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Un año de pandemia

Por Ángeles López Geist
La duda y la elección: el fin de las certezas, lidiando con el azar

En marzo del 2020 la OMS vacilaba entre declarar o no la pandemia y recomendar o no los barbijos, y la comunidad científica se negaba a admitir que era el siniestro retorno del SARS. Incluso por largo tiempo proliferaron las dudas acerca de la transmisión aérea, contra todo sentido común.

La ciencia avanzó vertiginosamente a la vista de todos, obligando a una plasticidad mayúscula tanto de científicos, como de gobernantes y ciudadanos. Y mientras el virus se diseminó con velocidad creciente y las muertes aumentaron en forma exponencial, cada vez más personas logran sobrevivir a las terapias intensivas.

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El maridaje entre la incertidumbre de la ciencia y la comunicación mediática comenzó a vislumbrar una sinergia difícil de lograr recién en los últimos meses.

El “distanciamiento social” contradecía la necesidad de “cercanía y lazo social” de la salud mental.

Entre la medicina y las ciencias sociales, una controversia por los significantes en el discurso de la pandemia evidenció que el “distanciamiento social” tomado de la proxémica, contradecía la necesidad de “cercanía y lazo social” de la salud mental, y las metáforas bélicas fueron quedando obsoletas y dañinas por su efecto de dividir a las comunidades, denunciado por pensadores de diversas ramas.

Entonces aparecieron nuevas metáforas, más vitales, convocando al cuidado común. Jacinta Arden, en Nueva Zelanda, apeló a las “burbujas sociales” para transmitir a los ciudadanos la necesidad de su participación activa en el control de la pandemia.

Una burbuja sorprende por su brillo, su inefabilidad, su fragilidad. Así, frágil, inasible y requirente de cuidados delicados es la seguridad sanitaria en tiempos de Covid. Era importante tomar conciencia de ello.

Las “burbujas sociales” fueron las nuevas metáforas a las que se apeló para transmitir a los ciudadanos la necesidad de su participación activa en el control de la pandemia.

La imagen de la burbuja fue defendida por expertos en Salud Pública, por ser una imagen que hasta los niños pueden comprender fácilmente, “pegarse a la burbuja”, luego “extender la burbuja”, y finalmente “dejar la burbuja”. No es saludable que las metáforas se cristalicen en el tiempo, ni que se descontextúe su función.

El concepto de “burbujas sociales” se aplicó en Bélgica y en Alemania y en Argentina también. Instaló el cuidado extremo con excelentes resultados, mucho más amigable que la trazabilidad de ciudadanos por aplicaciones como las que nutren el Big Data chino.

En nuestro medio, asistimos a creativas formas de cuidar las burbujas: las familias autocuarentenadas para poder reunirse en Navidad, los recortes drásticos en la diversidad de contactos, los cumpleaños de los chicos en los parques, y las burbujas escolares, gran aprendizaje que aún requiere afinación.

La pandemia borró las teorías de “choque de civilizaciones” y “fin de la historia”. Oriente y Occidente llevan un año de diálogo y esfuerzo mancomunado.

Por cierto la pandemia alteró profundamente la relación de las personas con el espacio social. Toda la vida cotidiana se resolvió durante un año en las cercanías del hogar. Como en las “ciudades de quince minutos” que algunos arquitectos proponen.

El uso de metáforas saludables, la alfabetización mediática, la coherencia discursiva de los científicos de todo el mundo, las construcciones subjetivas emanadas del seno de las comunidades, trajeron el fin definitivo de las teorías de “choque de civilizaciones” y “fin de la historia”. Oriente y Occidente llevan un año de diálogo y esfuerzo mancomunado, la comunidad científica consensuó cuidados y vacunas.

*Médica psiquiatra, integrante de la comisión directiva de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).

La calle no es lugar para vivir

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Tags: burbujasCOVID-19metáforas saludablespandemiasalud mental
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