El repliegue a lo privado debilitó el contacto entre dirigencia y sociedad, con una oposición que busca caotizar todo discurso. La necesidad de “poner plata en los bolsillos” pero también “épica en los corazones”.
La desconexión
En las sociedades digitales, donde predomina un registro absoluto, la vida es un devenir obsesivamente escaneado. La superficie digital coopta datos que se acumulan en una memoria infinita. En ese mundo de la duplicación, lo que se vuelve imposible es el secreto: todo puede ser visto, registrado y anticipado. No hay olvido ni sorpresa.
Sin embargo, en las recientes elecciones, una parte de los electores sustrajo su decisión de casi todos los mecanismos de registro y, de modo inesperado, generó un escenario electoral disruptivo. En la época de la conectividad total, hemos asistido a una extraña experiencia de clandestinidad de los discursos y de las emociones. Una interpretación extendida sostiene que ese movimiento sigiloso, esa manifestación privada del malestar, ha sido una respuesta masiva a una débil intervención gubernamental sobre la crisis económica, social y existencial.
Entre otras cuestiones, el repliegue de la ciudadanía sobre el mundo privado ha contribuido al debilitamiento de la zona de contacto entre la dirigencia política y una mayoría de la sociedad. Quedarse en casa fue también la invención de una intemperie introspectiva: una agitación circular de palabras y emociones en las fronteras estrictas de los cuerpos aislados. El hombre que estaba solo y esperaba se hizo preguntas y produjo respuestas con débiles mediaciones materiales, discursivas y emocionales gubernamentales.
En los tiempos pandémicos, un monólogo interior, una especie de rumeo alfabetizado, ha insistido en colocar, una y otra vez, a lo humano ante su propia fragilidad. En los límites entre la dirigencia gubernamental y la sociedad encerrada, hubo déficit de políticas distributivas pero también escasez de producción de nuevos sentidos. ¿La vida puede continuar como una respiración rutinaria cuando la muerte ha irrumpido como una experiencia estadística?
En esta perspectiva, la construcción del secreto y su emergencia politizada en las elecciones ha sido una respuesta a una política que no ha tenido el contacto suficiente con el dolor de la sociedad. No ha podido ver, ni oír y ni siquiera imaginar, con la necesaria intensidad, a ese sujeto invisibilizado que estaba procesando la crisis económica, social y existencial en soledad. Las elecciones se produjeron en un contexto de extrema distancia entre la política y la sociedad. Si la respuesta sanitaria a una pandemia es una hipertrofia de lo privado, las elecciones fueron la primera instancia general de reposición de lo público: es allí donde irrumpió esa combinación de política y secreto. Es decir: de gestión privada del enojo.
Pandemia e infodemia: la gramática de la separación
Pero no fue solo eso: el modo de procesamiento discursivo de la tragedia que impusieron los medios concentrados, a través del uso intensivo de las denuncias, contribuyó a ampliar esa distancia entre política y sociedad. La cuarentena estableció al individuo aislado como la única entidad autorizada en la sociedad: una unidad biológica que debía cuidarse a sí mismo y cuidar a los otros. Pero, en simultáneo, ese individuo aislado debía ser asistido por un Estado presente. La fórmula era separación y estatalización.
No se trata solo de nuevas medidas económicas. Distribuir recursos pero también ideas, emociones y afectos.
Más allá del déficit de algunas políticas públicas, los grandes medios operaron para desarmar la complementariedad entre cuarentena y Estado. A la separación del ciudadano en sus casas, le continuó una segunda separación: la del Estado con respecto a ese ciudadano aislado. Los argentinos y las argentinas, según esa versión, estábamos aislados y desamparados. ¿Dónde estaba el Estado, según el discurso de los medios concentrados? Ocupándose de los privilegios o enredado en laberintos ideológicos: en el vacunatorio VIP, trayendo vacunas rusas y chinas, rechazando las de origen estadounidense. ¿Y dónde estaba el jefe de ese Estado? Festejando un cumpleaños clandestino. Es decir: la sociedad, y los sectores más vulnerables en particular, sufrían carencias materiales pero también discursivas. Lejos de la política, el principal relato que tenían a disposición para procesar la crisis económica, social y existencial era el discurso de la denuncia provisto por los medios concentrados.
En ese escenario, solos y enojados, algunos llevaron su duelo a las urnas y otros decidieron continuar el duelo no concurriendo a votar. Parece lógico: una sociedad que no soporta una dosis adicional de oscuridad se resistió, más o menos inconscientemente, a la metáfora del cuarto oscuro. Allí donde el lenguaje es más impotente, es donde más riesgosa es la burocratización de las miradas y de las palabras.
La reconexión
Ni las encuestas, ni los grupos motivacionales, ni las redes, ni el big data, ni la mayoría de los dirigentes, ni muchas militancias, ni los Estados han podido imaginar, con alguna precisión, ese torrente subterráneo de descontento privado. En el mundo global de la hiperconexión atravesamos una extendida experiencia de desconexión. Se han combinado para ello un Estado con problemas para mirar y una sociedad decidida a no dejarse ver. Doble dificultad: de un lado, la ceguera; del otro, lo invisible. En ese escenario, la carta de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner adquirió una significación especial. En ella, entre muchas otras cosas, afirma:
“En las primeras 18 reuniones, (…) siempre le plantee al Presidente lo que para mí constituía una delicada situación social y que se traducía, entre otras cosas, en atraso salarial, descontrol de precios –especialmente en alimentos y remedios– y falta de trabajo, sin desconocer, obviamente, el impacto de las dos pandemias: la macrista primero y la sanitaria a los 99 días de haber asumido el gobierno. Igualmente siempre remarqué la falta de efectividad en distintas áreas de gobierno. También señalé que creía que se estaba llevando a cabo una política de ajuste fiscal equivocada que estaba impactando negativamente en la actividad económica y, por lo tanto, en el conjunto de la sociedad y que, indudablemente, esto iba a tener consecuencias electorales. No lo dije una vez… me cansé de decirlo… y no sólo al Presidente de la Nación”.
La misiva de Cristina Fernández de Kirchner es el testimonio de una mirada que pudo ver, y por lo tanto anticipar, el enojo que se estaba produciendo entre los sectores populares afectados por la crisis. En el escenario de la desconexión, el punto de vista de la vicepresidenta fue una de las pocas alarmas sobre el deterioro del vínculo entre gobierno y sociedad. Este relato, por supuesto, genera escalofríos: porque lo que afirma indirectamente es que la política gubernamental ha carecido de una mirada colectiva sobre lo que sucedía en la sociedad de la que forma parte. Los ojos vicepresidenciales habrían sido uno de los pocos vínculos entre gobierno y sociedad.
En esta perspectiva, lo que se debatió durante los días de la crisis, que terminó con la reformulación del gabinete, fueron los distintos modos de pensar la reconexión con la sociedad. Hubo un punto de coincidencia: la idea de que, en ese juego especular, resulta necesario fortalecer la representatividad de la política gubernamental. En lugar de un pueblo que se hace invisible para la mirada de la dirigencia y una dirigencia con dificultades para saber lo que le pasa al pueblo, es necesario volver a colocar en el centro del accionar de la coalición de gobierno la búsqueda innegociable de la representación de los intereses populares.
Por eso, no se trata solo de implementar nuevas medidas económicas y de “poner plata en los bolsillos” de los argentinos y las argentinas. Es más que eso: se trata de redesplegar la política y las mediaciones discursivas sobre la sociedad para que el gobierno fortalezca sus lazos de representación. Hay que poner plata en los bolsillos y épica en los corazones. Distribuir recursos pero también ideas, emociones y afectos. Complementar el keynesianismo material con un keynesianismo de los discursos y de las sensibilidades.
La oposición neoliberal busca un empate negativo: que todas las cifras y discursos se neutralicen entre sí.
El kirchnerismo es mucho más que un proyecto: es una memoria y, como tal, es un lenguaje. La acentuación de las políticas distributivas requiere ser acompañada de la producción de nuevos sentidos y nuevas sensibilidades. Por ello, es inseparable la construcción de un modelo de crecimiento con distribución y el diseño de un sistema de comunicación donde se pueda activar, actualizar y desarrollar la identidad política de los sectores populares en la Argentina. No hay distribución material sustentable sin los discursos que legitimen esa distribución. Es decir: no hay transformación de la sociedad sin cambios de sus sistemas de mediaciones comunicacionales.
Una esfera pública caótica
La oposición neoliberal intenta consolidar una esfera pública caótica, fragmentada, con múltiples datos falseados que impiden la comprensión de lo que se discute entre los distintos candidatos. En esta perspectiva, el debilitamiento de la democracia es una consecuencia de la creciente dificultad de los electores para diferenciar datos serios y falseados. ¿Por qué se produce esta situación? Porque las fuerzas opositoras no buscan, como objetivo principal, legitimar sus argumentos. Lo que intentan es desordenar y caotizar la totalidad de los discursos. Crean cientos de datos fraguados y generan diversos climas mediáticos para generar indignación. El objetivo es lograr un escenario de empate negativo: que todas las cifras y todos los discursos se neutralicen entre sí, y que los números inventados adquieran la misma legitimidad que los números reales.
El caos en los relatos tiene consecuencias. Por ejemplo, las crisis quedan desprovistas de explicaciones sustentables. Por eso, una ciudadanía con mediaciones caóticas se ve obligada a armar un collage de datos con los retazos que encuentra en la discursividad fragmentada de los grandes medios.
Hay, entonces, un nuevo modo del terror: el de ciudadanos rodeados por sentidos inestables. Por eso, los argentinos y las argentinas vagabundean entre datos y emociones fragmentadas. Son protagonistas de una deriva audiovisual. En esa esfera pública caótica se disuelven todos los mecanismos para diferenciar verdad de falsedad. Ya no se trata de la creación de fake news. Se trata, más bien, de la indiferenciación entre verdad y mentira en toda la esfera pública.
Por supuesto, esto genera una situación de intemperie de sentido. ¿Qué hacer ante esa desorganización de todas las interpretaciones? Será, entre otras cosas, necesario especializar a los medios públicos como quienes provean guías de lecturas rigurosas de lo que sucede. La primera tarea es ordenar, hacer posible la comprensión, reducir las dificultades para acceder a una discusión caótica e incomprensible. Hay que pasar de una lógica de los retazos o de los saldos lingüísticos a otra de intercambio entre discursos rigurosos.