En 1957 el primer satélite ruso fue puesto en órbita siendo pionero en la historia en explorar el sistema solar de modo artificial. En medio de la guerra fría, desde el cosmódromo de Baikonur de la URSS el Sputnik 1 (compañero de viaje) fue lanzado al espacio. La famosa perra Laika fue parte dos años más tarde del Sputnik 2.
La Sputnik 5 ya está en la tierra y casi como siguiendo los pasos de sus antecesores portadores del nombre, la vacuna rusa compite en una carrera espacial (en tiempo y espacio de desarrollo a pasos acelerados) contra las versiones de los laboratorios de EEUU.
En Rusia, Sputnik es sinónimo de triunfalismo (como casi todo en el universo ruso) y en Argentina ese nombre también ha adquirido una notable relevancia política y mediática. Hoy el sonido de las consonantes juntas nos circula en el imaginario auditivo en todos los territorios que habitamos.
La señalética lingüística que nos marca el nombre de la vacuna, nos permite abrir la pregunta por los sentidos de las palabras y las imágenes que habitamos a diario. ¿cómo recorremos la ciudad, cómo percibimos ese cruce de culturas hoy en las calles?
Orbitando el espacio público, encontramos algunas imágenes que aunque distantes, veremos que son cercanas con debates, que desde inicios del siglo xx para acá, forman parte de nuestros imaginarios colectivos. Mucho hemos escuchado sobre el capitalismo en las redes sociales, ¿pero y en las calles como aparece impregnado esa señalética de la economía política?

En la ciudad de La Plata una fotógrafa joven, artista visual, posa la mirada sobre escenas que articulan la rugosidad de la textura sólida del cemento urbano con la complejidad de la publicidad estampada en paredes, camiones, puertas y portones, pero además, lo desgastado de las paredes se transforma en brillo sobre aquellos detalles que no observamos en nuestro andar cotidiano.
Mariel Uncal Scotti nos revela que las ciudades, (podría ser cualquiera que recorramos) imprime en sus superficies decenas de escenas que nos son invisibles, de ruidos que no escuchamos, de olores que ya no sentimos, de texturas que ya no tocamos. ¿Es posible una estética de la ciudad en el capitalismo neoliberal? ¿Con mac donalds hasta en rusia, donde queda la libertad estética de nuestras calles?

Desde Julio de 1928 hasta agosto de 1930 Raúl Scalabrini Ortiz publica diariamente una escena de la vida cotidiana en una sección del diario La Nación titulada “A través de la ciudad” . Con comentarios breves, el autor de “El hombre que está solo y espera” (1931), pinta la llegada del telégrafo, la importancia del tranvía, el mal estado de las plazas, el esplendor de la Estación Vélez Sarsfield, los terraplenes, las canchas de fútbol y toda imagen que pueda ser parte de lo urbano.
En una nota titulada “Carritos Churrasqueros” de enero de 1929 escribe:
“En la calle Pinedo entre Suárez y Australia han establecido su sede matriz tres carritos churrasqueros que desde las once hasta las trece, sobre cajones de kerosene vacíos en lamentable condición de desaseo, bajo unos toldos improvisados con arpilleras de bolsas viejas, expenden toda clase de bebidas y comidas. La calle se llena de olor a grasa y la calzada queda luego pringada con los residuos arrojados por los comensales. Los comercios vecinos, entre los que se encuentran cuatro restaurantes económicos pero respetuosos de los preceptos higiénicos, claman por esta competencia desleal, que además de perjudicarlos en sus intereses lesionan la estética y la ética del barrio”
(29 de enero de 1929. Diario La Nación)
El fragmento publicado en la recopilación de notas editado por Eudeba en 2017, configura una fotografía casi sin dejar detalle afuera en su narrativa, da cuenta de un escenario que luego es y será parte de la estética cotidiana de las clases populares. El carrito de panchos, choripan, vacío, etc es parte de nuestro paisaje urbano vayas donde vayas y a pesar del capitalismo macabro.
En rusia hay mac donalds pero en argentina hay puestos de pancho, hamburguesa y choripan en toda ciudad que se precie. E incluso, si miramos con cuidado en los barrios más alejados, donde el parque propio es una ilusión, un deseo imaginado, la parrilla y el asado en la vereda aromatiza el recorrer de cualquier caminante despistado.
¿Cuánto de estas imágenes guardamos para la memoria de lo urbano? Hemos recorrido centenares de fotografías en analógico sobre las ciudades del pasado, ¿y las digitales del presente, quién las está guardando? ¿Percibimos en el andar cotidiano las fotografías vivas de este presente en el futuro?

En otra revista que se precia en la historia de nuestro periodismo cultural, que por cierto vale decir que a veces es mucho más político que las columnas editoriales panfletarias, Ana Basualdo, periodista argentina, poco nombrada en un universo de varones que enaltecemos de esos años, escribe en 1973 (vaya año en el que cambia la fisionomía de las ciudades!)
“A esa hora -la media mañana- Florida Garden se llena de gente que toma su desayuno (café solo o con tostadas, jugo de frutas, leche con cereales, lee los diarios, y así, acaba de despertarse. Es la hora de las noticias, y del rápido ordenamiento de las tareas cotidianas”( Confiterías. 8 de noviembre de 1973. Revista Panorama)
El 11 de marzo de ese año comenzaba la primavera camporista, pero ya para noviembre Ezeiza había sucedido. Aún el golpe no aparecía en las descripciones fácticas, pero la tormenta después de la paz apacible se avecinaba.
Apenas unos años antes, en el convulsionado 1968, Edgardo Antonio Vigo lleva adelante uno de sus señalamiento más recordado: “Manojo de semáforos” Invita a una multitud de ciudadanos y ciudadanas en la esquina de las calles 1 y 60 en la ciudad de La Plata para observar el semáforo emplazado en ese cruce. El artista plástico y visual platense no concurre a la cita, y la práctica consiste en la acción de convocar en plena dictadura de Juan Carlos Onganía a estar juntos; a observar, en poner en tensión la cotidianeidad de los cuerpos en el espacio público.
La calle se convierte en el territorio del arte y el arte en el escenario de la política. Ejemplos hay miles, pero hay algo que une en el tiempo a Edgardo Vigo y Mariel Uncal Scotti en la Plata, a Scalabrini Ortiz y Ana Basualdo en Buenos Aires: la imperiosa necesidad de voltear la mirada hacia lo que se nos presenta como cotidiano en nuestras grandes ciudades.
La modernidad argentina (mal llamada tardía en virtud de un paradigma impropio) tiene impresa en sus estructuras culturales las imágenes urbanas, grandes migraciones internas, prosperidad interrumpida por grados de violencia inimaginables, cuadrantes sin planificación alguna, que sin embargo tienen toda la belleza de lo auténticamente propio. Como dice Camila Sosa en otro orden de cosas pero que describe aquello a lo que nos referimos: “¿pensaron alguna vez que la poesía podía tener una forma tan concreta?”
No creo en una subjetividad capturada, ni en los medios como máquinas ideológicas, sino en una imaginación abierta donde la percepción humana sea un desafío. La Sputnik 5 ya es parte de las imágenes del presente en carteles, folletos e incluso letreros luminosos en las calles. Sputnik también supo ser un modelo de auto. Quizás sea bueno tomarnos un día para recorrer visualmente nuestras ciudades, para leer incluso los papeles rotos como diría Piglia, para recorrer la historia de nuestras imágenes, para encontrarnos con todo aquello que somos estéticamente más allá del capitalismo.