La AEA quiere un gobierno peronista que no discuta la distribución del ingreso. Las identidades autopercibidas y la obsesión biologicista
Hay algo fantasmal en la historia argentina. Algo que viaja desde el pasado más o menos remoto y se instala a vivir de modo parasitario en las luchas políticas del presente. Por ejemplo, no es nueva la idea entre nuestras clases dominantes de que solo con la extirpación de un perverso carcinoma el país podría reencontrarse con su destino de grandeza. Basada en esa cruenta premisa, Argentina inauguró con el Golpe del ’55 un periodo de 18 años donde grupos civiles y militares pretendieron construir alternativamente o de conjunto una república imaginaria donde básicamente no existiera el peronismo, ni siquiera como memoria. Todo lo que acreditara identidad o pertenencia partidaria peronista pasó a ser delito.
Como se sabe, el experimento concluyó en fracaso rotundo. Cuando Perón retornó al país, en elecciones generales libres, sacó el 62 por ciento de los votos. Lo eligieron, incluso, los hijos de los más fervientes antiperonistas. Tres años después, sin embargo, esos mismos grupos de poder buscaron una solución final a la persistente anomalía democrática. Convirtieron entonces al país en un enorme campo de concentración y exterminio. El sueño de la república imaginaria se materializó esta vez en una sangrienta dictadura con secuestros, torturas y desapariciones por decenas de miles. Crímenes contra la humanidad que la democracia recuperada lleva juzgando 37 años.
El macrismo ubica en un impreciso momento de “hace 70 años” el origen de la decadencia nacional.
Es innegable que esa obsesión biologicista, la de la extirpación del nódulo enfermo para acabar con el mal, reaparece cada vez que puede. Como pulsión vejatoria, casi siempre. Pero de manera simbólica y no tanto en la realidad efectiva. Por caso, el macrismo ubica en un impreciso momento de “hace 70 años” el origen de la decadencia nacional, quizá como tributo a los padres fundadores de la derecha nacional que se vieron obligados a dar un golpe para -como decía el contraalmirante Arturo Rial- que “el hijo del barrendero siga siendo barrendero”.
Aunque es justo admitir que Juntos por el Cambio mantiene un núcleo de dirigentes (Ritondo, Santilli, Pichetto) que provienen del peronismo. Hasta la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, pasó por la Juventud Peronista. Podría decirse que la democracia logró, Carlos Menem y Domingo Cavallo mediante, que el establishment acepte convivir con un porcentaje del “hecho maldito del país burgués”. Sin exagerar.

Porque el problema, a esta altura de los acontecimientos, no sería con la identidad autopercibida de los dirigentes. Hay evidencia de peronistas que se sienten más cómodos acompañando proyectos neoliberales. O yendo a la embajada de los Estados Unidos los 4 de julio. Son peronistas que hace rato indultaron a Spruille Braden. O justifican ajustes injustificables. Lo que las clases dominantes no toleran, en realidad, es a los peronistas –y no peronistas- que suponen que el reparto más justo de la riqueza es un prerrequisito indispensable para dejar atrás el subdesarrollo.
Ponerse a discutir sobre quiénes serían los más peronistas, es un pasatiempo o una trampa para caer en discusiones interminables. Algo que nunca llegó a asimilar la Revolución Fusiladora, la que inauguró la república imaginaria fracasada dos décadas más tarde, es que las masas ninguneadas que se identificaron con aquel coronel Perón que atendía a sus dirigentes en la secretaría de Trabajo y Previsión, estaban buscando un conductor y una identidad que los ayudara a acabar con un orden de cosas donde venían llevándose la peor parte.
Lo que las clases dominantes no toleran, en realidad, es a los peronistas –y no peronistas- que suponen que el reparto más justo de la riqueza es un prerrequisito indispensable para dejar atrás el subdesarrollo.
La emergencia existía. Es la clase obrera todavía no peronista la que le exige a Perón que se ponga al frente de su particular movimiento. La injusticia cotidiana se había vuelto intolerable. Troca en insurrección cuando es detenido y luego lo convierte en presidente de una democracia con peones rurales, operarias y obreros adentro. Una vez, dos veces. Por eso el exilio del conductor y la proscripción, no pudieron impedir ni el retorno ni el triunfo arrasador de Perón después de 18 años. Es que la tarea de un país más igualitario, o menos miserable, estaba inconclusa desde entonces. La misión que el pueblo le había encomendado, no estaba terminada.
Décadas después, la derecha parece haber aprendido la lección de la historia. No hay prohibición ni dictadura ni baño de sangre que logre el paraíso que desean. No hay sadismo puesto en práctica que les asegure la victoria. Aunque es cierto que en la defensa de sus privilegios nunca reniega de patrullar el movimiento popular en la búsqueda de sus actores más intransigentes o menos corrompibles. Cuando los identifica, los llama populistas y alrededor de ellos despliega una suerte de cordón sanitario, para aislarlos del conjunto social. Y neutralizarlos.

Con ese tipo de peronismo aún indómito llamado kirchnerismo, lo intentan de manera constante. Es la corriente del gigante invertebrado que más inquieta a las corporaciones. Tres gobiernos consecutivos, todos ellos democráticos, no pudieron disipar los prejuicios. Se lo demoniza como una banda saqueadora, con total impunidad. Es blanco cotidiano de la pulsión extirpadora y proscriptiva de la derecha rancia y también de la que se maneja con mejores modales. Se hace evidente en los diarios, en los zócalos y en editoriales plagadas de amenazas.
Como si el kirchnerismo en su totalidad tuviera una vida penalmente reprochable, por fuera de la emergencia social y política que lo hizo posible. Hoy la Argentina es un país donde el 10 por ciento más rico de la población percibe 19 veces lo que suma el 10 por ciento más pobre. No hay campaña de desprestigio contra Cristina Kirchner y su hijo Máximo que permita desviar la atención de esos números porcentuales y lo que reflejan: un país invivible para las mayorías sociales.
Ese tipo de peronismo aún indómito llamado kirchnerismo es la corriente del gigante invertebrado que más inquieta a las corporaciones.
Y precisamente es el kirchnerismo el que impulsó el Aporte Solidario Extraordinario de las Grandes Fortunas, resistido por el decil más rico de la sociedad, más por el antecedente legal que fija hacia el futuro, cuando se discuta una reforma tributaria de verdad más progresiva, que por los montos a pagar que son irrisorios para los multimillonarios. El dato: apenas 253 personas con fortunas de más de 3 mil millones de pesos contribuirán, si la ley es votada, con la mitad de los 307 mil millones de pesos que se quieren recaudar. Al otro extremo de la pirámide, en su base, 11 millones de personas reciben ayuda alimentaria directa del Estado, porque no pueden pagarse la comida.
Interesa apuntar que la preocupación de los dueños del poder y del dinero se traduce en un lobby diario que busca debilitar la influencia kirchnerista al interior del gobierno del FdT. Quieren la extirpación del lunar raro lo más rápido posible. No les molesta tanto que Alberto Fernández parezca “el jefe de gabinete de Cristina Kirchner”, como dijo en La Nación José “Pepe” Nun, el ex secretario de Cultura cuando, precisamente, Alberto Fernández era el jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Las vueltas de la vida.
La preocupación de los dueños del poder se traduce en un lobby diario que busca debilitar la influencia kirchnerista al interior del gobierno del FdT.
No les molesta tampoco que el presidente a veces adopte un tono más elevado para decir sus cosas. La por momentos inexplicable belicosidad opositora, la más explicable furia mediática hacia el gobierno después del decreto que congeló las tarifas de las telecomunicaciones, explica que Fernández enfatice sus argumentos más de lo habitual. En realidad, cuando le reprochan hasta que hable con su vice en Olivos, lo que le están exigiendo es que no ceda a lo que señalan como agenda kirchnerista, que no es la venganza, ni la impunidad, ni nada de eso.
Lo que les molesta es ver revitalizada la discusión por la distribución de la renta. Razón de ser del kirchnerismo, así como el peronismo original encarnó el deseo de justicia social de las grandes mayorías.
Un gobierno del FdT sin kirchnerismo sería cualquier cosa menos de todos.