El psicoanalista y escritor Jorge Alemán describe el avance de la ultraderecha y su apuesta por el totalitarismo. Ante el “desconcierto” de los sectores progresistas, pide para la Argentina “un frente popular de resistencia que preserve el legado histórico”.
Pasaron dos años desde la última entrevista “presencial” de Jorge Alemán en Contraeditorial. La pandemia le impidió salir de España, el país donde la dictadura cívico-militar lo obligó a exiliarse en 1976 y con el cual alterna domicilio, entre Madrid y Buenos Aires. Pero en aquel tiempo como en este nunca dejó de pensar en la Argentina y sus dilemas. Por eso, cuando las vacunas y los vuelos lo permitieron, volvió. “Vine para votar”, resume, desde un café sobre la avenida Callao, en diagonal a la plaza Rodríguez Peña, escenario de su niñez y juventud. Después de las elecciones del 14 de noviembre, tiene pensado volver a España, donde el panorama político no es menos preocupante.
En un presente marcado por el Covid-19, la crisis sin sutura que causa el neoliberalismo y el desconcierto de los sectores populares, Alemán es uno de los lectores más agudos de lo que él denomina la “derecha ultraderechizada”, como lo refrendó en su último libro, Ideología. Nosotras en la época. La época en nosotros, el trabajo con el que completó una trilogía junto a Capitalismo. Crimen perfecto o emancipación y Pandemónium. Notas sobre el desastre.
Psicoanalista, poeta y ensayista, encontró en una perspectiva lacaniana las claves para entender a un dispositivo capitalista que devino “pastoral”, donde ya no solo se trata del dominio ideológico, sino de “capturar subjetividades”. Ante un escenario cruzado por la decepción y una relación de fuerzas tan adversa, considera imprescindible convocar a la multiplicidad de actores que se resisten al sistema de exclusión, pobreza y violencia, pero que hoy están fragmentados. “Hay que construir un frente de masas con los sindicatos, el feminismo, los movimientos sociales, porque la gravedad que tiene esto merecería eso, no solo una máquina electoral”. El riesgo de no hacerlo, subraya, es perder el “legado histórico”, ese recurso vital que tantas veces le permitió al país sobreponerse a los traumas provocados por la derecha.
“Todas las ultraderechas son hibridación, por lo tanto no exigen ninguna definición. Más bien, están constituidas en el rechazo a lo político”.
Convencido de que “el gobierno, más allá de todas las limitaciones y errores, sigue siendo la superficie de inscripción de la disputa que hay que dar”, pide evaluar la “operatividad” de las críticas internas y tener una consigna clara: “¿Querés combatir al capitalismo? Entonces combatí a la ultraderecha. Porque el proyecto es generar un totalitarismo dentro la democracia y disolverla”. Por eso, mientras Javier Milei, José Luis Espert y Patricia Bullrich extreman los discursos, Alemán desactiva la idea de Horacio Rodríguez Larreta como supuesto “mal menor”, y advierte: “Puede ser el mal mayor, porque ese sí que viene a terminar con la tarea”.
– En el avance de la ultraderecha a nivel global, ¿qué peculiaridades tiene el caso argentino?
– En el caso de las derechas ultraderechizadas, como yo las llamo, la ultraderecha es una agenda, no se puede delimitar a un ámbito de acción política o a un determinado sujeto político. Está, digamos, concebida y diseñada para intervenir sobre las derechas en la época en que el neoliberalismo ya no puede apelar a las tradiciones conservadoras y liberales, ya no encuentra un fondo de legitimidad allí. La peculiaridad es que, en todo caso, las europeas mantienen todavía sus acentos xenófobos y, a la vez, cierto ejercicio nostálgico en el momento en que se produce una transferencia lenta del poder mundial de Estados Unidos hacia China; un retorno de ciertas variantes nostálgicas de la idea de los imperios europeos. Es decir, está dentro del ingrediente ultraderechista apelar a ese pasado.
– Una especie de “hacer a Europa grande de nuevo”.
– Claro. En general, todas las ultraderechas son hibridación, por lo tanto no exigen ninguna definición, porque más bien están constituidas en el rechazo a lo político. Nadie va a decir “soy fascista”, como cuando yo llegué a España y se decía “soy fascista”, “soy falangista”. Estas derechas viven en una vaguedad y trabajan con un rasgo que sí está presente aquí, que es, por un lado, la culpabilidad de sentirte fracasado por algo por lo que no tuviste nada que ver, porque fue el resultado de una violencia sistémica, y a la vez esa culpabilidad bascula hacia el odio, en particular, el odio hacia lo político. Y el otro elemento común es volver al propio gobierno extranjero. Por ejemplo, en el caso de la Argentina, tenemos que de nuestro lado hay decepción, hay críticas al carácter limitado del gobierno, pero sin embargo a los observadores internacionales les llama mucho la atención, si el gobierno es tan débil, cómo hay tanta inversión en los aparatos mediáticos y en las redes para destruirlo. Ese sí es un elemento común con las derechas ultraderechizadas del mundo, porque ya es la propia democracia lo que no soportan y sobre la que están avanzando. Es decir, el neoliberalismo es un proyecto de construcción totalitaria en el interior de la democracia. Entonces, se da este fenómeno muy interesante y muy complejo: la izquierda está decepcionada con el gobierno por sus limitaciones y, a la vez, si uno cambia el canal o ve el aparato mediático, la ultraderecha trata al gobierno como si fuera extranjero: “castrobolivariano”, “comunista”.

– En tu análisis solés marcar que al neoliberalismo no le importan las advertencias sobre la catástrofe a la que conducen sus prácticas. Prevenidos al respecto, me pregunto si desde el campo nacional y popular, progresista o de izquierda, se hizo un aprendizaje. Por momentos, en la práctica, uno tiene la sensación de que se continúa apelando a las viejas estrategias.
– Sí, comparto tu punto de vista, porque el neoliberalismo no es realidad exterior frente a nosotros, sino que estamos inscriptos en ello, y luego lo que habría que asumir como responsabilidad política y ética debería constituir un nuevo bloque histórico, un frente popular de resistencia. Es como si el neoliberalismo les hubiera ganado de mano a todos los gobiernos, que están en un impasse. Y en la militancia, coordinar un nuevo proyecto de izquierda que a la vez sea ecológico y a la vez feminista, pero que a la vez no descuide los intereses de los sectores subalternos y explotados es dificilísimo. Nunca hubo tantos problemas para constituir un poder popular como en esta época, así que estoy de acuerdo con vos: se dice pero no hay en el horizonte una fuerza política que asuma, de verdad, todo esto. Hay sectores culturales que sí lo hacen, pero que están por ahora en una fase desarticulada.
– En este escenario tan complicado, tan de emboscada, tu lectura identifica al lenguaje como algo que puede zafarse de la captura que hace el neoliberalismo. ¿Cómo funciona esta idea?
– Hay una cosa clave: el lenguaje es un lugar donde se constituyen ciertos puntos de anclaje que permiten las lecturas históricas, ciertos puntos de amarre que habilitan una lectura retroactiva de los legados. El neoliberalismo es una máquina de destruir legados. Por lo tanto, si toca ese punto, el crimen sería perfecto, porque entonces ya si no hay ningún legado histórico, ninguna herencia simbólica, ninguna memoria a través de la cual poder constituir una praxis política. Estaríamos en el juego del presente absoluto al que empuja el neoliberalismo. Para que el crimen no sea perfecto, el lenguaje no puede ser del todo apropiable. Podrá haber narrativas y construirse relatos, pero tiene que haber siempre un lugar en donde la lectura, el sujeto y la memoria no sean del todo capturables.
– Hablando de narrativas, en la Argentina parece que este oficialismo debe pagar todo costo político que ande dando vueltas por ahí, mientras que la derecha no paga ninguno. ¿Por qué?
– Ahí tenés un buen ejemplo de la destrucción de los puntos de anclaje. No es que la derecha haya gobernado hace diez años atrás, e incluso ahora ya no necesita maquillar nada: presentan lo que van a hacer al desnudo. Mienten en el sentido de que son capaces de decir lo que van a hacer y después negarlo, pero si los sabés escuchar, tienen un proyecto de destrucción de todo el aparato de defensa social y laboral que se había construido en nuestro país. Es otra constante mundial: las izquierdas pagan cualquier pequeño error o deslizamiento. Miremos lo de Aníbal Fernández (N. del E: su entredicho con el dibujante Nick). Puede ser un error, pero el señor ofendido ya trajo a Irán, trajo los atentados. ¿Así es cómo defendía a sus hijos? Hay algo absolutamente excesivo. La posible ofensa de que se nombrara a sus hijos es entendible, pero ya cuando lo vincula a Nisman, a los atentados a las embajadas, el que verdaderamente jugó políticamente con el tema fue él.
“El neoliberalismo es una máquina de destruir legados. Para que el crimen no sea perfecto, el lenguaje no puede ser del todo apropiable”.
– En este estado de situación lo que viene primando es el desconcierto sobre qué hacer, ¿no?
– Sí. Un gran desconcierto, mucha decepción, una sensación de no poder establecer ningún rumbo. Por eso el panorama es tan incierto, porque no hay ningún lugar de enunciación que convoque.
– Y mientras tanto, las promesas de “felicidad”, aunque sean falsas, las hace la derecha, que en plena pandemia logró instalar que los cuidados del Estado son un ataque a la libertad.
– Un ejemplo clarísimo de eso fue Madrid. Podemos confiaba en la perdurabilidad historia del “cinturón rojo”, es decir, los barrios de la izquierda. Y de golpe esos barrios votaron a la ultraderecha. La campaña la ganó la derecha con berberecho, cerveza, salidas nocturna y la promesa de que la fiesta debía comenzar. En ese aspecto, la pandemia redobló el desconcierto, aparte de que freudianamente es incalculable cómo se va a vivir una imposición. Por más que uno sepa que está hecha en nombre del bien común, siempre queda un resto, explicaba Freud, no muy bien asimilado de que te han puesto en una jaula, de que vos no lo decidiste, que han tocado tu autonomía.
– Una de las características más interesantes de tu trabajo es el uso de elementos del psicoanálisis para poder explicar situaciones políticas. ¿Cómo llegaste a esa propuesta?
– Eso tiene una pertinencia histórica que antes no había tenido. Es decir, no creo que se puedan establecer desde el psicoanálisis categorías políticas generales. Pero ya cuando el neoliberalismo se caracteriza por ser una especie de “pastoral”, como en su origen Foucault lo llamó “un gobierno de las almas”, donde no solo es el problema de dominar ideológicamente, sino que da un paso más radical, que es capturar las subjetividades, ahí vi que era oportuno para entender al capitalismo actual introducir el problema de la subjetividad, e incluso establecer una serie de diferencias entre subjetividad y sujeto, cuestiones que desde lo que llamo la “izquierda lacaniana” trato de discernir.

– También planteás que la pulsión de muerte, otro categoría psicoanalítica, se despliega ahí donde la militancia o la política se retiran. ¿La pulsión de muerte crece en ese vacío?
– Sí. Donde las posibilidades simbólicas de las lecturas de los legados no operan más, donde los sujetos quedan a merced de su propio desamparo, de su propia destrucción personal, de su falta de horizonte histórico, la pulsión de muerte juega todas sus posibilidades. Salvo estos nuevos reductos religiosos, que no dejan de ser modos de administrar eso; nuevas configuraciones del evangelismo que reclutan a personas que están absolutamente excluidas y les dan un destino. Es un problema ante el cual la izquierda y los movimientos nacionales y populares tienen muchas más dificultades.
– La izquierda se presenta con una serie de dilemas mientras estas iglesias ofrecen contención.
– Esos otros lugares no vienen con un problema sino con una redención, además de que no están preocupados por los inocentes, buscan a los culpables. Y si este sistema ha generado una falsa culpabilidad, es decir, la idea de que te ha ido mal y sentís que no es un problema del sistema sino que vos mismo sos el responsable, estos lugares hacen que la vía de salida política quede apartada y sean un nuevo campo de sentido. De todas maneras, siguiendo un poco la estela de Gramsci, prestaría mucha atención a los fenómenos religiosos y no desde el punto de vista del rechazo. No me parece interesante la idea de, desde un marxismo ilustrado, condenarlos y decir “es el opio del pueblo”. No, habría que ver qué tipo de puentes establecer. Que una persona, si le han ido muy mal las cosas o si siente que su familia se dispersa o que no tiene punto de enclave, haya buscado refugio en alguna de estas iglesias, no tendría por qué constituirse en un rechazo. Es un desafío.
– Incluso, la política podría ver qué puede aprender en términos estratégicos.
– Sí, el problema es que la izquierda necesita un marco de análisis. Sea marxista o no, postmarxista o gramsciana o haya dejado de ser trotskista, necesita el análisis material de la situación, que ahora es mucho más extrema, porque ya nadie responde por sus intereses objetivos. O mejor: hay enormes sectores que no responden a los intereses que clásicamente llamábamos objetivos, ni siquiera por sus intereses vitales. Están intervenidos. En Madrid he tenido mil veces la experiencia de hablar con inmigrantes a quienes les explico que el representante de la ultraderecha dice que son unos cerdos. Lo dijo literalmente Santiago Abascal, de VOX. Aseguró que los va a echar a todos, y lo votan. Quiere decir que la relación de emisor y receptor está rota, porque si se tomara en serio que se está emitiendo ese discurso y el receptor lo recibe, no podríamos explicar lo que ocurre. En realidad, no hay tal emisor, ese receptor ya está intervenido desde otro lugar, ya está interpelado por otras cosas, así que es impermeable, es inmune a las barbaridades que se dicen. Solo así podés explicar que el energúmeno que ahora hay aquí, que para mí no es la ultraderecha, porque la ultraderecha es una agenda que abarca todo, pueda presentarse en un debate, decir cualquier cosa, tener su audiencia.
– O sea, definitivamente el asunto no está para nada en el plano de lo argumental.
– No, es en el plano de las identificaciones, donde has cambiado la autopercepción de tu propio lugar. Si resulta que yo vivo en una vida precaria, que cada vez va a ser más precaria, y elijo lo que la va a volver definitivamente precaria, es evidente que no está en el plano argumental. Hace años que lo vengo diciendo. Ahora se ha vuelto la pregunta mundial de los politólogos: ¿por qué la gente atenta contra sí misma? Antes era el problema de la falsa conciencia, de la alienación, pero me parece que ahora esos conceptos son insuficientes porque se ha dado una vuelta de tuerca más.
“Hay enormes sectores que no responden a los intereses que clásicamente llamábamos objetivos, ni siquiera por sus intereses vitales”.
– Y respecto a estos cambios, ¿cómo viste la reacción del FdT después del resultado electoral?
– Desconcertante. Pero les pasa a todos los partidos de naturaleza progresista, que están jugando en un terreno en donde te dieron una pistola de cebita y te están tirando misiles por todos lados. Con esto en seguida me dicen que estoy queriendo frenar las críticas. No, a mí lo que me interesa es que sean eficaces. El problema no es hacer o no críticas al gobierno, sino su operatividad. Si las críticas van a tener una eficacia transformadora y política, bienvenidas. Lo que no entiendo bien es cuando son declarativas y no producen ningún efecto transformador. Yo considero que el gobierno, más allá de todas las limitaciones y errores, sigue siendo la superficie de inscripción de la disputa que hay que dar. Lo veo no como un campo homogéneo ni con el que me identifique masivamente, sino como un campo en donde hay que dar la batalla. Ahora, si lo erosiono permanentemente y no logro que esa batalla encuentre su lógica de articulación, bueno, me vuelvo un crítico. Yo podría hablar horas de las críticas que le puedo hacer a la colación de izquierda de España, podría dar un seminario, pero en primer lugar lo que a mí me interesa es que se frene a la ultraderecha. Porque si vos querés combatir el neoliberalismo, lo primero que tenés que decidir es cómo anudás tus críticas al gobierno con el avance irremediable que tiene esto. Cuando a mí me dicen que la ultraderecha es un “cuco”, que es algo de Europa, no se entiende que acá hay una ultraderecha definidísima. La imputación de los muertos de la pandemia al gobierno no lo hizo ni siquiera la ultraderecha de España, cuando en Europa las vacunas venían dentro de un programa. No hubo que ir a buscarlas por todo el mundo como acá, y sin embargo eso no ha tenido ninguna traducción política.
– Luego de las PASO, la lectura mayormente consensuada fue que el problema era de tipo económico y que se trató de un “voto castigo” al oficialismo. ¿Qué opinás de eso?
– Discrepo un poco, porque esa idea implica lo siguiente: el pueblo está ahí como una instancia pasiva y si vos no le das lo que corresponde y no satisfacés sus demandas en términos económicos, el pueblo no te responde. Pero cuidado, eso borra que el pueblo optó por lo que optó. Me criticaron porque dije que fue un voto autodestructivo, no solo de bronca. Consideré que era necesario incorporar ese elemento. Sé que políticamente no es muy feliz, pero no es que hay una instancia esencial y permanente que se llama “pueblo”. Como decía Maquiavelo, que el pueblo quiera liberarse no lo hace inmune a las pasiones negativas. Es una mirada muy lúcida. Él veía a los grandes y al pueblo, y veía más virtud en el pueblo, pero no consideraba al ser humano como tendiente al bien. Entonces, no creo que se pueda omitir que la gente haya votado a Espert, a Milei, a Larreta. Después, entiendo que un político tiene que decir que el pueblo no se equivoca nunca, pero vaya si se equivoca, cómo que no se va a equivocar. Me interesaba pensar en un tipo de responsabilidad popular, muy difícil de manejar políticamente, porque no es que votaron a la izquierda revolucionaria, votaron cosas que hace un año y medio atrás, no hace 20, se revelaron por completo contrarias a todos los intereses mundiales. Me parece que eso no se puede omitir.
– En medio de un cuadro tan complejo, que ya lo era antes y que la pandemia vino a potenciar, ¿cómo ves la figura de Alberto? ¿Y cómo ves la relación con Cristina?
– Es muy difícil eso. Yo pensaba que iba a haber una relación tensa entre ellos, pero con un marco de responsabilidad que le diera una cierta estabilidad. Hoy me parece que no es así. Se me escapan las claves de esto, pero siento que, una vez que ella decidió elegirlo, esa elección no adquirió la consistencia simbólica necesaria, más allá de si Alberto la merecía o no. Quizás esté profundamente equivocado y sea una gran posibilidad política de la Argentina, ser absolutamente disruptivos y luego reabsorber eso de manera que se enriquezca el panorama, como dicen que ha pasado ahora. Es decir, me callo. Mis amigos de Podemos me decían “¡ustedes no pueden hacer este lío!”. Claro, en la cabeza de un español, semejante situación después de perder unas elecciones era inexplicable. Yo les decía que nosotros somos de una cultura movimientista, donde irrumpen las cosas y después tenemos la capacidad de reabsorber, y que esto ha ganado territorialidad, gobernabilidad. Sí, pero yo veo dudas sobre esto, honestamente; veo dudas en los propios defensores de esta tesis, porque además tengo la sensación de que quedaron debilitados todos los sectores, no solo Alberto.

– En su último libro, La organización permanente, el escritor Damián Selci, dirigente de La Cámpora y actual intendente de Hurlingham, propone dejar de caracterizar a la derecha para enfocarse en el espacio propio y acordar un plan de acción, con el foco en la militancia.
– Te digo una cosa: no es tanto que uno sepa lo que debería hacer, pero sí tiene que saber lo que no puede dejar de hacer. Pienso que hay que construir un frente de masas con los sindicatos, el feminismo, los movimientos sociales, porque la gravedad que tiene esto merecería eso, no solo una máquina electoral. Si esto es suficiente o no, no lo puedo demostrar, pero me parece una irresponsabilidad que vos tengas en las puertas a la ultraderecha…, salvo que creas que no lo es. Pero si es la ultraderecha neoliberal, que no es el fascismo histórico, esto merecería organizar un movimiento de resistencia que abarcará realmente a muchos actores que hoy están desarticulados. Insisto: si eso va a ser suficiente, no lo sé, pero te digo que es la primera condición de posibilidad. Y si esto no ocurre, vamos a tener graves problemas, porque se nos va a disolver el legado histórico y no vamos a tener un proyecto alternativo. Antes que si se ganan o no las elecciones, me importa más que no se disuelva el legado histórico y que exista en la sociedad ese proyecto alternativo.
– Claro, es el legado que permitió superar la experiencia traumática de Cambiemos.
– Lo que hizo posible llegar hasta acá. Pero si permitís que se pierda, ¿qué hacés? Ante la pregunta que recorre el mundo: ¿cómo se escapa?, ¿cómo se sustrae uno de un poder que ya describe con tanta potencia y que reconoce que nunca hubo uno semejante?, el asunto no es si yo sé cómo, si tengo la garantía de cómo salir, pero al menos sí habría que saber lo que no tenés más remedio que hacer, más remedio que intentar, y ahí creo que es insuficiente una máquina electoral o una interna.
– ¿No se trata de resolver una interna sino de abrir el juego?
– Totalmente. Tendría que haber un acto de generosidad política muy grande y hacer un frente articulado que tenga como objetivo: ¿Querés combatir al capitalismo? Entonces combatí a la ultraderecha. Porque el proyecto es generar un totalitarismo dentro la democracia y disolverla. Si Alberto fuera, como dije al principio, tan fácil de manejar por los poderes, no habría todo el aparato que hay montado. Es que realmente lo que quieren destruir es el proyecto democrático. Que no se anuncie bajo la forma clásica del golpe de Estado no quiere decir que no vaya hacia el estado de excepción, y creo que no se está entendiendo la gravedad de esto, que es a la vez difícil. En España, cuando descubrieron que el fascismo iba a avanzar, en la República había tensiones entre el PC, el Partido Obrero Unificado, los anarquistas. Y acá, en el 76, cuando llega la dictadura cívico-militar, nos encuentra totalmente fragmentados. Es un tema del cual habría que aprender muchas cosas.
– Antes mencionaste el feminismo. ¿Qué potencia le ves a un movimiento feminista que en esta instancia ya cuenta con un recorrido como un actor mucho más presente?
– Enorme, en el sentido de que veo que es una manera de disputar la subjetividad política del poder. Pero tiene que estar articulado, y no lo digo solo respecto del feminismo, sino de todo. Yo creo en los proyectos de anudamiento, que es un registro que manejo en mi último libro, y de articulación. La ecología, el feminismo, los trabajos con los movimientos sociales, los sectores sindicales, si no están articulados, si son nada más que piezas que funcionan segmentadas, bueno, ese es el proyecto neoliberal: fragmentarlos. Tampoco creo que se los pueda unificar en una totalidad homogénea. Hay que aprender, y ese sería el desafío de este proyecto histórico, a articular diferencias. Esa fue para mí la honestidad intelectual de Ernesto Laclau: su idea de hegemonía no era homogénea, era una idea de verdaderas diferencias articuladas que no se autosuprimían. Para Ernesto, nunca estaban constituidos el pueblo ni la hegemonía, siempre estaban a punto de deshacerse. Y la articulación del proyecto hegemónico, por ejemplo, no implicaba que llevaras el feminismo al feminismo que te gustaba a vos. No, era un trabajo de articulación en el sentido de que las diferencias se mantenían.
“Hay que construir un frente de masas con los sindicatos, el feminismo, los movimientos sociales, no solo una máquina electoral”.
– Volviendo a la caracterización del gobierno, ¿lo ves en un proceso de resistencia?
– Sí, y no logran resolver el desconcierto y la cuota de escepticismo que empezó a flotar entre muchos compañeros y compañeras. Yo trato de situarme en un campo en donde le doy mucha más gravedad a ultraderecha, y ser un poco más benevolente con el gobierno, tal vez porque vivo afuera y veo las crisis que hay que en todas partes.
– Recientemente, en su intervención en el coloquio de IDEA, Horacio Rodríguez Larreta, constituido como presidenciable, propuso formar una coalición del 70%, un gobierno de centro que tire a los márgenes el legado histórico del kirchnerismo. El armado de un personaje como Milei y el grotesco de la ultraderecha, ¿son funcional a esos planes?
– Claro, es para beneficiar a Larreta. Y es terrible. Va a destruir todo. El “mal menor” de Larreta es el mal mayor. Porque hay dos posibilidades: una es lo que está pasando en América Latina, que desde el propio interior de los movimientos populares sale su vertiente de derecha: es lo que pasó con Lenín Moreno y Correa, lo que ahora está pasando en Perú, lo que de algún modo en Bolivia ya no podemos identificar como el gobierno de Evo y de García Linera, el Frente Amplio. Tenemos un montón de ejemplos donde se nos revela que lo que eran movimientos populares van hacia un momento de atemperamiento e incluso de giro hacia la derecha. Está esa posibilidad. Y después está esto del “mal menor” de Larreta, que puede ser nefasto, porque ese sí que viene a terminar con la tarea. Los ponen a Milei, a Patricia Bullrich, diciendo locuras, así desplazan todo el discurso hacia la derecha y después te encontrás con que el aparato económico que van a poner en marcha es exactamente el que ya hemos conocido en la historia argentina contemporánea.
– Dos años atrás, en tu última entrevista con Contraeditorial, entre otras cuestiones te referiste a la idea de emancipación. ¿Cómo estás parado hoy frente a esa perspectiva?
– Sobre esto hago en mi último libro una especie de referencia indirecta a Kant. Él pensaba que el imperativo categórico, “actúa de tal manera que la máxima de tu conducta pueda convertirse en ley universal”, tal vez no se cumpliera nunca, pero la vida carecía de sentido si es no estaba en el horizonte. Pienso lo mismo de la emancipación. No sé si empíricamente se va a confirmar, porque además, a diferencia de la revolución, que estaba anclada en una filosofía de la historia, la emancipación no tiene eso detrás. Es decir, nada te indica que la historia va a cumplirlo. Cuando éramos jóvenes, creíamos que la revolución estaba en el horizonte histórico y que nada iba a detenerla. Se podía demorar un poco, pero la filosofía de la historia indicaba que era inevitable. Ahora no hay una emancipación inevitable, pero yo pienso que no desearla es como no desear nada.
– Lo que hoy parece inevitable es el fin y hasta hay toda una serie de relatos al respecto.
– Sí. E incluso la izquierda dice dado que no hay revolución, no es necesario pensar la política. De algún modo, es lo que veo yo en el Partido Obrero. O sea, el PO dice cosas ciertas en cuanto a la caracterización del capitalismo, pero abandona toda idea de construcción política, porque si vos mirás todo desde el capitalismo, son todos iguales: siempre se va a extraer plusvalía, hay un poder burgués que oprime. El otro día, por ejemplo, Myriam Bregman deslizó la auto-organización del pueblo. ¿En dónde? ¿Qué pueblo? Eso es una cosa idealista. Al pueblo, en todo caso, lo tenés que construir. Para que esa auto-organización tome forma y sea construida como debe, desde abajo, tenés que ver todos estos procesos de articulación desplegarse, sino solo estás diciendo una cosa que te deja contento. La emancipación para mí es un deber, y cuando decís deber ya no lo pensás en los términos empíricos; no tiene un punto de llegada, es hoy, no está en el futuro, es cada cosa que se pueda hacer en favor de la igualdad y la justicia. A la gente hay que resolverle el problema hoy.
– Una característica que históricamente se le atribuye al peronismo: la solución en el presente.
– Acabás de dar otro problema muy importante para mí. Mucha gente dice cómo pasa esto si estamos bajo el peronismo. Ahí lo tratan como una sustancia permanente. Pero vos tendrías que confirmar que está el peronismo, porque si no es como mi amigo Pablo Iglesias, que creía que en el “cinturón rojo” de Madrid estaban todos los comunistas esperando. Y no, vos tenés que confirmar que el peronismo está. Primero, tenés que tratar de que el legado no se pierda. Y luego, dar por hecho que lo que sí está es el antiperonismo. Pero el peronismo, en el sentido de un proyecto nacional y popular con vocación transformadora y con un horizonte de emancipación, hay que confirmarlo. Es que no depende de un gobierno que exista el peronismo, depende de que los sectores populares lo asuman. Por suerte, a diferencia de otros países de Latinoamérica en donde hubo precedentes populares que no dejaron una huella, el peronismo tiene, por las peculiaridades argentinas, unas capacidades de metamorfosis y de reaparición extraordinarias. Bueno, ojalá.
*Publicado en la edición 54 de Contraeditorial