Algunos ángeles pudieron colarse en el cielo del Maracaná para decir que el fútbol más grande de América es de la Argentina. Otra vez, pero ésta, liderada por Leo. Sentimos esa estrella, esa chispa. Sentimos que Diego andaba dando vueltas por ahí, que su espíritu jugueteaba en el firmamento, haciendo una doble travesura, una aquí entre su gente y otra allá en su otra hermandad, una en América y otra en Europa, para ser partícipe de ese nuevo puño apretado de argentinos e italianos. Recordar a Maradona, mientras vemos corretear festivo, glorioso, a Messi por el Maracaná es, de por sí, un gol argentino.
Un golazo.
Gol argentino en varios aspectos es lo que hemos vivido este fin de semana. Hacían mucha falta algunos gritos de gol argentino.

Está el de Di María, Angelito del alma, Angelito venido del cielo, una magnífica definición, en la que el Flaco, tan querido como es, aprovechó un pase largo del mejor jugador del equipo, Rodrigo De Paul, una falla de la defensa y él, con notable categoría, tocó la pelota por arriba del arquero brasileño. Gol argentino. Un golazo.
Sí, claro que se precisaba ese gol argentino. Viene de maravillas ese gol contra Bolsonaro. Un estúpido importante. El presidente de Brasil, un país tan amplio y bello, con más de 200 millones de habitantes, con tanta historia, tan cercano en lo fraternal. Presidido por un personaje horrible por donde se lo mire. Un ser humano deleznable. Todo lo que uno pueda reprocharse de la naturaleza humana está concentrado en él. Lo que ha conseguido la derecha… Alberto Fernández, qué otra cosa que mirarlo y sonreír podía hacer cuando ese tipejo le decía “le vamos a meter cinco…”. Gol argentino. Ganarle en el Maracaná. Y mucho más a Brasil, al personaje.

Hacía mucha falta. Vino muy bien. Lo sentí como un alivio. El grito de gol era el grito de varios que nos debemos en este tiempo aciago y oscuro de pandemias, de discusiones, de ataque y de una derecha que, como en el resto del mundo, está enloquecida, pero que acá se siente todavía más. Una derecha que hasta hace papelones, entrando a caballo como una heroína, que también es ridícula haciendo declaraciones, luego de las peleas que tienen entre ellos. Es Patricia Bullrich, es esa candidata que más desprejuiciadamente dice “quiero ser presidenta”: es lo más parecido a Bolsonaro que se conoce.
Es un golazo enfrentar a la derecha que en el mundo está desesperada y dispuesta a todo, como lo vemos en Cuba con sus gusanos; en otros sitios de Latinoamérica con tanto golpista; con los republicanos en Estados Unidos que van por el voto calificado; con los reaccionarios homofóbicos de muchos países europeos. Con esa denigrante gente del campo argentino que marchó en San Nicolás y en otros sitios. Gente que supuestamente se presenta como apolítica. Es un gol argentino, desenmascararla. En su hipocresía, fingen que son apolíticos, que no tienen otra intención. No hay nada que no sea político. La indiferencia de mucha gente, ese supuesto absoluto desinterés, si existiese, es una declaración altisonante, a derecha o izquierda. Eso es profundamente político. Quien lo niega, es zonzo o hipócrita. No participar de lo que queremos mejorar, o evitar, o conseguir, también lo es, por omisión, porque ayuda a conformar el mundo tal como es.

Por eso debemos procurar ese gol que significa enfrentar con todas nuestras jugadas de ataque, dribleando las aciagas estrategias de los que salen al campo a protestar, cuando la realidad muestra desde hace meses que están haciendo dulce con la plata. O con los de la UIA, tan contra como son del gobierno, muy a pesar de que tuvieron muchos más problemas en la época de Macri que los fundía, que ahora, cuando aún con la pandemia se recuperan de ese tsunami que arrasó veintipico de mil pequeñas empresas que desaparecieron.
Pero sólo hacen goles en contra porque lo que tienen en su corazón es un gran odio de clase. Muchos son de esa clase social adinerara y otros se sienten contenidos allí. Hay una gran hipocresía, un gran desprecio por la verdad, por otras clases sociales. Muchas veces se produce por el trabajo de desinformación de la mafia mediática, el sector político más influyente que hoy tenemos en esta sociedad. Enfrentarlos, desenmascararlos, entender que el gran trabajo del ciudadano es procurar esa información que oculta la prensa hegemónica, obtenerla, es un verdadero golazo.
Otro gol argentino son las vacunas. Las millones que vendrán, las pediátricas, las contratadas con Moderna, las millones que se van inoculando por acá y por allí. Las otras 20 millones para reforzar lo que está mejorando y va bastante bien. La semana pasada me tocó a mí. Fui a vacunarme. Sentí en carne propia lo que significa la esperanza, la ilusión, la protección ante la acechanza del Covid-19, con la certeza de que si me hubiese podido vacunar antes, no habría corrido tanto riesgo de morir en una sala de terapia intensiva. La vacuna acerca a la idea de estar algo más protegido.

Las vacunas han sido otro gol argentino. Hay que celebrarlo. Vamos, todavía. Gol argentino, como cuando se sabe lo que ocurre con la abyecta complicidad de Macri con los golpistas bolivianos. Que haya trascendido, que podamos saber además, de todas las sandeces que dijo el ex presidente, de haber sido el primero que apoyó la caída de Evo Morales; el que primero aceptó a un gobierno que asesinó a su propia gente con el aval de quien se hacía cargo de facto de la presidencia; el primero que salió corriendo a nombre de quedar bien con “la Embajada” y con el gobierno de Estados Unidos. Que, además de todo eso, como si fuera poco, que ahora se sepa el tan desgraciado chanchuyo de las armas, que todo eso haya salido a la luz, es otro gol argentino.
Es un gol argentino, cuando el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, dice que las jubilaciones le van a ganar a la inflación. Aunque, por supuesto, haya jugadas más complicadas que se están resolviendo todavía, en la puerta del área, ante una defensa mediática muy cerrada, jugando para un mundo que se defiende con fiereza. Hay que hacerle un gol a la pandemia. Un gol a los medios que quieren que todo sea horrible en la Argentina, que fomenta la bronca, hay que odiar al país, hay que tirarle con munición gruesa al gobierno, pegarle abajo, hay que decir que afuera es todo mucho más lindo y mejor, que hay que irse y que allá la van a pasar fantástico, así sea lavando copas.
A todo eso hay que meterle un gol. Son los goles que nos debemos. Debemos trabajar todos juntos en la puerta del área. No es Rodrigo de Paul dando ese largo pase magistral a Di María. No, somos nosotros, todas y todos jugando para convertir otro gol argentino.
Nos hace falta hacer un buen gol. Para que la Argentina sea otra vez un puño apretado. Tal vez sea el gol de nuestras vidas.