En ese péndulo que lo lleva a alternar entre Madrid y Buenos Aires, Jorge Alemán volvió a la Argentina para presentar un nuevo libro: Brevario político de psicoanálisis (NED), donde recoge los conceptos centrales de sus anteriores trabajos, a la manera de las entradas de un diccionario. Son textos de rápida lectura y lento destilado. Psicoanalista, poeta y ensayista, Alemán revisita así el camino recorrido en la llamada “izquierda lacaniana”, esa perspectiva tan potente como disruptiva que anuda con los recursos del psicoanálisis una serie de ideas con las que abordar las claves del capitalismo actual, ante el desconcierto de los abordajes clásicos y las transgresiones de una derecha –“ultraderecha”, en los términos del autor– que corre todos los límites del juego democrático.
Alemán también va a lanzar el poemario La hora del rechazo (Activo puente), y del 15 al 17 de noviembre participará en Córdoba de Las terceras jornadas de Izquierda(s) Lacanina(s), con la presencia, entre otras referentes, de la filósofa belga Chantal Mouffe.
– Casi un año atrás, le planteabas a Contraeditorial la importancia de construir un frente de masas que tuviera objetivos más allá de lo electoral y también destacabas la importancia de preservar los legados. ¿Cómo ves hoy estos dos aspectos? ¿Les seguís asignando tal centralidad?
– Respecto de la segunda cuestión, me sigue pareciendo determinante, porque uno de los fenómenos que caracteriza a la ultraderecha es valerse de que, al no haber ningún punto de amarre que permita cuestiones retroactivas, hay un empuje a un presente absoluto donde cada vez haya menos capacidad de leerse históricamente, sin ninguna disposición para la lectura de los legados, condición inevitable para mí de cualquier proyecto emancipatorio, es decir, la asunción de un deber simbólico con respecto a ciertas herencias. Un fenómeno que se está dando mundialmente en la ultraderecha es que no solo no se reconocen en los fascismos históricos, sino que directamente no se reconocen en la ultraderecha. O sea, ser de ultraderecha quiere decir “ya no me interesa vincularme a algo que deba ser leído en términos históricos”. Y sobre el primer punto también sigo estando de acuerdo. Una coalición política, al menos en su interior, debe estar habitada por algo que la lleve más lejos que el proyecto electoral que encarna. Ojo, no estoy diciendo que se retire del proyecto electoral.

– ¿Cómo leés esto último en España, donde también gobierna un frente de varias fuerzas?
– De esa coalición, que yo apoyo y donde están Podemos, Izquierda Unida, el Partido Socialista y derivaciones como Esquerra Republicana o Bildu, lo que me interesa es que en su interior sigue habitando una idea de la emancipación, al menos como proyecto, no digo como una cuestión que se vaya a efectivizar ahora. Sigue estando el horizonte de la emancipación, si bien la salida del capitalismo se ha vuelto sumamente problemática, porque por ejemplo tardaríamos siglos en destruir el poder financiero, que sería una de las condiciones. Es decir, el valor de cambio ha subsumido de tal manera al valor de uso que, contrariamente al impulso que hay siempre en donde la economía es lo más importante, hoy en día un proyecto de emancipación debería sustraerse de este empuje economicista y ver cuáles son las condiciones para que el mundo sea sostenible. Por otro lado, el problema del capitalismo ya no es solo que es injusto, que es explotador, sino que ha vuelto la vida misma ya en la dimensión de lo insostenible.
– En tus intervenciones venís remarcando la necesidad de preservar algunas cuestiones que desde la izquierda supieron ser objeto de crítica, como la familia. ¿Por qué es necesario conservarlas ahora?
– Pienso que hay una dimensión de la izquierda lacaniana que sería conservadora no en el sentido de lo que entendemos clásicamente, sino porque una vez que se ha comprendido que el elemento devastador que ha logrado erosionar todos los vínculos sociales es el capitalismo, uno debería entender que los vínculos sociales que formen parte de esta aniquilación tendrían que ser tenidos en cuenta. Una cosa es que yo piense en todas las posibilidades de transformación que pueda tener un vínculo social y otra es desarmarlo definitivamente. Me da igual que una familia esté constituida por trans, drags y por experiencias de género múltiples. Ahora, me interesa estudiar también el modo en que pueden estar juntos, porque verdaderamente me parece que ahí es donde está todavía vigente el núcleo transformador.
– En esa misma perspectiva aparece, por ejemplo, el rescate que hacés del pudor, ¿no?
– Sí, porque si vemos la verdadera cara del neoliberalismo actual, que la ultraderecha con su rigor psicótico muestra muy bien, es el intento de reducir todo a la relación costo beneficio, y ahí no hay pudor alguno, ahí es “me conviene o no tener hijos, me conviene o no separarme o vincularme a esta persona”. Es una captura del cálculo de todas las relaciones, en donde ya los velos han caído definitivamente. Entonces, alguien es capaz de decir que se pueden vender los hijos o un órgano siendo coherente. El premio Nobel Gary Becker, uno de los referentes del ultralibertario de aquí, decía que todo era un sistema de decisiones racionales de acuerdo a las reglas del costo-beneficio. “¿Me convendrá ser amigo de esta persona?”. Con respecto a eso uno tiene que decir que hay ciertas cuestiones simbólicas y que no puedo concebir a lo simbólico sin el velo o sin la vergüenza, porque es el respeto a lo real que tiene lo simbólico. No todo está puesto en exposición y es calculable, transmisible y pronunciable. Esos aspectos transgresores de la derecha, que hace años vengo pensando, son muy reveladores de este tema.
La verdadera cara del neoliberalismo es el intento de reducir todo a la relación costo beneficio, y ahí no hay pudor alguno, ahí es “me conviene o no tener hijos, me conviene o no vincularme a esta persona”.
– Cuando escribiste este libro, ¿a quiénes imaginabas como lectores? ¿Pensabas en la dirigencia política? Tus ideas circulan en esos ámbitos.
– Yo me he formado en la idea de que la teoría es importante, que si uno quiere sostener y soportar una apuesta política es interesante tener un análisis teórico de aquello en lo que está comprometido. Después está el asunto de que, claro, debe ser transmisible. Y ahí hay una segunda apuesta, porque hay veces en que un terreno espinoso y con dificultades o algo que no sea inmediatamente captable pueden dar también sus resultados si uno se toma la paciencia de hablar, de conversar. Como vos decís, he tenido la suerte tanto en España como en Argentina de, a veces, haber logrado transmitir algunas ideas. Sobre todo, creo que hace muchos años atrás logré transmitir el problema de la relación entre el neoliberalismo y las subjetividades. Sobre eso conversé en su momento con Cristina, y en España, desde luego, con Pablo Iglesias y con Íñigo Errejón. Siempre fue un poco una idea mía tomar a estos pensadores que tengo como referencia: Marx, Freud, Heidegger, y que anudo a partir de Lacan, y llevarlos a escenas forzando las cosas, llevarlos hasta donde se pueda llegar. Incluso, cuando me invitan para hablar con la militancia, tampoco trato de hacer demasiadas concesiones, sí trato de hacerme entender, que es un esfuerzo que aprendí en el exilio, porque tenía que vivir y me moría de hambre si no me entendían.
– ¿Algo de eso pasó inicialmente con tu mirada sobre la ultraderecha?
– Creo que en la Argentina había problemas para caracterizar bien a la ultraderecha, porque se la entendía en términos de una identidad política formulada en una lógica histórica que ya no era pertinente. La ultraderecha es una agenda híbrida que ha metamorfoseado las identidades políticas anteriores. Es decir, el macrismo es una ultraderecha. Aunque sus miembros no se reconozcan en ese concepto, en su funcionamiento y en su proyección operan como tales.

– Quizás, la situación del campo nacional y popular dejó un margen para pensar otras cosas, al quedar expuesto que ciertos esquemas no parecen dar los mismos resultados que en el pasado. Pienso en la diferencia que marcás en tus trabajos entre intereses y utilidad, algo que puede ser valioso desde el punto de vista electoral.
– Hay unas cuantas cuestiones relativas a estos que señalás. Por ejemplo, el mantra que se extiende por todas partes: se vota en contra de los intereses. No. Se vota en contra de los intereses en la medida en que yo los piense en términos clásicos, como intereses de clase, intereses populares. Ahora, si yo ya tengo otra comprensión del sujeto e incluyo en la categoría de sujeto todo lo relativo a sus pulsiones, a sus identificaciones, resulta que está votando a favor de sus intereses, pero no son intereses que lo vayan a beneficiar desde el punto de vista de la utilidad económica. Lo mimo incluso en las elites: siempre tienen como marco final la reproducción ilimitada del capitalismo, pero hacen cosas en muchas situaciones donde el resultado no va a ser inmediatamente favorable. Lo hacen también porque sus intereses están marcados por cuestiones que no se dejan deducir por los marcos ideológicos clásicos.
– Se puede pensar que ni siquiera en el largo plazo están garantizando su propia subsistencia, imaginado un futuro de quiebre ambiental o de guerra nuclear.
– No, claro. Aquí podés hacer un atentado para intentar matar a una vicepresidenta y no se resuelve nada. Lo que en cualquier otro lugar del mundo, antes, un servicio de inteligencia lo hubiera mostrado en su resolución en un día. Sí, aparentemente se puede decir que le conviene a la derecha, pero desde la institucionalidad del Estado es una locura. En el Holocausto, la Shoá, no se mató a 6 millones de judíos para ganar la guerra. En el interior de la guerra surgió, se puso en juego, una práctica del mal. Y aquí mismo, en la Argentina, en 1976, que es el año en que me voy, no necesitaban armar el castillo sadiano desde el punto de vista de la efectiva utilidad en el marco de la lucha contra la guerrilla. Se cebaron con otra cosa y realizaron otra cosa.
El mantra que se extiende por todas partes: se vota en contra de los intereses. No. Se vota en contra de los intereses en la medida en que yo los piense en términos clásicos, como intereses de clase, populares.
– Si el desconcierto es un rasgo de este tiempo, pienso que tus intervenciones, que para muchos resultan estimulantes, no vienen a aportar, digamos, tranquilidad, porque son una apuesta por aquello que va a ser ambiguo, por lo que irremediablemente no va a poder ser reductible.
– Esto lo admito, porque además se ven los efectos. Y en los últimos tramos de mi pasión argentina he sido muy cuestionado, porque me resisto a ingresar en lógicas que para mí están demasiado inertes o ya conformadas. Para dar un ejemplo, de entrada pensé que Putin iba a fortalecer a Estados Unidos y a la OTAN, y la toma de partido por Putin no me parecía nada interesante desde el punto de vista de un proyecto. Tampoco voy a estar del lado de Estados Unidos y de Ucrania, pero era evidente que esto estaba en el interior del capitalismo y que la polarización “Putin versus capitalismo” era absolutamente falsa. Al revés, lo que está pasando es que Europa está definitivamente sometida a Estados Unidos, que Finlandia y Suecia quieren entrar a la OTAN, que el Euro y el Dólar ya se han vuelto casi parejos, y que Estados Unidos va a ser el vendedor del gas y el petróleo a todo occidente. Y además, después el tipo podrá tirar la bomba nuclear, no sé. Pero lo que yo no admitía era la euforia de ver en Putin una especie de herencia revolucionaria y la superposición entre su figura y la de los grandes bolcheviques.
– ¿Qué lecturas de ese tipo ves en el caso argentino?
– Si vamos a lo nacional y popular, el pueblo no es una categoría sustancial donde uno sirva y el pueblo ya está ahí, constituido. Exige de una construcción en proceso. Darlo por hecho y ya situado, pensarlo como que ya está ahí…
– ¿Disponible?
– A disposición, esa es la palabra. Y la crítica, bien, pero si examinamos siempre qué consecuencias tiene. La crítica como fetiche absoluto del pensamiento no lo comparto. Desarmar por una interna un montón de cosas y no asumir después las consecuencias. Muchas veces la gente necesita, para su tranquilidad identificatoria y para el yo, establecerse en posiciones, y siempre tengo un enorme respeto por los militantes y por quienes están embarcados en proyectos y jamás desalentaré eso, pero uno también tiene una responsabilidad cuando decide tratar determinados temas.

– ¿Qué opinás de Argentina, 1985, una película taquillera y que despertó polémicas desde el punto de vista político?
– Te voy a ser sincero: fui como un espectador crítico, que es como normalmente voy al cine porque soy cinéfilo, pero en la mitad de la película me entregué, me sentí orgulloso de eso. Y más cuando vi al cine español, que ellos no lo hacen nunca, aplaudir al final. Imaginate para los españoles escuchar “ustedes han llamado guerra al secuestro de bebés”. Es la historia de España, y con lo que no pudieron hacer nada. Yo leo que Strassera esto y lo otro, y sí, todo puede estar. Pero la verdad es que en la mitad de la película me empecé a emocionar y me dije por qué no voy a experimentar el legítimo derecho de sentirme orgulloso de haber visto que en mi país sucedió aquello. Recordé muy bien cuando venía y que con dos palitos y con nada se armó un juicio histórico. Después están los reveces y las posibilidades de lectura. Pero fui solo al cine y en la mitad de la película me dejé llevar. Me hizo acordar muchísimo a aquellos años, a personas que ya no están. Y después de todo, lo más sólido que tenemos en este país es lo que se hizo en ese campo, desde ese momento y posteriormente lo que logró el kirchnerismo. Sí tenemos que hacer una lectura retrospectiva, hoy por hoy nuestro núcleo salvífico en la democracia ha sido la política de memoria, verdad y justicia.
– ¿Qué consideración hacés de la victoria de Lula en Brasil ante Bolsonaro?
– Es clave. Para mí fue un gran momento de felicidad. No se me escapa en absoluto que hay un 1% de diferencia y que van a hacer todo lo posible para destruir esta posibilidad. Pero el hecho de que Lula estuvo preso, que haya hecho que Bolsonaro dure solo un mandato y que verdaderamente la gente haya entendido que no se le ganó a un rival sino a un proyecto de vida fascista, me parece que no se puede desmerecer. Otra cosa es que uno después no acepte todas las dificultades que puedan surgir. Pero me parece importantísimo que Lula haya resurgido de la cárcel, que esté allí y que haya podido instalarse de nuevo en una escena mundial en donde hay un montón de partidos con vocación de izquierda o progresista que inmediatamente se han sentido interpelados.
– ¿Cómo se explica que en Latinoamérica las derechas ganan, avanzan y se instalan en el sistema político pero al mismo tiempo no pueden reelegir?
– Sobre eso tengo nada más que una clave muy previsional. El atractivo de la derecha es levantar el no. Freud decía que cuando ingresás a un pacto civilizatorio siempre hay una renuncia, que es su condición de posibilidad. Incluso decía que si después la civilización no responde a las verdaderas necesidades merece ser destruida, y eso que Freud era un conservador. ¿Cuál es la estrategia de la ultraderecha?: “No aceptes el no, no aceptes ninguna imposición, es mentira, no hay que renunciar a nada”. Entonces, la cuarentena fue una imposición o ante las restricciones energéticas la comunidad de Madrid dice que no van a apagar la luz. Juegan a la idea de que se pueden satisfacer las pulsiones y que no tenés que aceptar esa renuncia que se te pide por el bien común. Pero después la pulsión hace su retorno y no ofrece esa satisfacción. Se empieza a percibir que esto parecía una fiesta pero que, al final, atrás del no renuncies está implementar todo en la relación costo-beneficio, y por la tanto si la escuela púbica no da beneficio, afuera. Aparece el reverso de ese juego, sino sería el crimen perfecto.
– O sea, no renuncies a nada pero lo vas a tener que pagar. Y no lo podés pagar.
– Exactamente, no lo podés pagar. Ese ciclo me parece que es el único que permite, así como lo has dicho, que tengamos siempre una posibilidad.
¿Cuál es la estrategia de la ultraderecha?: “No aceptes el no, no aceptes ninguna imposición, es mentira, no hay que renunciar a nada”. Pero después la pulsión hace su retorno y no ofrece esa satisfacción.
– En el caso de la izquierda, solés mencionar la frustración que resulta de esa pérdida que hay entre el momento instituyente y la institucionalización; esa efervescencia que después, en su traducción como gobierno, no logra colmar las expectativas.
– La izquierda está exactamente en el problema que has señalado, y hay otro que se añade después de la pandemia, que es la temporalidad del asunto. Es decir, la izquierda necesita proyectos de largo plazo porque la velocidad y la aceleración del capitalismo es cada vez más acentuada. Se ha pasado de una escena en la época de la revolución de querer cambiar las relaciones sociales de producción a discutir solo la tasa de beneficios. Mirá el retroceso histórico en el que estamos. Es una izquierda paliativa. Y encima no tenés tiempo. Así como se descubre que ese “no” de la derecha era falso, porque después tenías que pagar, la izquierda te está diciendo “esperá, tenemos que tratar, ya vamos a sacar un impuesto, vamos a ver qué hacemos”. El verdadero problema que tiene ahora la izquierda es que tendría que salirse de tantos moldes, moldes ecológicos, económico, sociales; tendría que producir una ruptura con tantos campos a la vez que sería una tarea de años.
– En 2023 se cumplen 40 años de democracia en la Argentina. ¿La democracia sigue siendo la solución o se volvió una emboscada?
– Hoy por hoy, es una emboscada. Una cosa es que se haya retirado la palabra revolución en sentido metafísico, es decir, no hay un proyecto histórico que esté garantizado por un sujeto político que lo va a llevar a su destino final, y otra cosa es que esa democracia no pueda ser sino pura referencia a una gestión o a una institucionalidad, y que no dé juego a ningún tipo de marco con respecto a decisiones populares que sean imprevistas. Es una emboscada por ahora porque cualquier cosa que salga de ciertas reglas de juego ya impuestas y preconcebidas te vuelve antidemocrático. Mientras que la derecha, que no cree en la democracia, puede jugar de otra manera con esos límites. Lo he hablado mucho con Ernesto Laclau. Estoy de acuerdo con la expresión “radicalización de la democracia”, porque creo que sería muy peligroso desprendernos de esas palabras, entre otras cosas, por el problema de las lógicas sacrificiales. Si yo quito la palabra de la escena, ¿por qué razón no dar la vida?, ¿por qué razón no estar dispuesto no solo a morir sino a matar? La palabra democracia ha sido un límite simbólico importante, en el sentido de “mirá, no trates de poner en juego tu vida, porque no sólo no sabemos si va a valer la pena, sino que vas a fortalecer aquello a lo que querías combatir o transformar”. Pero, repito, lo veo como una emboscada porque las cartas están muy marcadas y todo está de antemano muy determinado.
– ¿Cómo ves a la política partidaria argentina? Vamos camino al inicio de un proceso electoral donde oficialismo y oposición atraviesan internas fuertes.
– Argentina realmente tiene un internismo exageradísimo. Igual, en la derecha hay constantes en el mundo. En cambio, el Frente de Todos tiene una peculiaridad a raíz de que debe conjugar un proyecto electoral y algo que todavía subsiste como un movimiento histórico. Ahí tiene una cosa inédita: la articulación entre el kirchnerismo, que es la traducción política del movimiento nacional y popular, y un frente electoral. Eso es un tema. En cambio, la decisión que tiene que tomar la derecha, que para mí es homogénea, no hay diferencia, es qué semblante va a elegir. De todas maneras, en este país Macri es el jefe de la ultraderecha, es quien se reúne con su staff mundial: él está con Steve Bannon, con Vargas Llosa, con la operación del PP y Vox.
– Frente a la interna de Juntos por el Cambio, algunos encuestadores y sectores de la prensa opositora comenzaron a agitar la “amenaza” de un regreso de Cristina.
– Es probable, porque sus intelectuales orgánicos están asustados por el lio interno de Juntos por el Cambio. A veces lo escucho a Carlos Pagni. No me gusta, pero claro, en un mundo de monstruos cavernícolas, el tipo razona y analiza, y está asustado por el desorden que hay y juega con la idea de “ojo con Cristina”.
– Otros incluso plantean a Cristina como garante de un orden perdido.
– Hay una verdad: ella es algo que no se puede reducir al Frente de Todos, lo excede. ¿Pero ella estaría dispuesta de nuevo a asumir esa responsabilidad? Porque delegar ahora de nuevo en alguien va a ser complejo. La derecha lo usa pero eso no quiere decir que no haya una verdad en esto: Cristina es la dirigente política en este país que sigue teniendo una relación con el legado.