La crisis policial fue resuelta con enorme astucia política, pero blanqueó que Duhalde no está solo en su locura.
Para ser la crisis más severa en nueve meses de gestión, seis de ellos bajo el azote de una pandemia imposible, hay que reconocer que el gobierno logró con mucha elegancia, casi a lo Nicolino Locche, El Intocable, que la última revuelta policial bonaerense se redujera a la resolución de una singular paritaria salarial con 90 mil efectivos armados y no escalara a una crisis de poder o golpe suave, como pretendía ese sector de la derecha desestabilizadora que juega a meter goles con la mano todo el tiempo.
Fue una demostración de cultivada astucia, en un momento de grandes nervios, impedir que los grupos más emocionalmente tocados por la jugada destituyente ganaran en la caracterización del evento e instalaran una agenda de descontrol o de defensas vulneradas que solo iba a terminar asustando más a la gente y perjudicando las posibilidades del gobierno a la hora de resolver sobre la situación. Cosa que hizo, finalmente.
No hubo golpe suave. La crisis se resolvió sin sangre, sin violencia. Hasta el inclasificable Fernando Iglesias tuvo que salir a repudiar a los policías.
Lo que podría haber derivado en un escenario de desgobierno para gozo del constante fragoteo mediático, económico y político que tiene por objetivo debilitar a los Fernández, a partir de un magistral movimiento de cintura del presidente y del gobernador, se transformó en un debate sobre los privilegios de la ciudad autónoma que funciona como santuario del macrismo, en todas sus versiones posibles, las que reportan directamente a Macri o a Horacio Rodríguez Larreta.
Es cierto, se produjo una preocupante rebelión policial, ese fantasma tan temido que puso contra las cuerdas a Correa en Ecuador y luego prologó la caída de Evo en Bolivia. Pero también es verdad que fue conjurado y de una manera incruenta, otro mérito oficial en el manejo de la delicada situación.

Cuando algunos empezaban a impacientarse, otros a movilizarse casi espontáneamente y un sector de la belicosa oposición política se decidía a jugar una vez más con fuego aprovechando el estado de insubordinación de la amenazante fuerza armada bonaerense, de un momento para otro quedó inaugurada la campaña electoral 2021 y hasta la 2023 y con eso el panorama quedó repentinamente pacificado.
O, mejor dicho, canalizado. En democracia, los conflictos, no importa lo duro que sean, se dirimen en elecciones. Movió el gobierno con el anuncio del aumento policial, explicando que los fondos para pagarlo provendrían de una reasignación de recursos que beneficiaban a CABA, y “el amigo Horacio” Rodríguez Larreta aprovechó para victimizarse y lanzar indirectamente su candidatura a presidente en tres años por la oposición macri-vandorista, es decir, promotora de un macrismo sin Macri.
Lo que podría haber derivado en un escenario de desgobierno se transformó en un debate sobre los privilegios de la ciudad autónoma que funciona como santuario del macrismo.
No hubo golpe suave. La crisis se resolvió sin sangre, sin violencia. Dentro de las vías institucionales. Hasta el inclasificable Fernando Iglesias tuvo que salir a repudiar a los policías que se manifestaban armados y con bombos frente a la Quinta de Olivos. La casa quedó, momentáneamente, en orden.
¿Hubo riesgo cierto de que todo se desmadrara en algún momento? Hay razones para suponer que no. Con el aumento anunciado, la policía volvió a lo suyo. Fue casi automático. Sus voceros más exaltados quedaron aislados y algunos hasta terminaron aceptando que la oferta oficial era más generosa que lo que reclamaban. Pero con escenarios de este tipo nunca se sabe.

La base material del reclamo existía, como así también los sectores de la derecha que quisieron montarse sobre la protesta para producir más caos todavía. De los dichos golpistas del “loco” Duhalde para acá, todo es posible. Incluso, que haya oscuros operadores que recorran comisarías y cuarteles agitando sibilinamente alguna rebelión de orden político contra el gobierno. Por ahora, según parece, lo único que consiguieron es policías con ganas de hacer público su descontento salarial, pero no uniformados que pretendan sumarse a una aventura destituyente.
De un momento para otro quedó inaugurada la campaña electoral y con eso el panorama quedó repentinamente pacificado.
El contexto regional no ayuda, es verdad. Hay militares en el gobierno de Brasil, los hay en Bolivia apoyando a la golpista Añez, hay un protagonismo excesivo de los carabineros en el gobierno de Piñeira en Chile, y hay como nunca ante se había visto un activismo judicial contra los líderes populares, como Evo y Correa, en el marco del lawfare, que generan un mapa de democracias restringidas y amenazadas que ponen las cosas muy difíciles.
Viendo la parte media llena del vaso, el gobierno manejó exitosamente una situación con derivas peligrosas. Ahora, si de mirar la parte vacía se trata, la demora opositora en manifestarse, la cobertura de la prensa hegemónica hablando del “piquete azul” en vez de sedición y la presencia de comunicadores y políticos apoyando las manifestaciones de gente armada, sería una locura total bajar la guardia. A lo Locche.