente de gestión es otra cosa. Más difícil.
Como no hay manual de procedimientos claros, los inconvenientes se van resolviendo en tanto surgen. De golpe, una discusión política de altísimo vuelo, nacida de la derrota en las PASO del domingo último, viró a una dramática escena donde el presidente y la vicepresidenta protagonizaron una disputa a cielo abierto con angustioso trámite para la sociedad argentina. Alberto Fernández desde sus tan habituales como descontracturados “off” con periodistas del palo y Cristina Kirchner a través de la narrativa epistolar incisiva que cada tanto despliega.
Desde el origen, sea la derrota misma del domingo o su primer derivado, la presentación dos días después de las renuncias en masa del funcionariado más K, la crisis fue narrada por Clarin y La Nación como la avanzada final de la vice sobre el presidente. En síntesis, el capítulo final del drama cotidiano donde unos y otros, albertistas y kirchneristas, los títeres y los malvados, no se dan tregua hasta finalmente matarse, cosa que anhelan.

En la edición virtual de Página 12 del miércoles, en lo que antiguamente era periodísticamente clasificado como “modo de reportaje indirecto”, el presidente no se desmarcó de esa lectura: “He oído a mi pueblo. La altisonancia y la prepotencia no anidan en mí. La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido. Lo haré llamando siempre al encuentro entre los argentinos (…) Ella (por Cristina) me conoce, sabe que por las buenas a mí me sacan cualquier cosa. Con presiones, no me van a obligar”.
A personas que jamás sacaron un comunicado contra el “lawfare”, como es el caso del secretariado de la CGT, se les ocurrió que la mejor manera de colaborar era llamar a defender “la institución presidencial”, al tiempo que el Movimiento Evita convocaba a la Plaza de Mayo para defender al presidente, “síntesis de la unidad que el pueblo votó en 2019”. Elisa Carrió, en una línea similar, aunque en este caso desde la oposición, hablaba de “golpe institucional”.
En un rapto de cordura, el presidente mandó a parar la movilización y dejó en offside a los que, en medio de la crisis, querían fundar el “albertismo” contra Cristina y La Cámpora. “No está en la agenda de la gente”, aclararon fuentes oficiales, las mismas que, sin embargo, continuaron abonando la tesis central de los diarios que ya sabemos: “El kircherismo acelera en el barro”, “quisieron apretar y no saben cómo bajarse”, “la única renuncia que el presidente va a aceptar es la de Wado”.
Por la tarde, la vicepresidenta respondió con su ya célebre carta. Allí expuso los motivos de la discordancia entre ellos. Acusó al vocero del presidente de hacer operaciones de prensa en su contra, planteó como una de las razones de la derrota el excesivo celo fiscal que terminó en “ajuste”, reveló que ella venía advirtiendo sobre eso al presidente en más de 19 reuniones y blanqueó que estaban hablando de una oxigenación del gabinete hasta que el domingo él dejó de comunicarse para aparecer el lunes anunciando imprecisas medidas sociales y sin hacer mención a los cambios ministeriales.
El conflicto volvió a escalar. Nuevamente la hegemonía mediática, no solamente alimentada por la recurrente maledicencia de Magnetto & Saguier -cabe apuntar que el vocero operacional denunciado por la vice recién presentó su renuncia un día después-, retomó la tesis del apriete, poniendo otra vez en papel de víctima al presidente y de victimaria a su mentora y vice, con “la carta” como prueba indubitable. Todo eso con el objeto de avivar el anticristinismo más recalcitrante de los socios no kirchneristas de la coalición y verla implotar. Y, a su vez, resumir lo ocurrido a una disputa de poder en un contexto de impresionante crisis social, llevando agua al molino de la antipolítica.

Las lecturas interesadas sobre un evento así no hacen más interesantes lo que dicen, ni lo que ocurrió. A ver, la crisis existió, tuvo su proceso agrio, pero no fue una disputa de poder entre Alberto y Cristina. Fue una discusión política, de altísimo vuelo, en la que volaron todo tipo de platos por encima de las cabezas. Y todavía perdura el enojo entre ambos. Pero nada se explica, seriamente hablando, por el narcisismo de los contendientes. En eso se equivocan tanto los que corrieron a armar el 17 de octubre a Alberto como los que por un momento soñaron con Cristina convirtiendo al presidente en su títere. Crujió la coalición, eso es cierto.
Pero el resultado final no es la implosión que Clarin y La Nación vaticinaron durante la crisis. Tampoco es el éxito personal de Cristina, como ahora dicen. Hay dos verdaderos ganadores, la coalición y Alberto Fernández, que hoy tiene un gabinete renovado, de mayor volumen político, con experiencia en la administración ejecutiva y que genera nuevas expectativas después de la derrota en las PASO. El presidente pensaba mover piezas en noviembre, se decidió a hacerlo ya.
La discusión que sigue es un poco más compleja, es verdad. El paquete de medidas sociales destinado a motivar a los que no fueron a votar, y con eso revertir el resultado electoral negativo. Eso está en debate aún, no queda claro qué tan generoso será. El presidente reparte un informe del economista Emanuel Alvarez Agis donde se asegura –grosso modo- que no hubo ajuste, como planteó Cristina en la carta, sino que la plata ahorrada por el celo fiscal de Martin Guzmán fue a subsidiar tarifas de luz y gas.
Si el informe tiene razón, si no hubo tal ajuste y los subsidios funcionaron como un aumento indirecto de los ingresos de la población, ¿cuál sería entonces la razón de la derrota? ¿En qué se funda la desmotivación de los que decidieron quedarse en su casa? Si el manejo de la pandemia fue correcto (no está en duda), si la economía comenzó a levantar (eso dicen los índices) y si se siguieron subsidiando las tarifas y el precio de los servicios se mantuvo (cosa también cierta), ¿cómo es que los candidatos del FdT no son llevados en andas?
¿Será que la economía no levantó lo suficiente todavía? ¿Las fotos de Olivos cayeron peor de lo imaginado? ¿Hay un bajón anímico como resultado de la pandemia? ¿Qué sociedad es la que está votando hoy? Para lo primero puede decirse que la caída del salario real con las dos pandemias, la de Macri y la del Covid, fue del 25 por ciento. Si este año los sueldos le ganan por dos o tres puntos a la inflación, eso es muy bueno, porque se habrá recuperado el salario real. A este ritmo, ¿cuántos años hacen falta para recobrar la poda sufrida? ¿Seis, siete, ocho años?
A veces, la planilla Excel puede ser como un espejismo para cierto nivel de la tecnocracia, que ve algo aunque ese algo sólo existe para sus ojos. Es como el promedio de las encuestas. Dos pollos, dos personas, un pollo para cada una. No se contempla la real posibilidad de que uno se coma los dos pollos y el otro clame hambriento y desista de ir a votar. En su carta, Cristina dice no llevarse por la lectura de encuestas, sino que ella lee política y economía.
Detrás de todo, también del Excel, siempre está la gente.
Producción: Camilo Caballero