El cuento se titula “Por una jarra de vino”: narra la historia de un pueblo llamado Uvilandia en donde su Rey, que era muy bueno y buscaba maneras de beneficiarlo. Les propuso a todos los habitantes quitar los impuestos. A cambio, y para poder continuar sosteniendo los gastos de educación, sanidad y demás, una vez al año, cada uno debía aportar una jarra de vino de su mejor cosecha, con el fin de llenar una cuba que, al venderla, permitiría costear los gastos del reino. Todo era alegría: las propuestas superadoras siempre la generan. El Rey fue alabado. Los habitantes festejaban. Al finalizar aquel año todos cumplieron con su obligación: cada uno vertió en la barrica gigante una jarra de vino. La convocatoria fue monumental y el Rey estaba satisfecho. La suma de todas las mejores cosechas de todos los habitantes daría, no lo dudó, un resultado exquisito. Quiso celebrar alzando una copa del blend de jarras. Se sirvió y no pudo disimular su sorpresa y disgusto: no era vino, era agua.
Hace escasos días se aprobó con media sanción en Diputados el proyecto de presupuesto 2023. Pero Juntos por el Cambio, los liberales y la izquierda rechazaron y frenaron el artículo 100, que establecía el pago de impuesto a las ganancias sobre los sueldos de todos los integrantes del Poder Judicial. La disputa tiene poco más de 80 años: en 1936, durante el gobierno de la Concordancia, la Corte Suprema declaró inconstitucional el impuesto que gravaba el sueldo de los jueces federales. Hoy la intención es la de siempre: que creamos que lo imposible nunca cambia. Pero sí, las cosas a menudo cambian, y la oposición sólo demuestra su enfado con el gobierno y el pueblo por inventar una nueva puerta en el camino de la justicia social, mientras que ellos sólo quieren cerrarlas todas y arrojar las llaves al río. Los políticos de la oposición han inaugurado una nueva función en sus cargos: ya no sólo no representan los intereses del pueblo que los votó sino también, y con llamativo júbilo, los de los jueces de un poder independiente que incluso se han manifestado a favor del pago.
Desprecian a las personas a las que engañan diciéndoles una cosa y luego otra, pensando que son tan manipulables que se van a creer ambas.
El problema con los privilegios es ése: para que unos los tengan, otros deben pagarlos. Y es que privilegio es antónimo de igualdad. Ya lo ven: mientras graban impuestos a los ciudadanos a través de las compras con tarjeta de crédito en la Ciudad de Buenos Aires, eximen al poder judicial con altos salarios de pagar el impuesto a las ganancias. El accionar es el de los cínicos: desprecian a las personas a las que engañan diciéndoles una cosa y luego otra, pensando que son tan manipulables que se van a creer ambas.
“¿Y si yo pusiera agua en lugar de vino, quién podría notar la diferencia? Una sola jarra de agua en quince mil litros de vino… nadie notaría la diferencia… nadie!” Y era cierto: nadie lo hubiera notado salvo por un mínimo y bochornoso detalle: todos pensaron lo mismo, todos hicieron lo mismo. La ambición a veces conspira, incluso, contra nuestros propios beneficios. Lo justo no prevaleció, ni en Uvilandia ni en el Poder Judicial Argentino, por sobre las conveniencias personales. El descaro se lustra las botas e ignora que los que imparten justicia no sólo deberían ser, en condiciones normales, los primeros en ejercitarla, sino también, los principales interesados en despojarse de privilegios que sucumban el principio básico de toda justicia justa: la ceguera y la falta de distinción entre unos y otros. La ley es la misma para todos, aunque ellos se aglutinen detrás de otros argumentos. Vamos, que si la montaña no va a Mahoma…. Mahoma va a la montaña y, con una pizca de voluntad y buen juicio, cambia las normas y las hace más justas.
El problema con los privilegios es ése: para que unos los tengan, otros deben pagarlos. Y es que privilegio es antónimo de igualdad
Buena parte del arco político votó en contra de lo justo sin escudriñar que nunca es tarde para reparar las malas leyes, ni para pararse del lado del bando de los buenos, aunque sí de hacer política de la mala y de ir en contra, incluso, del pueblo que los votó y que intenta vivir bajo lo establecido en el artículo 16 de la Constitución nacional: Todos los habitantes son iguales ante la ley y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas. Son leguleyos, pero se piensan eruditos. Llenan de agua la barrica sin siquiera darse cuenta, mientras creen ser los reyes de un país democrático, que cada cuatro años la sociedad juzga con el voto sus accionares. Entendieron todo mal. Ya lo ven: la palabra impuesto cambia según el cargo, y la palabra justicia, con los gobiernos. Mientras unos intentan saldar las distancias, otros se empecinan en hacerlas cada vez más anchas y, al pueblo, más chiquito.
Un cuento más, con una fábula más que es imposible de esquivar ante los hechos: Hace muchos años un Rey, que se preocupaba demasiado por su vestimenta y su aspecto, contrató a los hermanos Farabutto para que le confeccionaran un traje en la tela más suave y delicada que alguien pudiera imaginar. La prenda, le advirtieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz. El Rey aceptó, ignorando que se trataba de una estafa. Unos días más tarde envió a un hombre de su confianza para que controlara los avances en la prenda, pero el enviado, que no había logrado divisarla, no admitió su imposibilidad y, en cambio, alabó incansablemente el trabajo de los hermanos. El rumor corrió por la ciudad y todos los habitantes ansiaban ver el traje y descubrir, al mismo tiempo, quién era estúpido y quién no. Quién podría verlo y quién no. Los hermanos terminaron la confección justo a tiempo para que el Rey lo luciera en un desfile. Pero el Rey no fue capaz de verlo: y entonces, y sin admitirlo, dejó que lo ayudaran a ponérselo. Todos los habitantes del pueblo lo aplaudieron y alabaron enfáticamente, temerosos de que sus vecinos descubrieran su estupidez. Pero un niño, sin preámbulos, gritó durante el desfile: Va desnudo! Y, después, toda la multitud empezó a gritar que no llevaba ropa, que lo habían estafado. El Rey, sabiendo que tenían razón, levantó igualmente la cabeza y continuó con el desfile hasta su culminación, siempre simulando, tener un traje que sólo él podía ver. Así es: la oposición Argentina anda desnuda, con la cabeza alta, y está dispuesta a finalizar sus cometidos, sin importarles acaso el costo, o la vergüenza.