De la noche a la mañana, un enigmático Federico Basualdo se convirtió en el verdadero símbolo de la tensión política en la Argentina.
El subsecretario de Energía, al que cuesta asociar con alguna cara o voz conocidas, de extremo bajo perfil, ganó espacio en los diarios de finanzas estadounidenses como la piedra en el zapato capaz de hacer caer el plan maestro de Martín Guzmán para buscar un acuerdo con el FMI por la deuda monumental que Mauricio Macri dejó con el organismo.
Al mismo tiempo, en la prensa local se construían narrativas, alimentadas de generosos “off the record” desde despachos encumbrados con vista a la Plaza de Mayo donde le caían al pobre Basualdo con adjetivos como “populista” o, directamente, “incompetente” para justificar el despido que no fue.
Tremenda batahola que tuvo una única víctima de tanto “fuego amigo”, el propio presidente Alberto Fernández. Porque la escena, el encontronazo real o figurado que tuvo a Guzmán, Santiago Cafiero y al ignoto Basualdo como protagonistas, asistió con verosímil impetuosidad la versión echada a correr por Alejandro Werner, un director para el Hemisferio Occidental saliente del FMI que, antes de volver a su Chile natal, dijo que no había acuerdo por las internas en el gobierno argentino.
Más que internas, que las hay -y en cantidades no muy aconsejables-, en este caso, estamos en presencia de un alboroto típico de las coaliciones diversas constituidas para ganar una elección que, una vez alcanzado ese objetivo, deben gobernar tomando decisiones que, sea por derecha o por izquierda, siempre terminan complicando la relación con alguno de los socios.

La foto que presentó Fernández en Ensenada es la fortaleza y la debilidad congénita del Frente de Todos. Porque “todos, todas y todes” son Sergio Massa y CFK, Axel Kicillof y Verónica Magario, el propio Fernández y Mario Secco, es decir, personas con distintas trayectorias, paradigmas, conductas e historias obligadas a estar de acuerdo para poner a “la Argentina de pie”.
La frase de cabecera del “frentetodismo” revela un punto de origen coincidente muy amplio, el país está postrado, hay que levantarlo, el problema es cuando se pone en debate el cómo, ahí emerge el “frentealgunismo”, porque resulta una obviedad decir que cada uno de los concurrentes a Ensenada deben considerar que tienen la parte más necesaria para arribar a las soluciones que la acuciante realidad demanda.
Alguno más que otro de estos referentes hizo falta para ganar, hablando de la votación de 2019 que sepultó nada menos que el proyecto neoliberal reeleccionista de Macri, pero ese criterio volcado al interior de la coalición que decidió que el presidente, en un régimen hiperpresidencialista como el argentino, sea a su vez el que aportó la cantidad de votos menos significativa en aquella histórica contienda, nos da la idea de un mecanismo de gobernanza muy complejo donde el presidente a veces debe saldar los asuntos pensando en la representación mayoritaria y otras, obedeciendo a los aportes menos significativos, como el suyo, pero igual de relevantes para sostener la “nueva mayoría” que la estratega del espacio –CFK- diseñó para desbancar al candidato de los EEUU de Trump, del FMI de Lagarde, de Clarín y Techint, de los fondos buitre y de la Asociación Empresaria Argentina (AEA).

Puede sonar a chiste que el ministro Guzmán vaya ante las autoridades del FMI y diga que él, con el apoyo del presidente, quiere quitar los subsidios a las tarifas, pero el subsecretario Basualdo no lo deja, salvo que sea una manera astuta de presentarse como el único interlocutor “racional” capaz de buscar un acuerdo ante “la avanzada talibán k” que no quiere pagar la deuda, es decir, que sea una jugada inteligente destinada a aprovechar los fantasmas que la prensa hegemónica fabricó durante años en su favor en la dura mesa de negociación que le toca enfrentar, como deudor.
Pero si esto no fuera así, si en realidad Guzmán piensa como dice pensar y eso lo lleva a convertirse en abanderado de la lucha contra “los subsidios pro-ricos”, entonces surge un problema, porque ese mismo discurso tenía Javier González Fraga, aquel presidente del Banco Nación macrista, que finalmente terminó atribuyendo la decadencia nacional no tanto a los subsidios sino al acceso masivo al aire acondicionado o al celular inteligente de sectores económicamente postergados, cosa que habían logrado con los gobiernos kirchneristas violando algún orden natural de las cosas, al parecer, de carácter inamovible.
Pero esto decía González Fraga en 2008, en un reportaje de La Política Online: “Yo creo que el verdadero problema es la inflación y no es nuevo, lo tenemos hace ya unos cuantos meses. Pero el problema es político, es la incapacidad del Gobierno de asumir estos problemas que son fácilmente resolubles, si es que se asumen y se diagnostican (…) La suba del costo de vida está generada en gran parte por los consumos de clase alta, del 30 ó 40 por ciento más rico, especialmente en Buenos Aires. Y esto tiene mucho que ver con todos los subsidios (…) Nos subsidian la nafta, el gas, la electricidad, los alimentos entonces, por supuesto, vamos a los restoranes y están llenos, vamos a comprar ropa, autos; es el consumo de las clases más altas y es donde está yendo el grueso de los subsidios del Gobierno (…) La solución es sencilla pero tiene un costo político, que es empezar a terminar con los subsidios, empezar a ajustar las tarifas y que la Argentina vuelva al mundo en el sentido de los precios”.
Guzmán no es González Fraga. El platense que llegó a la Universidad de Columbia es un ministro del gobierno “frentetodista” que denunció penalmente la gestión de González Fraga por beneficiar con dinero público a la empresa Vicentin, otorgándole créditos blandos, incobrables para el Nación. Práctica bastante nociva para el país, económicamente hablando, y habrá que ver si no es también delictiva, cuestión que todavía se está investigando judicialmente.

Definitivamente, Guzmán no es González Fraga. Este último hablaba en contra de los ricos pero lo preocupaban en realidad los pobres con derechos y cuando llegó al poder con Juntos por el Cambio terminó beneficiando a los ricos de Vicentin y perjudicando a los pobres que, en teoría, tocaban su corazón.
Por eso mismo, llama la atención que, con una diferencia de 13 años, Guzmán diga cosas parecidas a González Fraga, más aún, cuando durante el gobierno de González y Macri, las tarifas de la luz y el gas aumentaron de modo sideral.
Citando al Observatorio de Servicios Públicos (OPS) de la Universidad de La Plata, el periodista David Cufré escribió en Página 12: “El gobierno de Cambiemos autorizó aumentos de tarifas inéditos, del 4.454 por ciento en Edesur, 4.436 en Edenor y 4.896 en Edelap, entre diciembre de 2015 y diciembre 2019. Fue demasiado para los ingresos populares. En esos mismos años, los sueldos de los trabajadores formales subieron 214 por ciento (Ripte), la jubilación mínima aumentó 227 por ciento, el salario mínimo avanzó 202 por ciento y la Asignación Universal por Hijo (AUH), 228 por ciento. La inflación acumulada en el gobierno de Juntos por el Cambio (entonces Cambiemos) fue del 250 por ciento”.

Y sigue Cufré: “La comparación de cifras permite advertir con facilidad por qué la pobreza energética se disparó en esos años. Las tarifas de luz y gas resultaron imposibles de pagar para cada vez más usuarios. Las facturas de Metrogas subieron 1.780 por ciento, las de Gas Natural Ban aumentaron 1.791 y las de Camuzzi Gas Pampeana, 1.941. Como se indicó más arriba, los sueldos lo hicieron solo el 214 por ciento. En total, entre 2016 y 2019 casi tres millones de familias cayeron a la condición de pobres en sus posibilidades de consumo de energía. Fueron 2.939.00 hogares que no pudieron resistir los tarifazos del gobierno de Macri. En 2020, en cambio, la cantidad de hogares en pobreza energética bajó a 1,2 millones, con lo cual 1,8 millones superaron esa situación”.
¿Qué pasó en 2020 para que los pobres energéticos fueran menos? Se congelaron las tarifas. Eso pasó. No fue magia. No hay salarios para pagar aumentos. Debería saberlo el ministro tanto como lo sabe el subsecretario Basualdo. Los ricos en esta historia funcionan como excusa: son los menos. Al FMI le preocupa el impacto de todos los subsidios en el gasto público, no si los multimillonarios calefaccionan su pileta. El FMI no pelea por la justicia social, no es su papel.
Ajustar en los subsidios es la garantía de un superávit a ser utilizado en los pagos futuros de la deuda que contrajo el gobierno de Macri. El subsidio que les preocupa, el que quieren recortar, entonces, no es el de Puerto Madero, es el que permite a millones de hogares de La Matanza o Florencio Varela seguir alimentándose con salarios de miseria en la Argentina espantosa, desigual e injusta que dejaron González Fraga, Macri y el FMI.

Que haya uno, dos, tres, muchos Basualdos que están pensando que el aumento de tarifas sea lo más reducido posible y defiendan así el bolsillo de los que no pueden más, es lo único que le da sentido, rumbo a este gobierno que Alberto Fernández, hay que decirlo, conduce como puede, con un sacrificio físico e intelectual que no hay que explicar porque es muy evidente.
Sacrificio producto de un esfuerzo que trata de equilibrar lo que está desequilibrado desde el vamos en el gobierno de coalición. La mayor cantidad de votos en el Frente de Todos está sub-representada en la gestión de áreas sensibles al bolsillo popular y, por el contrario, están sobre-representadas las corrientes “market friendly” que siguen soñando con la “teoría del derrame”, curioso artificio argumental para justificar la concentración excesiva de riqueza, que hasta el propio Joe Biden sepultó por falaz y dañina para el conjunto social, ganándose cariñosamente el apelativo de “Juan Domingo”.

Uno, dos, tres, muchos Basualdos hacen falta para contrapesar a funcionarios hábiles para leer los datos de las planillas Excel, que son muy importantes, imprescindibles en un mundo dominado por los números, pero quizá menos duchos en empatizar con familias enteras que deben vivir o sobrevivir un mes entero con ingresos totales hogareños por 60 mil pesos.
Ese es el 50 por ciento de la población. Y sólo un 22 por ciento reúne ingresos familiares, la suma de todos los que viven bajo un mismo techo, por encima de los 120 mil pesos.
Este es el país real. No será Manhattan, donde queda la Columbia University, pero en los últimos años de gobiernos peronistas, con subsidios y todo, se inauguraron universidades muy serias, también.