Me reía solo porque la comunicación concentrada plantea que, entre tantos problemas que tenemos las argentinas y los argentinos, hay uno nuevo que se suma y es que tenemos un presidente, que a diferencia de otros presidentes en el mundo, no tira la monedita en la Fontana di Trevi.
Así como se los cuento, así como se los digo. He escuchado barbaridades en las últimas horas y que quizá explican parte de los grandes problemas que acosan a los argentinos y las argentinas. Ahora le sumamos el de la monedita. O que tenemos un presidente mechero, que va a robar prendas a los locales de ropa. Lo acusan a Alberto Fernández de ir a robar selfies, o a robar fotos, entre otros con Joe Biden. Estamos hablando de la cumbre del G20. Lo cierto es que en el horario central de la tele y también en la radio, aparecía como cosa muy cuestionable que el presidente se sacara fotos con otros mandatarios. Si los problemas que tiene la Argentina se hubiesen solucionado o se solucionaran con un presidente que va, se junta con otro Jefe de Estado y tira la monedita en la Fontana di Trevi, qué fácil sería todo.
Hay algunos que creen que la Argentina goza de cierta normalidad, y que esa normalidad la habilita a codearse con otros países desarrollados y a tener las mismas preocupaciones. No. La Argentina está en emergencia. El presidente, en este G20, trabajó el reclamo de la República Argentina hacia el Fondo Monetario Internacional para que, entre otras cosas, incorporar a sus principales reclamos en la negociación, que se revisen las sobretasas como las que sufre el país por créditos como el que tomó Mauricio Macri; que se cree un nuevo fondo para la financiación de largo plazo de la deuda externa de los países, y que se dé luz verde a lo que se llama la canalización voluntaria de los DEG. Lo pidió Alberto Fernández en Roma. No parece poco para dos jornadas de tan pocas horas de trabajo y esto es mucho más relevante que lo que ocurre o deja de ocurrir en la Fontana di Trevi o lo que ocurre con el álbum de fotos del presidente.
Roberto Navarro hace unas horas planteaba, que la mayoría de la gente va a votar dentro de dos semanas, sobre muchas cosas que cree que sabe pero en realidad no conoce. O sea, lo que marca el bolsillo, o la góndola o la situación económica, personal, familiar, comunitaria. Y esa es una situación desastrosa: hay un montón de índices de la economía que están funcionando muy bien y que se recupera a una velocidad destacable. El gobierno ha tenido logros, como el manejo de la pandemia, sin manual y con recursos escasos. Un manejo exitoso, que permitió volver a abrir la economía, las escuelas, algo parecido a la normalidad. Y hoy vemos que hay un montón de rubros de la industria recuperándose. La oposición descaradamente dice que no se ha hecho nada, que todo lo que se ha hecho fue malo o se ha hecho terriblemente mal. Mienten.
También sabemos que esta reactivación económica, hasta ahora, no ha podido ser acompañada de medidas que derramen rápidamente, que generen situaciones económicas materiales fácilmente palpables para la gran mayoría, que ratifiquen que este es un gobierno que va a pelear hasta el final por restablecer condiciones y calidad de vida que el macrismo se robó durante los cuatro años de su gobierno, porque aparte de robar divisas, se robó la calidad de vida, de personas que hoy están irritadas, más fácilmente desanimadas que en otros momentos de la historia.

Estos son los momentos en que uno advierte por qué y para qué existen los liderazgos, por qué y para qué se imponen como un estilo de dirigencia. La verdad sea dicha: un líder es aquel que convence a los demás que hay un rumbo, por difícil que sea, que lleva a algún lugar deseable. Si apuntamos hacia aquel lado, si lo sostenemos en el tiempo y si le metemos toda nuestra energía, las cosas van a estar mejor: eso lo dicen muchos y muchas, pero lo cierto es que líder es el que finalmente logra convencer a la mayoría de que eso es cierto y además, de que es posible. El mayor déficit del gobierno, es que no ha podido generar esa convicción, más allá del núcleo duro kirchnerista. Parece no haber un capital emocional a la altura de lo que la situación demanda, que es un gran esfuerzo colectivo para poner a la Argentina en el rumbo deseado y también, para pelear contra aquellos que no quieren ese rumbo. No todos en la Argentina queremos lo mismo: para muchos y para muchas el bienestar general es, primero que nada, el bienestar individual. Allí hay una contradicción: el bienestar individual por sobre el bienestar general se llama privilegio. Tenemos una Argentina de privilegios, que ha logrado instalar a través de sus diarios que existe una casta política, que sin duda debe tener privilegios que la mayoría de la sociedad no tiene, pero son incomparablemente menores e insignificantes, comparados con los privilegios que se garantizan, por ejemplo, aquellos que evaden impuestos sistemáticamente, o que fugan divisas al exterior empobreciendo a la Argentina.
Cada cosa en su lugar. Sino en nuestros errores vamos a ayudar a que se instalen ciertos discursos o a que vuelvan los peores, aquellos que gobernando cuatro años no pudieron solucionar uno de los 25 problemas fundamentales que tiene la Argentina y que ahora, desde la oposición dice que van a solucionar esos y otros 25 que no saben ni siquiera balbucear. Tenemos una oposición irresponsable. Me puede gustar más o menos la actuación del presidente Fernández, pero no le voy a reprochar que no tire la monedita en la Fontana di Trevi. No me importa. En el Teatro Colón, cuando se llenó el G20 aquí en la Argentina, todos estos jefes de Estado hablaron maravillas del modelo macrista. Incluso vino el Príncipe Árabe este que mata periodistas. Todos dijeron “que bien que está la Argentina” y ¿saben qué? A la Argentina le iba peor que nunca.
Entonces a mí no me importa, por mí que se hubieran metido todos en la Fontana di Trevi y se hubieran bañado. A un presidente de un país con tantas emergencias como la Argentina no se le pide pavadas, que esos lujos se los den los que pueden.
Lo cierto y concreto es que el G20 emitió una declaración que acompaña el pedido de la Argentina, y ahora el FMI tendrá que decir algo, y va a decir lo mismo de siempre. No confío en el FMI. Sí creo que la movilización del 17 de Octubre a la Plaza de Mayo, que los discursos de Cristina y de Máximo Kirchner generaron nuevas condiciones y que cuando aparecen esas condiciones, Alberto Fernandez se enfoca en los problemas, y una vez enfocado en los problemas, no actúa mal. Pero hacen falta ese tipo de demostraciones porque a veces daría la impresión que el presidente, que creo que tiene la voluntad y sabe lo que tiene que hacer, no sabe si está solo o está acompañado.
Hay que demostrarle es que cuando toma estas decisiones, por ejemplo, la de crecer para poder pagar, y no pagar para poder crecer que es lo que vende la derecha, no solamente hace lo correcto sino que hace lo que millones de argentinos y de argentinas que vivimos en este país hace ya bastante tiempo sabemos que es lo que hay que hacer. Vuelve a ser ese presidente que sabíamos, que no se iba a transformar en Nestor ni en Cristina pero que asumió en base a un contrato y cuando hace esas cosas, está cumpliendo. Pero por sobre todas las cosas, porque así estamos más cerca de la solución que de los problemas. Porque es mentira que la Argentina va a solucionar sus problemas con la receta del FMI, eso es una gigantesca torpeza.
Por lo tanto, hay que sustraerse un poco de lo que es la hipnosis de la comunicación hegemónica que plantea, entre otras cosas, que para crecer hay que llevarse bien con el FMI. Con el FMI hay que llevarse lo mejor posible, pero esto no quiere decir hacer todo lo que el Fondo dice. Como recortar los fondos previsionales, es decir, jubilar menos gente o pagarles cada vez menos. Como eliminar las indemnizaciones porque eso va a permitir contratar personal: el Kirchnerismo creó 6 millones de puestos de trabajo sin flexibilizar una sola legislación laboral; cuando por el contrario, eso se hizo en los 90, se generó aquello del consenso de Washington: sociedades de excluidos y emergió el fenómeno de la desocupación. En el momento de mayor flexibilización, cuando se pagaban los sueldos con Ticket Canasta para poder evitar las contribuciones patronales: antes que llegara Néstor Kirchner había un país invivible, no ya del momento del 1 a 1, sino de la consecuencia de todo eso, porque el ministro de economía de Menem y de De la Rúa fue el mismo: Domingo Felipe Cavallo. Entonces no es destruyendo empleos ni la legislación laboral es que se generan más empleos. Lo que diga el FMI hay que tomarlo con pinzas.
La movilización del 17 de Octubre a la Plaza de Mayo, y los discursos de Cristina y de Máximo Kirchner generaron nuevas condiciones. Cuando aparecen esas condiciones, Alberto Fernandez se enfoca en los problemas
¿Saben qué pasó cuando se abrió la economía de modo indiscriminado como ocurrió con Menem y con Macri? Centenares de miles de trabajadores de la industria local quedaron sin trabajo porque entraron importaciones, es decir trabajo para trabajadores y trabajadoras de otro país. Quizá lo necesiten, pero ¿saben qué? primero lo nuestro, y esto no es xenofobia, no es chauvinismo, es que Argentina no está en condiciones de financiar a otros países. Una forma de financiar es regular aquello que se importa: todo lo que se pueda construir, fabricar y producir acá tiene que hacerse acá.
Ahora hay que seguir ganando tiempo. Miren si la Argentina hubiera acordado con el FMI dos meses atrás, porque estaban las elecciones de por medio. Muchos le decían a Guzmán y a Alberto “arreglá porque vas a las elecciones con un acuerdo con el FMI”. No es la foto, no es el pacto, son los hechos. Antes que un mal acuerdo, mejor es tirar en el tiempo. Por ejemplo, las sobretasas: se puede ahorrar Argentina casi 2 mil millones de dólares por año. No es moco de pavo.
El acuerdo que hizo Mauricio Macri con el FMI es desastroso. ¿Por qué lo cumplimos? Porque complicaría la relación de la Argentina con un montón de instancias del mundo económico a escala multilateral. Es preferible seguir negociando y conseguir el mejor acuerdo posible a no conseguir ninguno. Cuando uno ve escenas de lo que es la guerra económica que desata el sistema financiero internacional, la geopolìtica internacional contra aquellos pueblos rebeldes nos recorre un escalofrío por la espalda. No lo digo para atemorizar a nadie. Quizá el gobierno en esta pulseada le gane a los formadores de precio y le gana a la AmCham, y le gane a ARCOR, a Pérez Companc. ¿Pero ustedes se imaginan un escenario de desabastecimiento? No de 20 días, no de 3 meses, sino de 6 meses, de un año o de un año y medio. Eso es una verdadera guerra económica, un verdadero golpe financiero. El mal humor social no los debilita a ellos sino debilita al gobierno elegido por el voto popular.
Ahora hay que seguir ganando tiempo. Miren si la Argentina hubiera acordado con el FMI dos meses atrás, porque estaban las elecciones de por medio.
Hay que tener mucho cuidado cuando se elaboran consignas que pueden ser muy lindas al oído pero que en los hechos prácticos es serrucharse la pata del banquito. En un escenario de tanta irresponsabilidad y desorden, generado por la derecha en la Argentina, ganan los dueños del poder y del dinero. Los mismos de siempre.
Tenemos un gobierno popular con ciertos déficit pero prefiero a un presidente que va con Guzmán y discuten, que en el G20 saca un documento de estas características, a un presidente que tira la monedita a la Fontana di Trevi y pide algún que otro deseo. Seguramente no va a ser que su pueblo esté mejor.
En este mundo, pensar en un sistema que ponga en el centro de las decisiones a las personas es revolucionario. Tenemos que hacer un esfuerzo todos y todas para que aquellos que ponen en el centro a las personas, aunque más no sea porque quieren seguir ganando elecciones o porque quieren conservar el espacio de poder que tienen, son la única alternativa frente a las tecnocracias, a las corporaciones que lo único que prometen son soluciones a largo plazo, mientras en el corto plazo, en el día a día, millones de personas en la Argentina y en el mundo se mueren de hambre.