Las transformaciones y las oportunidades
El presente mundial muestra una aceleración de procesos de cambios estructurales que, acicateados por la guerra, configuran un escenario de enorme volatilidad e inestabilidad que se apoya en un proceso de cambios múltiples: en lo geopolítico, en lo tecno-económico, en lo energético. Si bien existen otros ámbitos en transformación, nos centraremos en estos tres a fin de acotar la temática y poder ofrecer una panorámica de las opciones e implicancias que estos procesos tienen de cara a la transición energética en la Argentina. Desde lo geopolítico, la emergencia de China como potencia en un contexto de pérdida de peso relativo de occidente en favor de Asía, combinada con la agresividad creciente de EE.UU. ante esta situación, configuran un escenario de conflictividad creciente, cuyo último caso, la guerra en Ucrania, muestra el potencial desestabilizador mundial de estas situaciones.
Para tener una pequeña dimensión de esto, debemos tener en cuenta que todas las cadenas de valor a nivel industrial y las provisiones de productos del agro y materias primas se organizan en una gran cadena interdependiente de escala global, por lo cual disrupciones y conflictos bélicos inducen una enorme tensión en el sistema que puede llevar a colapsos en los eslabones demandantes más débiles.
Como ejemplos podemos observar los problemas en la provisión de semiconductores y en la producción de chips, procesadores, etcétera. La logística global es otro caso donde las sucesivas paradas de puertos chinos derivados de los cierres por el COVID-19 o la tensión inducida en el sistema por la salida de la pandemia y las parálisis de inversiones sufridas en los años de la emergencia sanitaria han disparado los costos y descalibrado las cadenas de valor de industrias como la electrónica y la automotriz.
Debemos tener en cuenta que todas las cadenas de valor a nivel industrial y las provisiones de productos del agro y materias primas se organizan en una gran cadena interdependiente de escala global.
En resumen, el proceso de cambio en hegemones que se está gestando en el “sistema mundo” parece estar poniendo fin a ciertos alineamiento y consensos que sustentaron un periodo de estabilidad relativa, basado en, por ejemplo, la hegemonía del dólar como moneda mundial, el acuerdo tácito de esferas de influencia y la difusión de ciertos esquemas tecno-económicos que organizaron la producción y el comercio mundiales. El reacomodamiento, como siempre en estos casos, no será sin tensiones y conflictos.
En lo que respecta a lo tecno-económico, desde su aparición el capitalismo ha estado asociado a grandes oleadas de cambio tecnológico y en los negocios, ancladas a los ciclos de valorización del capital y a la formación de la tasa de ganancia, en conjunción con el modo en el cual se resuelve para cada periodo histórico la conducción de dicho proceso en vista de la división funcional del capital (financiero o productivo).
Esto último expresa lógicas divergentes a la hora de plantear modelos de negocios y de crecimiento y eventual desarrollo, y ha resultado a lo largo de la historia en periodos de agudización de desigualdades o bonanza y, por ende, en otros de mayor paz o conflictividad social. La particularidad de estos ciclos reside también en que, en oleadas de aproximadamente 40 a 60 años, habitan con la incubación de un nuevo ciclo de cambio tecnológico, oportunidades para el desarrollo de los países más rezagados que sepan identificarlas y actuar en consecuencia. Una muestra son países como Japón, Alemania o Corea del Sur, que han recorrido su camino al desarrollo y la industrialización sobre la base de diferentes “edades”, tal como las denomina Carlota Pérez1.

En el presente, asistimos a los inicios de un nuevo periodo de cambio tecnológico que coincide también con un cambio de fondo en el régimen energético global, que posee la particularidad de tener que desplazar de la escena a las fuentes energéticas que han posibilitado el desarrollo industrial al permitir un despegue sin igual a lo largo de la historia de la productividad. Así, el abandono de los combustibles fósiles y su reemplazo por fuentes de energía libres de emisiones de CO2 está llamado a ser una de las grandes transformaciones que reconfigurará el mapa mundial en las próximas décadas, pero que ya está tallando la realidad en el presente, sobre todo en la periferia del mundo.
Desde la Revolución Industrial al presente, la humanidad ha transformado su metabolismo social para pasar del uso de biomasa, el esfuerzo humano, el de los animales y algo de fuerza del viento y el agua, a utilizar en escalas gigantescas los combustibles fósiles, lo cual ha permitido una transformación de nuestra especie y su forma de vida en manera inimaginables y a velocidades nunca vistas. Esta incorporación de los combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas), de portadores de energía luego como la electricidad y de nuevas fuentes de potencia asociadas a ella, como la nuclear pero también la hidráulica en escalas nunca vistas, se ha sucedido al ritmo de revoluciones tecnológicas que permitieron disponibilizar dichas fuentes para su uso.
Si bien han acontecido muchos cambios en ciclos de décadas con la incorporación progresiva de nuevas fuentes, los cambios de fondo se acercan más al siglo de duración, como la superación de la biomasa por el carbón como principal fuente de energía o la difusión y centralidad del gas y el petróleo. En lo que nos interesa para este artículo, resulta sumamente relevante destacar la doble irrupción que significó la transición del carbón al petróleo, porque con este último irrumpió también la electricidad, permitiendo energizar de manera acelerada y difundida la mayoría de los procesos de la vida social con el aporte de combustibles fósiles.
La energía y la transición energética en el mundo
En términos prácticos, los grandes cambios en el sistema energético mundial han sido transiciones energéticas, ya que, por ejemplo, el incremento de la productividad que se señala como característica distintiva de la Primera Revolución Industrial resulta inexplicable sin la máquina de vapor, pero fundamentalmente sin el carbón. No existía tanta biomasa disponible en toda Inglaterra como para suministrar al aparato productivo y logístico la energía que liberó el carbón mineral con la ayuda de la máquina de vapor. Similar situación resultó de la incorporación del petróleo al metabolismo de la producción social y la difusión de la electricidad (a fines del Siglo XIX) como portador de una enorme capilaridad, aunque con impactos aún más espectaculares, que eclosionaron de manera espectacular en la segunda mitad del siglo XX a nivel mundial.
Si bien ocurrieron muchos cambios en ciclos de décadas con la incorporación progresiva de nuevas fuentes, los cambios de fondo se acercan más al siglo de duración, como la superación de la biomasa por el carbón.
Esta segunda gran transición tuvo además la peculiaridad de que implicó el desarrollo de un conjunto de nuevos campos de conocimiento y de “campeones” nacionales en industria pesada y de bienes de capital que, en términos prácticos, expandieron de forma exponencial las capacidades tecnológicas nacionales en los cuales la transición tuvo su epicentro, con el caso paradigmático de los EE.UU. y la aparición de gigantes como General Electric y Westinghouse, entre otros.
La existencia de estos “campeones” ha marcado diferencias notables en las trayectorias de desarrollo de las naciones pues, por un lado, permiten anclar en el país el manejo de tecnologías críticas, pero por otro, establecen una relación virtuosa entre el sector energético y el desarrollo nacional al generar empleo y permitir la expansión del sector de energía sobre la base de la moneda local, disminuyendo la vulnerabilidad y exposición de las economías a terceros países y shocks externos.
El desarrollo de las tecnologías renovables tuvo su punto de partida en el shock petrolero de la década de 1970, cuando los países centrales reestructuraron su sistema energético con una batería de reformas y la aparición de nuevos actores, y comenzaron a invertir de manera sostenida en el desarrollo de nuevas tecnologías de energía renovable y su paquete tecnológico asociado. Quizás, el ejemplo paradigmático lo constituye el departamento de energía de EE.UU., fundado en 1977, el cual cuenta con decenas de instituciones a su cargo entre laboratorios de investigación y desarrollo, centros de prueba, organismos regulatorios, de inteligencia y un largo etcétera.
Esta relevancia que se le da al sector de la energía pone en evidencia sin duda su importancia para EE.UU., pero también nos habla del sector como vector o columna vertebral del proceso de reproducción social, la seguridad nacional y el desarrollo de largo plazo. Dicho esto, entonces, y con una reestructuración de escala nunca vista del sistema energético frente a nosotros, ¿qué podemos esperar en la periferia del mundo del proceso de transición lanzado y auspiciado por los países centrales? ¿Existen oportunidades para el desarrollo de un país como el nuestro, o solo nos queda aceptar una mayor primarización?
Estas y otras preguntas delinean el horizonte sobre el que debemos avanzar en las próximas décadas, pero la respuesta dependerá, en buena medida, de lo que hagamos en la presente década. En el próximo apartado se delinearán las alternativas que se vislumbran o pueden imaginarse y construirse.
Argentina y los senderos que se bifurcan
Durante el siglo XX, el proyecto de desarrollo de la Argentina y sus logros fueron estructurados bajo la égida de visiones políticas que ordenaron el mapa estratégico de sectores y actores bajo el imperativo de valores –justicia social, empleo, inclusión, territorialidad, etcétera–, pero también, una visión del lugar del país en el mundo basada en alternativas ante las imposiciones de la geopolítica. Así, empresas como YPF o Aguas y Energía jugaron un rol central al erigirse en vectores para ordenar la hoja de ruta de desarrollo del país sobre la base del sector energético, pero más importante aún, como grandes directores de orquesta del desarrollo tecnológico e industrial.
“Empresas como YPF o Aguas y Energía
jugaron en el siglo XX un rol central
como grandes directores de orquesta
del desarrollo tecnológico e industrial.”
Diego Roger
Ese recorrido fue en gran parte la base sobre la cual se construyó el proyecto de la Argentina industrial y que hace que, en el presente, aún sin habernos recuperado como país de las secuelas del proceso destructor de la última dictadura cívico-militar, nos encontremos entre el grupos reducidos de países que pueden construir satélites, que dominan la tecnología nuclear o poseen casi la cadena completa de proveedores en el sector de hidrocarburos. Entonces, y teniendo en cuenta que esas trayectorias no fueron tanto el resultado de “mecanismos de incentivo” como del trabajo sostenido de actores estratégicos, es que debemos decidir en la década en curso de qué manera vamos a plantear nuestra transición energética y cómo nos vamos a parar ante el mundo en relación con ella.
Como hemos explicado en otros trabajos, el sector energético constituye una restricción estructural al desarrollo del país, tanto por la insuficiente oferta energética que genera como por la dinámica que rige su comportamiento o su estructura en términos sistémicos. ¿De qué se trata esto último? Básicamente, de que la dinámica con la cual se desenvuelve el sector profundiza las problemáticas que lastran al país, tales como la pérdida de capacidades tecnológicas, primarización, puja distributiva, dolarización de la energía o profundización de la restricción externa.
Esta dinámica es un legado de la reestructuración del sector en la década menemista, la cual implicó cambios regulatorios de fondo, desmantelamiento de las empresas públicas y privatización, desguace de capacidades estatales y el reconocimiento del dominio originario de los recursos naturales a las provincias. Al final de dicho proceso se estructuró un sistema basado en actores privados, que cuenta con un Estado nacional con capacidades muy débiles y en permanente tensión con las provincias sobre la base de los recursos, en un largo malentendido respecto de qué es el federalismo y cuál es la manera de desplegarlo de forma plena.
Tomando entonces estos elementos como antecedentes, y en base a lo que hemos reseñado en el anterior artículo2, podemos afirmar que la transición energética podría ser una gran oportunidad para construir las bases del desarrollo del siglo XXI en la Argentina, pero que también puede venir a consolidar las problemáticas estructurales del país, recreando las condiciones de una inserción en la economía mundial similar a la que teníamos a principios del siglo XX pero con una población mucho mayor. Este tipo de inserción subordinada es sin duda la preferencia de la agenda de transición de los países centrales en lo que hace a división internacional del trabajo, pero ¿qué alternativa nos sirve como país?
El sector energético constituye una restricción estructural al desarrollo del país, tanto por la insuficiente oferta energética que genera como por la dinámica que rige su estructura en términos sistémicos.
Dados nuestros recursos naturales en lo que respecta a transición (muchas veces, más grandes de los que necesitamos) y teniendo en cuenta las proyecciones más optimistas de demanda energética (un gran crecimiento del consumo doméstico), queda claro que la Argentina puede ser un proveedor de energías limpias y que está siendo impulsado a serlo, lo que hace poco realista pensar que el país se puede aislar de la economía global. Sobre estas condiciones, entonces, ¿cómo se podría crear un sendero que implique una transición basada en una interdependencia estratégica para el país con las potencias de manera de impulsar el desarrollo nacional con la transición como palanca? ¿De qué manera podemos aprovechar esta situación a la que el mundo nos empuja?
Llegados a este punto, queda subrayar que la Argentina avanzó en su desarrollo a medida que escaló sus capacidades tecnológicas, pues ellas son las que permiten hacer más y acá, por lo cual las condiciones para el aprovechamiento de la ventana de oportunidad de la transición se cifran en la construcción de las herramientas necesarias para escalar capacidades tecnológicas y de política pública, y orientar el sector energético hacia una dinámica más acorde a las necesidades del país. Esto incluye resolver cuestiones como el financiamiento endógeno de proyectos energéticos, la coordinación sistémica, la construcción de planificación, entre otras.
La actual volatilidad que enfrenta el mundo ha desatado y acelerado cambios de fondo que exigen planificación y celeridad de respuesta. Avanzar en el desarrollo de una agenda para el cambio estructural desde la energía exige identificar las áreas de mayor oportunidad sobre la base de un análisis de su dinámica y posibilidades.
El caso del hidrógeno, por ejemplo, aparece como una temática de gran interés pero que, en términos de posibilidades inmediatas, se centra en proyectos de exportación vía inversión extranjera, los cuales tienen el riesgo de reproducir dinámicas de enclave, salvo que se construya una agenda impulsada de manera endógena o con asociaciones estratégicas.
Avanzar en el desarrollo de una agenda para el cambio estructural desde la energía exige identificar aquellas áreas de mayor oportunidad sobre la base de un análisis de su dinámica y posibilidades.
Capturar oportunidades exige por lo tanto un trabajo que produzca una visión propia del país sobre la transición energética y las necesidades de políticas, pues, en caso contrario, la agenda se fija en función de intereses diversos a las necesidades del país. La participación decidida del Estado en el financiamiento del despegue del proceso de transición energética tiene el potencial de desarrollar un mercado financiero de enormes proporciones basado en ahorro local. Como contracara, sin el Estado no habrá oportunidad dado que el ciclo de tiempo para ingresar a la transición como desarrolladores de tecnología se agotará en menos de una década.
Como hemos dicho, estamos en un punto clave en el proceso de transición mundial y nos acercamos a una situación en la que se bifurcan opciones que, en caso de elegir el sendero equivocado, son muy difíciles de desandar. Una inserción subordinada en el proceso de transición puede resultar letal para las aspiraciones de igualdad e inclusión, por lo cual es preciso realizar ya esfuerzos en dirección de una estrategia de interdependencia que nos permita como país construir libertad tecnológica e industrial.
La oportunidad de creación de empleo asociada al desarrollo industrial tecnológico –1.000.000 de puestos en la próxima década– hace de esta última opción la oportunidad del siglo para el desarrollo de la Argentina, ya que sin energía abundante y accesible no hay equidad y justicia social posible, pero sin industria nacional para la transición no hay empleo e inclusión para los argentinos.
Notas
1) Ver por ejemplo, “Revoluciones tecnológicas y capital financiero”, de la citada autora.
2) “La transición energética desde el arrabal del mundo”: https://contraeditorial.com/la-transicion-energetica-desde-el-arrabal-del-mundo/
* El autor es politólogo, investigador y especialista en energía en la Universidad Nacional de Quilmes, y director de Biocombustibles de la Secretaría de Energía de la Nación.