Hablamos de proscripción y hablamos de su heredera, la cultura de la cancelación. Sin embargo, en la Argentina, cuando hacemos referencia a la proscripción, lo hacemos casi de manera exclusiva pensando en un período, un evento, una circunstancia histórica muy bien definida y situada: la proscripción al peronismo. Cuando hablamos de la cultura de la cancelación, por el contrario, nos enfrentamos a un escenario sin mayores determinaciones históricas ni sentimentales, más bien novedoso, que asociamos de inmediato al universo digital, es decir al indefinido, ahistórico e inmaterial mundo de las redes sociales. Estaríamos, entonces, ante dos instancias de análisis bien diferentes o bien diferenciadas, tanto histórica como tecnológicamente hablando. Sin embargo, cualquier observador o participante medio de la escena política contemporánea, tanto argentina como internacional, percibe de inmediato que algo de lo que se jugaba por aquel entonces con el peronismo y en otras partes del mundo con variaciones menores, se está jugando también hoy de manera más sofisticada, mediada por otras tecnologías. Esto último es lo que parece plantear el libro de Pablo Stefanoni ¿La rebeldía se volvió de derecha?, editado por Siglo XXI. Vale aclarar que el de Stefanoni no es un libro que trate directamente sobre estos dos conceptos, aunque, los dos conceptos, incluso así plateados, así de simplificados, están presentes a lo largo de todo su análisis. Es decir, se perciben como formando parte de toda su cadena de razonamiento. Por eso lo incluimos en esta reseña.
A grandes rasgos, el texto presentado, casi en forma de tesis, aunque con un lenguaje más ameno y menos académico, expone las continuidades y rupturas en las ideas y formas de hacer política de la derecha, pero sobre todo se centra en dilucidar las características que esas ideas y políticas de derecha van adquiriendo tras pasar por el tamiz de las nuevas tecnologías de comunicación. La derecha, o mejor aún las derechas en el mundo, en efecto, utilizan las tecnologías disponibles (entre ellas las tecnologías discursivas) para alcanzar el poder político y mediante él hacer prevalecer sus intereses por sobre los intereses de los sectores de izquierda, pero también, y sobre todo, por sobre los de la sociedad misma. En paralelo a este desarrollo conceptual el texto actúa como un potente glosario de conceptos supuestamente novedosos derivados de la relación entre política y nuevas tecnologías desnudando al mismo tiempo su antigüedad y su raíz. Vinculando dicho glosario con esta idea central, Stefanoni va generando una especie de espiral dialéctico entre política de derecha y tecnología que pone en evidencia diferentes prácticas empleadas por las derechas para consolidar su poder a nivel mundial. La política de derecha, el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común, afirma el autor en el subtitulo del libro, y en gran medida esto es posible porque las derechas actúan sobre algo que ya está allí presente en los ciudadanos globalizados que ven en el funcionar actual de la política sólo una expresión más de lo que sucede en el mundo en general, a saber: que un devenir virtual, saturado de información y deshistorizado es lo que gobierna a ambos universos. Cómo es que se construyó esta realidad, este sentido común, eso es aquello sobre lo que intenta dar cuenta este libro.
Otro libro que aborda la cuestión desde una óptica más filosófica y posiblemente con mejores resultados, es el muy interesante texto de Laurent de Sutter Indignación total editado en 2020 por La Cebra. Pone en el centro de la discusión filosófica de la modernidad a la indignación como problema. A diferencia del libro de Stefanoni que es un libro que historiza las formas de la política actual, estamos aquí ante una interrogación en torno a la racionalidad moderna en su conjunto; una interrogación que trabaja en dos planos diferentes y combinados a la vez, uno estético y otro conceptual. En el plano estético, lejos de la pesadez de los textos teóricos, Indignación total está escrito en clave literaria y con un muy poco disimulado acento psicoanalítico. Esa particularidad, que no siempre funciona bien, le otorga sin embargo al texto una potencia de la que carecen muchos de los libros actuales sobre la materia. Pero además, este detalle que en principio puede parecer un tanto simplificador y hasta simplista es esencial, sin embargo, para entender la profundidad de la propuesta del libro; sin ese lenguaje el propio contenido del libro caería en la trampa que intenta discutir. Esto lo tiene bien en claro el autor, que por lo visto se ha puesto al cubierto de esto de manera explícita.
En cuanto a lo conceptual: “La indignación –dice el autor- no es lo contrario a la razón; es la razón misma. Es la manera en que la razón heredada de la modernidad se despliega en la era de las redes sociales y los medios masivos, es decir, en la era de la vascularización nerviosa completa del mundo. No constituye una desviación, sino su realización más consumada.” Esta es la idea que subyace a todo el desarrollo conceptual que nos presenta el autor a lo largo del libro y es, al mismo tiempo, la idea que va desnudando las limitaciones intrínsecas de varias de las propuestas actualmente pensadas como progresistas. La indignación no pertenece como se podría creer en primera medida al plano de lo sentimental o de lo irracional sino al plano de lo racional; y como lo racional es siempre el lugar del cálculo, es por lo tanto también el lugar de lo conservador. Su expansión gracias a los medios masivos y las nuevas tecnologías, da cuenta por lo tanto de la expansión del cálculo y de la instalación más o menos definitiva de una forma de estar en el mundo que es netamente conservadora y para nada liberadora o democrática. Dentro de este esquema, la indignación se manifiesta de varias maneras y a través de un conjunto de preguntas que constituyen los diferentes capítulos del libro. Esas maneras son según el autor: la identificación, la deducción, la conclusión, la forclusión y la prohibición. Entre estos puntos, es el tercero, la conclusión, el que está más emparentado con nuestro tema actual, en tanto supone o implica un juzgamiento inapelable y por lo tanto una clausura del otro, pero no una clausura injustificada, sino una clausura razonada. Este mecanismo de juzgamiento y de clausura, este mecanismo de cancelación o proscripción sin embargo, dice el autor, no es un mecanismo que la derecha utiliza para consolidar su poder (cómo podría afirmar quizás Stefanoni), sino más bien, la confirmación de que no hay izquierda y derecha en términos formales, sino que todo está gobernado por un racionalismo estructurante que domina a ambos discursos.
Como se ve, los dos libros piensan el mismo problema, pero lo hacen desde posiciones completamente opuestas, no tanto por lo que supuestamente critican (que finalmente son las mismas cosas), sino por el modo en que abordan y desarrollan la cuestión. Con todo, las dos propuestas de lectura, aunque disimiles, pueden presentarse como enriquecedoras en torno a estas dos cuestiones son tan caras a nuestra historia reciente y a nuestra política actual: la proscripción y la cultura de la cancelación.