De la protesta policial armada a la comparación de AF con De la Rúa, quiénes se expresan a través del ex bañero de Lomas y quieren una Argentina con salarios de Malawi.
Si el gobierno devaluara la moneda de manera drástica, como le está exigiendo la barra brava del establishment que reúne a grandes grupos exportadores con especuladores financieros, tendría que pilotear un rebrote inflacionario con las consecuencias típicas de una crisis cambiaria: una mayor caída del salario real, un nuevo aumento de los índices de pobreza y una menor fortaleza política para sostener el rumbo que la sociedad eligió mayoritariamente en las urnas en octubre de 2019.
Pero esta vez, agravadas. A la tierra arrasada por las dos pandemias, la de Mauricio Macri y la del Covid 19, habría que sumarle el efecto devastador de esta tercera peste que volvería a lastimar a los ya lastimados por el mercado liberado de regulaciones estatales y a desmoralizar a los millones esperanzados que todavía creen, a diferencia de Miguel Angel Pichetto, que el país tiene algún destino mucho más interesante que la negación de una sociedad igualitaria como tributo constante al orden conservador de las cosas, extraña logia a la que el rionegrino reporta, como se sabe, nunca en soledad.
La campaña devaluadora busca garantizarse rentas extraordinarias y la ruptura del contrato electoral que asumieron los Fernández.
La razón de estos grupos para agitar la campaña devaluadora puede ser de estricto interés económico, con intención de forzar un dólar recontra-alto y con eso garantizarse rentas extraordinarias en la coyuntura; o de orden más político, buscando la ruptura del contrato electoral que asumieron los Fernández frente a sus votantes -que lleva implícito una promesa de recuperación del poder adquisitivo que reactive el mercado interno y reduzca la exclusión social-, escenario de defraudación general que volvería a otorgarle chances a la expresión electoral de este bloque de poder con excesiva nostalgia de macrismo.
Tal vez las dos cosas vayan juntas. Es lo más probable. Son sectores que detestan los afanes distribucionistas de la actual administración peronista y quieren que el experimento se acabe, lo antes posible. Los irrita, en particular, que el FdT busque corregir o alterar una situación con la que ellos amasaron riqueza, mientras la pobreza y la indigencia, cada vez mayores, se instalaban groseramente como paisaje de normalidad.

Son los mismos que viven el proyecto de Aporte Solidario Extraordinario de las grandes fortunas como el impacto imprevisto de una salmuera en los ojos. Ni siquiera parece calmarlos que no se llame impuesto o que sea por única vez. Se les presenta como una posibilidad abominable y punto.
Interesante observar que las críticas al gobierno provienen de diferentes representaciones del capital más concentrado que conviven en el Foro de la Convergencia Empresarial, entidad hegemonizada por la Asociación Empresaria Argentina (AEA), a su vez políticamente conducida por Clarin y Techint. No es todo el mundo empresario, son las corporaciones XXL, vale aclararlo.
Son sectores que detestan los afanes distribucionistas de la actual administración peronista y quieren que el experimento se acabe.
Pero con el poder suficiente como para resucitar viejos fantasmas y ponerlos a rodar como si, políticamente hablando, todavía fueran de carne y hueso. ¿O acaso quién se expresa a través de Eduardo Duhalde, que un día promete un golpe de Estado y otro compara a Alberto Fernández con Fernando De la Rúa? Al final, los del “club del helicóptero” eran ellos, según parece.
No es casual que Duhalde sea llamado a cobrar protagonismo en esta crisis. Es el gran devaluador de la historia reciente. Un 300 por ciento de un día para el otro. Se lo llamó “pesificación asimétrica” y fue una brutal transferencia de ingresos de los sectores menos favorecidos a los más ricos de la sociedad. Como toda devaluación salvaje.

En su papel de Churchil lomense salió a hablar de golpismo y dos semanas después hubo un reclamo salarial armado de la Bonaerense. Ahora, mete miedo con De la Rúa y exige que la oposición sea parte del gobierno. Su idea del consenso es que el que gana, gana, pero el que pierde, gobierna. Difícil ganarle a creativo. Carlos Ruckauf, el de los patacones, también reapareció en una entrevista opinando como sonriente estadista jubilado. Fue para darle la razón a Duhalde, y a la vez explicar que el ex presidente provisional, bañero de joven, está enojado porque pretende que Alberto Fernández rompa definitivamente con CFK. Como Clarin y tantos otros.
¿Esa sería la opción intermedia? ¿Alberto asume la agenda del establishment, echa del gobierno a CFK y deja que, por ejemplo, el amigo Horacio Rodríguez Larreta se convierta en jefe de gabinete en un gobierno de “unidad nacional”, después de una devaluación que ponga el dólar bien recontra-alto y los salarios nacionales al mismo nivel que el de los Malawi o Liberia? ¿Esa es la salida que quieren, la competitividad que buscan?
Primero lanzó una proclama golpista y, dos semanas después, agita el fantasma De la Rúa y pide a la oposición que sea parte del gobierno.
Cuánta imaginación. El problema es que creen que eso, aunque desopilante como planteo, es algo posible.
Mientras tanto, como todavía no consiguieron que el gobierno devalúe la moneda, insisten con devaluar al país. La moda de gente frustrada por lo mal que se vive en la Argentina y decide emigrar a otras latitudes crece en centrimetraje y en drama. La telenovela se llama “Un país inviable”. Cada tanto la repiten. Bajar la autoestima nacional es el deporte de los que, como Pichetto, sostienen que el país no tiene destino. Quizá los que no tengan destino, esta vez, sean ellos; y por eso estén viendo el futuro más como acechanza que como oportunidad.