jueves, marzo 30, 2023
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Marcelo Figueras: “Todavía estamos en un tiempo de resistencia”

Por Emanuel "Peroncho" Rodríguez y Luis Zarranz
Marcelo Figueras: “Todavía estamos en un tiempo de resistencia”

Entrevista realizada por Luis Zarranz y Emanuel “Peroncho” Rodríguez en el programa Fuera de Contexto que se emite los sábados, de 16 a 18 horas, en El Destape Radio. Repite los domingos a las 14 horas. FM 107.3 –http://eldestaperadio.com En Spotify: Fuera de Contexto Radio

—Luis Zarranz: Tenemos el gusto de conversar con el periodista y escritor Marcelo Figueras, conductor de BigBang en El Destape Radio y director de Radio Provincia, autor de libros emblemáticos de nuestra literatura. Gracias por este ratito. ¿Cómo estás?

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—Marcelo Figueras: ¿Qué tal, Luis? ¿Qué tal Emanuel? Muchas gracias por la invitación. Un honor.

—LZ: En esta semana que tanto nos moviliza, referida al 24 de marzo, se cumplen 45 años del golpe. ¿Qué representa la memoria en el país de las y los 30 mil?

—MF: Creo que es el hecho definitorio de las últimas generaciones. Así como imagino que para todos los europeos que nacieron durante la primera mitad del siglo XX, sobre todo la Segunda Guerra Mundial es un eje que lo redefine todo a partir de lo cual o todo se explica o todo no se explica, para nosotros la dictadura es eso, ¿no? De alguna forma parte de nuestra identidad deriva de esa experiencia, de la experiencia de esos años en particular y de todos los años que siguieron en búsqueda de la más elemental de las justicias, para lo cual obviamente había que hacer un trabajo de historización para sostener esa memoria, la memoria en particular de todo lo que habían querido borrar. Borrar gente en concreto, pero también borrar una cultura, borrar canciones, borrar nombres, borrar libros, borrar películas. Un trabajo de negación verdaderamente fenomenal, creo que si se pudiese medir químicamente, si hubiese así como hay exámenes para saber tu ADN, si hubiese un examen que sirviese para esto, creo que en el ADN de todos nosotros habría elementos que tienen que ver con la dictadura y la pos dictadura, en el sentido de que hicieron mucho para convertirnos en quienes somos.

—Emanuel Rodríguez: Y a vos, personalmente, ¿cómo te atraviesa una efeméride como el 24 de marzo?

—MF: Es un poco inevitablemente remitir… uno recuerda, en particular recuerda la experiencia personal, que en el caso mío está vinculada esencialmente a la experiencia del miedo. Cuando yo pienso en términos de miedo, no pienso en películas de terror que me hayan marcado cuando era chiquito, pienso en eso y me parece particularmente definitorio en mi vida porque, encima, era un miedo que podría no haber sentido, de alguna manera. Yo no tenía ninguna circunstancia vital en ese momento, mis viejos tenían militancias cero, eran más bien gorilas leves, asintomáticos, pero tirando a gorilas, después fueron para el lado de Alfonsín, cuando volvió la democracia. Por eso, no estaban involucrados en ningún tipo de militancia política directamente, o sea los que eran nuestra familia, nuestro grupo de amigos, no había nadie que hubiese sido tocado por lo que estaba pasando, razón por lo cual podría haber vivido en una perfecta nube de pedos. En la calle, la normalidad seguía siendo aparente, pero aun así, obviamente, había algo flotando en el ambiente porque yo no consigo recordar esos años sino a través de ese filtro del recuerdo, hasta corporal les diría, de vivir con miedo. Y decías, “¿miedo por qué?”. Yo tenía 14 años recién cumplidos en el 76, estaba en una secundaria católica, o sea privada, lo más protegido posible y, sin embargo, tenía miedo de andar por la calle, tenía pánico de la cana y vos decís ¿por qué? ¿Qué tenía yo que temer? Obviamente había algo que se percibía en el ambiente. Obviamente yo, más intuitivamente que por otra cosa, sabía en todo caso quién podía ser un peligro para mí, quién podía representar un peligro: los señores con uniforme de cualquier tipo e, intuitivamente, sentía que en todo caso yo debía representar un peligro para ellos, aunque más no sea por el hecho de que quería pensar por las mías, entonces para mí es eso, el recuerdo de la sensación de vivir cagado de miedo y sin poder explicar del todo porqué. Por supuesto, esto por fortuna se fue enriqueciendo con los años. A partir de procesos personales, que en mi caso se plasmaron en algunas novelas donde uno intentaba metabolizar lo que había pasado, y por suerte también en lo que ocurrió despuntando este siglo cuando Néstor volvió a revitalizar el proceso de Justicia, porque hasta ese momento de sanación al horror, estaba la doble y angustiosa sensación de impunidad absoluta. A través de lo hecho y de lo impulsado por Néstor, y obviamente por los jueces y las juezas y los fiscales y las fiscalas que laburaron en cada uno de los casos, de haber podido revertir el signo y de repente los 24 de marzo se convirtieran en una celebración, no porque uno celebrase nada de lo que pasó, pero sí lo que uno celebra es el proceso que hizo el pueblo argentino con respecto de eso, ¿no? Y sobre todo cuando uno mira en el contexto de otros países, empezando por España, por ejemplo, con respecto a la dictadura franquista, y siguiendo con el resto de la experiencia latinoamericana. Mirá lo que es Brasil hoy y cuánto de su presente sería distinto si hubiesen hecho un proceso de Memoria, Verdad y Justicia similar al nuestro y lo que son las Fuerzas Armadas hubiesen tenido que hacer un mea culpa y pagar sus responsabilidades de otra manera. Entonces, por eso para mí el 24 siempre es esta mezcla agridulce del recuerdo del pánico en la adolescencia mezclado con el recuerdo de la alegría. Ayer alguien me preguntaba de algún 24 que recordase y tengo muy presente el 24 del 2019, que fue el último que pudimos marchar, si se quiere, y caminar con la muchachada de La Cámpora desde la Esma hasta la Plaza de Mayo y estar rodeado de toda ese gente joven y percibir cómo toda esa experiencia, en todo caso, no fue en vano y cómo también define a las nuevas generaciones que toman esas banderas como propias.

—LZ: En esta configuración personal está también el mosaico social, porque ese miedo tan íntimo fue también y es también un miedo social. Es muy interesante.

—ER: ¿Recordás, en ese sentido, tu primera marcha? La primera vez que saliste a la calle un 24 de marzo.

—MF: No, la verdad que no. Lo tengo muy borrado. Yo venía, como les decía, de una formación totalmente apolítica, quizás algo que me definió de las elecciones del 83 fue haber conseguido uno de mis primeros laburos pagos como periodista en un diario muy fugaz que se llamó La época, que era un diario peronista, obviamente, que se armó básicamente para tratar de mover aguas en la previa a las elecciones y después de que ganó Alfonsín terminó cayendo en la nada. Para mí, eso fue, de alguna manera, mi primer acercamiento formal a la política con nombre y apellido. Y después sí recuerdo más bien traumáticamente otro tipo de manifestaciones. La manifestación de fines de marzo que llevó al delirio del ataque sobre las Malvinas, la movilización del ‘Felices Pascuas’, cuando hubo aquel levantamiento contra el gobierno de Alfonsín. En general, las movilizaciones a las que uno iba eran muy traumáticas en muchos sentidos, para mí el ‘Felices Pascuas’ es una cosa que llevo marcada a fuego en un momento de lo que yo entendí, y sigo entendiendo, como una clara traición a la voluntad del pueblo argentino. Pero, la verdad, que el primer 24 no me acuerdo, me acuerdo de los 24 kirchneristas, ahí sí se me arma una especie de continuo en esa cosa maravillosa de una fiesta donde se mezclan todas las clases sociales y todas las generaciones, quizás porque el recuerdo que yo tengo era que eran las primeras veces que uno podía empezar a celebrar sobre el dolor, sobre la base del dolor, pero al mismo tiempo sintiendo que había algo para celebrar, por lo que se estaba logrando en términos Justicia y por lo que uno percibía en la gente. Cómo esa bandera había, de algún modo, cristalizado lo que era la mayoría del pueblo argentino, que había sido la lucha por los derechos humanos, había, de algún modo, coagulado alrededor suyo a la enorme mayoría del pueblo argentino y siento que eso es algo de lo que hemos perdido en los últimos años. Quizás, al haberse partidizado deliberadamente la cuestión, ahora lo que tenemos es eso, un campo popular que sigue pensando que la lucha por los derechos humanos sigue siendo su lucha, y tenemos otro partido político u otra coalición, por ahí, que hace de su lucha todo lo contrario, que pretende hablar en nombre de la democracia, pero lo que predica es todo lo contrario. Vender las vacunas, particularmente, no es democratizar las vacunas, es todo lo contrario, es privatizar las vacunas. Las cosas que está habiendo entre las campañas de estos días de “no son 30 mil” a más gente que trata de negar toda esta cuestión de otro modo: nos hemos dejado enajenar la cuestión de tal manera que los que nosotros consideramos que antes estaban afuera del campo democrático, claramente ahora están adentro. Formalmente digo, porque siguen siendo tan antidemocráticos como estaban afuera, pero de repente están organizados con otros partidos políticos donde pueden hablar en contra del pueblo mapuche o de las mujeres que se embarazarían para cobrar la Asignación Universal por Hijo. Esos discursos son antidemocráticos y están dichos por gente que forma parte de partidos políticos legales, que tiene cargos en muchos casos, y eso es un discurso que ha colado en un lugar donde no debía haber colado nunca. Creo que tenemos que hacer un trabajo conjunto con todas esas fuerzas políticas democráticas de verdad para volver a expulsar de ahí toda manifestación que vaya en contra de lo que establece la Constitución. Nada que sea discriminatorio puede formar parte de la lucha política formal.

—LZ: Tuve el honor de que participaras en No nos han vencido, esta compilación de textos por los 45 años del golpe y ahí focalizás las consecuencias de la dictadura en el ámbito de la cultura y hablás de esa imagen en el cuartito del Instituto de Cine, con los celuloides de las tiras cortadas pero también de las resistencias, hablás de las producciones antológicas de Charly, de Spinetta, del propio Indio. En rasgos generales, ¿qué saldo dejó la dictadura en la cultura popular argentina?

—MF: El saldo en ese sentido es absolutamente negativo, porque es un intento de convertir la cultura argentina en esos documentos de la CIA que emergen de tanto en tanto cuando se los transparenta y están llenos de tachaduras negras. ¿Viste lo que se llama el redacter, los documentos que se supone que tienen información que es importante y te los van tachando en negro para que las partes esenciales no las puedas leer? Bueno, eso es básicamente lo que los milicos, lo que la gente que instó y sostuvo y financió a los milicos, que sigue estando impune, quiso hacer. Pero, por otro lado, lo que generó es una cultura de la resistencia de la cual no solo somos hijos sino que seguimos siendo practicantes. Yo creo que esa es una de las cosas que todos, por lo menos intuimos en estos días, en este último año y pico, por un lado haber votado una fuerza que ganó las elecciones en primera vuelta por una notable diferencia y, al mismo tiempo, la sensación de que nunca terminamos de llegar al poder porque, ok, ahí están Alberto y Cristina y qué se yo, pero se supone que la estructura institucional de este país está basada sobre tres patas y una de esas patas está secuestrada, ¿viste? De la Corte Suprema a todo lo que es la cabeza del Poder Judicial. Por eso, un trípode, si te falta una pata se cae, no funciona como tiene que funcionar, entonces vivimos en esta sensación de que, por un lado, nos sentimos parte del gobierno, intentamos sostener lo que el gobierno hace y, al mismo tiempo, sentimos que seguimos formando parte de la resistencia, trabajando de la resistencia. Qué raro, es una sensación extraña, pero que creo que hay que asumirla porque es lo que corresponde y es lo que cabe. Necesitamos trabajar para que el gobierno democrático de la Argentina pueda verdaderamente hacer su laburo, que es lo que los poderes establecidos de muchas maneras, primero por la situación que generaron al endeudarnos como nos endeudaron, al fugar guita como se fugó, al armar el Poder Judicial que armaron y que seguimos padeciendo nos dejaron esa condición, y siguen boicoteando desde donde pueden. Entonces, parte del laburo como ciudadanos es tratar de sustentar este laburo para poder tener un gobierno que sea verdaderamente democrático, que pueda practicar la democracia y no que sea un gobierno débil, terriblemente condicionado por los poderes reales.

—ER: Rodolfo Walsh es una de tus referencias, solés mencionarlo. La dimensión política y militante de Walsh en sus investigaciones son, posiblemente, no todo lo que se merezca, pero una cartografía conocida, o por lo menos más que sus recursos narrativos. Ahora, ¿qué aspectos, justamente, de su estilo narrativo te interpelan? ¿En qué sentido Walsh es una referencia literaria para vos?

—MF: Para mí es el narrador definitivo, esto en el terreno personal, en el terreno de lo que significa para mí, porque hay determinados aspectos de su trayectoria o de su arco vital, si querés, que me interpelan mucho. Yo venía siendo un pibe que creció durante la dictadura, yo sentía, porque era lo que se imponía a través del abono cultural, que la dictadura había impuesto que hacer literatura significaba hablar de determinadas cosas y significaba la prohibición de hablar de otras, por la vía de entronización de figuras como la de Borges y Bioy Casares, etc. Más allá de sus indiscutibles méritos literarios en sí mismo, lo que había era un descarga de decir uno puede hablar de sagas islandesas, pero no puede hablar de la realidad argentina porque es grasa, porque si te metés con algo que tenga que ver con la realidad eso no es literatura, entonces había una especie de carga, o sea de mandato muy angustiante, muy poderoso, condicionando lo que uno debía hacer si quería convertirse en escritor en Argentina. Por otro lado, yo también tenía una relación muy tangencial con la política, una suerte de tendencia a escaparme de la realidad lo más posible y vivir en mi mundo de fantasía literarias cinematográficas historietistas y ahí, también, la tardía conversión política de Walsh también me interpelaba. Como el tipo, de repente, se encontró con una realidad que lo cazó de la piel del cuello, como si fuese un perrito o un gatito, y lo sacudió y le dijo “no boludo, estás mirando todo mal” y lo acercó al peronismo a partir de la realidad, no a partir de la ideología, sino a partir de lo que podía comprobar. Entonces, de repente, era un tipo cuyo acercamiento a la política a partir de la historia concreta, de la historia fresca de sus días y cuyo talento narrativo volcó precisamente a trabajar sobre los temas que consideraba esenciales de su hora y de su momento. Para mí, fue el sacudón que necesitaba para sentir que podía deshacerme de ese mandato de mierda de tener que escribir solo determinadas cosas y pensar que la realidad argentina no era materia literaria. Para mí, era y sigue siendo lo mejor de los dos mundos. Es un tipo que habla de lo que hay que hablar y que lo hace a través del estilo más excelso y depurado, un tipo que puede hacer la mejor literatura a partir de los temas que importan, cuando lo que se nos impuso durante años era los temas que importan están por un lado y la literatura debería ir por otro, completamente ajeno. Entonces, para mí era el tipo que decía sí, se puede hablar de lo que nos angustia, de lo que nos preocupa y al mismo tiempo hacer literatura con eso, de trabajar con un nivel literario verdaderamente superlativo. Entonces, eso es lo que a mí terminó marcándome y siendo como el empujón que necesitaba para darme cuenta de que no solo se podía, sino que ya alguien lo había empezado, a entender hace muchos años, por supuesto para después ser negado, redactado en el sentido que yo decía y borrado en la medida de lo posible de la cultura oficial argentina, por eso terminé descubriendo a Walsh a mediados de la década del 80, recién. Ni siquiera, a veces trato de acordarme si lo había escuchado nombrar alguna vez o simplemente lo descubrí a través de la nota que Horacio Verbisky hizo en el segundo número de una revista que se llamó El periodista de Buenos Aires, donde hablaba de Operación Masacre como el Facundo de su generación. Pero, bueno, esa nota de Horacio fue la que lo detonó todo en mí.

—LZ: Hay una anécdota muy interesante en los tempranos 90, cuando cumpliste todos los requisitos para aplicar a una beca de maestría de la Universidad de Harvard, hasta que llegó la entrevista individual, curiosamente a cargo de Daniel Hadad, que te preguntó cuál sería tu modelo de investigación periodística. Contanos qué respondiste, por qué y qué pasó.

—MF: Nada, fue eso, yo estaba trabajando en Clarín en ese momento, en una época donde todavía se podía hacer algo parecido al periodismo, estoy hablando del siglo pasado, y surgió esta posibilidad de hacer una beca en Harvard y apliqué para eso. Para eso tenías que dar también un examen de inglés anglicano, que yo aprobé con un 9 noventa y algo, es decir estaba todo bien, todo perfecto, pero después había una serie como de monitores, que eran los tipos que eran encargados en este país de entrevistar a los aspirantes a la beca. Creo que, incluso, uno era Mariano Grondona, así que era como que las opciones venían bastante jodidas y a mí me tocó Daniel Hadad, o sea don Infoemba y, entonces, tuvimos una conversación así como muy genérica sobre temas de periodismo, hasta que llegó el momento de esta pregunta y yo me di cuenta de que había llegado el filtro porque la cuestión es ¿qué le digo? ¿Le digo lo que pienso de verdad y pierdo la beca ya, antes de levantarme de este sillón y salir de esta oficina, o le digo cualquiera para preservar mi oportunidad de aplicar a la beca? Y, nada, le dije la verdad. Le dije: “¿Querés saber cuál es mi modelo de investigación periodística? Operación Masacre”. Y no me acuerdo qué más le habré dicho, qué se yo, pero Hadad peló su sonrisa característica llena de dientes y por supuesto, se imaginarán, que nunca gané la beca de Harvard.

—ER: Hay un tema con la literatura argentina, la dictadura y sobre todo con la literatura de terror argentina. A partir de la dictadura, pareciera que al tener el monstruo tan presente, al ser el monstruo algo tan real, al ser el monstruo algo tan sólido que se llevó 30 mil vidas, parece que no se pudiera escribir terror sin hacer referencia a la dictadura en Argentina. ¿Cuánto crees que va a demorar ese proceso para que la literatura de terror en Argentina pueda prescindir de esa época o si es que va a pasar en algún momento?

—MG: Yo creo que ya se está liberando. Creo que ciertas cosas de Samanta Schweblin o Mariana Enríquez tienen que ver con el género, pero no necesariamente pasan por la dictadura. De cualquier modo, la experiencia madre viene de ahí, si hay algún lugar donde la mayor parte de los argentinos sentimos que tenemos una experiencia concreta de lo que es el horror verdadero tiene que ver con eso y nunca se va del todo. Lo que vimos en estos días, a partir de la nota de Vicky Ginzberg en Página/12 hablando de que descubrió que hay alguien que está usurpando el nombre de su madre desaparecida en Twitter como si fuese ella, con una foto de ella y todo, qué se yo, esto es de película de terror, porque quien hace una cosa semejante es un monstruo. Después, vamos si querés a acercarte de manera más literal al género de terror. Obviamente, hay muchos monstruos que son monstruosos en su exterior, eso es lo que estamos acostumbrados a ver. A ver exteriores que nos producen horror, pero acá nosotros estamos acostumbrados a convivir con gente cuyo interior produce horror porque finalmente así como está ese adagio en inglés que dice stupid this and stupid that, es decir estúpido es el que hace cosas estúpidas, podemos decir que un monstruo es el que hace cosas monstruosas, entonces, claramente, todavía viven en nuestra sociedad gente que hace cosas monstruosas. Alguna de esta gente la hace desde el anonimato, como estas bestias que están usurpando el nombre de una desaparecida para tratar de joder desde ese lugar, por empezar a sus víctimas directas y por empezar a la causa de la Memoria, la Verdad y la Justicia, pero también tenemos otros que van y lo dicen directamente. Qué sé yo, el ex presidente diciendo por televisión que hubo mucha gente que se ilusionó con el tema de tener la heladera llena. Y, ese es un monstruo, ese señor es un monstruo porque decir quién no se ilusiona con tener una heladera llena, aunque sea de cosas baratas, ¿viste? No de caviar, cualquier familia tiene derecho a tener una heladera razonablemente llena en este país. Cualquier niño, niña tiene derecho a abrir una heladera y encontrar algo que picar cuando lo que pica es el bagre, entonces que vos plantees de soñar con una heladera llena es una utopía, un delirio del pueblo argentino, solo un monstruo puede mencionar eso y no darse cuenta de que cuando está diciendo esa cosa está expresando el nivel de monstruosidad que posee y al que aspira.

—LZ: En el maravilloso libro Kamchatka, en ese texto tan dolorosamente tierno aparece la dictadura a través de la mirada de un nene de 10 años, a partir de hechos tan reales como el terrorismo de Estado. ¿Cómo se construye esa mirada, ese monstruo y a su vez esa cosa tan dolorosamente tierna de ese nene?

—MF: Un poco tiene que ver con lo que recién les decía: simplemente mostrando las consecuencias de la monstruosidad. En general, hasta ese momento lo que se veía en la ficción argentina, ya fuese cinematográfica o incluso literaria, donde el tema, la verdad, que casi todavía estamos hablando de fines del siglo pasado y casi todavía no se lo tocaba del todo, solo de manera muy colateral y estábamos aparte en un momento de absoluta impunidad, no sé si se acuerdan. Estábamos en pleno gobierno de la Alianza, salvo los que habían sido enganchados porque cometieron el error de no procurarse amnistía por el secuestro de los bebés, todos los demás desde los cabecillas hasta los torturadores y los fusiladores y los arrojadores de cuerpos iban al cine y se sentaban al lado tuyo en la butaca. Entonces, la sensación era muy angustiante y al mismo tiempo había una especie de feeling social de que ya estábamos hartos de hablar sobre el tema, ya estaba claro que no se iba a obtener nada distinto de lo que se había obtenido y que estábamos hartos de ver películas de secuestros, torturas y muertes, que era básicamente el lugar común por el que habían transcurrido la mayor parte de las películas que habían intentado abordar el tema. Entonces con Marcelo Piñeyro lo que queríamos es cómo hacemos para hablar de este tema del cual nadie parece querer seguir u oír nuevamente, entonces, digo, vamos a los efectos de la monstruosidad, vamos a lo que significó lo que hicieron sobre la vida de un inocente. En este caso un niño, en este caso particularmente dos, porque eran el narrador y su hermano más pequeño, y al mismo tiempo también la posibilidad de hacer un acto de reaparición, diría yo, porque, por lo menos para toda la gente de mi generación, solo habíamos tenido la oportunidad de registrar o de pensar en los desaparecidos a partir de su militancia política. Si bien, obviamente, era una cuestión absolutamente definitoria, porque eso fue lo que marcó su destino, solo pensamos en ellos en tanto militantes políticos y parte del proceso, más allá del proceso de desaparición física cuando sobrevino el proceso de desaparición cultural también tenía que ver un poco con eso. ¿Por qué no podíamos pensar en los desaparecidos como gente que también se había enamorado o estaba enamorada, a la que le gustaba determinada música, a la que le gustaba bailar, al que le gustaba ir al fútbol, a la que le gustaba gente que de repente no fuesen números, no fuesen siglas, no fuesen NN, qué se yo sino a hacer reaparecer su costado humano? Eso, no es que desaparecieron militantes políticos, desaparecieron personas, desaparecieron gente cuya militancia política era muy importante, pero que eran mucho más que esa militancia política, entonces la decisión fue un poco eso, veamos lo que pasamos a partir de la consecuencia sobre todo en inocentes, porque no hay ningún niño o niña que tenga por qué, bajo ninguna causa, padecer lo que padecieron, y todavía padecen en muchos sentidos, los hijos y las hijas de los desaparecidos. Entonces era presentarlos desde un lugar sensible y no ya el lugar más puro del cine horror que tiene que ver con ver otra vez una secuencia de torturas y todas esas cosas que finalmente, de alguna manera, casi te inmunizan o te vuelven inermes de cuando ya viste la escena número 60 de tortura ya no pasa lo mismo. Ahora, cuando ves sufrir a un niño, de repente decís “uy, este niño está sufriendo. ¿Por qué está sufriendo? ¿Hay derecho de que este niño sufra así?”. Entonces eso fue un poco lo que intentamos hacer con Marcelo, para ver cómo podíamos volver a presentar un tema que para nosotros estaba clarísimo que estaba muy lejos de estar agotado, de manera que volviera a reentrar en la conciencia de los espectadores argentinos.

—ER: Probablemente voy a pecar de creer que a un escritor le pasa más o menos las mismas cosas que a un lector cuando está leyendo lo que el escritor escribe, porque en La batalla del calentamiento usaste a un genocida como personaje, como un protagonista de escenas de mucho suspenso, bastante tenebroso y como lector, al menos, yo tengo la experiencia, el recuerdo de esa experiencia, bastante agobiante de lectura, una lectura siempre recomendable y siempre la experiencia es maravillosa, por supuesto, pero hay como un agobio, un terror tremendo. Para vos, ¿cómo fue convivir con esa versión del monstruo durante el proceso de escritura?

—MF: En algún lugar, te diría casi una cosa natural porque la novela que vos traés a colación, en realidad, es una novela donde lo horroroso solo tiene que ver con una parte muy definida. En general, es una novela que más bien busca ser adorable, llena de gente y de personajes adorables con mucho sentido del humor, con mucha imaginación donde narra la historia de una comunidad, en un pueblo del sur que no existe, entonces yo creo que, por un lado, es una novela muy adorable, pero lo que tiene es esto, digamos ahí hay tres personajes principales, pero hay uno de ellos que no puede pasar la barrera de la experiencia. Es decir, hay dos personajes, el personaje principal y la niña, que, de alguna manera, han vivido la circunstancia de la dictadura, pero como todos nosotros, que todavía estamos acá y que hemos llevado adelante una vida y una vida productiva y hemos hecho cosas de las cuales nos sentimos orgullosos, pasamos por esa experiencia del fuego y pudimos construirnos de algún modo, a pesar de eso pero no a todo el mundo le pasa y uno de los personajes de La batalla del calentamiento es un personaje que no puede pasar, o sea que atravesó esa circunstancia y que no puede salir. Hay muchos que hemos tenido infinita suerte y hay gente que no ha tenido tanta y que se ha quebrado de una manera de la cual no ha podido salir. ¿Y cómo no entenderla? ¿Cómo no entender que determinado tipo de terror te quiebren? Yo conocía, obviamente, a una persona, con la que conviví mucho tiempo, que era convivir con esta sensación. Hay una persona que ha pasado algo tremendo que nunca la deja salir, nunca la deja asomar, nunca le permite aspirar a nada parecido a la felicidad porque el grado de destrucción es tan grande que la marca para siempre y un poco para mí fue eso, estar hablando de algo que conocía con relativa cercanía, pero, de cualquier modo, es otra vez lo mismo, el personaje del represor, una especie de Astiz que aparece en la novela. En general, también están los márgenes y lo que a mí me interesa, en todo caso, son las consecuencias sobre los seres humanos de determinados horrores, porque lo que me interesa es eso. La verdad es que en ninguna de las novelas en las cuales he tocado el tema más o menos directamente hay un represor o un asesino que ocupe un rol central, porque ahí es una cabeza en la cual yo no quiero entrar y no me interesa entrar. Sí me interesa entrar en la cabeza, en el cuerpo y en la experiencia de aquellos que han sufrido las consecuencias de los actos de gente como ésta, pero, la verdad, es una piel en la cual no quiero y nunca me voy a querer poner.

—LZ: Te cambio de tema, te traigo más acá en el tiempo, porque en pleno macrismo saliste de gira con Cristina. ¿Qué viste ahí? ¿Cómo definirías ese vínculo entre Cristina y la multitud que la acompañaba a cada una de esas presentaciones?

—MF: Y, una historia de amor de masas, porque eso es lo que ves. Eso es lo que yo vi. Siempre digo que, por fortuna, estás más o menos preparado por la experiencia de haber seguido al Indio en los últimos años y ver algo que era una especie de fenómeno similar. Un tipo que es una persona que, vaya donde vaya, al punto del país que vaya, lo que se genera es eso, un fenómeno de multitudes y también otra vez de multitudes de todas las clases sociales, de todas las generaciones que van para disfrutar de algo, pero yo te diría que casi en un 70% van para expresar amor. Están ahí para expresarle a esa persona que está arriba del escenario lo que significa para ellos y lo viví con el Indio y con Cristina era lo mismo. Por eso ver gente y ver un océano de gente levantando una mano con un libro de tapa azul, es decir gente para la cual comprar ese libro debe haber significado no sé, cuotas, préstamos porque no es gente que compre en Mercado Libre con un símbolo de acá estamos, leímos tu historia y seguimos formando parte de tu historia. Era un poco eso, las presentaciones del libro fueron una especie de renovación de un pacto de amor entre un pueblo y una persona que muy claramente interpretó su voz y sigue interpretando su voz.

—ER: ¿Recordás particularmente alguna anécdota de esa gira, que fue la presentación de Sinceramente por todo el país?

—MF: Mirá, qué sé yo, sí, muchas pero una que sacudió particularmente fue una de las presentaciones en las cuales yo le pregunté por Florencia. Creo que ella acababa de volver de Cuba, de una de las estadías de Cuba para ir a ver a Florencia. Por supuesto, nos reuníamos antes de cada presentación como para ver, si bien el libro que presentábamos era el mismo, la realidad iba evolucionando y nos juntábamos para ver ahora de qué vamos a hablar, de dónde lo vamos a tomar y qué de lo que está pasando se refleja en qué parte del libro y, por supuesto, en esa reunión a su vuelta de Cuba le consulté sobre el tema. Le digo: “¿Querés decir algo sobre Florencia? ¿Querés que te pregunte algo sobre Florencia?” Y me dijo que sí, que por supuesto. Y cuando llegó el momento y yo le pregunté no pudo. No pudo, se quebró y se quedó ahí y me hizo un gesto con la mano por abajo de la mesa, ahora que abajo de la mesa está tan de moda como diciendo no va, no va más y yo ahí cerré inmediatamente el acto y la abracé y sentí que era lo único que podía hacer, como que era lo que yo imaginaba que toda la gente trataba de hacer en ese momento, solo que en todo caso yo era el único que podía hacerlo. Después mucha gente me puteó, me dice “cómo la hacés sufrir que le preguntaste de eso” y obviamente lo había hablado con ella porque sabía que era un tema de enorme sensibilidad. No iba a hacer una bestialidad semejante sin tener su acuerdo, pero cuando conversamos de la cuestión, después, ella me decía “sí, yo también pensé que iba a poder hablar del tema, pero no pude”.

—LZ: ¡Qué fuerte! Es impresionante cómo, al escucharte con la emoción, todos también nos sentimos sensibilizados, la piel de gallina cuando vas narrando estas escenas porque también tiene esa cuestión que generan dirigentes líderes como Cristina, que cuando se emocionan, se quiebran, es como que no hay frontera. Inmediatamente se multiplica. Y se nota que te pasa también ese registro.

—MF: Sí, creo que es lo que nos pasa a todos para los cuales Cristina significa lo que significa, lo que le hace doler, nos hace doler. En ese sentido también tenemos una tradición histórica de líderes que nos han representado de tal manera cuyo sufrimiento también era nuestro sufrimiento. Yo, obviamente, no alcancé a vivir la experiencia de Eva, pero escuchás a la gente que sí atravesó esa época y lo que le pasa es exactamente lo mismo. Cada uno de los momentos en los cuales el sufrimiento de Eva era sensible o se quebraba, o qué se yo, sufre ella, sufrimos nosotros y creo que en ese sentido acá es igual.

—ER: Es como un amor que se puede transmitir fácil entre compañeres y quienes sentimos más o menos lo mismo, no hacen falta demasiadas palabras, sabemos todes de qué estamos hablando. Ahora, lo encuentro muy difícil de transmitir para el colectivo odiante. Para ese colectivo antiperonista, anticristinista, en Argentina, que parece no comprender este fenómeno de afecto, parece estar muy lejos. ¿Crees que se puede tender un puente, se puede tratar de explicárselos y que de alguna manera les llegue y lo comprendan?

—MF: Lo que pasa es que es muy difícil explicar determinados fenómenos a gente que siente que lo que la define es el odio. Si lo que constituye tu identidad es el gorilismo, el odio hacia todo lo que representa el peronismo, el populismo, porque una cosa es que no te guste como partido, que no te guste su práctica de gobierno, esto es un tema. A ninguno de nosotros nos gusta toda la práctica de todos los gobiernos peronistas, algunos no nos gustan nada, pero cuando la cosa sale de lo racional y no es simplemente decir “no, yo con este partido no la voy, prefiero otro tipo de cosas”, cuando hay algo constitutivo, alimentado, un odio alimentado durante décadas y generaciones… Si nosotros estamos atravesados básicamente y vertebrados por esta cosa de amor y que no es solo amor hacia un líder o una líder, es una experiencia que tiene que ver con el amor a los otros, con lo que nos define: es la sensación de que ninguno de nosotros va a ser feliz por más que le vaya de puta madre si no podés salir a la calle y tropezarte con la miseria. Un poco esta es la cuestión, si vos sos alguien que está convencido de que este país tiene la riqueza suficiente como para que no haya nadie que tenga hambre, como para que no haya niño que no sea abrazado por una escuela pública, que si tiene problemas de salud sea tratado como corresponde, si vos no crees esto y crees más bien desde un lugar de decir “loco, mi mérito personal”, “a mí me va de puta madre, no me rompan las bolas”, “no quiero un pobre cerca”, “que la guita de mis impuestos vaya a estas cosas en las cuales el Estado no debería en los que no debería malgastar dinero”, ahí estamos fritos porque cómo le expresás qué es el amor de tu pueblo, al prójimo, a una persona que solo está definida por su propia conveniencia cuando lo desliza directamente por el odio. Entonces, ahí se convierte verdaderamente en un cuesta arriba, quizás trabajar desde otro lado, así como decía lo que habíamos tratado de hacer con Piñeyro, a ver qué rodeo podíamos dar para presentarle otra vez el tema a una población que ya había levantado muchas barreras para no oír hablar más de esto y quizás un poco lo mismo. ¿Pero vos en qué clase de país querés vivir? Porque incluso en los países que vos considerás como modelo se pagan impuestos infinitamente más altos de los que se pagan acá. Hay algo mucho más parecido a un Estado de Bienestar, no existe el país del cada uno por su culo y el resto que se joda, salvo que sea por eso una dictadura o un régimen autocrático, pero vivimos en una comunidad y la única forma de que la vida sea amable en el seno de esa comunidad es que toda la gente esté razonablemente bien. No que todos seamos ricos, ni mucho menos, sino es eso: llenar la heladera, mirá la ambición de la que estamos hablando. Que la gente pueda tener la heladera con el suficiente contenido como para no llorar cada vez que la abre o no abrirla para ver que no tienen nada de darles a sus hijos. Entonces, es muy difícil hablar con gente que tiene su identidad definida ya a partir del odio a algo, a una fuerza política que básicamente con sus costados buenos y con sus limitaciones lo que trata de decir es “che, loco, acá hay para todos, para distribuir de tal manera donde todos podamos vivir en un piso de tranquilidad”. Si no nos podemos poner de acuerdo en esto, y el problema es que no nos podemos poner de acuerdo en esto… Hay algún lugar donde nosotros no podemos pasar de pantalla todavía y convertirnos en otro tipo de país, porque no tenemos un acuerdo entre la gente de todas las fuerzas políticas de un modelo de país al que todos querríamos apuntar. Seguimos teniendo fuerzas políticas antitéticas y entonces es eso, nuestra dinámica es eso. Vienen los gobiernos populistas, si querés, y entonces hacen un montón de cosas para reparar la vida de la gente y después vienen los otros gobiernos y deshacen todo, te dejan sin nada, entonces otra vez volvemos a construir desde cero, desde menos tres o desde menos diez. Así, ningún país puede llegar a un estadio de desarrollo real y sostenido, ¿no? Son ciclos construcción-destrucción, construcción-destrucción, y es verdaderamente perverso, es verdaderamente enfermizo. Deberíamos tener un acuerdo de decir “loco, hasta una fuerza verdaderamente liberal, verdaderamente, si querés de centro o yo que sé, deberíamos poder coincidir en la idea de ‘che, este país tiene que crecer’. ¿Y por dónde puede crecer? Puede crecer por acá, por acá, por acá”. “Okey, vamos a laburar en esto, a desarrollar todos estos porque si esto funciona nos funciona a todos”. Y no, no hay forma porque lo que tenemos otra vez es esa dialéctica de la que estamos hablando cuando tratamos de pensar en cómo convencer a cierta gente de cierta cosa o cómo transmitirle a cierta gente una experiencia distinta de la que tiene cuando el otro lo que quiere es destruir todo lo que sos, estamos en el medio de un sistema político todavía a esta altura del siglo XXI en el cual por un lado está el peronismo y las fuerzas que se pueden organizar a partir de ese lado y del otro lado fuerzas políticas cuya única bandera, cuyo único programa de gobierno es la destrucción del peronismo. Y así hasta que no rompamos con este círculo vicioso no se va a poder ir a ningún otro lado y es tremendo esto, porque cómo llegás a un acuerdo constructivo cuando estás hablando con gente cuyo único credo es la destrucción.

—LZ: Hablamos de Cristina y no se puede obviar tu relación, tu vínculo, tu cercanía con el Indio. ¿Cómo se explica? ¿Cómo te explicás vos lo que genera el Indio en, como decías antes, en distintas generaciones, en distintas clases sociales esa cosa multitudinaria que adonde vaya millones lo van a ir a acompañar?

—MF: Lo que pasa es que el Indio.. yo creo que en algún sentido no se puede interpretar sino desde la experiencia del peronismo en este país. Y no lo digo porque el Indio, más allá de que él creció en los primeros tiempos del peronismo y que su padre lo era fervientemente y qué se yo, él nunca se definió necesariamente como tal, pero parte de la identidad del Indio está construida desde ese lado, con esos ladrillitos, si se quiere. Y digo lo del contexto porque lo que pasa es lo mismo que pasó con Juan Domingo y con Eva. Si hay una característica de nuestro pueblo es que no abandona a la gente que le dio una mano y que los ayudó y que no los traicionó nunca. Por eso, es esa cosa que todavía ahora, a esta altura del partido, uno se ve muchas veces compelido a intentar explicar por qué la gente te dice “no entiendo cómo la gente sigue siendo peronista” y qué se yo. Yo digo loco, porque una vez que te encontraste con alguien que pensó en vos y quiso algo que mejoró tu nivel de vida en alguno de los andariveles posibles, el pueblo argentino es fiel, reconoce eso y es ahí donde entra un poco el fenómeno del amor. Y lo que el Indio hizo, de alguna manera, en buena medida sin proponérselo, porque no había nadie que pudiera proponérselo, es muy similar. Por un lado, fue un tipo que nunca se traicionó a sí mismo, es un tipo que nunca niveló para abajo, hizo la música que le gustaba hacer y escribió las cosas que le gustaba escribir y nadie puede decir que hay ninguna demagogia ahí, porque el Indio no nos la hizo fácil nunca desde ese lado. Pero, sin embargo, cuando Los Redondos pasan de ser un fenómeno de culto y empiezan a convertirse en un fenómeno de masas, esto no ocurre en un vacío, ocurre en un momento de enorme crisis de representación político-cultural en la Argentina. Estamos hablando de los 90, estamos hablando del menemismo, estamos hablando en el momento en el cual entra a jugar por primera vez en la Argentina la cultura de la inseguridad y la figura del pibe chorro y del morochito con gorra y zapatillas sospechoso por simple portación de jeta o de color de piel en un momento de una profunda despolitización del país. O sea, lógico, un tipo formalmente peronista que hacía todo lo contrario de lo que figura en la más elemental ideología del movimiento peronista, obviamente, ahí había un vaciamiento de contenido fenomenal y ahí tenías una masa enorme de pibes viviendo en la crisis económica, con perspectiva de futuro cero, sospechada por ser morocha y vivir en determinados barrios y qué sé yo, que no tenía ningún tipo de representación política. Obviamente, el peronismo no los representaba en ese momento y no había ninguna otra fuerza política que lo hubiera y creo que el Indio, a través de Los Redondos lo que hizo es eso, la única figura que abrió los brazos y dijo “en nuestros conciertos vayamos donde vayamos, ustedes no son la escoria” o “ustedes no son el enemigo público número uno” o “ustedes no son los despreciados, ustedes no son la gente que nadie quiere ver caminando por la misma vereda que uno sino son una generación que tiene tanto derecho a ser feliz como cualquiera”. Entonces, creo que Los Redonditos fueron durante la década del 90 la contención político afectiva cultural social que nadie más le dio a un par de generaciones y creo que ahí lo que se generó es un pacto de amor que nunca se ha roto y que no se va a romper. Creo que es eso, que el Indio es, a través de los Redondos, aquel que nos ayudó a atravesar el desierto de los 90 y a quien yo siempre, medio en joda y en serio, tanto con él como con Máximo Kirchner, adelante de todos, digo que hay una cuota de responsabilidad del Indio, le guste o no, lo quiera o no, en lo que después se convirtió el kirchnerismo. Ahí había ya generaciones que habían crecido escuchando determinadas cosas y determinados slogans y determinadas frases convertidas en banderas que contribuyeron a generar un tipo de generación para la cual la experiencia política y la práctica política era la cosa más natural del mundo. No por nada Máximo tiene tatuado en un brazo “si no hay amor que no haya nada”.

—ER: Y además juró como diputado nacional usando una frase del Indio.

—MF: Exactamente, así es.

—ER: ¿Cómo contarías, cómo describirías, cómo llegaste al Indio, tu relación con el Indio y cuáles fueron las circunstancias que fueron llevando a Recuerdos que mienten un poco?

—MF: Había sido una relación de entrevistador-entrevistado durante la carrera de Los Redondos, básicamente era eso. Yo soy más bien tirando a tímido y nunca fui, como tantos otros periodistas del rock de aquella época, de generar o de buscar relaciones personales con los artistas. Me sentía cómodo en esa cosa de poder charlar en el marco de una entrevista, de hablar de lo que fuese y había algunos con los cuales podía tener una experiencia un poco más cercana, una afinidad más grande que otros, pero nunca fui de perseguir, de decir equis es mi amigo. No, equis era un artista que yo admiraba y quería seguir admirando, con el cual, de repente, podías tomar una copa, pero no era ni que yo iba a su casa ni que él venía a mi casa. Fue así con Los Redondos desde los 80 hasta fines del siglo, una relación, creo yo, de placeres recíprocos, en el sentido de que me resultaba un placer increíble escuchar hablar al Indio durante horas. Convengamos, todo el mundo lo sabe o por lo menos lo intuye, no es lo que le pasa a uno con el 99% de los artistas que entrevista, entonces para mí la excusa de un disco nuevo de Los Redondos era poder escucharlo hablar al Indio y abrirme la cabeza durante tres horas y, finalmente, lo que yo hacía con eso al Indio lo ponía contento, porque en todo caso se sentía representado por la forma en la que yo bajaba lo que había hablado, cosa que no siempre pasa. Por otro lado, podés ser el tipo más locuaz y lúcido del mundo y depende de quién tengas sentado delante, cuando ves lo que escribió, a partir de eso te querés pegar un tiro en las tarlipes, ¿viste? “¿Yo dije esto?” ¿Lo dije así?” Entonces, creo que habíamos tenido una relación de un razonable  y recíproco afecto a partir de que cuando nos juntábamos las dos partes terminábamos siempre contentas y, de algún modo, hay cosas que yo fui borrando y volvieron a reaparecer durante el proceso de hacer Recuerdos que mienten un poco. De repente, fueron apareciendo ahí grabaciones, yo qué sé, de Piso 93, el programa que hacía Rafa Hernández en la Rock and Pop, en aquel momento donde el Indio hablaba de mí muy afectuosamente y yo no me acordaba para nada. Grabaciones de  un concierto, no me acuerdo dónde era, donde el Indio dice “che, ahí parece que hay lío con la policía, a ver si los amigos Enrique Symns y Marcelo Figueras van a ver algo”, como si nosotros pudiéramos hacer algo con la cana. Pero de un concierto que yo ni siquiera me acuerdo haber estado, entonces creo que había una relación que, además de profesional, era de un mínimo afecto. De hecho, la única vez que fui a comer con ellos fue después de que terminé el primer tramo de la entrevista que hicimos cuando salía Momo Sampler, es decir días antes de que se separaran, creo que fue la única vez que fuimos a comer, a una parrillita de Palermo, y a hablar de cualquier otra cosa, más parecido a un encuentro social que yo había tenido con ellos hasta ese momento. Pero, bueno, llegó la separación y a partir de los 15 años que siguieron obviamente Los Redondos seguían siendo tema en la cultura argentina. Cada vez que se cumplía algún aniversario de algún disco, de alguna cosa, siempre había algún medio que me pedía algún texto y el Indio, a quien yo no había vuelto a ver desde aquella vez que lo entrevisté por Momo Sampler, siempre tenía la deferencia, lo cual también es un gesto, aclaro, porque sé que la mayor parte de la gente no tiene por qué saberlo, un gesto muy inusual de agradecerme lo que yo había escrito. A través de su manager de entonces, me mandó un mail donde me agradecía lo que yo había puesto, y digo esto porque el 99% de los artistas no te agradecen un carajo de nada. O sea, no te agradecen cuando escribís cosas lindas sobre ellos y en el primer momento en que ponés una objeción, o decís algo que no te cierra del todo, se ofenden con vos mortalmente. El Indio, con su elegancia característica, siempre se tomaba este trabajo de cada cosa que yo escribía agradecer y mandar alguna frase inolvidable como corolario. Y, finalmente, llegó un día donde hubo este mensaje de Julio Sáez, quien era el manager del Indio en aquel momento, diciéndome “che, mirá, está el proyecto de que el Indio cuente su historia y que haga su autobiografía y él pensó en vos”. La verdad, un momento inolvidable de mi vida. ¿Viste esos momentos que te quedan grabados? Por eso, un sábado, un domingo a la mañana, cuando te despertás, te ponés los anteojos y ves qué mensaje tenés y te encontrás con ese que para mí era, por un lado por la admiración que le había tenido siempre, y además significaba la oportunidad histórica de que, por primera vez, el Indio iba a contar su historia, algo que se había cuidado siempre de hacer, entonces yo entendía, por un lado, el placer que entrañaba retomar el contacto y por otro lado la conciencia y la oportunidad histórica que significaba poder darle forma a la historia del Indio contada en primera persona por primera vez.  Y, bueno, fueron una pila de años de charlas y de grabaciones y de todo eso y a partir de eso, creo que sí, que se armó algo inevitablemente, que es ya una amistad en la cual lo que yo pensaba de él, y esto también es muy raro porque en general una cosa que suele pasar… hay mucha gente que siempre dice, y con buen tino, que lo mejor que podés hacer con una artista o con un artista que admirás es conocerlo lo menos posible porque, claro, después cuando uno lo mira de cerca empiezan a aparecer los defectos humanos que hacen que a uno, sobre todo si es muy ingenuo, se le pinche el globo. Pero, la verdad, que a lo largo de la experiencia de estos años mi admiración por él como artista sigue estando intacta, casi diría que al revés, que creció mucho más por la oportunidad de reflexionar larguísimamente sobre lo que ha hecho y sigue haciendo y después lo que se generó es una relación humana que para mí es fundamental. Para mí la dinámica de ir a verlo una vez por semana es lo más parecido a una fiesta, porque sé que voy a hablar con él y me va a hacer cagar de risa durante horas, como lo hace siempre, y que voy a salir mejor que si me hubiese ido al mejor spa, del mundo porque la verdad que es un tipo cuya compañía es muy disfrutable.

—ER: En Recuerdos que mienten un poco hay muchísimas partes que subrayé varias veces. Hay una que subrayé tres o cuatro porque, como entrevistador, alguna vez me encantaría decirle esto que vos le dijiste al Indio, porque es una declaración de principios. Sobre el final del libro, no sé en qué momento habrá sido pero está ubicado sobre el final del libro, le decís “quien subordina su vida a perseguir la belleza en su sentido más amplio se planta ante la existencia de un modo elegante”. Ahí hay una declaración de principios, además, después en la respuesta del Indio termina diciendo que por algo su brindis más habitual dice “graciosos y valientes”. Es bellísimo ese momento, pero quiero preguntarte primero sobre el proceso de charlas, porque no son preguntas, y en la tapa dice “Conversaciones”. ¿Cómo era la preparación? ¿Cómo te preparabas ante una charla con el Indio? ¿Leías, cuáles eran tus lecturas, la música que escuchabas? ¿Cómo era esa previa?

—MF: Variaba locamente de acuerdo a la época por la que estuviésemos atravesando. Obviamente, fuimos llevando el hilo de la conversación de una manera temporo-lineal, si querés, empezando por antes del principio, es decir empezando por la historia de su familia y avanzando en el tiempo. Obviamente, después de que terminamos por primera vez y yo empecé a garabatear capítulos, empezamos, recorrimos varias veces el look y ahí, por eso, podía ser desde ver, desde refrescarme en textos históricos de determinados momentos como para ver qué era lo que estaba pasando hasta meterme en lo que es el mapa de referencias del Indio en sus lecturas, en sus artistas admirados, en sus músicos admirados. O sea, dependía un poco de por dónde fuese pasando la charla en ese momento, pero incluso cuando empezamos  y el Indio me empezó a contar la historia de su familia y empezó a aparecer ahí una historia apasionante de la cual yo ni siquiera había sospechado. Es una historia para una novela per sé, ahí yo le dije al Indio, “Indio escribimos esto y es como si escribiéramos como sos vos hablando, todo el libro es una primera persona del Indio. Si querés, lo ponemos o ponemos mi nombre, como sea, está claro que no hay un ghost writer, lo pude haber escrito yo, pero sos vos hablando”. O sea, poné primera y la historia es tan fascinante y él insistió, y mirá que le dije un montón de veces y no quería. “No, no, no, es una conversación”. Porque yo creo que disfruta más y que su proceso es mejor así, yo creo que a lo largo, por lo menos de su carrera como músico, que, en general, se nota que él ha buscado pares o compañeros de camino con los cuales poder pelotear determinadas cosas y creo que en algún momento claramente fue Enrique Symns, en otro momento fue Willy Crook, yo que sé, pero creo que él se siente más cómodo en ese mecanismo dialéctico de estar conversando con otro, entiende que puede ser un interlocutor a la altura del desafío. Alguien que, en todo caso no tiene una cabeza tan solo formateada por el rock, sino donde, además, puede generar otras cosas, el arte más amplio, la política, lo social y fue así que se dio porque por más que le insistí, porque yo pensaba qué libro maravilloso él solo hablando en primera persona, y él quería que fuese este ida y vuelta entre los dos. Entonces, en este ida y vuelta, también había forma de volver sobre lo que ya habíamos hablado y a partir de lo que él decía leer nuevas cosas o buscar las referencias que había tocado en la charla y volver a meterse ahí. Fue un período muy rico, se te pasan los años charlando con el Indio y no te das cuenta.

—LZ: ¡Qué maravilloso, Marce, todo esto que nos estás contando! Queremos agradecerte muchísimo esta posibilidad de abrir un poquito esa ventana a esas conversaciones, a esos mundos tan maravillosos que son parte de tu vida, de tu recorrido así que queremos agradecerte infinitamente este tiempo y toda tu trayectoria y preguntarte, por último, sobre algo que nos convoca también todos los viernes, y los sábados con sus repeticiones, que es BigBang esa fiesta para los sentidos. Ahí la pregunta que te quisiésemos hacer es cómo se construye esa mixtura entre palabras y sonidos para componer eso que llamamos “radio de autor”.

—MF: Lo que pasa es que surgió como una necesidad del alma. Cuando lo conocí al Tano, a partir de la posibilidad de hacer algo en La Patriada, el objetivo estaba muy claro. Estaba claro que también estábamos atravesando otro nuevo desierto, ya no eran los 90 sino era 2016, pero el desierto estaba muy patente y lo que yo le decía al Tano es “construyamos algo que nos dé vitaminas, porque para las pálidas cotidianas ya tenemos la realidad y yo siento que así como yo lo necesito y como vos lo necesitás debe haber mucha gente que necesite reencontrarse con la belleza, que, de repente, haya un espacio donde ocurra eso, donde te puedas permitir sentir, pensar, valorar la mejor música y ponerse en un costado positivo del alma, en un lugar a partir del cual poder rearmar algo en tu vida y que no sea todo negativo y bronca y frustración”. Y, así, más allá de los cambios de épocas y de radios, sigue funcionando de la misma manera porque, como hablábamos hace un rato, todavía estamos en un tiempo de resistencia, hay cosas elementales, elementalísimas por las cuales todavía estamos luchando desde el llano, aun cuando ya deberían estar dadas desde lo institucional de este país. Entonces, creo que sigue cumpliendo con ese rol, para mí es así como decía lo de charlar con el Indio, para mí hacer BigBang es eso, es como un momento de encontrarme con las fuerzas más positivas que yo puedo encontrar adentro mío y aun cuando estoy hablando de temas que me indignan o me ponen muy triste está puesto desde un lugar de la construcción del tirar para adelante y de ser fieles a esa elegancia de vivir, que vos traías a colación, Emanuel. Es un poco eso, una forma de plantearte ante el fenómeno de la vida. ¿Vas a dejar que lo feo te afecte, vas a dejar que la gente desaforada y bestial te haga perder la elegancia? Y no, es algo que uno en un momento llega a ser consciente, decir que todo alrededor sea horrible no significa que yo tenga que convertirme en horrible también y esa es un poco una forma de poner en otras palabras el viejo apotegma del estado de ánimo, que creó un señor que sigue siendo tan importante para nosotros.

—ER: Muchísimas, muchísimas gracias Marcelo Figueras. Ha sido un enorme placer para nosotros conversar contigo y te digo a vos, y también si te los cruzás a los otros dos, porque sos la única persona a la que uno le puede decir “che, si la ves a Cristina o si lo ves al Indio”, a ustedes tres gracias por la gracia y por el coraje. Gracias por ser graciosos y valientes.

—MF: Serán dadas.

—ER: Un gran abrazo.

—LZ: Muchísimas, muchísimas gracias.

—MF: Gracias chicos, un placer.

Feinmann: “Cristina es la única estadista que tenemos”

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