Mientras cumple una condena de cuatro años en la cárcel de Ezeiza por una tentativa de extorsión al empresario Gabriel Traficante, el agente polimorfo Marcelo D’Alessio se encuentra a centímetros de su segundo juicio. Y con un notable cómplice: el fiscal federal (aún en actividad) Carlos Stornelli.
Del mosaico de fisgoneos y chantajes perpetrados por semejante dupla, este proceso tratará dos trapisondas en particular: el intento de monitorear al abogado Juan Manuel Ubeira con una cámara oculta (por ser el defensor de Federico Elaskar en la denominada “causa de los cuadernos”) y el plan para hacerle una “cama” al piloto peruano-estadounidense Jorge Castañón, quien fue el primer marido de Florencia Antonini, la actual pareja de Stornelli.
El procesamiento de ellos fue confirmado por la Cámara Federal de Mar del Plata, la misma que antes bendijo al fiscal con una “falta de mérito” en el expediente por extorsión al empresario Pedro Etchebest.
Así, de modo estrepitoso, está por caer el telón sobre esta vaca sagrada del mundo judicial, cuya gravitación en el reino de Comodoro Py se extendió por casi tres décadas. Y con una debacle que él jamás imaginó para sí.

Eso lo prueba una historia inmediatamente previa.
“Una familia muy importante está interesada en adoptar a la criatura”, había señalado, en febrero de 2019, el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales. Se refería al caso de la niña, con un embarazo de 23 semanas, forzada a parir por cesárea el fruto de una violación. Aquel anuncio (que se anticipó en solo unas horas al fallecimiento de la recién nacida) fue presentado a toda orquesta como un “final feliz”. Y sin las trabas propias de la normativa que el sistema de adopciones requiere. Bien a la usanza de otra época (para ser exactos, del período comprendido entre 1976 y 1983). Ocho días después, Morales reveló que esa “familia muy importante” era la de Stornelli. Entonces, el fiscal supo reconocer: “El asunto me conmovió”. De modo que aquel tipo resultó tener un costado –diríase– “humano”.
Pero días después comenzaban a correr ríos de tinta por su condición de celópata, al descubrirse que fisgoneaba al pobre Castañón con el propósito de plantarle droga, acaso aguijoneado por la sospecha de alguna infidelidad.
Tal desliz fue apenas un detalle pintoresco en el marco de un escándalo protagonizado por jerarcas judiciales, periodistas y agentes secretos ligados al Poder Ejecutivo macrista, cuyos blancos preferenciales fueron ex funcionarios kirchneristas, dirigentes opositores y empresarios rivales. Desde ese momento, la existencia de Stornelli se torció para siempre. Bien vale repasarla.
Nace una estrella
El periodista Enrique Vázquez suele evocar un pasaje de su vida profesional: “En 1983, cuando ingresé a Radio Belgrano, me recibió el interventor militar. Estaba de uniforme y tenía un crucifijo más grande que el de Río de Janeiro”. Se trataba del teniente coronel Atilio Stornelli
Su hijo Carlos, por entonces un estudiante de la UBA con rostro perruno y mirada huidiza, acostumbraba a visitar al oficial en la emisora.
Este pasó a retiro una vez restaurada la democracia, aunque regresó al Ejército para prestar servicios administrativos. Hasta 1992, cuando fue echado por el general Marín Balza.
Ya con diploma de abogado, el joven Carlos se fue labrando una opaca carrera judicial en un tribunal porteño de menores. Pero el gran salto lo dio al desposar a Claudia Reston, sobrina del general Llamil Reston, el otrora poderoso ministro del Interior y Trabajo de Videla y Bignone. Ella trabajaba de abogada en el estudio jurídico del ministro Carlos Corach. Fue él quien puso a Stornelli en junio de 1993, al frente de la Fiscalía Federal Nº 4. Dicho sea de paso, esa designación contó con el visto bueno del presidente Carlos Menem. El riojano estaba lejos de suponer que un lustro después ese hombre taciturno le dictaría la prisión preventiva por el contrabando de armas a Ecuador y Croacia. Bielsa mereció un idéntico destino.
Por entonces la vida le sonreía: católico practicante, fanático boquense, padre de tres hijos y ascendente en su labor, ninguna sombra cabalgaba sobre su destino, a no ser por un contratiempo familiar: el tío de Claudia había sido detenido por graves delitos de lesa humanidad. Fue a mediados de la primera década del nuevo siglo. Y él mitigaba ese disgusto concentrándose en el caso Skanska, sobre presuntos sobornos a funcionarios por la construcción de dos gasoductos en el norte del país. También merodeaba –junto con el juez de esa causa, Guillermo Montenegro– la Comisión Directiva macrista del club de la Ribera. Sin embargo, el kirchnerismo veía su figura con buenos ojos.

En aquellos días se hizo pública su amistad con el cabecilla de La Doce, Rafael Di Zeo, cuando asistió a su fastuosa boda en la quinta Los Galpones, de Benavídez. Al tiempo, la flamante señora del barrabrava, Soledad Spinetto, se convirtió en la mano derecha de Stornelli, durante su gestión como ministro de Seguridad bonaerense, designado por Daniel Scioli.
El ministro de Planificación, Julio de Vido, había influido sobre él ex motonauta para ese nombramiento. Y Stornelli se deshizo en agradecimientos.
Aquella etapa de su vida fue muy intensa.
Corría el otoño de 2007, y Stornelli se divorció de la sobrina del genocida para unirse a la joven Florencia. El fiscal la había conocido por su esposo; los dos hombres practicaban footing en los bosques de Palermo.
En tanto, el procurador general de la Nación, Esteban Righi, le concedía la licencia para integrar el Gabinete provincial.
Stornelli asumió tal función con entusiasmo. Tanto es así que sus ideas para el cargo estuvieron moldeadas por una concepción militarista del orden urbano, mediante el férreo control del territorio y el poder de fuego policial. En términos prácticos, su paso por La Plata consistió en restaurar los atributos que la Bonaerense había tenido en sus peores momentos. Entre sus asesores resaltaba el ex comisario Mario “Chorizo” Rodríguez (cuyo legajo chorreaba sangre), el ex jefe de la Federal, Roberto Giacomino (al que Kirchner desplazó por corrupto), el abogado de los barrabravas de Boca, Marcelo Rochetti, y la señora Spinetto de Di Zeo. Un verdadero dream team.
Claro que a Stornelli tal vez se lo recuerde por su gran papelón en la búsqueda de la familia Pomar, muerta en un simple accidente vial y a la que tardaron 24 días en encontrar al costado de una ruta. Pero durante su gestión aumentaron sensiblemente los casos de gatillo fácil y torturas en comisarías, a la vez que él accedía a las más antojadizas demandas de los uniformados.
Sin embargo, tanta buena voluntad lo condujo hacia una paradoja: tras otorgarle a la corporación policial mucho más de lo que le pedía, solo le bastó realizar un enroque en Prevención del Delito Automotor (una caja codiciada) para que los Patas Negras le declaren la guerra.
Corría noviembre de 2009, cuando una serie de asesinatos de mujeres en ocasión de robo comenzaron a malograr su gestión. Stornelli no tardó en darse cuenta de que se trataba de un mensaje del comisariato para ponerlo en caja. Y tras dimitir, puso los pies en polvorosa. A partir de aquel momento, nunca más volvió a La Plata. Un valiente.
Carlitos barrabrava
El regreso de Stornelli a la Fiscalía Federal Nº4 fue con la frente marchita. No obstante pudo sobrellevar su pesadumbre alternando los quehaceres judiciales con la rosca interna en Boca. Eso significó su acercamiento a Macri. Y a otros seres no menos carismáticos.
En abril de 2012 fue designado jefe de Estadio y Seguridad Deportiva del club de sus amores. Una de las primeras órdenes que recibió del presidente Daniel Angelici fue de índole –diríase– diplomática: solucionar la puja entre la facción de la hinchada encabezada por Mauro Martín y la del desplazado Di Zeo. La tensión entre ellos ponía en vilo la gobernabilidad del club.

En ese contexto mantuvo una seria discusión con Santiago “El Gitano” Lancry, un histórico de la tribuna que en aquella época reportaba a Martín. En una oportunidad, cuando Stornelli se dirigía hacia el bar La Imprenta, de Belgrano, para reunirse con Di Zeo, Lancry apareció por sorpresa y le aplicó un sonoro y humillante cachetazo en el oído izquierdo. “Si querés, meteme preso, pero yo hace 35 años que voy a la cancha, y vos no me vas a cagar, ¡puto!”, le bramó, antes de tirarle otro golpe, esta vez en la oreja derecha. Stornelli, dolorido y al borde de las lágrimas, imploraba clemencia.
Pero la política es el arte de lo posible.
El 19 de diciembre de ese año, cuando Carlos Bianchi salió a la cancha para su nueva presentación como técnico de Boca, en la tribuna estaba Mauro Martín, quien tenía prohibido ingresar al estadio. En ese mismo instante, en el anillo interno de La Bombonera, dos personas departían amigablemente. Eran Maximiliano Mazzaro –un lugarteniente de Marín– y Stornelli. Y caminaban con pasos lentos hacia el despacho del fiscal, donde estiraron la conversación con una botella de J&B.
Poco antes, el jefe de Estadio y Seguridad había incluido en la lista de admitidos a la plana mayor de Martín, incluido el “Gitano” Lancry.
Los lazos del fiscal con La Doce hasta poseen proyección planetaria. En un documental producido en 2012 por la TV española, Di Zeo, entrevistado en la penumbra de un tugurio, de pronto interrumpe sus respuestas para atender su celular. En ese instante, para darse dique de su poder, exhibe ante la cámara la pantalla del aparato, donde consta el nombre del autor de la llamada. No era otro que Stornelli. Y el periodista catalán Jon Sistiaga aclara en off. “A él, que tiene prohibido estar en permanecer en la tribuna, lo llama el jefe de Seguridad del estadio”. Di Zeo, mientras tanto, esboza una sonrisa jactanciosa.

Stornelli mantuvo el cargo en Boca hasta mediados de 2015, sin desatender los expedientes que se acumulaban en su fiscalía.
Ya entonces se perfilaba como un alfil de la lawfare. Posteriormente, la causa de las fotocopias fue la gran oportunidad que le dio la vida.
Stornelli, en tándem con el juez Claudio Bonadío, supo idear un sistema confesional basado en la delación asistida. Una mixtura entre el macartismo y la inquisición española destinada a privar de su libertad a todo imputado que no declare lo que ellos pretenden oír. Así nació el festival de los arrepentidos.
Pero el fiscal habría tensado la cuerda extorsiva más de lo debido, extendiendo su voracidad procesal hacia presuntas cuentas bancarias a su nombre.
Aquel sujeto solía ufanarse en rueda de amigos por haber propiciado el encarcelamiento del ex ministro De Vido, a quien –como ya se dijo– le debía su ingreso al gabinete de Scioli. Tuvo menos piedad con él que con Menem. Según parece, Stornelli tiene el hábito de morder las manos de quienes alguna vez le dieron de comer. Hasta le habrían advertido al propio Mauricio Macri que se cuidara de él.
Ahora todo indica que Stornelli avanza por un camino sin retorno.