A raíz de los días conmocionantes que estamos viviendo, este artículo contiene una propuesta: hay que reemplazar el término “grieta” por “discursos de odio”. Por ejemplo: la sociedad argentina está dividida por los discursos de odio (y no por la grieta). Esta modificación, como veremos, es absolutamente indispensable para recomponer la conversación pública y la posición del campo nacional y popular. ¿Qué nos motiva a hacer esta propuesta? La reacción que se produjo en el conglomerado opositor ante la rápida instalación del concepto “discursos de odio” luego del atentado contra Cristina y la democracia argentina.
Esas tres palabras, con toda su entonación de campus universitario, tuvieron un debut espectacular. Solo en una semana provocaron el rechazo unánime de todos los sectores de la derecha local. La mayor prueba la suministra el hecho de que el bloque de diputados de Juntos por el Cambio se negara a incluir la expresión “discursos de odio” en la declaración de repudio aprobada por el Congreso Nacional. Los dirigentes políticos de la oposición evitaron utilizarla cada vez que se pronunciaron sobre el tema. Lo mismo vale para los comunicados de la Corte Suprema y el Ministerio Público Fiscal. Por su parte, Clarín, La Nación+ y el resto del sistema de medios concentrados le dedicaron innumerables horas de aire a deslegitimarla y alertar contra una “ley mordaza”.
Daría toda la impresión de que “discursos de odio” les pegó en la línea de flotación. Reaccionaron como si los hubiesen atrapado cometiendo un delito. Toda esta resistencia a incorporar el tema en la conversación pública tiene un motivo evidente si uno mira el comportamiento histórico del antiperonismo. ¿Cuál es ese motivo? Que el discurso de odio es el único método de construcción política de la derecha argentina. De Canosa a Milei, de Rosenkrantz a Macri, hoy el objetivo principal de la derecha es acumular políticamente a través de discursos de odio contra el kirchnerismo. La instalación del concepto los escandaliza porque habla de su práctica habitual, la alumbra, la descubre.
Hoy el objetivo principal de la derecha es acumular a través de discursos de odio contra el kirchnerismo. La instalación del concepto los escandaliza porque habla de su práctica habitual, la alumbra, la descubre.
En un análisis sobre la propaganda fascista, el filósofo Theodor Adorno estableció que “el antisemitismo es un medio comunicación de masas”. En nuestro país, esto es literalmente así: el antikirchnerismo es un medio de comunicación de masas. Mensajes de aniquilación y sodomización verbal componen la pantalla cotidiana de nuestro país. La interna de Juntos por el Cambio, disciplinada desde esos medios, se puede caracterizar rápidamente como una competencia por ver quién descarga mayores niveles de hostilidad contra Cristina. Por eso es tan importante haber encontrado el concepto de discursos de odio. Ahora tenemos una herramienta que la militancia puede y debe usar.
De Laclau a Lanata (y de Lanata a Lacan)
Para entender la magnitud del hallazgo, hagamos un poco de historia reciente. A partir de la 125, como es sabido, se abre en nuestro país un momento de fuerte polarización política. El kirchnerismo no solamente lo asume sino que busca nombrarlo (disputa, batalla cultural, etcétera), narrarlo, para demostrar que están en juego dos proyectos de país. Batalla cultural significa discusión política a partir de la confianza en que hay un terreno común y que puedo persuadir al otro: es el tío macrista discutiendo con el sobrino kirchnerista en la mesa familiar. Hay dos proyectos de país que están ubicados en polos opuestos y sus características se debaten en todas las trincheras de la sociedad civil. Este alto momento de participación y movilización social tiene su referencia teórica en Laclau, que asoma la cabeza en defensa del antagonismo.

Pero en 2013, cuando Lanata introduce el término “grieta”, cambia los marcos de conversación. Ahora se habla de grieta y no se está diciendo lo mismo que el kirchnerismo cuando hablaba de disputa. “Batalla cultural” era un término nuestro y presuponía una conversación compartida, todo lo acalorada o crispada que se quiera. Pero grieta es un término de “ellos” para neutralizarnos, y lentamente empieza a calar en el sentido común, apagando la discusión política. Ya no se habla de política en la mesa familiar, en el bar o en club porque “grieta” es sinónimo de que “nunca nos vamos a poner de acuerdo”. Si “batalla cultural” fomentaba la discusión política en un marco de entusiasmo, ahora “grieta” la cancela, alegando que “para conservar la relación con X, sé que no tengo que hablar de política”.
La grieta no designa el espacio entre los dos grandes grupos sociales que defienden proyectos distintos de país. Designa la diferencia entre los grupos y, al mismo tiempo, a uno de los grupos. Cuando un periodista o dirigente opositor exclama “ustedes son la grieta” no está diciendo que hay una grieta porque hay dos modelos de país. Está diciendo que nosotros somos pura negatividad. Lo contrario de la paz social. La grieta en el kirchnerismo es una realidad natural, una esencia, algo que “es así”.
“Batalla cultural” era un término nuestro y presuponía una conversación compartida, todo lo acalorada o crispada que se quiera. Pero grieta es un término de “ellos” para neutralizarnos y apagar la discusión política.
Y ya que la relación entre grieta y kirchnerismo es tan natural como el aire, ya que la realidad del kirchnerismo es así y no puede ser de otra manera, se vuelve justificable odiar. Para la derecha, la grieta demuestra que el kirchnerismo es sustancialmente incompatible con ellos. Correlativamente, cuando en los medios se habla de “terminar con la grieta” debe entenderse siempre terminar con el kirchnerismo. A partir de entonces, hablar es agredir. De ahí proviene, y así se naturaliza, la violencia política que resuena cada vez que un periodista expone su fantasía de que, exterminada Cristina, volvería la normalidad. Como “no podemos ponernos de acuerdo”, entonces hay que procesar ese conflicto de otra manera: lawfare, discursos de odio, acción directa.
En aquella intensidad del kirchnerismo 2013-2015, con buena fe, algunos en nuestras filas sintieron que “batalla cultural” y “grieta” expresaban lo mismo, y se manifestaron en defensa de la grieta. El término se empezó a generalizar también entre los propios. De ese modo, cuajó la amplia convicción de que se volvía imposible el debate y la propia batalla cultural.
Para la derecha, la grieta demuestra que el kirchnerismo es sustancialmente incompatible con ellos. Cuando en los medios se habla de “terminar con la grieta” debe entenderse siempre terminar con el kirchnerismo.
Este era el estado de discusión en el que nos encontrábamos antes del intento de magnicidio contra Cristina y de la instalación del concepto “discursos de odio”. No un clima de polarización, sino una derecha radicalizada, cruel y sacrificial, atentando contra la democracia amparada en el concepto de grieta. Verdad: el tema no es nuevo. Basta recordar la historia de la violencia antiperonista, el ultraje físico y simbólico contra Eva y todo lo que escribió Jauretche en Los profetas del odio. La novedad radica en que estamos ante la posibilidad de un cambio de marco. Y ese cambio de marco es positivo porque nos permite intervenir.

Hasta hace unos días, teníamos una realidad atravesada completamente por los discursos de odio pero seguíamos dentro del marco de referencia de la grieta. Ahora tenemos otro marco, y es nuestro. Con un poco de auxilio del psicoanálisis lacaniano, se notará rápido en qué sentido “discursos de odio” debe ser instalado contra el concepto de grieta.
No un clima de polarización, sino una derecha radicalizada, cruel y sacrificial, atentando contra la democracia amparada en el concepto de grieta.
Según la grieta, odiar al kirchnerismo es natural; frente a eso se puede hacer deconstrucción, crítica de la ideología o lo que fuera, pero siempre se rebota contra el aspecto sustancial de la cuestión. “Hay grieta” porque hay kirchnerismo, te guste o no. Ni siquiera hacía falta aclararlo: quien dice “hay grieta” es porque tácitamente está hablando de nosotros. En cambio “discurso de odio” afirma ante todo que el odio no es una esencia sino un discurso, un significante, un hecho de dicho, que como tal siempre se puede contra-decir. Entonces, odiar no es natural; es, justamente, una construcción discursiva. Ya lo dijimos: el odio es el único método de construcción política de la derecha. Y como es una construcción, y no algo natural, siempre se puede construir de otra manera. La idea de que el odio es un discurso le quita sustancialidad al objeto odiado; lo revela como algo contingente y variable.
Después del interregno hegemonizado por la grieta, la militancia kirchnerista vuelve a tener un marco de discusión propio, que representa el talón de Aquiles de la derecha. Con “discursos de odio” vamos entrando en la tercera fase del ciclo retórico que empezó con la batalla cultural y siguió con la grieta. La conclusión es que hay que abandonar totalmente el concepto de “grieta” y usar continuamente “discursos de odio”. Es una oportunidad para recomponer el lazo social aislando la violencia. Es una apuesta por volver a hablar y discutir. Si cambiamos el marco de conversación podemos retomar un escenario de paz social, dejando a la derecha con el arma descargada.
Teoría de los dos odios y otros chantajes contra la militancia
Que este significante se instaló en la conversación social queda claro si miramos la cantidad de resistencias que viene generando durante estos días. El objetivo de la militancia es no internalizar estas resistencias porque se trata efectivamente de chantajes para impedirnos avanzar. Hay, al menos, cuatro chantajes contra el uso de “discurso de odio”.
El primero y más importante es la teoría de los odios. Naturalmente, lo que argumenta esta teoría es que “existe odio de los dos lados”, que en consecuencia se trata de un concepto inútil para confrontar a la derecha y que, en caso de llegar a usarse, debería empezar por una “autocrítica” sobre nuestros propios odios. Nada de eso. No hay simetría posible. Y esto no solo por el tamaño de los medios con que está equipado cada “bando”. La cuestión es cuál es el afecto principal que organiza la lógica de cada proyecto político. En el campo popular la forma de construcción política está basada en el amor, incluso el fanatismo, y siempre en relación con una figura propia: Cristina. No estamos diciendo que de nuestro lado no haya “pasiones tristes” (ira, agresión, odio en el peor de los casos) sino que no presiden nuestra forma de construcción política. Para mostrar este punto, recuperemos las escenas que se produjeron luego del alegato del fiscal Diego Luciani. Llamemos a esto “secuencia Juncal”.

Para entender la secuencia Juncal hay que volver al origen: los discursos de odio contra el kirchnerismo. Así comienza la historia que casi termina en el abismo de la Argentina. Los manifestantes de derecha que van a agredir a Cristina (escena 1) lo hacen entonados por el alegato del fiscal Luciani y por su reproducción flamígera en boca de periodistas y dirigentes opositores. Son movilizados por un odio “espontáneo” que, a la vez, resulta inseparable del método de construcción sistemática del conglomerado opositor en el marco de referencia a la grieta. La militancia kirchnerista reacciona desde la vocación por cuidar a Cristina y se dirige a acompañarla (escena 2). La vigilia de esos días tiene un carácter netamente festivo, compañero, amoroso. La provocación de Horacio Rodríguez Larreta, colocando vallas y sitiando a Cristina, irrumpe en ese contexto (escena 4). Rodríguez Larreta intenta un discurso municipal, cual intendente de Recoleta, hablando de la tranquilidad de los vecinos, mientras despliega un ostensible operativo policial y de inteligencia en la zona. La militancia reacciona, se moviliza, sacude las vallas (escena 5).

La conducta “agresiva” de la militancia tiene que ver con esa secuencia de reacción; el sentimiento que predomina bien podría denominarse ira, indignación, rabia, pero de ningún modo “odio”, porque no se busca la aniquilación del otro. Es una lógica de defensa momentánea ante un agravio (y no una lógica de construcción general). Si en el medio de la escena 5 un kirchnerista le grita “gorila” a una vecina, si un grupo de militantes canta “Larreta/basura/vos sos la dictadura” luego de días de represión, detenciones y filmaciones ilegales, eso no define la razón ni el sentimiento que conduce el proyecto político. Logrado el objetivo (retirar las vallas) el amor ocupa nuevamente el espacio y la ira se reduce a manifestaciones marginales, prontamente censuradas por un colectivo que antes que nada busca brindar cariño y protección a Cristina.
Es precisamente porque la lógica de construcción está asentada en el amor que las pasiones tristes del kirchnerismo se reconducen con rapidez hacia la paz social. La ira no progresa hacia el resentimiento y el odio (porque su horizonte es el amor) y la violencia acumulada no persigue la venganza (porque su horizonte es la justicia social). La escena 6, que termina con una pistola en la cabeza de la Vicepresidenta, debe inscribirse en toda la secuencia Juncal y observarse como una reacción exponencial de la derecha, sustentada en el plus de odio y en la acción directa, ante la nueva ocupación del espacio público por parte del kirchnerismo. Una suerte de retorno a la escena 2 luego del vallado y la represión policial. Fernando Sabag Montiel porta el significante de la grieta, la aniquilación, el discurso de odio insuflado desde al menos 10 años por los factores de poder antikirchneristas.
Las movilizaciones en defensa de Cristina son manifestaciones de amor. En cambio, la oposición mediático-judicial-política tiene una forma de construcción basada en el odio a nuestra figura política principal.
Las movilizaciones en defensa de Cristina fueron y son manifestaciones de amor. En cambio, la oposición mediático-judicial-política identificada en el macrismo tiene una forma de construcción sistemáticamente negativa, basada en el odio a nuestra figura política principal. Todas sus movilizaciones son un concentrado de insultos y fantasías de guillotina. Lo que está en discusión es amor u odio a Cristina – no amor a Cristina o amor a Macri.
Con el intento de magnicidio ingresamos en la lógica de la derecha a nivel potenciado: plus de odio y acción directa. “No construyamos desde el odio y la violencia” debería ser la síntesis social después de toda esta secuencia. Para el kirchnerismo no será un problema, ya que ese afecto nunca jugó un papel importante en su forma de hacer política; para el macrismo dirigencial y periodístico será un calvario que deberán resolver. Esa es la batalla cultural del momento.
El segundo chantaje es, por supuesto, que hablar de “discurso de odio” limita la libertad de expresión. De usarse, estaríamos “dándole argumentos a la derecha para victimizarse”. ¡Arriba ese ánimo, compañeros y compañeras! Si el odio es el medio de construcción política de la derecha, cada vez que piden libertad de expresión están pidiendo libertad para odiar. No vienen demostrando otra forma de expresión. ¿Cómo no querríamos enfrentar un discurso público que exige nuestra desaparición física? Del dicho al hecho: antes de la tentativa de magnicidio, hubo ataques a la casa de Cristina en Santa Cruz, piedras en su despacho, bombas en unidades básicas de la militancia… Es muy importante que el campo popular no se autorreprima: ciertamente, cada vez que queremos avanzar, queremos que la derecha retroceda. Si no damos un paso porque tememos que la derecha se victimice, entonces nos quedaremos quietos, siempre en el mismo lugar, lamentando la correlación de fuerzas.

El tercer chantaje viene de un pseudo-academicismo que nos advierte acerca de los usos irreflexivos del significante “discurso de odio”. Antes de usarlo, habría que problematizarlo, repensarlo, para evitar que se “banalice”. Antes de usarlo hay que “saber bien qué quiere decir”. Pero el concepto ya está instalado; de hecho, si nos advierten que se puede banalizar es exactamente porque el concepto está circulando, está vivo, y eso es lo que necesitamos. No es momento de un comité de expertos explicando que en realidad los hate speech hacen referencia a minorías raciales o sexuales y no a sectores políticos (en esto coinciden la DAIA y una parte de Twitter argentina). Es momento de una militancia que lo use y que lo milite. La tarea coyuntural es militar amorosamente para contradecir los discursos de odio.
Luego de la teoría de los odios, el segundo chantaje es, por supuesto, que hablar de “discurso de odio” limita la libertad de expresión. De usarse, estaríamos “dándole argumentos a la derecha para victimizarse”.
Y ahí viene el cuarto chantaje: que estos no son los problemas de la gente. Pero justo el mayor aporte que puede realizar la batalla cultural al difícil momento económico es trabajar activamente un concepto que ya demostró impactar sobre los grupos concentrados de la Argentina. Si el ataque a Cristina es el ataque al último dique de contención del campo popular, si el discurso de odio proviene de los mismos sectores que siembran la desigualdad económica, entonces está claro que debemos tratar todo como el mismo problema.
Posdata: el amor vence
El odio es una construcción política. Pero el amor también. “El amor vence al odio” no supone una sentencia profética, algo que está predestinado a ocurrir. No hay garantías y no debemos esperar pasivamente asumiendo que, si bien este es un momento de odio, a largo plazo el amor vencerá. El amor a Cristina, al pueblo, a la patria implica una construcción cotidiana. La política se juega en los climas y afectos que seamos capaces de movilizar. En este momento, para que el amor venza, no solamente hay que movilizar afectos colectivos de solidaridad y amistad social entre la mayoría, encapsulando los discursos de odio. Sobre todo hay que orientar nuestra línea política a partir del significante “discurso de odio” y confrontarlo. Como escribió Badiou en Elogio del amor, en política uno de los roles de la organización es intentar anular los efectos del odio.
Nuestro momento histórico involucra tales niveles de retroceso que estamos discutiendo si se puede o no apuntar un arma contra una vicepresidenta. No estamos discutiendo si movilizarnos o no a Cargill. En otra etapa, vendrá otro significante que permita generar nuevos marcos de acción. Para esta fase, la militancia contra los discursos de odio es imprescindible. Mientras la derecha argentina se ubica espiritualmente en 1975, el campo popular está viajando directo a 1983, mediante la organización de una misa por la paz y la fraternidad en Luján. Lo que no pasó el otro día debe llamarnos a la reflexión, la movilización y la convivencia democrática. No lo dejemos pasar.