Si todo sale bien, el Aporte Solidario Extraordinario de las Grandes Fortunas impulsado por los diputados Máximo Kirchner y Carlos Heller obtendrá el martes 17 media sanción en la Cámara Baja y -se descuenta- será rápidamente convertido en ley en el Senado.
Dando por válido que un gobierno se define por las batallas que decide dar, habrá que admitir que el de los Fernández eligió desoír la letanía empresaria en contra de la sanción de una ley atacada por “confiscatoria”, “inútil”, “extemporánea”, “anacrónica” y a la que le atribuyen desde sus diarios, entre otros males irreparables, la posibilidad de “espantar a los inversores”.
Ya es un hábito que cualquier medida que reponga al Estado en su papel de equilibrador de las cargas en la economía nacional sea interpretada como una declaración de guerra al libre mercado o el giro taimado hacia un modelo totalitario que nos pone cada vez más cerca de Corea del Norte.
Si la cosa es, diríamos, “tan soviética” o antiempresaria, entonces, ¿cómo fue que hicieron tanta plata?.
Impresiona la defensa cerrada que hacen de sus privilegios quienes tienen la posibilidad de hacerlo. Además de grandes patrimonios, son dueños de una imaginación inagotable, que aplican a una militancia por sí mismos que envidiarían los viejos partidos de clase, de cuando el mundo era otro mundo.
Pero sin duda tendrá carácter antológico comprobar este martes 17, “Día de la militancia” en la efeméride peronista, que la Teoría del Derrame, aunque sea por única vez como reza el proyecto, funciona según dicta la ley de gravedad y no al revés, como casi siempre ocurre en los países capitalistas dependientes y periféricos como el nuestro.
Hace una semana, desde Contraeditorial nos preguntábamos por qué los millonarios de este país, que dicen ser víctimas de bullying cuando se los asocia al estereotipo de la persona codiciosa o avara en exceso, en vez de exagerar los gestos de solidaridad ante una pandemia inclemente que dejó a la mitad de sus compatriotas bajo la línea de pobreza, se vuelcan a una beligerancia amenazante, carente de toda empatía.
Es un hábito que cualquier medida que reponga al Estado en su papel de equilibrador de las cargas en la economía nacional sea interpretada como una declaración de guerra al libre mercado.
Tuvieron la oportunidad de ser solidarios. De presentar un proyecto alternativo. No lo hicieron. Lo único que propusieron, a través de la bancada de Juntos por el cambio, fue adelantar el dinero a cambio de poder descontarlo de impuestos futuros.
Ya había un antecedente.
En abril pasado, cuando apenas transcurrían dos semanas de cuarentena y la comunicación concentrada le presentaba al gobierno un festival de tapas celestes bajo un mismo título (“Al virus lo paramos entre todos”), los seis canales de aire, comandados por el Grupo Clarín y la estadounidense Viacom, con sus principales figuras a la cabeza, decidieron convocar a un “teletón” dominical bajo la consigna “Unidos por Argentina” para recaudar fondos que ayudaran a combatir al Covid-19.

El programa contó con la colaboración de la Cruz Roja Argentina, encargada de recibir las donaciones. Los artistas más taquilleros se sumaron a la gesta televisiva. Desde los internacionales como Alejandro Sanz y Michael Bublé, hasta créditos locales como Luciano Pereyra y Abel Pintos. Emanuel Ginóbili, desde EEUU, y Mirtha Legrand, como integrante del grupo de riesgo, participaron por zoom.
Seis horas después, mientras Lito Vitale afinaba su piano para cerrar la transmisión con el himno, un clásico de los “We are the world” nativos, se conoció el monto recaudado en el evento solidario: 88 millones de pesos, de todos los rincones del país. Salvo el ministro de Salud, Ginés González García, quien resaltó “el esfuerzo extraordinario de la sociedad argentina para (obtener) este resultado”, el resultado de la vaquita, que tuvo un rating impresionante, dejó sabor a poco.
Claro, era un evento de caridad. Un emprendimiento dadivoso. Pero más que nada, un show armado para apuntalar la idea de que todos somos naturalmente solidarios, también los empresarios. Cosa siempre discutible, aunque peor es considerar que la tierra es plana o llamar a no vacunarse contra el Covid porque la vacuna es rusa.
Engañar al fisco en la Argentina fue, históricamente, un negocio altamente rentable. Poco solidario, además.
¿Dónde estuvieron los cheques por montos millonarios de los que estaban dispuestos a ayudar en la pandemia? No era el Estado el recaudador. Ni siquiera tienen esa excusa. Era la Cruz Roja. Y hasta estaba la primera dama, de un gobierno que había empezado hacía cuatro meses su mandato. Ni siquiera para congraciarse con los nuevos gobernantes pusieron plata, los dueños de la plata.
Pasaron siete meses desde el “teletón” que tuvo más audiencia que éxito económico. Al paisaje de tierra arrasada que dejó el macrismo, deben sumárseles las consecuencias dramáticas de una caída en la actividad, que recién ahora vuelve a tener algún destello de vitalidad, aunque con altísimo riesgo de contagios.
Once millones de personas reciben alimentos provistos desde el Estado para poder asegurar su supervivencia. Nueve millones necesitaron del IFE para sostenerse en pie. Unas 300 mil empresas pagaron sueldos con los ATP. Así y todo, el panorama es brutal: la mitad de la población se hundió en la pobreza.
Ante una emergencia nacional, los que más tienen pueden ser legalmente estimulados a ser solidarios con los demás, de su plata declarada, sin resignar su condición de multimillonarios.
Durante los cuatro años de gobierno macrista, fueron sacados del país más de 100 mil millones de dólares. Esa plata, a veces declarada, a veces no, pertenece a los que se quejan siempre porque no pueden hacer los buenos negocios que quisieran hacer porque el Estado les impone “una presión tributaria excesiva”, además de “atacar la propiedad privada” y “desalentar a los emprendedores”. Si es tan así la cosa, diríamos, “tan soviética” o antiempresaria, entonces, ¿cómo fue que hicieron tanta plata?
Aunque parezca mentira, Macri hizo algo bueno: la ley de blanqueo dejó una lista extensa de gente con prácticas desfinanciadoras del Estado Nacional. Grandes fortunas amasadas sacándoles dinero a la salud, la educación, la obra pública, la seguridad social, a las provincias. Engañar al fisco en la Argentina fue, históricamente, un negocio altamente rentable. Poco solidario, además.
Según la BBC, aquel “Plan de exteriorización voluntaria de capitales” fue “el más grande en la historia del país”. En síntesis, los 110 mil millones de dólares que se blanquearon “representó la declaración de fondos en negro más importante del mundo”. Sólo Italia logró algo similar en 2009. Y Brasil que, a pesar de tener una economía mucho más grande que la argentina, logró la mitad: 53 mil millones en 2016.

En el caso local se trató de una admisión de tenencia de dinero en el extranjero no declarado, que no pagó tributos en el país, sin ninguna obligación de repatriación. Estos contribuyentes admitieron lo que quisieron admitir. Los especialistas en el rubro coinciden: fue apenas un porcentaje. Un gesto hacia Macri, al que consideraban un par, de los dueños de las grandes fortunas. Pero el cálculo aproximado es que hay un PBI completo en el exterior.
El Aporte Solidario no corrige esa matriz injusta. Sería mucho pedirle a una ley. No se trata de un impuesto clásico, tampoco. Es más que nada un antecedente, que tiene un carácter social y políticamente pedagógico: ante una emergencia nacional, los que más tienen pueden ser legalmente estimulados a ser solidarios con los demás, de su plata declarada, sin resignar su condición de multimillonarios.
Con el principio moral de la solidaridad, se recaudaron 88 millones de pesos. Con el Aporte serían 309 mil millones de pesos.
Porque el dueño de las grandes fortunas puede ser bueno, pero si además se lo ayuda a ser fraterno, como pide el Papa en su última encíclica, entonces es mucho mejor.