Mentimos si decimos que nunca pisamos el palito con las redes sociales y sabemos que ustedes también. Porque todos alguna vez nos dejamos llevar por el algoritmo del odio y terminamos aceptando las recomendaciones de páginas, grupos o personas que “casualmente” – como una pieza de tetris – encajan perfectamente en nuestro mundo o, dicho de otra manera, con nuestra ideología.
El gurú de la tecnología, Eli Pariser (2011), denominó a este proceso «filtro burbuja» y lo entiende como “una selección personalizada de la información que recibe cada individuo que lo introduce en una burbuja adaptada a él para que se encuentre cómodo”.
El problema de este filtro está en que nos aleja del que ideológicamente está en una posición contraria al mismo tiempo que fortalece el lazo con aquel que piensa igual a nosotros. Es el síndrome del mundo amigable – en contraposición al síndrome del mundo cruel de George Gerbner – y agrupa en guetos a las personas para que estén todas juntas, pensando y accionando como una tropa.
Las redes se están convirtiendo en guetos enfrentados por binomios opuestos de peronistas/antiperonistas, procuarentena/anticuarentena, que quedan atrapados en mundos ideologizados.
Sin embargo, se genera un aislamiento que nunca es bueno porque lo único que hace es reforzar lo que la tropa piensa. Y eso es lo que todos queremos, ¿verdad? No queremos una representación del mundo que venga a contradecir lo que pensamos, lo que buscamos es la reafirmación de nuestro pensamiento. ¿Cuál es el resultado de esto? La famosa grieta, esa en la que – de ambos lados – quedamos individuos hiperideologizados largando – como el perro de Pavlov – espuma por la boca al ser estimulados y respondiendo con insultos, gritos y descalificaciones.
Esto es lo que provoca el algoritmo del odio. Así las redes se están convirtiendo en guetos enfrentados por binomios opuestos de peronistas/antiperonistas, procuarentena/ anticuarentena y comunistas/anticomunistas, que quedan atrapados en mundos ideologizados que no representan a quienes son. No hay comunicación ni conexión, solo violencia. Los guetos no evolucionan, solo pueden generar intolerancia hacia el otro, hacia el distinto a nosotros por no dejar ver más allá del horizonte que las anteojeras de la ideología les permite.
Ya lo dijo el filósofo esloveno, Slavoj Zizek en la película «Están vivos» (They live, 1988): “Yo como del cubo de la basura todo el tiempo. El nombre de este basurero es ideología. La fuerza material de la ideología me impide ver lo que estoy comiendo efectivamente”.

El filtro burbuja incentiva la grieta al dejarnos presos de nuestra ideología, esa que nos impide ver lo que realmente es, lo que verdaderamente importa. ¿Qué es lo que importa? Tal como lo dijo alguna vez Alberto Fernández, lo único que importa es cerrar la grieta para no seguir viviendo en el país de la locura. Porque es la única forma posible de combatir el hambre, la pobreza y reactivar la economía como la Nación seria que pretendemos ser, dejando de lado divisiones estériles.
¿Cómo lo logramos? Evitando que las redes nos confinen al ostracismo del gueto del odio cuando usamos «lenguaje de patrones» – tal como decía Christopher Alexander (1975) – y estereotipamos al otro con palabras como globoludo, choriplanero, desclasado, abortera, machirulo, etc. Claro, sabemos que así vamos a recibir muchos likes, pero también haremos trinar al distinto a nosotros y, lo que es más grave, ensancharemos la grieta que divide y violenta a los argentinos.
Hoy nadie niega que la comunicación ya no se concibe como un emisor activo y un receptor pasivo, y la réplica endogámica de la que estamos hablando en las redes repite ese esquema, sólo ampliando ese emisor, pero sin tener en cuenta al otro polo, que debiera ser un receptor activo, analítico, reflexivo.
El comunicador uruguayo Mario Kaplún propiciaba un cambio en el proceso de comunicación, para que todos podamos ser, alternativamente, receptores y emisores.
La construcción se concibe hoy como “construcción de sentido”, ahora esa construcción debiera ser fruto de un proceso de apertura a distintos puntos de vista, no de cerrarse sobre lo que cada uno piensa o cree a priori. Y lo que venimos diciendo es que las redes, no sólo seleccionan qué se piensa, sino dónde se piensa, quiénes piensan y para qué se piensa.
Como seguimos diciendo a nuestros jóvenes desde las materias sociales que el conocimiento se construye, que no es una mera repetición de lo que plantea un texto o el propio docente, y en paralelo actuamos conducidos por ese “filtro burbuja”, echando por tierra todo el avance de una educación que dejó atrás el modelaje de las mentes.
Ya hace varias décadas el gran educador y comunicador uruguayo Mario Kaplún decía que debía cambiar el proceso de la comunicación, “de modo que dé a todos, la oportunidad de ser alternativamente emisores y receptores. Definir qué entendemos por comunicación equivale a decir en qué clase de sociedad queremos vivir”
Tengamos cuidado porque sino definimos qué tipo de comunicación queremos, lo hará por nosotros el filtro burbuja confinándonos a los guetos del odio.
* Grupo Artigas