Hace algunos años, una mañana, me llamó la gente de la embajada de Francia. Querían charlar conmigo. Acepté. Lo hice con quien ocupaba el cargo inmediato tras el embajador. Extremadamente amable, en un hotel que intimidaba, en la calle Arroyo. Habían escuchado mis severas críticas a quien era el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, por sus posturas de derecha y porque estaban expulsando gitanos de su territorio. Porque, según mi consideración se iba convirtiendo en un monstruo cada vez más parecido a Le Pen.
Fue una buena experiencia. Muchas veces, uno cree que las cosas son lineales, y ve que en algunas oportunidades no lo son y que tal vez haya hechos que supongan ser demostrativos de lo contrario.
En el inicio de la charla, me consultaron sobre cuántos gitanos creía que había en Francia. Francamente no lo sabía: 20 mil, 30 mil tal vez… Eso dije. Me replicaron: diez, doce veces más que eso, por lo menos. No se van a ir del país, nadie los van a echar, me explicaron. El problema se radicaba en tres mil gitanos que tenían otra “inclusión” dentro de la sociedad francesa. Era la conclusión que mi interlocutor me quería dar. Esa conversación, en realidad tenía que ver con la defensa hacia las actitudes de Sarkozy, porque la embajada quería hacerme comprender por qué el presidente de su país se estaba corriendo hacia la derecha. Insistían en señalar de qué modo eso era útil para que la extrema derecha no creciera.
Escapaba a mi criterio que un candidato pudiera parecer más derechoso para sacarle votos a la derecha más espantosa.
Un caso muy curioso, un punto de vista político muy particular. Con toda franqueza, no se me había ocurrido. En el largo transcurrir de nuestra profesión, escapaba por completo a mi criterio que un candidato pudiera parecer más derechoso como consecuencia de sacarle votos a la derecha más espantosa. Que las hay, siempre lo supe. Las hay, desde las más extremas hasta las más moderadas, las que les pasan el rastrillo a todo, las que son participes de la ley del mercado, las que tienen una visión liberal de la economía, pero que no son capaces de convertirse en torturadores, en asesinos, en genocidas, o en querer al mundo cada día más inmundo. Pero que se pueden mutar, entremezclarse. Trataron de explicarme que había un propósito en ese corrimiento de Sarkozy.
Lo relacioné en las últimas horas con lo que estamos viviendo y padeciendo, en la Argentina. Porque de verdad que la derecha en este país es cada día más espantosa. Ya no solo por los disparates que dicen sus personeros, que cada vez más recurren a la mentira o por que se refugian en cuestiones de índole menor frente a lo que verdaderamente hay para discutir en estos momentos. La semana pasada tuvimos un par de ejemplos muy claros, evidentes, en ese sentido. Porque, se sabe, a la derecha no le conviene la discusión sobre la renegociación de la deuda, sobre incentivos para la economía, sobre el tratamiento que se le da al trabajador, sobre la educación y cómo dejaron el país, lo mismo sobre la realidad del sistema de salud y cómo evolucionó en los últimos años, pandemia incluida. O sobre lo que piensan de la problemática de los jubilados: la derecha no los quiere, son un costo para ellos, un costo que el Estado toma de algún lado y ellos piensan que los toma de sus bolsillos, de sus impuestos.
La derecha tiene miedo que algunos personajes les retaceen votos a sus candidatos.
Así las cosas, esa derecha, que podría ser aquélla francesa a la que se refería ante mí, el funcionario de la embajada en suelo porteño, también en Argentina, por estos tiempos, tiene un corrimiento cada vez más a la ultraderecha.
Reparemos sino en Horacio Rodríguez Larreta: su situación en la Ciudad no es tan cómoda como se podría suponer o cómo ellos quisieran y ya empieza a hacerse un poco más el malo, más aún de lo que realmente ya es. O María Eugenia Vidal, quien el otro día estuvo en un programa de América, con una conductora qué había dicho que jamás la votaría porque era una impresentable… Pero estaban muy juntas y animosas, con el preciso énfasis de la derecha que se va a los extremos.
¿Por qué ocurre? Porque están con miedo certero de que le quite mucho voto esa gente, alguno del pelo parado, otro con nada de pelo, pero que juegan en el terreno más espantoso de la derecha, en la cosa más repugnante de lo humano. Tienen miedo de que en las Paso, esos candidatos recojan algunos votos en desmedro de la imagen de Vidal, ahora en la CABA, o incluso también de Diego Santilli o Facundo Manes, en la provincia.
La derecha tiene miedo que esos personajes les retaceen votos a sus candidatos. Son esos tipos que aparecen en esta clase de elecciones. Son aquellos que, obedientes al establishment, se presentan para ver si les pueden robar votos a la derecha. Una cuestión que también, en su franja ideológica, le pasa también al kirchnerismo o al peronismo: hay candidatos que están nada más que para hacer daño. Sucede en todas las elecciones algo por el estilo.
“Si la derecha se deja llevar por la ultraderecha vamos a perder racinalidad” (Santoro).
El tema es cómo influyen en los aspectos ideológicos y en los más esenciales debates electorales. Hace unas horas fue Leonardo Santoro quien se refirió a ese tipo de corrimientos. Fue preciso al hablar de “centrifugación de la línea política” de aquellos que se van a los extremos. Y definió luego que el problema, finalmente, radica en que se desperdicia la oportunidad de “debatir qué es posible hacer en la Argentina. Muchas de estas posiciones son testimoniales. Nadie puede pensar seriamente que si el Estado se retira de la regulación económica puede funcionar mejor: en todo caso, debemos debatir cómo se regula”. Para concluir que en la Argentina es imprescindible “una discusión que requiere actores racionales. Si la derecha se deja llevar por la ultraderecha vamos a perder racionalidad, un punto de contacto y una oportunidad para discutir temas importantes”.
Seguro que es así. Es muy difícil cuando la discusión no puede ser ideológica, a tal punto que se van a los extremos. Mientras se mantienen en zona de racionalidad y lo que se discute son ideas, argumentos, es una discusión válida. Es nada menos que la discusión por la organización del mundo, de la región, del país, de la aldea… Aun con aquellos que consideran que como el comunismo falló, los ganadores son ellos, incluso ante la realidad que demuestra que como ganadores han hecho un estropicio tremendo, mayor. Es una parte de la discusión y la derecha tienen sus argumentos.
Todos terminan por cobijarse bajo el paraguas protector de la mafia mediática que juega con ellos.
Pero con los que no se puede discutir es con los imbéciles. Con los que quieren matar a sus adversarios, anularlos, borrarlos, aniquilarlos, destruirlos, tirarlos al río desde aviones, si fuera posible. Con ese tipo de gente es imposible sentarse a dialogar. La tragedia es que cada vez es más difícil rescatar gente racional, razonable, pensante en esa derecha argentina todos los días un poco más desaforada. Lo vimos y lo sufrimos en estos últimos años. ¿Cuántas personas eran exactamente así, sino la mayoría de los que integraron los puestos de gobierno en esos cuatro años infames, empezando por el propio presidente de la Nación?
Él, sus lacayos y hasta los que ahora están vociferando barbaridades en una supuesta puja por los votos de la derecha, los neoliberales y los otros.
Claro que todos terminan por cobijarse bajo el paraguas protector de la mafia mediática que juega con ellos, que los usa, que los tiene como sus títeres, o los desecha… Así como se la agarraron las últimas horas una y otra vez con el presidente al que llegaron a calificar de “acorralado” por una fiesta, un desliz que le costó críticas punzantes incluso desde sus propias filas, porque, efectivamente no debió ocurrir. Por cuestiones éticas. Y porque, entre tanto, le da pasto a la lucha encarnizada de la mafia. A ese evidente golpe de estado por goteo que se aceleró por estos días, que siempre impulsan entre Clarín, La Nación y esos personeros de la derecha, de toda estofa.
La derecha es el enemigo, sin dudas. Esté representada por el candidato pelado o por el otro del pelo parado, aunque signifiquen meros testimoniales. O por los que realmente van y vienen por las autopistas de esa derecha, siempre ladrona, siempre injusta, siempre neoliberal.
Con sus intereses más arteros, más individualistas, más taimados, más destructivos. Los habitantes de este país, de esta región, hemos padecido demasiado esa atrocidad.