El cruce de versiones y tensiones detrás de la foto de Alberto Fernández con el G-6. El tuit de CFK. El misterioso viaje del expresidente a Paraguay.
Salvo que secretamente se haya decidido que el Frente de Todos va a pasar a ser un dispositivo político autosuficiente, con un ala oficialista y otra opositora, independiente del resto de la escena de poder, que batallan hasta la primera sangre pero de última reportan al gobierno de manera simultánea, los cruces al interior de la coalición gobernante de la semana pasada sonaron como la campana milagrosa que acude en socorro del boxeador vacilante camino de besar la lona.
Después de varias semanas, incluso los diarios opositores habían tenido que ceder algo de espacio al escándalo del espionaje macrista y la feroz interna abierta entre el sector político y el gestionalista de Juntos por el Cambio. No era para menos. En el primero de los casos, según los datos que se ventilan ante la Comisión Bicameral de Fiscalización de Organismos y Actividades de Inteligencia y los que logran conocerse del expediente que se investiga en Lomas de Zamora, son varios los “watergates” que tienen a Mauricio Macri como el Richard Nixon de esta historia; y en el segundo, varios dirigentes del PRO hasta comenzaban a ensayar en público los funerales políticos del hijo de Franco.
En un mundo donde todas las rutinas parecen rotas producto de la pandemia, algo de la realidad volvía a parecerse a la vieja normalidad: los derrotados en una elección contundente entraban en la diáspora que el llano siempre ofrece y los funcionarios que alguna vez creyeron que eran impunes marcaban el número de sus abogados porque la justicia comenzaba a requerirlos y no para pedirle favores, como cuando se tiene algo de poder, sino explicaciones, cosa que sucede con los imputados en cualquier proceso penal.
“Son varios los ´watergates´ que tienen a Macri como el Richard Nixon de esta historia; varios dirigentes del PRO comenzaron a ensayar los funerales políticos del hijo de Franco”.
Pero algo pasó. Nadie sabe responder bien qué, ni por qué. De golpe, la agenda informativa que maneja la comunicación hegemónica viró de la decepción por los cada vez más evidentes problemas del macrismo, a darle cobertura tenaz y despiadada a lo ocurrido al interior de la coalición oficialista. Justo, además, cuando Macri partía sigiloso y de improviso a Asunción del Paraguay a reunirse con el banquero y ex presidente Horacio Cortés, cuya biografía puede leerse en la nota de Santiago O’Donnell “Horacio Cartés, campeón sudamericano de narcolavado”, que recoge las sospechas y acusaciones obrantes en los “wikileaks” liberados por Julian Assange, que el periodista curó en su maravilloso libro “Argenleaks”.
No hay que ser Sherlock Holmes para ubicar como origen del malestar la foto elegida por el presidente Alberto Fernández para celebrar el 9 de julio desde la Quinta de Olivos. Tampoco para advertir que la vicepresidenta Cristina Kirchner rechazó la composición y la representación de la imagen a través de un tuit con elogios a una nota de Alfredo Zaiat (tan fundamentada y lúcida como otras anteriores) publicada en Página 12 bajo el título “La conducción política del poder económico”, donde Zaiat cuestionaba a los reunidos en la foto, los empresarios del G6, porque representan un poder económico que no tiene en mente a hacer ningún tipo de aporte al desarrollo nacional que propone el gobierno en sus llamados al pacto o nuevo contrato social.
Una lectura no demasiado atenta de lo acontecido salda la perplejidad del confuso intercambio con la palabra “crisis”. El presidente y su vice (que no apareció en la foto) parecen estar entendiendo las cosas de modo distinto. Sin embargo, para cualquiera que no sea un paracaidista polaco recién arribado a las tensiones del poder en la Argentina, no hay novedad en la supuesta crisis. Alberto Fernández y Cristina Kirchner no son lo mismo, aunque hayan apostado electoralmente a lo mismo: derrotar a Mauricio Macri. Eso, traducido en hechos, que son los que valen, implicó una impresionante derrota a la más peligrosa derecha regional, en un contexto donde la discusión está planteada entre gobiernos de derecha o de ultraderecha producto del peor retroceso del campo progresista en dos décadas.
“Alberto Fernández y Cristina Kirchner no son lo mismo, aunque hayan apostado electoralmente a lo mismo: derrotar a Mauricio Macri”.
¿Fue la foto del 9 de julio “la independencia” de Fernández del dispositivo electoral que obtuvo ese triunfo fenomenal? ¿Acaso, puede ser leída como un gesto de autoridad frente al constante acoso de la prensa hegemónica que –increíblemente- lo muestra opacado por los silencios de su vice?
¿Fue el tuit de Cristina Kirchner un gesto público destinado a trazar un límite a la estrategia de confluencia con la centroderecha que sostiene el presidente visible en “los amigos” de apellido Larreta y Morales que aparecen en las fotos dialoguistas que propone?
Hay solo dos personas que pueden responder las preguntas anteriores, sin especulaciones ni planteos desopilantes: Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Es lo primero que hay que decir, para ser serios y para no formar parte -a conciencia- de las múltiples trifulcas habilitadas después de la foto y el tuit en cuestión.
Todo aquel que tenía algún disgusto con el presidente (y los hay en cantidad, ningún presidente se libra de su propia masa de indignados, vienen con el bastón y la banda) encontró en el elogio de la vice a la nota de Zaiat un atajo a la verificación de sus razones para recordarle a Fernández que no es un revolucionario bolivariano, que estuvo bastantes años criticando a Cristina Kirchner desde los pisos de TN, que fue el jefe de campaña derrotado de dos intentos –con Sergio Massa y con Florencio Randazzo- por desbancar a su vice y que si es tan amigo del diálogo debería empezar por hablar con los que resistieron al macrismo durante los últimos peores cuatro años de la Argentina.
“No hay que ser Sherlock Holmes para ubicar como origen del malestar la foto elegida por el presidente Alberto Fernández para celebrar el 9 de julio desde la Quinta de Olivos”.
Sin dejar de señalar que Alberto Fernández estaría cediendo al cortejo de las corporaciones capaces de recaudar dólares vía comercio exterior indispensables para la reactivación productiva que, a cambio, le estarían exigiendo que tome distancia de su vice jacobina y encabece entonces la refundación del capitalismo nacional sobre la aceptación de una pobreza estructural del 40 por ciento a la que podría atenderse mediante una renta básica universal fondeada con los recursos liberados por el canje de la deuda y su plazo de gracia, más los provistos por los ricos más ricos del país dispuestos a aceptar una donación solidaria de miles de millones de dólares en la medida que puedan descontarlo de sus impuestos futuros.
Nada de lo antedicho es un invento del autor. Estas apreciaciones integran el submundo argumental, ahora cada vez más público, que intenta digerir un malestar que con sus tentáculos envuelve a la coalición oficial. Lo saben sus integrantes más rutilantes, lo intuyen las segundas líneas, lo sospechan sus muchos votantes que, desorientados pero aún leales, le ponen el pecho a discusiones infinitas con propios y no tan propios tratando de hallarle lógica a una verdad insólita: se ve mejor a los opositores que abandonaron el gobierno hace siete meses que a los oficialistas que lo detentan desde entonces.
“Debe ser la pandemia”, se resignan algunos. “Sí”, le responden otros, mientras miran a dirigentes que no dicen mucho, salvo Agustín Rossi, el ministro de Defensa, quien cerró filas con el presidente: “Hay que bancarlo”, le dijo a la militancia a través de un sentido tuit, que se evaporó al día siguiente cuando la ambivalente postura de la Cancillería argentina ante la ONU por la situación de los derechos humanos en Venezuela volvió a encender todas las discusiones.
“Ninguno de los Fernández, ni Alberto ni Cristina, dieron señales de confluir en una foto o una escena que ayude a diluir la imagen de refriega que quedó instalada”.
Fue el presidente de la Nación el que tuvo que salir como bombero a aclarar que la posición de la Argentina seguía respetando el principio de la no injerencia tradicional de nuestra política exterior y criticaba las sanciones económicas de los Estados Unidos, esfuerzo que el presidente de la Cámara de Diputados frustró al usar la palabra “dictadura” para referirse a los gobiernos que encarcelan estudiantes, como el de Chile o el de Bolivia, cosa que podría haber aclarado, pero no, sus comentarios fueron sobre Venezuela. Todo esto mientras Macri se alejaba a toda velocidad de los titulares de los diarios en la camioneta Toyota blindada que le birló al Estado y no quiere devolver, caprichosamente, como Carlos Menem con la Ferrari Testarossa en los ‘90. La Argentina es un eterno deja vu.
Las redes sociales por estas horas son un festival agrio de exposiciones contrapuestas. Votantes del Frente de Todos, sobre todo los de su corriente kirchnerista, se dividen en todas las tendencias posibles. Están los que reivindican las críticas al presidente “porque los obsecuentes traicionan pero los que critican no”, los que mandan a callar a otros “porque las diferencias no se dirimen en público para no darle letra al enemigo”, los que recuerdan que “la expropiación de Vicentin quedó en un papelón” coronado con una frase poco feliz del presidente y los que reclaman por “el impuesto a las grandes fortunas” que no fue votado, mezclados con los que amargamente y desde la ausencia de frenos inhibitorios que proponen estas plataformas dan por acabada la experiencia de la alianza frentista y manifiestan una sensación de frustración digna de mejores telenovelas políticas, en fin, también existe la gente que vive defraudada, es la única manera de tener razón siempre, porque motivos nunca van a faltar.
Los protagonistas de esta tensión dramática, por ahora, no se muestran juntos. Ninguno de los Fernández, ni Alberto ni Cristina, dieron señales de confluir en una foto o una escena que ayude a diluir la imagen de refriega solapada que quedó instalada en la opinión pública que se ocupa o preocupa por estos asuntos. La verdad, la comunicación hegemónica hizo lo suyo. Pero los hechos, esta vez, están.
“Entre ellos hay más coincidencias que diferencias, aunque puede ocurrir que las gestualidades a veces no respondan al nado sincronizado que un gobierno de coalición exige para ser armónico”.
Quizá haga falta aclarar que, a esta altura de los acontecimientos, los dos Fernández deben haber hablado de todo, antes y después de aquella nominación sabatina, preludio de la llegada triunfal a la presidencia de Alberto. Y deben haberse puesto de acuerdo en un porcentaje considerable de temas como para andar enojándose por una foto de 9 de Julio. Esta lectura excesivamente resumida parece no interpretar que entre ellos dos hay más coincidencias profundas que diferencias, aunque puede ocurrir que las velocidades y las gestualidades a veces no respondan al nado sincronizado que un gobierno de coalición exige para ser armónico al ciento por ciento. ¿Puede pasar? Puede pasar.
Lo que indudablemente es llamativo es que se le reproche airadamente a Alberto Fernández que sea Alberto Fernández. El no sumó cantidades impresionantes de votantes al Frente de Todos, es cierto, pero lo suyo fue captar la cantidad justa y necesaria de electores del extremo centro y aledaños progresistas no muy K para darle un golpe definitivo al proyecto reeleccionista de Macri, en combinación con el voto duro kirchnerista liderado por Cristina Kirchner.
Alberto Fernández no llegó a presidente por decreto divino. Es fruto de la comprensión de un momento histórico y de una correlación de fuerzas específica que nadie, pero nadie reconoció mejor que Cristina Kirchner, cediendo incluso protagonismo en la fórmula. Si algo no está bien en esta sociedad política, antes de ser dichos por Clarín y La Nación, mejor decirse a sí mismos, principio fundamental de la autodeterminación política.
Por lo menos, el presidente así lo entiende, cada uno o dos días habla con la prensa e insiste en que el diálogo con todes es la base de su gobierno. Su última aparición pública tiene horas. No sólo no negó la crisis en el reportaje a Página 12, sino que la asumió: “hay una fuerza que trata de dividirnos permanente y nosotros no debemos caer en esa trampa. Somos una fuerza heterogénea que tiene miradas diferentes (….) No nos tienen que confundir. Lo que tenemos que entender los compañeros es que nos hacen esas cosas para que caigamos en esa pelea y no tenemos que caer”.
Y si no pasa nada, o lo que pasa no es tan grave, quizá sea mejor para el oficialismo recuperar la agenda política previa en la que Macri tiene que dar explicaciones por el espionaje, por su incógnito viaje al Paraguay, por no devolver la camioneta, por la interna belicosa de Juntos por el Cambio y por los muchos “watergates” que hacen revolver de envidia a Nixon en el más allá.
El presidente estadounidense tuvo que renunciar a la presidencia por el escándalo. Y Macri ni siquiera aparece en los diarios. Come pochoclos.