“Las próximas tres semanas son clave”, aseguró la ministra de Salud argentina, Carla Vizzotti. Lo dijo por zoom hace unas horas ante una comisión de acción social de la Cámara de Diputados.
El país se enteraba unos minutos antes que el registro de nuevos casos diarios había superado todos los récords desde que comenzó la pandemia: 20.870, lo que equivale a 870 contagiados por hora, o un nuevo infectado cada cuatro segundos. Suman 2.428.029 los enfermos desde que se tuvo noticias del primero en el país, allá por el 3 de marzo del 2020, un hombre de 43 años que había regresado a la Argentina dos días antes, tras hacer turismo en Italia y España.
Transcurrieron exactamente 400 días desde esa tétrica bandera a cuadros del Covid-19 en la Argentina. Habían pasado sólo 62 desde ese fatídico 31 de diciembre de 2019, vaya noticia para finalizar el año, en que la Comisión Municipal de Salud de Wuhan, en la provincia china de Hubei, China, notificó un conglomerado de casos de neumonía, que determinaría que eran causados por un nuevo coronavirus.

Dos semanas después, el país asiático haría pública la secuencia genética del virus causante del COVID-19. Ese mismo día se registró el primer caso fuera de China, en Tailandia. La alarma se disparó en Europa el 24 de enero con un caso en Francia, que luego provocó entredichos al conocerse que el 27 de diciembre anterior había acusado los primeros síntomas.
De todos modos, la Organización Mundial de la Salud denunció el último día de ese enero la existencia de un total de 7818 casos confirmados en todo el mundo (la mayoría en China y 82 en otros 18 países). Pasaron 14 meses. Casi el triple de casos se computaron este último martes en la Argentina, en sólo 24 horas.
La OMS, el 11 de marzo de 2020 caracterizó por primera vez como pandemia al Covid-19. “Necesitamos bajar el contagio, para mantener la vacunación y minimizar la letalidad”, insistió Vizzotti en las últimas horas.
Este 7 de abril, se celebra, paradójicamente, el Día Mundial de la Salud, como desde 1948, cuando la Primera Asamblea Mundial de la Salud propuso lo propuso para conmemorar la fundación de la OMS, en la ciudad suiza de Ginebra.

Mientras, en la Argentina, al cumplirse esos 400 días se llegó a un promedio de 6.070 casos denunciados por cada 24 horas. En cambio, el primer fallecido en el país (también fue el primero en toda América Latina), fue un hombre de 64 años que empezó a mostrar síntomas el pasado 28 de febrero y murió el sábado 8 de marzo. Desde entonces sumaron, hasta el registro de este martes, 56.634 fallecidos en la Argentina, que agregó 163 personas a esa lista en esas últimas 24 horas de cómputos.
La CABA y las vacunas
Por supuesto, estos y todos los datos son dinámicos y van variando segundo a segundo, tanto en la Argentina como en el resto del mundo.
Como en el caso de las vacunas. En la Argentina ya se distribuyeron 6.322.446 de las que se aplicaron más de 4,5 millones: la mayor parte fue recibida por mujeres, el 62.84 %. Son casi 2,5 millones los mayores de 60 años que ya fueron inoculados y 1,5 millón las personas relacionadas con labores en Salud. De esos seis millones y pico, el 39% fue distribuido en la provincia de Buenos Aires, el 8,9% en la CABA, el 7,8% en Córdoba y el 6,5% en Santa Fe.
Es interesante, entonces, ingresar en cifras un poco más puntillosas, para advertir otra visión sobre el muy mediático pedido de mayor provisión de dosis que realizó el gobierno porteño al nacional, en medio de las negociaciones por las restricciones ante el pavoroso alza de las curvas nacionales sobre el coronavirus. Justamente, la Ciudad contiene a apenas menos de 3 millones de habitantes y la provincia de Buenos Aires, 16,6 millones, más de cinco veces superior. Córdoba tiene 3,3 millones, muy similar a Santa Fe.
Pero mientras la capital del país recibió 563 mil vacunas que equivalen al 18,7% de su población, las que el gobierno central les proveyó a la mayor provincia argentina fueron 2,4 millones y abarcan al 14,8% de sus habitantes. La relación en Córdoba llega al 15% y la de Santa Fe, 13,8.

O sea que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que restringió buena parte de los servicios sanitarios en los hospitales porteños más allá del Covid-19; que eliminó miles de turnos de atención y de intervenciones quirúrgicas, pero que a la vez se resiste perversamente a asociarse a restricciones en lugares públicos, como puede ser restoranes o cervecerías, entre tantos lugares no esenciales, es la administración que recibió mayor cantidad de vacunas por habitante.
Lo paradójico es que entre esos tres millones de personas que la habitan, se encuentra probablemente la mayor cantidad de antivacunas, anticuarentenas y negacionistas de la pandemia.
Es la Ciudad que también niega, por ejemplo, que los servicios de terapias intensivas de varios de los hospitales públicos están estallados, como reiteran una y otra vez los sacrificados trabajadores del Tornú, que a pesar de ello, no dejan sus puestos laborales. Pero, encima, fue el propio Claudio Belocopitt, el titular de la Unión Argentina de Salud, que nuclea a organizaciones de medicina privada, dueño de Swiss Medical, alertó hace unas horas, tras los feriados de Semana Santa: “Para esta época del año la ocupación de camas la tenemos en 50%, este fin de semana lo tuvimos al 90%. Nunca en 30 años de profesión vi algo así”. Profetizó, amargamente: “A este ritmo, en cuatro o cinco días el sistema de salud deja de aguantar”.
Los números siniestros
Por supuesto que la Argentina no puede despegarse de lo que sucede en la región ni en el mundo. El Covid-19 ya enfermó a más de 133 millones de personas, un 1,9% de los 7.700 millones de habitantes en el planeta, tres veces la cantidad de los que viven en la Argentina.
El 7 de enero se registró el peor día de Covid-19 cuando se computaron 875.497 nuevos contagiados, en una semana tremenda en cifras, tras las celebraciones de Año nuevo. Para febrero esa curva había disminuido un 30/40 % de promedio pero persistía la presunción de que sería una baja temporaria. En efecto, en marzo la curva volvió a un ascenso que no se detiene. Las cifras registradas en los últimos días lo demuestran. Por caso, los 708.307 anotados el miércoles 1°. Se espera que las próximas mediciones la superen largamente.

Europa es el continente que va a la cabeza en estas estadísticas negras, con 40,8 millones de infectados. Eso, si se desagrega a América en su Norte (36,3 millones) y el Sur (21,9), que en total suman 58,2. Espeluznante. Lo mismo que los 30 millones casi redondos que se infectaron en Asia, contra los 4,3 millones de africanos y los 58 mil oceánicos. Por supuesto que esos valores tienen relación con los países más comprometidos, en función del tamaño de sus poblaciones pero también dependientes de sus sistemas sanitarios y de las políticas que sus gobernantes adoptaron frente a la pandemia.
Por caso, en EE UU se suma la mayor cantidad en la lista por países: sólo allí se contagiaron 31,6 millones de personas. Luego se encuentran Brasil (13,1) y la India (12,9). Francia, Rusia y el Reino Unido se ubican después con valores que se aproximan a los 4,6 millones, cada uno. La Argentina se estableció este 7 de abril en el 13° lugar de la siniestra tabla aunque con cifras muy similares con Polonia y Colombia que la anteceden y con México que se encuentra detrás.
En cuanto a las muertes diarias, los estudios arrojan apreciaciones parecidas. En las últimas horas, el marcador estaba en 2.891.267, según la respetable página de Wordometers. La curva histórica de fallecidos por el Covid-19 es similar a la de casos registrados. El pico se evidenció el 20 de enero con 17624 personas. Luego bajó el promedio y hace pocas horas llegó a los 12.644 en un solo día.
La cifra de muertos en el mundo se asemeja a la cantidad de habitantes de la CABA: se eriza la piel de sólo realizar esa comparación distópica pero actual.
Una cifra parecida a la de habitantes de todo el Uruguay: el país que para una buena cantidad de argentinos era el modelo a seguir hoy es, por mucho, el de más alta tasa de contagios en todo el planeta.
EL pasado nos condena
“La historia de la Humanidad es una sucesión de pandemias, pero no aprendemos”, tituló a principios de la era Covid-19, una web estadounidense. La denominada Gripe española de 1918, iniciada en las trincheras de la I Guerra Mundial provocó unas 80 millones de víctimas. La Plaga de Justiniano, que comenzó en el siglo VI, en el Imperio Bizantino, mató a casi a 25 millones cerca de las costas del Mediterráneo. Unos 12 millones murieron por la llamada “Tercera Pandemia” en la provincia de Yunnan en China en el siglo XIX. La llamada fiebre asiática o gripe de Hong Kong que se descubrió en 1957 borró a más de un millón de personas. El Sarampión se conoce desde hace más de 3000 años y tiene una alta tasa de contagio; causó ya 200 millones de víctimas fatales. La Peste negra, o Bubónica de la mitad del siglo XIV se llevó a 75 millones de personas. Por el Tifus sucumbieron más de 4 millones a lo largo de su historia y por el Cólera, 3 millones. Mucho más reciente es el VIH que mató a 25 millones de personas y sigue siendo un peligro: más de 37 millones viven con la enfermedad.
La lista es claramente incompleta. Y la comparación, caprichosa.
Por supuesto que el Covid-19 llegó en el siglo XXI con la humanidad supuestamente gozando de adelantos tecnológicos extraordinarios. Pero hasta el momento no alcanzan. Este rápido e incómodo repaso por las cifras y siniestros récords de los últimos tiempos así parece demostrarlo.