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La estupidez no tiene vacuna

Por Roberto Caballero
La estupidez no tiene vacuna

Pasó en Perú, pasó en España y pasó en Alemania, ¿por qué no iba a suceder en la Argentina? Son escándalos previsibles en todo periodo crítico o de restricciones. Los bienes escasos crean, desde siempre, un mercado negro, que no es otra cosa que un circuito de privilegio minoritario al que se accede con plata o acomodo. La vacuna contra el coronavirus es potencialmente reclamada por 7 mil millones de personas. Una demanda planetaria cuyo abastecimiento rápido es materialmente imposible. Los países desarrollados, que cuentan con los recursos para garantizarse el remedio, han acaparado la producción y condenado a los demás a una lista de espera, desesperante.

El gobierno del Frente de Todos planteó que la lucha contra la pandemia es una cuestión de salud pública, donde el Estado tiene un papel organizador indelegable. En nuestro país, por ejemplo, los laboratorios y las farmacias no pueden ofrecer la vacuna contra el Covid, como sí ocurre con otras, como la de la gripe, por ejemplo. La vacuna, sea la rusa, la china o la india, no está al alcance de quien pueda pagarla, acá no decide el mercado, sino que es ofrecida como un derecho general, para toda la ciudadanía, que el Estado organiza en su acopio, distribución y aplicación. Con prioridades, por supuesto. Tareas esenciales, como personal sanitario o de seguridad. Edades donde la enfermedad incrementa su letalidad, es decir, mayores de 70.

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Difícil pedirle a la sociedad que espere paciente en una fila cuando observa que otros se saltean su turno.

Lo bochornoso del episodio que terminó con la eyección Ginés González García es que en esas prioridades, comunicadas de manera pública, no están incluidos ni empresarios ni periodistas amigos del ministro de Salud. Cualquier política oficial, todavía más cuando tiene características excepcionales como la actual política de salud, está basada en la credibilidad de quienes la llevan adelante. La fe no es un asunto de las iglesias, solamente. Difícil pedirle a la sociedad que pague impuestos cuando quien lo exige es un evasor conocido. Mucho más difícil pedirle a la sociedad que espere paciente en una fila cuando observa que otros se saltean su turno con aval de las autoridades que deberían combatir el privilegio.

Es fácil advertir que la oposición salvaje intentó desde el principio erosionar la credibilidad de la autoridad sanitaria. Resuenan todavía las acusaciones de “infectadura”, “envenenamiento masivo”, “estado de sitio”. El escándalo en la cartera de Salud, viendo este contexto, es más que un tiro en el pie: es una ráfaga de ametralladora. Complejo de entender. Con gente tan experimentada en la escena. Que se ofreció como canapé a la comunicación hegemónica. Las prácticas clandestinas habrán tenido su utilidad en la política de los ’70, al igual que el secretismo. Pero hoy, cuando lo único opaco es la manera en la que las grandes corporaciones evitan al fisco y ocultan sus fortunas cada vez más siderales, el resto de las personas somos traslúcidas. No hay intimidad, ni privacidad inabordable. La tecnología nos volvió transparentes porque nuestros datos, desde gustos hasta movimientos, alimentan grandes yacimientos de información brindada de manera espontánea que son el combustible del mercadeo y también de la inteligencia política y también de la empresaria.

Sin comportamientos éticos de los dirigentes socialmente valorados, la hegemonía social y cultural estará en manos de los inescrupulosos, donde son mayoría los cuadros de la derecha. 

Desde que Beatriz Sarlo dijo en el piso de TN que le habían ofrecido la vacuna y ella no la aceptó, algo que pasó hace dos semanas, se sabía que Clarín iba a poner todo su empeño en cargarse a un ministro y dañar a todo un gobierno. A veces no se termina de comprender que Clarín no desmovilizó a su tropa y que sigue con el “periodismo de guerra”, que no es periodismo. Dinamitar el papel conductor de la sociedad que tiene un gobierno popular es parte del objetivo central de sus accionistas, integrantes del establishment del que tanto se habla pero pocas veces se personaliza. La construcción de una nueva mayoría democrática, nacional y popular, que actúe como contrapeso efectivo del neoliberalismo en nuestra sociedad, exige que haya sintonía entre lo que se dice y lo que se hace. El futuro tiene menos que ver con el pragmatismo y más con las lecturas de Enrique Dussel. Sin comportamientos éticos de los dirigentes socialmente valorados, la hegemonía social y cultural estará eternamente en manos de los inescrupulosos, donde son mayoría los cuadros de la derecha. 

En ese sentido, vale destacar la decisión  que tomó el presidente Alberto Fernández. Le debe haber dolido mucho. Ginés es un bronce del sanitarismo peronista, capaz de defender el aborto  como un asunto de salud pública en la mismísima cara de Hilda Chiche Duhalde. Quiénes se benefician con su salida, por ahora es prematuro decirlo. Hay que evitar las lecturas conspiranoides . Sí puede decirse que el  principal afectado es un gobierno con demasiados enemigos, como para ofrecer flancos tan  tontos.

El año electoral comenzó. Es probable que durante los próximos meses lleguen millones de vacunas. Para el Covid. Para la estupidez humana, todavía no se inventó.

El carnaval de la justicia

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Tags: ClarínGinés González Garcíavacunas
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