¿Acaso Mauricio Macri supo impulsar uno de los regímenes no militares más represivos de la historia argentina, al menos desde la segunda mitad del siglo XX en adelante? De ser así, habría que preguntarse si su gobierno significó en realidad la prolongación civil –aunque discontinua– de la última dictadura.
Al respecto, en estos días se anunció la inminencia de dos juicios orales –sobre hechos ocurridos en una y otra época– que robustecen esa impresión.
Uno tendrá en el banquillo a Rubén Bufano y Arturo Silzle, dos viejos agentes del Batallón 601 de Inteligencia que, entre 1979 y 1982, fueron parte –junto con el ya fallecido Leandro Sánchez Reisse y el ahora demente senil Luis “Japonés” Martínez– de una patota abocada a secuestros extorsivos de empresarios no alineados con el poder castrense.

El otro tendrá en el banquillo a dos notables jugadores del macrismo: el agente polimorfo Marcelo D’Alessio y el fiscal federal Carlos Stornelli –junto con un selecto grupo de cómplices relacionados con la Justicia y la AFI– por espionaje ilegal y armado de causas con finalidades extorsivas a empresarios no alineados con el poder macrista.
He aquí dos tramas coincidentes.
La industria de la extorsión
El 9 de mayo de 1979, un semáforo frenó en la esquina de Santa Fe y Aráoz al taxi en el que viajaba el financista Fernando Combal. En ese preciso instante, una silueta irrumpió en la cabina y encañonó al chofer. Otra silueta con una ametralladora se instaló atrás. A modo de saludo, Combal recibió un culatazo en la cara. Luego fue trasplantado al baúl de un Ford Falcon.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que unas semanas antes, en hechos diferentes, habían sido secuestrados dos de sus socios, el empresario Osvaldo Prisant y el banquero David Koldobsky, quienes fueron finalmente liberados a cambio de jugosos rescates.
Al rato, el Falcon se detuvo. Y Combal fue arreado del baúl en medio de una lluvia de trompadas hacia una casa. En ese sitio, al compás de golpes y descargas de picana, se desarrolló la negociación pertinente. En resumen, el tipo salvó el pellejo a cambio de un millón de dólares.
Al día siguiente, en su oficina de la avenida Santa Fe 962 fue abordado por un empresario con despacho en aquel mismo edificio, quien no ocultó su pesar ante la desventura de su vecino y ocasional compañero de negocios.
Porque ese hombre canoso y retacón –que regenteaba Argenshow, una productora de espectáculos internacionales– se había asociado a Combal para traer al país al músico Paul Williams. En rigor, el vínculo entre ambos llegó a tornarse algo vidrioso debido a unos préstamos concedidos por el financista, no saldados por el otro. Pero, ahora, a raíz del espantoso momento padecido por Combal, el deudor moroso se mostró cálido, comprensivo y, sobre todo, muy interesado en los detalles del cautiverio.
Días después –sin haber honrado sus deudas– ese sujeto partió con su mujer de vacaciones a Europa.
En noviembre de 1982, Koldobsky fue secuestrado por segunda vez. En tal ocasión, el pago del rescate fue pactado en un lugar poco usual para esos menesteres: una esquina de Berna, la capital de Suiza. Grave error. La banda fue apresada por la policía helvética.
Combal no tardó en viajar a esa ciudad para reconocer a sus captores.

Aquella cuestión no le resultó difícil, pero sí asombrosa. El tipo que redujo al taxista era el “Japonés” Martínez y el de la ametralladora, Bufano. Entre los detenidos no estaba Silzle. Pero la identificación del cómplice restante lo dejó de una sola pieza. No era otro que Leandro Sánchez Reisse (a) “Lenny”, su antiguo vecino y socio canoso y retacón.
¿Es posible que el ahora célebre D’Alessio conociera su historia?
Fruto de una familia de abolengo establecida en la zona norte del Gran Buenos Aires, “Lenny” alternó su profesión de contador con la militancia en las filas de la organización ultracatólica Tradición, Familia y Propiedad. Y a mediados de los ’70 fue reclutado por el Batallón 601. Allí se desempeñó por espacio de un lustro bajo las órdenes de Raúl Guglielminetti.
Sus conocimientos en el campo contable hicieron de él una pieza clave en las actividades recaudatorias de los represores del Ejército. De hecho, fue el arquitecto de las sociedades económicas fantasmas del Batallón 601. Y quien, desde Honduras, canalizó la financiación del contingente militar que actuaba en América Central. Casado con Mariana Bosch, una mujer emparentada con el magnate Pedro Blaquier (recientemente procesado por su complicidad con el terrorismo de Estado), Lenny solía lucirse con sus modales cosmopolitas en las cuevas y salones del mundillo financiero. Era parte de su trabajo. Pero ya en la cárcel suiza de Champ-Dollon, su máscara había caído para siempre.
Lo de D’Alessio no fue menos espectacular. Eso se ya se sabe, dado que sus trapisondas e imposturas se convirtieron –a su pesar– en un gran atractivo mediático. Pero, a los efectos de este relato, es necesario detenerse en el 28 de diciembre de 2018. Fue cuando –en complicidad con Stornelli– empezaron sus maniobras extorsivas sobre Pedro Etchebest, un modesto empresario jubilado.
Aquel sábado, éste recibió un mensaje suyo por WhatsApp: “Buen año querido Pedro. Dios existe. Llamame. De pedo estoy en el lugar indicado”.
En pocas palabras, el ardid de D’Alessio fue decir que se había enterado del inminente arresto de Etchebest por la llamada “causa de los cuadernos”, a raíz del testimonio de un ex funcionario procesado. Y le exigía unos 300 mil dólares para solucionar esa desgraciada situación.
En este punto hay con la otra historia un paralelismo sorprendente: La relación previa entre ambos se limitaba a que alquilaban oficinas en el mismo edificio de Puerto Madero. Así fue como D’Alessio y Etchebest establecieron una relación cordial y de cierta confianza. Incluso, este último le compró al falso abogado un automóvil usado. Ya en 2015, el empresario cerró su oficina; desde entonces, ellos dejaron de verse.
Lo cierto es que, asesorado por la abogada Natalia Salvo, la víctima de la maniobra grabó todas las tratativas de la extorsión. Y ese material terminó en el juzgado federal de Dolores, a cargo de Alejo Ramos Padilla. (Todo este proceso, con la desgrabación de tales diálogos, forman parte del libro Crónica de una extorsión, recientemente publicado por Demián Verduga).

De modo que para el espía todo concluyó de un modo nunca imaginado por él: transcurría la mañana del 19 de febrero de 2019 cuando D’Alessio fue detenido en su lujoso hogar del country Saint Thomas, situado en la localidad bonaerense de Canning.
Así, debido a la acción de un sexagenario ya retirado de los negocios y de una joven abogada, quedó al descubierto una red de espionaje y extorsiones que involucraba a funcionarios y agentes secretos del régimen macrista con la complicidad de jerarcas judiciales y periodistas, cuya terminal se encontraría en la mismísima Casa Rosada. En esa oportunidad también se le decomisó un cúmulo de elementos probatorios, mientras, el tipo chillaba: “¡Quiero hablar con la ministra!”. Se refería a Patricia Bullrich.
Días de guardar
Sánchez Reisse, Bufano y Martínez se esfumaron del penal suizo a meses de su captura. Lenny partió hacia Estados Unidos, desde donde fue extraditado en 1987 hacia Buenos Aires por pedido del juez Luís Cevasco. Éste lo dejaría en libertad a horas de su arribo. Y su retorno al país del norte no se hizo esperar, Allí hasta fue agente inorgánico de la CIA.
En los años siguientes, su existencia fue muy apacible, al punto de que no tuvo problemas al volver al país. Recién sería arrestado en 2011.
Martínez fue detenido en abril de 2012.
Por aquellos días, Bufano parecía estar más allá del bien y el mal. A los 64 años, ese tipo de espesas cejas negras y bigote entrecano aún exhibía un porte macizo. Afincado en la capital sanjuanina desde 1998, supo hacerse allí de una posición: tenía tres estaciones de servicio y una empresa de seguridad privada, que contaba entre su clientela nada menos que a la empresa minera Barrick Gold. Lo que se dice, un tipo con suerte, habida cuenta de su pasado. Un pasado –dicho sea de paso– no desconocido en esa ciudad. Por esa razón, en la tarde del 16 de mayo de 2013 resultó poco sorprendente verlo salir de su chalet del barrio Centinela con esposas puestas y escoltado por gendarmes.
Días después fue alojado en el penal de Marcos Paz, donde ya estaba el Japonés, Lenny y Silzle. Los buenos amigos siempre vuelven a juntarse.
Un antojadizo fallo hizo que fueran absueltos en un juicio oral realizado a mediados de 2015. Pero hace exactamente un mes, el juez federal Sebastián Casanello volvió a procesar a Bufano y Silzle por esos secuestros extorsivos. Claro que Martínez y Lenny no serán de la partida: el primero –como ya se dijo– está incapacitado de comprender el proceso, y el otro murió en 2016. Ahora solo falta que a esta trama le caiga el telón de la sentencia.

En cuanto a D’Alessio, ya no queda nada de ese individuo con mirada encendida y alegría de duende que solía deslumbrar en el ciclo de Alejandro Fantino. Al promediar la mañana del 23 de agosto, anticipó con un carraspeo, desde una salita del penal de Ezeiza, las últimas palabras que diría por el zoom del Tribunal Oral Federal (TOF) Nº 2, antes de escuchar su primera condena por la extorsión padecida por el despachante de aduana Gabriel Traficante. El preso lucía un buzo azul eléctrico algo holgado para su esmirriada figura, y sin disimular un incesante parpadeo tras unas gafas con marco negro, volteaba la cabeza una y otra vez hacia atrás, acaso perturbado por una enorme mancha de humedad en la pared. Recién entonces, se escuchó su voz:
–Si existe una grieta, me dejaron en el medio.
Y tras otro carraspeo, fue más específico:
–Me dolió mucho la canallada de quienes salieron corriendo en estado de pánico a usar los medios para decir que yo era un loquito.
Vueltas de la vida.