Una de las largas y malas tradiciones argentinas las constituyen las proscripciones. Lo proscripto es aquello a ser prohibido, negado, desterrado y finalmente –y en lo posible– destinado al olvido. Lo proscripto esconde o muestra siempre una cuestión de poder: Poder del Estado que proscribe o poder de un grupo específico que proscribe, poder de la moda o el auge del momento que proscribe.
Lo proscripto también es y muy contundentemente “lo/a otro/a”. Es aquello que está considerado desde una otredad inasimilable e inaceptable. Las proscripciones son múltiples, algunas de “moda” y otras –por ejemplo la voz de las mujeres y las diversidades de género, la de los pueblos originarios y afrodescendientes– de larguísima data y vigencia aún irreductible.
Desde ambas perspectivas, visto desde el poder y desde la construcción social de una otredad inadmisible las proscripciones atraviesan una larga historia en nuestro país. Podríamos decir que incluso hubo una larga espiral creciente de proscripciones cuyo punto mas tenebroso es la última dictadura cívico–militar. Pero el retorno democrático admite nuevas formas proscriptivas –mas sutiles-, que pretendemos señalar al final de estas notas.
Como en todo lo referido a nuestra historia, no debemos olvidar que tuvimos casi 300 años de vida colonial. La paranoia imperial con respecto a mantener el orden colonial fuera de los peligros que acechaban a los reinos de su Majestad instaló todas las proscripciones: en especial de libros y de personas. Todo lo que se leía en las colonias debía estar aprobado por la Inquisición, quedando expresamente prohibidas obras protestantes, de autores judíos o musulmanes, obras “de imaginación” y todo lo referido a las ideas de la ilustración (consideradas heréticas). La posesión de estos materiales podía llevar a la propia proscripción (vía excomunión) de su propietario. La proscripción se completaba con la prohibición de arribo a América de protestantes, judíos y musulmanes.
La derrota rosista de Caseros habilitó el retorno de los proscriptos liberales.
El fin de la colonia y los primeros años de los gobiernos patrios, muy influidos por la ilustración, significaron una apertura a lo antes proscripto. Pero, los conflictos internos para definir que tipo de sociedad se construiría (lo que llamamos las “guerras civiles”) habilitaron nuevas prácticas proscriptivas.
El conflicto entre Juan Manuel de Rosas y la Generación del ’37, por ejemplo, dio cuenta de un conflicto político que se dirimió –hasta la derrota rosista en 1852– por una mezcla de presión desde el Estado, admoniciones y amenazas; hasta la proscripicón de textos y personas que se completaba con el exilio (voluntario o no). La “Generación del ’37” nunca fue proscripta en un todo, buena parte de ellos se exiliaron por decisión propia (en especial a Montevideo) y otros permanecieron en una proscripción interna (o ambas, como Esteban Echeverría). Rosas entreleía –con perspicacia– que detrás de los escritos de esta generación –que apelaban permanentemente al pueblo pero que no pensaban dejarlo votar “hasta que fuera civilizado”– estaba la puerta de entrada para la conformación de un país reconstruido como vasallo europeo. La proscripción tenía así un carácter patriótico. Paradojalmente, los miembros de la generación del 37 pensaban que la patria eran ellos mismos.
La derrota rosista de Caseros habilitó el retorno de los proscriptos liberales. Encendidos discursos y libros largamente prohibidos (El Dogma Socialista, El Facundo y la producción de los proscriptos montevideanos) hablaban de libertad, del fin de la “dictadura rosista” y las prohibiciones. Las presidencias “históricas” de Mitre, Sarmiento y Avellaneda retomaron y profundizaron, empero, las prácticas proscriptivas: primero y sobre todo sobre Rosas y su familiares; luego sobre todo aquel señalado como rosista y finalmente –pero mucho mas importante por su impacto en el interior del país– con la proscripción y la persecución implacable (cárcel y muerte. “no ahorre sangre de gaucho” de Sarmiento) para los caudillos federales que resistían la “civilización” unitaria. El programa proscriptivo se completó con la historia mitrista, que despojó de todo valor –y en muchos casos directamente la ausencia– de los pueblos del interior y su aporte a las luchas por la construcción nacional. Proscripción física y proscripción histórica.
El siglo XX argentino se inició con una Ley proscriptiva: La Ley de Residencia (1902). La otredad a proscribir ya no fueron los caudillos federales ni los pueblos originarios. La elite oligárquica había dado ya, cuenta de ellos. El otro peligroso era, ahora, el extranjero/a. Como un efecto no deseado del éxito inmigratorio, socialistas, comunistas y anarquistas comenzaron a organizar a los trabajadores. Y peor aún, no discutían una mejor distribución de la riqueza, proponían terminar con el capitalismo. ¿Resultado? Proscripción y expulsión de los extranjeros que “hacían política”.
La elite oligárquica contenía así (incluyendo además grandes cuotas de represión como en Talleres Vasena y la Patagonia Trágica) las expresiones consideradas antipatrióticas de las izquierdas.
En su afán de control absoluto encontró que ni siquiera el radicalismo –partido popular que pugnaba por una República sin fraude y con algunas medidas nacionalistas– podía ser dejado por fuera de las proscripciones. El golpe fascista de 1930 se decidió por la proscripción del Partido Radical y de todos aquellos que hubieran formado parte de los gobiernos Yrigoyenistas. Curiosamente, será con el peronismo –15 años después– el momento en el que el radicalismo deje de estar proscripto.
La elite oligárquica contenía así las expresiones de izquierda.
Pero sin duda será la proscripción del peronismo a partir de 1955 –y durante diez y ocho años- el ejemplo que dará cuenta de la profundización de la lógica de la proscripción. Asumiendo la idea mítica instalada ya en 1944 de un peronismo expresión del nazismo en América Latina; la dictadura de Rojas y Aramburu –y los gobiernos militares o civiles hasta 1973– iniciaron lo que llamaron la “desperonización”: se prohibía siquiera nombrar a Perón o a Eva Perón, Peronismo, justicialismo, marchas o escritos peronistas, imágenes , libros de texto… se encarceló a diputadas/os y senadoras/es, sindicalistas peronistas, se expulsaron maestras/os, profesores universitarios, se cerraron periódicos, se exiliaron artistas y deportistas. Un prolijo e implacable intento por terminar con ese maldito movimiento que había puesto al desnudo la naturaleza clasista y antipopular del régimen elitista.
Para 1973 la “desperonización” –pese a su extensión y brutalidad– no sólo había fracasado sino que cientos de miles de nuevos peronistas (jóvenes en su mayoría) se volcaban a las calles exigiendo el retorno del gran proscripto.
La última Dictadura Militar llevó la lógica de la proscripción a su mas tenebrosa expresión: se propuso un plan mucho más ambicioso que el de aquella “fusiladora”: no sólo desperonizar sino llevar a cabo un “Proceso” (y así se autodenominó) de reingeniería económico-social que terminara de una vez y para siempre con la movilización político–social popular en ascenso desde 1945 hasta aquel fatídico 1976. La Dictadura desapareció más de 30.000 personas, encarceló y privó de la libertad a otros tantos miles y proscribió toda actividad política. La desaparición de las personas fue acompañada con la proscripción prolijamente elaborada de obras musicales, teatrales, libros, carreras universitarias, sindicatos, sectores populares de las iglesias… un manto de prohibiciones buscó trasladar al conjunto de la sociedad la lógica cultural del cuartel militar.
Hoy, a 39 años de aquella dictadura y con esa larga tradición proscriptiva de las elites, nos encontramos con modalidades completamente nuevas de proscripción: Sin que nadie sancione ningún decreto o ley, sin que existan “listas negras” publicadas, sin que ninguna palabra esté prohibida, existe una proscripción “de facto” quizás mayor y mas peligrosa que las proscripciones tradicionales: en un mundo interpenetrado por los medios masivos de comunicación, las redes sociales privadas y la concentración mediática; la voz y la palabra de los sectores populares y sus líderes y liderezas casi no ocupan ningún espacio masivo. Hay una completa ausencia discursiva y falta de presencia mediática: las voces, las experiencias, los modos de vivir, las luchas populares están –salvo contadísimas excepciones– ausentes. En todo caso las expresiones colectivas, populares, anti–capitalistas y antineoliberales “son habladas” por los grandes medios (lo que significa además su tergiversación y desprecio) pero no hay ni remotamente una presencia que se corresponda con su extensión en la sociedad.
Las proscripciones de hoy , aparecen así, como “naturales”. Para la mirada desprevenida no hay proscripciones en la vida democrática; pero, en la práctica cotidiana, la constante es la proscripción de la voz de millones de personas. La anulación que antes se intentaba alcanzar por un decreto–ley lo producen hoy los medios de comunicación hegemónicos simplemente por la fuerza de su posición dominante en todo el entramado mediático nacional e internacional. ¿Habremos alcanzado la proscripción perfecta? ¿Aquella en la que los proscriptos ni siquiera son conscientes de su ausencia? Suena aterrador, pero, como todo proceso histórico de ninguna manera inevitable: quizás sean las calles y la movilización popular los modos en que la proscripción actual se transforme en visibilización.