Esa joven de 19 años que un día tomó el tren desde Quilmes hasta Constitución con destino a la redacción de El Expreso Imaginario, su primer trabajo como periodista, es hoy una profesional experimentada en todo el amplio campo de la comunicación. Fue jefa de prensa de Almendra en los años 80. Trabajó en la mítica revista Humor, en televisión con Pepe Eliaschev, en Radio Belgrano, en Mitre, en Splendid, en Nacional y en Del Plata, entre otras emisoras. Condujo distintas secciones del diario Página 12 e integró el programa televisivo 678 durante el kirchnerismo. Desde la semana que viene, estará con Roberto Caballero en las mañanas de la 990, la Escudería de los Sueños, junto a Pablo Caruso, Mariano Hamilton, Néstor Restivo y Gustavo Lema.
–Vos tenés una extensa y diversa experiencia periodística. Incluso tuviste un paso por el mítico El Expreso Imaginario que salió durante toda la dictadura y, luego, por la revista Humor, ¿cómo era el periodismo en ese momento? ¿Qué recordás de esa etapa?
–Sandra Russo: Cuando era muy chica, tras terminar el secundario en plena dictadura, a nadie se le ocurría ser periodista. Los medios que había eran de terror. Por aquel entonces, me inscribí en Sociología, pero justo ese año cerraron la carrera. Al mismo tiempo, había comenzado a colaborar en revistas contraculturales. A los 19 años, ya muy en contacto con el rock, escribí una carta de lectores a El Expreso Imaginario. La carta generó impacto porque me citaron desde la redacción de la revista. Era en la calle Teodoro García. Yo vivía en Quilmes y nunca la había escuchado nombrar. No tenía idea dónde quedaba. Me acuerdo que tomé el tren a Constitución con destino al centro. Una vez allí, después de preguntarles a varias personas, un tipo me dijo “eso está en Belgrano, tenés que tomarte el 67”. Así fue como llegué a El Expreso Imaginario. Ese día me ofrecieron integrarme a la revista. Esa fue mi primera experiencia en el periodismo profesional. Para aquella chica del conurbano, que colaboraba con revistas contraculturales, el Expreso era la Metro Goldwyn Mayer. Era un lugar muy impactante: allí te cruzabas con personajes como Luis Alberto Spinetta o León Gieco. Para una rockera de Quilmes era como estar en Woodstock. En esa época, además de ese laburo, era secretaria en la agencia de publicidad de Rodolfo Fogwill. Allí lo conocí a Emilio del Guercio que trabajaba como diseñador gráfico. Ahí se linkearon esos dos vínculos y el resultado fue que terminé siendo jefa de prensa de la gira de Almendra en los años 80. Viajé por todo el país, siendo muy pendeja, con todos ellos.
“Para mí, el periodismo nunca fue una actividad que incluyera comprarse una casa en Nordelta. Nosotros teníamos otro tipo de ambiciones”.
Cuando finalizó la gira, y ya se terminaba el laburo en el Expreso, Gloria Guerrero me llevó a Humor Registrado como correctora. Yo tenía buena ortografía porque era lectora desde chica, pero no sabía las reglas de memoria. Recuerdo que iba aprendiéndolas en el colectivo. Allí fui cinco años correctora y, después, prosecretaria de redacción de Superhumor, que fue el antecedente de la revista Fierro. Toda la parte inicial de mi carrera fue en el mundo alternativo. Por eso, haber vivido estos últimos años que gobernó el macrismo en ese mundo para mí no fue una novedad. Fue como volver al origen.
–¿Y qué le pasó a esa chica que venía de Quilmes en el tren cuando se encontró con Spinetta y el resto de los personajes que circulaban por esa revista?
–SR: Fue fuerte. Conocer a la gente de El Expreso fue fuerte. Éramos una banda de personas que veníamos de lejos para encontrarnos. En la época de la dictadura, para tener un amigo, te ibas de Quilmes a Carapachay, porque costaba encontrar gente afín. Uno estaba acostumbrado al tren y a los dos colectivos. Por eso es que a los 19 años me fui a vivir a Belgrano, a dos cuadras de la revista. Después, los cinco años de Humor Registrado fueron un despertar político. El Expreso tenía su carga política pero yo no era muy consciente de ello. La fui descubriendo más tarde. En cambio en Humor te encontrabas con la política en todo momento. Fueron cinco o seis años muy intensos. Fue mi despertar político. En esa redacción empecé a darme cuenta lo que era la comunicación. La gente esperaba la salida de la revista parada en el quiosco. Ahí conocí a maestros como Enrique Breccia, Carlos Sampayo y Carlos Trillo. Era un reservorio de gente interesante en un momento donde parecía que no pasaba nada. Siempre he pensado que lo que me pasó a mí fue una mezcla de suerte con búsqueda personal. Es decir, el resultado de intentar estar siempre en los lugares más afines a mi pensamiento.
“Los periodistas que participábamos en 678 éramos contraculturales”.
La mayor parte de mi recorrido se produjo en medios alternativos o contrahegemónicos. Un solo año estuve en Perfil como editora general en la revista Luna. Creo que fue la primera o segunda vez en mi vida que me preguntaron “¿cuánto querés ganar?”. Son momentos irresistibles ¡jajaja! Pero, para mí, el periodismo nunca fue una actividad que incluyera comprarse una casa en Nordelta. Nosotros teníamos otro tipo de ambiciones. A nosotros nos interesaba comunicar. Quizás eran cosas sencillas, pero que en plena dictadura no se podían decir. Después de esa experiencia en Luna, donde estuve un año en un lugar donde tenía una oficina propia y ventana a la calle, me llamaron de Página 12 para que volviera. Y volví. En Perfil había “progresado”, pero el progreso me quitaba todo el encanto del laburo.
–Por esos años trabajaste en varios programas de radio, por ejemplo, con Enrique Vázquez en Belgrano; con Mona Moncalvillo en Splendid; con Lalo Mir en Mitre, entre otras. También estuviste en televisión por esa época en “Cable a Tierra”, con Pepe Eliaschev.
–SR: Sí, el programa con Pepe Eliaschev fue cuando terminó la dictadura y asumió Mario Sábato como director de la Televisión Pública, Canal 7 en aquel entonces. Hicimos “Cable a Tierra”, un programa muy interesante. Acompañábamos a Eliaschev, Marcelo Figueras, Alan Pauls, Daniel Guebel y yo. Los cuatro éramos los jóvenes noteros. Esa fue mi primera experiencia en televisión. Pero nunca llegó a gustarme ese medio. Ahí estuve dos años y me fui, no me caía bien Pepe. Y tampoco me parecía que era como haber llegado a algún lugar deseable. Nunca me gustó la televisión, ni cuando hice 678. Ni me gustaría volver ahora. No es un medio que me atraiga.
“Una buena política de comunicación tiene que incluir al periodismo político y al de entretenimiento”.
–Todo ese periodismo, que expresaba la recuperación de la democracia, tuvo sus momentos de gran prestigio. Me acuerdo, por ejemplo, de Radio Belgrano…
–SR: Sí, sí, ahí estaban Eduardo Aliverti, Enrique Vázquez, Ana María Muchnik…
–¿Ese periodismo del retorno a la democracia tiene algún punto de contacto con este otro más reciente de la etapa kirchnerista, con 678, Página 12 y Tiempo Argentino?
SR: Sí. Lo que le veo como común denominador es que ambas experiencias fueron ajenas al mainstream. Si bien 678 tuvo mucha audiencia y repercusión, nosotros, los periodistas que participábamos en el programa, éramos contraculturales. Yo siempre hice periodismo contracultural, es decir contrahegemónico. Y nunca terminamos de ganar, jajaja. Siempre, incluso cuando fuimos Gobierno e hicimos 678, nuestro discurso fue contrahegemónico más que oficialista. Por eso la palabra “oficialista”, a mi entender, tiene una carga negativa injusta. Y es porque hasta el gobierno de Néstor Kirchner los oficialismos habían sido siempre atroces, vergonzantes o hijos de puta. Por eso ser oficialista era una mierda. Pero cuando llegaron los gobiernos kirchneristas, nos acusaron de oficialistas a nosotros con la carga que esa palabra traía del pasado. Porque siempre el oficialismo había sido una mierda. Y nunca pudimos revertir eso. Pero, bueno, uno en política pelea para ganar. Para eso hay que ir por el poder. De otro modo sos testimonial. Nunca pudimos revertir que nos trataran de oficialistas. Pero ello sucedió porque nos dejaron solos. Todavía nos siguen reprochando que no hiciéramos entrevistas en 678. Había un canal entero para hacerlas. Pero el programa era acusado como el responsable de que no se las hicieran.

–En ese sentido, hoy parece haber un intento de construir una especie de “centro periodístico”, que organiza un mapa donde en un extremo queda situado “el periodismo de guerra” y, en el otro extremo, “el periodismo militante”. Ese centro periodístico se piensa a sí mismo como una especie de periodismo transideológico, que ocuparía el lugar de la verdad con relación a esos dos extremos que tendrían relatos sesgados o “politizados”.
–SR: ¿Eso a lo que se le llama “Corea del Centro”?
–Sí, eso. Pero con nuevas experiencias que intentan ocupar ese centro. Una de ellas parece ser, por ejemplo, el Canal IP, Información Periodística. Se supone que en ese centro transideológico se producen datos objetivos en contraposición a los relatos ideológicos. ¿Cómo ves ese intento de configuración?
–SR: No me interesa para nada. Ese tipo de construcción puede ser útil para cierto público. Yo entiendo que, al revés, es necesario diseminar cierta línea política en todos los géneros periodísticos, en el pensamiento histórico, en todos los nichos de periodismo existente. Que me digan que la herramienta de comunicación del kirchnerismo fue 678, es cierto. Pero fue un error.
“La Nación trata bien a Lanata porque labura en Clarín. Nosotros no hacemos eso. Suele pasar que competimos entre nosotros”.
–¿Por qué?
SR: Porque no podes concentrar la comunicación del Gobierno en un programa de televisión que pelea contra un grupo de medios que cuenta con 350 canales. Es absurdo. Nos comparaban a nosotros con Clarín. No podés comparar a un programa, que además tenía poca producción, con aparatos mediáticos monstruosos. Una buena política de comunicación tiene que incluir al periodismo político y al de entretenimiento. Se puede hacer un programa de espectáculos que no bucee en la vida sexual de la gente. Acá es como si se pensara todo de forma totalitaria. La otra cuestión es el rigor. Nosotros tenemos la obligación de ser rigurosos. Ahora veo las bajadas y los epígrafes llenos de errores. Eso es ignorancia. En la Página 12 de Ernesto Tiffenberg éste te daba media hora de charla si te mandabas un mal epígrafe.
–Muchos dicen que era Tiffenberg el verdadero director de Página 12 y no Lanata.
SR: Siempre. A Lanata se le podía ocurrir alguna idea alguna vez, pero el que siempre estaba detrás de la información cotidiana, el que imponía el rigor periodístico, era Tiffenberg. Fui muchos años jefa de distintas secciones en Página 12 y cada vez que teníamos reunión de edición, había que defender tus notas como si defendieras una tesis en la Facultad. Yo llegaba tres horas antes a la reunión de edición para prepararme, porque me ponía re nerviosa por el alto nivel de exigencia que el diario manejaba en aquella época. Por eso a mí siempre me interesó el periodismo militante. Antes de que existiera el kirchnerismo. El periodismo tiene que servir para cambiar el mundo. En la actualidad veo que la gente está muy pendiente de con quien consigue un canje. La verdad es que ese periodismo siempre existió, pero nunca me interesó. A mí me interesa el periodismo con gente convencida de militar en favor de la libertad, la equidad y la justicia social. Eso es lo que hice desde mis 18 años.
“Nunca quise ser una presentadora de la CNN. Tampoco me resulta deseable. Siempre quise hacer lo que hice”.
–Vos decías recién una cosa muy interesante. Por un lado afirmas “678 estaba solo”, y lo primero que yo pienso es que no estaba solo, estaba acompañado por un conjunto de medios como Tiempo Argentino, Página12, Radio Del Plata y América, entre otros. Pero vos vas más allá y decís que estaba solo en el sentido de que no había una estrategia comunicacional para los otros géneros televisivos.
–SR: Claro. Eso es lo que nunca entendí. Nos reprochaban a nosotros que no hacíamos debates, pero ¿por qué los íbamos a hacer si nosotros éramos un programa de análisis de medios? Se debería haber generado un programa de debates. ¿Por qué el canal no decidía hacer un programa de debates? Sobre nosotros cayeron responsabilidades que no eran nuestras. En una época tuvimos que hacer nosotros esos debates. Pero era forzado, porque 678 no era un programa de debates. Lo mismo sucedió cuando se pretendía desde 678 hacer un programa de primicias. Eso de estar con los teléfonos todo el tiempo, con el último dato que te pasan. El análisis no se hace con el teléfono, se hace con la cabeza. No me gusta laburar así. Entiendo que hay periodistas que hacen eso, pero no es lo que a mí me gusta. Y no fui convocada a ese programa para hacer eso. De todas maneras yo había renunciado a los dos meses, apenas entré. Me fui porque no me gustaba. No se podían desarrollar los temas. No se podía argumentar. Es muy difícil trabajar en televisión porque te tiene que gustar el artificio. La televisión es artificio. Entonces renuncié y me fui a Jujuy a hacer el libro de Milagro Sala. Después de un tiempo, volví. Para mí fue una misión política. Entendí que había que hacer un sacrificio. Nosotros estamos en países donde está todo en disputa, no podemos fingir que estamos en Gran Bretaña o que somos parte de la BBC. Somos América Latina. Aquí los medios se han convertido en monstruos, por lo que es necesario exorcizar la idea de que uno está a favor de algunas causas. Lo que no significa que vaya a mentir. Uno está a favor de algo que sucede, no de algo que no existe o no sucede. Eso es lo que hace Clarín.
“El debate entre periodistas serios y militantes es una trampa”.
–Ahora hay un reagrupamiento de cierto periodismo que ejerce una especie de crítica continua e implacable al gobierno como si estuvieran permanentemente en un campo de batalla. Ello sucede claramente en medios como Radio Rivadavia y La Nación + ¿Qué pensás de esa movilización orgánica de los cuadros periodísticos de la derecha?
–SR: Eso cambia un poco el panorama. Si uno escucha Radio Rivadavia sabe lo que le van a decir. Es como el título del libro de Víctor Hugo, “Mentime que me gusta”. Me parece que lo que ese reagrupamiento pone de manifiesto es que, para ellos, es necesario seguir alimentando las usinas de odio porque expresan un proyecto del que no puede proponer nada, que no puede ser dicho y, por lo tanto, su estrategia es sostenerse en frases fáciles que la gente odiadora pueda replicar constantemente. Antes estaban más dispersos y ahora están en radios como Mitre y Rivadavia. Mirá que nombres. Quienes sintonicen eso van a encontrar lo que buscan. Ahí no hay ningún tipo de sorpresa. Para mí es un síntoma de cierta debilidad de Clarín y de La Nación. Estos medios han perdido mucho público. Creo que hay algo que se desgastó dentro de sus propios mecanismos y es por ello que salen a instalarse en otros soportes. Es cierto también que los contenidos periodísticos tienen que dialogar entre sí. A vos no te sirve un 678 si no tenés una Televisión Registrada que dialogue con vos. Nunca entendí las políticas de comunicación que no generan retroalimentación entre los distintos medios y programas. Porque la comunicación funciona a partir de la retroalimentación: vos emitís un mensaje, otro lo recoge, otro lo amplifica, otro lo multiplica y, en ese proceso, lo toma la gente. Se lo toma no porque se lo diga en un medio sino porque hay un dispositivo que lo multiplica y lo dispersa hasta convertirlo en un sonido ambiente. El “se robó dos PBI” lo convirtieron en un sonido ambiente y lo terminó repitiendo el carnicero. No porque lo haya dicho un periodista. Eso nosotros nunca lo logramos porque la derecha es más solidaria entre sí. Saben que tienen que hacer eso, entonces lo hacen. Por ejemplo, La Nación trata bien a Lanata porque labura en Clarín. Nosotros no hacemos eso. Suele pasar que competimos entre nosotros.
“Es necesaria cierta coordinación y autobombo entre los medios que tiran para un mismo lado. Bajar la espuma de la competencia”.
–Vos decís que inclusive durante los gobiernos de Cristina las distintas experiencias periodísticas no funcionaban coordinadas.
–SR: Claro y eso es lo que nunca entendí. Cada uno alimentaba su propio kiosquito. El periodismo en sí mismo es muy difícil porque es un laburo muy narcisista. Por eso hay peleas boludas. En la derecha corre más guita. Está todo el mundo mejor alimentado y más tranquilo. No tiene miedo de perder su lugar y que no haya otro, como sí nos pasa a nosotros. Para mí, una política de comunicación estratégica sin ese diálogo entre distintos soportes periodísticos no funciona. A la derecha le funciona porque sus contenidos dialogan unos con otros. Y se amplifican permanentemente.
–Inclusive tienen la capacidad de combinar elementos contradictorios en sus discursos. Producen una especie de collage. Hace unos días, la UCR sacó un documento al que llamaron “Manifiesto por la esperanza democrática” firmado por Mario Negri, Ernesto Sanz y Jesús Rodríguez, entre otros. En ese documento afirman que es necesario un ejercicio de creatividad política para conformar un polo de poder republicano, pero que, además, “esté dispuesto a garantizar el pluralismo y a recuperar el sentido del lenguaje político, distorsionado por el despotismo demagógico en sus manifestaciones más autoritarias”. O sea: por un lado construyen estas experiencias radiales con discursos extremos como expresan hoy algunos de los que están en Rivadavia y Mitre y, por otro, van en la búsqueda del discurso democrático. Es un collage: discursos del odio más pluralismo y democracia. Es incompatible. Y sin embargo lo proponen como una unidad.
–SR: Eso es lo que nos pasa con muchas palabras. Ellos disputan todo el tiempo el sentido de las palabras. Y son ordenados para hacerlo. En el marco de una batalla comunicacional como la que atravesamos, para mí era raro no tener espacio en un Gobierno por el que había militado desde diciembre de 2015. Por eso, mi decisión era volver a mis orígenes, a los medios alternativos. Sigo pensando que son lugares desde donde se llega a las bases militantes. Nunca quise ser una presentadora de la CNN. Tampoco me resulta deseable. Siempre quise hacer lo que hice. Pero me dolió la acusación de periodismo militante porque contenía un mensaje desvalorizador y me quitaba mi condición profesional después de 40 años de vivir del periodismo. A todas luces, el debate entre periodistas serios y militantes es una trampa. A mi juicio, muchas cosas de la comunicación siguen sin funcionar, pero habría que empezar por entender que es necesaria cierta coordinación y autobombo entre los medios que tiran para un mismo lado. Bajar la espuma de la competencia.
“No hay ningún medio de comunicación que funcione sin política. Acá no hay adversarios, hay gente que quiere destruir”.
–Ellos construyen su propio ejército de voces. Y lo hacen rápido. En cambio, de este lado, hay una suerte de gran fragmentación y, muchas veces, falta una línea política comunicacional común.
–SR: No hay ningún medio de comunicación que funcione sin política. Y la comunicación del actual gobierno parece partir de la idea de que no hay que politizar. Pero ya estamos politizados. Si no politizás vos, te politizan los oponentes. Acá no hay adversarios, hay gente que quiere destruir. No es un Estado de Derecho pleno. No hay presos arbitrarios, hay presos políticos. Me parece que esa cosa liberal de la comunicación no trae nada bueno. Ahí perdemos. Es necesario seguir repolitizando a la sociedad argentina. Recurrir a una comunicación despolitizada es contra natura.
*Con la colaboración de Manuel Caballero.