La palabra proscripción nos remite de manera directa a la experiencia peronista, aunque obviamente se pueden rastrear experiencias proscriptivas a lo largo de la historia argentina, incluyendo la actualidad (¿qué otra cosa es la “cancelación” sino una proscripción, pero desde discursos progresistas, “políticamente correctos?). En este texto, me quisiera referir a dos personajes fundamentales de la cultura nacional y su vínculo con la proscripción de la República de las Letras por el hecho de identificarse con el peronismo.
Es trágico el modo en que, quienes detentan el poder dentro de la República de las Letras, se refieren a sus colegas durante el período del primer peronismo. Cómo hacen a un lado la obra artística de personajes como Leopoldo Marechal y Enrique Santos Discépolo, incluso cuando ellos mismos se resistieron a incorporar de manera directa sus posiciones políticas en su trabajo estético. Se sabe que en 1949 la Secretaría de Prensa de la Nación juzgó la canción “Cafetín de Buenos Aires” como un tango “negativo y pesimista”, y que antes de inventar el personaje de “Mordisquito”, Discépolo había recibido por parte de Apold una propuesta que rechazó por considerarla burda propaganda política.
Discépolo venía de consagrarse con canciones como “Esta noche me emborracho” (1928) y “Soy un arlequín” (1929). Antes ya había compuesto y escrito “Qué Vachaché” (1926). De ahí en más sus tangos fueron emblema de una época. En la misma época escribió “Malevaje”, “Soy un arlequín”, “Yira-yira” y “Chorra”, el tango preferido de Juan Domingo Perón. Estos son los nombres de sus canciones más destacadas de aquellos años. Entre 1931 y 1934 escribió varias obras musicales y en 1935 viajó a Europa. Tras su regreso, se “metió” con el cine: fue actor, guionista y director. Siguió con el tango y escribió y compuso otros de sus tangos más notables: “Cambalache” y “Alma de bandoneón” (1935) y “Canción desesperada” (1944).
Discépolo falleció de muerte súbita. Un síncope al corazón. Pero el mito popular asegura que murió de tristeza. Que lo mataron. Los contreras, y sus ex amigos de la República de las Letras, quienes le dieron la espalda por peronista.
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Marechal publica en 1948 Adán Buenos Aires, libro escrito a lo largo de casi dos décadas. Para entonces era un destacado poeta y un declarado peronista. Esa, su primera novela, se constituyó en una obra magistral, capaz de hacer dialogar la cultura nacional, la geografía porteña, con momentos claves de la literatura universal, de la Divina Comedia de Dante Alighieri al Ulises de James Joyce.
Al Estado, esa obra con centro de gravedad en la vanguardia literaria porteña de los años veinte le suena rara, extemporánea. Y si bien no se produce sobre ella un efecto silenciador, tampoco su condición de “oficialista” le habilita a contar con el Estado como una caja de resonancia para amplificar su llegada. Para sus antiguos camaradas de armas, más allá de la valoración estética de la obra literaria, está claro que lo que no le perdonan es que se haya pasado de bando, engrosando las filas del ejército enemigo. Por eso la condena del grupo de la revista Sur, y más que nada, el silencio y la ignorancia de quien se merecía un amplio reconocimiento literario.
Marechal tendrá que esperar a la publicación de su segunda novela, El banquete de Severo Arcángelo (1965) para que su Adán se comience a revisitar, e incluso, deberá esperar a su muerte, en 1970, para conquistar un reconocimiento más amplio. Es que ese año se publica de manera póstuma su tercer y última novela, Megafón, o la guerra, obra a partir de la cual ya no quedan dudas de que Marechal es uno de los grandes escritores de la literatura argentina, subvalorado, incluso hasta hoy.
A Marechal le debemos el término “poeta depuesto”, porque luego de la “Revolución fusiladora (Walsh) de 1955, no solo hubo en el país un “gobernante depuesto”, sino también médicos, profesores, curas y, como en su caso, también “poetas depuestos”. Escritores peronistas proscriptos por la República de las Letras.