
Una España muy OTAN se muestra a sí misma en “Entrevías”, una serie de la plataforma Netflix que se pretende policial, un drama y con pasos de comedia. Tirso Abantos, un ferretero de un barrio marginal de un Madrid lleno de migrantes “topitos” (colombianos, venezolanos, cubanos, etcétera), y también excombatiente en Bosnia, forma un trío junto a dos excolegas de la “mili” para “encauzar” la vida de su nieta, que es una camboyana adoptada por su hija, a la que él desprecia todo el tiempo.
La nieta está de amores con una caricatura de “latin lover”, hijo de una “pulposa y chévere” cubana que llegó a esas tierras vía Colombia. El muchacho hace “descarriar” a la nietilla, a quien le gustan los ritmos y vestimentas afro urbanas.
Tirso, el viejo facho, se ve enredado en la trama de “ecosistema” de la marginación madrileña comandada por otro latino, “of course”, de nombre Sandro, que anda con arreglos con Ezequiel, un policía gallego –literal– que administra los circulantes de droga y euros con una política de acuerdos.
Toda la serie refuerza la idea de “educación a la antigua”, la obediencia y el triunfo de la psicología de picaporte sobre una terapia para una joven con intentos de suicidios. “Entrevías”, de la productora Mediaset España, promete segunda temporada, pero con esta la cuota de fascismo cultural llenó todos los cartones.