Mientras los principales referentes del pensamiento mundial debaten sobre las consecuencias políticas, económicas y sociales de la pandemia del Covid-19, el filósofo Ricardo Forster analiza el impacto de las medidas de aislamiento social en la Argentina y advierte que la enfermedad “corrió el velo del neoliberalismo” a escala global.
“Hay una refundación del Estado, de la participación democrática y de la política como un instrumento de transformación en beneficio de las grandes mayorías”, señala el integrante del equipo de académicos que asesora al presidente Alberto Fernández, en una reciente entrevista con Cynthia Ottaviano en “Volver a las Fuentes”.
– Cynthia Ottaviano: Quería hablar con vos porque leí uno de los ensayos que venís publicando en el marco de la pandemia, en el que planteas: “Las palabras que veníamos recitando y teníamos aprendidas de memoria, el catecismo liberal, de repente estallaron en pedazos”. Y un poco más adelante te planteás la posibilidad de que hoy estemos en un acontecimiento parte-aguas. ¿Cómo es esta perspectiva?
“Gran parte de las sociedades no están dispuestas a pagar con su propia vida lo que han significado las políticas de desprotección generadas por el neoliberalismo”.
– Ricardo Forster: Creo que es obvio que hay un antes y un después. Ya llevamos un mes encerrados (la entrevista se realizó el 13 de abril), enclaustrados con distanciamiento social. Y nos rodea la palabra cuarentena, un término que viene de épocas remotas, que la leíamos en la literatura o veíamos en el cine, y que nos retrotrae a la Edad Media. Eso ya implica que algo es distinto a como vivíamos nuestras vidas “normales” hasta (por lo menos en la Argentina) el 20 de marzo. A partir de ahí, uno puede ir avanzando sobre otras cuestiones y preguntarse qué es lo que se está poniendo en evidencia, qué velos se corrieron, qué cambios inexorablemente están ocurriendo y van a ocurrir el día después. Yo hago mención obviamente a lo que tenemos más cerca, que es el neoliberalismo. El neoliberalismo ha sido un proyecto que durante cuatro décadas construyó sentido común y un lenguaje, nos ofreció un modo de ser en el interior de una sociedad hiperinvidivualista, de meritocracia. Donde el individuo es el “señor de sus éxitos” y también el “esclavo de sus derrotas”, y por lo tanto tenía que hacerse cargo de sus derrotas y, si era exitoso, de disfrutar de su vida acomodada. Yo use una metáfora que es la sociedad invernadero, es decir, una sociedad donde el 20 por ciento de la humanidad vivía en un ambiente climatizado, de 22 o 23 grados de temperatura todo el año, mientras el 70 o el 80 por ciento vivía afuera de este invernadero en condiciones precarias, de pobreza, de indigencia, de exclusión y de pérdida de derechos. De alguna manera, el velo del neoliberalismo también decía que “si el Estado no servía para garantizar la circulación libre de las mercancías y habilitar las formas del mercado global, no servía para nada”. Y ahí, cuando se ocupó de otras cosas fue una especie de elefante en un bazar. Terminó generando demagogias, populismos, etc. Y ahí descubrimos que la retirada del Estado habilitó aún más que un virus se llevara la vida de nosotros. Esas son las cosas que estamos necesariamente discutiendo.
“Garantizar que el daño sobre la vida sea el menor posible, aunque el daño económico sea muy grande, ya implica colocarse en un lugar completamente distinto”.
Desde un presidente de origen liberal, como Emmanuel Macron, diciendo que la salud no puede ser considerada nunca más como una mercancía o, claramente en nuestro país, viendo como un presidente dice que “antes que la economía está la vida, el cuidado, la salud”. Eso tiene consecuencias muy grandes, porque el neoliberalismo, entre otras cosas, es el mecanismo a través del cual todas las esferas de la vida quedan atrapadas en la lógica de la mercancía del negocio, de la rentabilidad, de lo pragmático, y no hay nada que se escape de esa economización. Entonces, que nada más ni nada menos que el presidente de la Nación diga que lo que hay que hacer es garantizar que el daño sobre la vida sea el menor posible, aunque el daño económico sea muy grande, ya implica colocarse en un lugar completamente distinto. Desde esta perspectiva trato de reflexionar, todos estos días que uno está encerrado, sobre muchas de estas cosas, que incluye también nuestra relación con la naturaleza, con lo que comemos, con los animales, con el modo de industrialización que tiene mucho que ver con los fenómenos de deforestación. En fin, me parece que nos estamos haciendo preguntas que van a tener que encontrar modos de ser respondidas por la organización de los seres humanos, una vez que salgamos de esta pandemia. Pero también está el otro peligro, que es la continuidad de los poderes concentrando más avaricia, más riqueza y más violencia sobre los muchos. Y eso también está en discusión.

– CO: En ese sentido leía que planteabas que la continuidad de un “sistema de la maldad se vuelve intolerable”. Me llevaste a pensar en esta perspectiva que aportó Gramsci: cuando lo nuevo no termina de nacer y lo viejo se resiste a morir, esa etapa del monstruo. Porque, en definitiva, lo que vemos aquí en la Argentina es que la máxima autoridad política toma la decisión de primero la salud y después la economía, porque si no hay personas vivas no habrá economía que pueda resistir. Y del otro lado, está la resistencia de sectores conservadores y poderes concentrados que se ve sin tapujo en los medios de comunicación.
– RF: Creo que la esencia del capitalismo, y más de la etapa neoliberal, es responder a su propia lógica. Y si esa lógica es expandirse de modo infinito y buscar siempre la maximización de su ganancia, si no lo logra en su país lo va a salir a buscar en otras partes del mundo que le garanticen salarios más bajos y menos derechos laborales. Si hay que destrozar el Estado Social, porque hay que aumentar la tasa de rentabilidad, se destroza el Estado Social. Estoy convencido que hacerse cargo de la reconstrucción de un Estado Social que implique acceso universal y gratuito para el conjunto de la población a la salud, es mucho más que la recuperación de un Estado Social. Es ir de frente contra la lógica depredación y egoísmo de un sistema que prometió el oro y el moro para los exitosos, y lanzó a la intemperie a las mayorías en todo el planeta, no solamente en los países periféricos. Esto lo vemos hoy claramente, y por eso también se corre un velo en la sociedad como la estadounidense. ¿Te acordás del famoso huracán Katrina, que asoló y destruyó Nueva Orleans en 2005? Ahí vimos una miseria negra como supuestamente Estados Unidos no tenía. La población afroamericana sufrió lo que significó la tragedia del huracán. Ahora estamos viviendo la desprotección masiva de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de Estados Unidos. Cómo los trabajadores, los pobres y las minorías no tienen un sistema de salud y quedaron a la intemperie.
“Creo que vamos por un desfiladero, muy estrecho, y el peligro es que te podes caer para los dos lados al abismo”.
A eso se suma que Italia recortó treinta mil millones de euros en su salud, antes de desatarse la pandemia. Hay un artículo sobre “La masacre de Bérgamo” (por la ciudad de la Lombardía italiana), donde se muestra la brutal potencia destructiva que tuvo el virus y la responsabilidad de los grandes industriales que impidieron que se aplique una cuarentena total, porque no querían que sus fábricas cerraran. Ese es el capitalismo depredador, el capitalismo puramente egoísta y referencial. Si no se lo interrumpe, si no se lo regula y controla, el capitalismo sigue su propia lógica. Y la lógica del capitalismo no es ni el altruismo, ni la distribución más equitativa de los recursos. Mirá lo que salen a hacer en la Argentina ante la posibilidad de que haya un impuesto excepcional del 2% a las grandes riquezas. Olvidan que en cualquier país del mundo de los que ellos llaman “modelos”, la riqueza paga infinitamente más impuestos que en la Argentina. Bueno, todo eso es lo que está en discusión. Creo que existe la misma habilitación social que hubo en gran parte del mundo en la crisis del 2008, que permitió que con dineros públicos se salvase a los bancos y a los grandes especuladores que habían sido los causantes del crack financiero de aquel año. Hoy me parece que gran parte de las sociedades no están dispuestas a pagar con su propia vida, precisamente, lo que han significado las políticas de desprotección generadas por el neoliberalismo. Esto es lo que se está poniendo cada vez más en claro. Eso no significa que las cosas no sean muy difíciles, que va a haber una gran disputa y que el capital concentrado no va a entregar parte de sus regalías porque sí, porque se volvió amable de repente. Esto es lo que se abre de cara al futuro.

– CO: Entonces tal vez podemos imaginar una mayor potencia o mayor legitimación a la hora de poder llevar adelante estas políticas públicas. Porque leía, y seguramente vos también lo habrás hecho, la mirada de Slavoj Žižek, sosteniendo que “tal vez se vaya a algún nuevo comunismo”, y del otro lado a Byung-Chul Han diciendo “el virus no va a cambiar estas lógicas”. ¿Cómo imaginas entonces este tiempo por venir o por construir?
– RF: Creo que vamos por un desfiladero, muy estrecho, y el peligro es que te podes caer para los dos lados al abismo. Tenés que caminar por un lugar muy estrecho porque implica redefinir muchas cosas de la vida social, cultural, económica e institucional. Ojalá estemos en condiciones y una parte mayoritaria tenga conciencia de lo que significa reconstruir un Estado Social, que tenga conciencia de lo que significa distribuir mejor la riqueza que se genera, y que piense efectivamente que la salud no puede ser una mercancía, como tampoco puede ser una mercancía el agua o tener una vivienda digna. Todo va concatenado de algún modo. Uno se siente más a gusto con la utopía de Žižek, obviamente, las sociedades comunes, la distribución más equitativa de la riqueza la emancipación, y mucho menos a gusto con la visión pesimista de Han, donde el bigdata y el ceño del capitalismo ha agotado toda posibilidad de igualdad para el individuo. Bueno, creo que no se trata de pensar en esos términos de alternativas de hierro: o entramos en la sociedad de los iguales o caemos definitivamente en el bigdata, en el algoritmo y estamos en la matrix. Se abrieron muchas cosas. Si bien se abrió la posibilidad de un horizonte, hay que definirlo y construir espacios de solidaridad, además de reconstruir lo público, lo común. Lo mismo ocurre con la propia democracia, porque fue cooptada por el neoliberalismo. Nos dijeron que votamos cada dos años, pero las decisiones más profundas a nivel global las toman “los dueños de la riqueza”. Creo que esto abre la posibilidad de discutir estas cosas, sin garantías, porque lo que aprendimos es que las garantías no existen.
“El virus no es una casualidad ni hay una teoría conspirativa. Los coronavirus tienen que ver con el interface que se produce entre el humano y la vida animal”.
Estamos en nuestras casas, sabemos o intuimos que hay un peligro real, y por eso buscamos cuidarnos y cuidar a los demás. Pero lo que nos está mostrando todo esto es que hay una civilización que ha tocado lo que no se puede tocar, que rompió las distancias que tenía que haber entre lo humano y lo más profundo y salvaje de la naturaleza. Y cuando vos tocás lo que no tenías que tocar, y lo haces porque sos ambicioso y querés generar más riqueza, te terminás enfrentando a estas cuestiones. El virus no es una casualidad, ni hay una teoría conspirativa ni es la culpa de un murciélago. Los coronavirus tienen que ver con el interface que se produce entre el humano y la vida animal, a partir de esas macro-granjas donde se hacinan cientos de miles de vacas y pollos, mientras nosotros miramos para el costado. Es un sufrimiento que no es imaginable porque, claro, es el sufrimiento de los animales. No digo que tenemos que hacernos veganos o vegetarianos, cada uno elegirá su propio camino. Pero si podemos volver a otras formas de producción, incluso del alimento que proviene del reino animal, para que se tomen otros cuidados y se mire de otra manera la vida. De la misma manera, no podemos seguir aceptando la deforestación, que está también en el corazón de todas estas pandemias. Todo eso hoy está más de este lado.

– CO: Hay una posibilidad que es la re-humanización, y recién te escuchaba y me hiciste acordar a ese debate que teníamos hace un tiempo sobre la construcción de un sujeto político. La mirada de García Linera diciendo que “lo que faltó en Argentina frente al triunfo de un neoliberalismo y la derrota del movimiento nacional y popular fue la falta de un sujeto político”. ¿Sigue vigente la posibilidad de construir un nuevo sujeto político en este tiempo?
– RF: Yo estoy convencido que la lengua política es la lengua de la emancipación. Sin política lo que hay es autocracia, totalitarismo, bigdata, algoritmos y consumidores ciegos. La política pregunta por otra sociedad, por la igualdad y por la libertad. Sueña con modos de vivir distintos, mientras que la economía gira alrededor de lo cuantitativo, lo numérico, la ganancia y la pérdida. Por eso apostamos por lo político. El sujeto político debiera ser un sujeto emancipado. Hoy, lo que estamos viviendo también pone en evidencia la profunda desigualdad que existe para quienes, siendo como nosotros de clase media, podemos vivir la cuarentena de manera confortable, con un espacio para movernos, un par de dormitorios y quizás un patio o un jardincito. Pero la inmensa mayoría de los argentinos y argentinas vive en condiciones muy difíciles, de hacinamiento y pobreza.
“Sin política lo que hay es autocracia, totalitarismo, bigdata, algoritmos y consumidores ciegos”.
Por eso yo valoro enormemente aquello que fue una marca en el gobierno de Alberto Fernández, cuando en su discurso inaugural dijo que iba a “comenzar por los últimos, porque era inimaginable salir del desastre que había dejado el macrismo sin dejar de pensar en los más dañados”. Hoy deberíamos pensar desde ese lugar. Creo que el gobierno ha trabajado, y lo hace, las 24 horas del día para llegar a los sectores que están sufriendo más. Uno puede acomodarse un poco, si tiene quizás sus ahorros, o como en mi caso, si sigue cobrando su salario. Pero están los que no tienen un trabajo formal y ya no pueden salir a buscar una changa, como los albañiles, jardineros o plomeros. Los que incluso estaban más allá de la marginalidad. Bueno, a esos hay que ir rápidamente y es lo que el Estado (que es el único que lo puede hacer) está haciendo. Entonces, yo creo que hay una refundación del Estado, y también de la participación democrática y de la política como un instrumento de transformación en beneficio de las grandes mayorías. Yo no creo en cualquier forma de la política. Desde este lugar estoy convencido que la política sigue siendo un instrumento clave.