El historiador francés Roger Chartier, uno de los mayores especialistas sobre la historia del libro y a su vez uno de los principales invitados que tendrá la Feria de Editores que arranca hoy, considera que la pandemia no hizo más que darle una forma “paroxística, exacerbada” a las nuevas prácticas de lectura que ya estaban en marcha, aunque advierte que “nadie está obligado a volverse prisionero de los algoritmos de Amazon o de las falsas noticias de Facebook: hacerlo es abandonarse a una servidumbre voluntaria”.
El autor de obras como “El mundo como representación”, “El orden de los libros” y “Las revoluciones de la cultura escrita” se ve privado por estos días de un ritual que le gusta mucho: visitar la Argentina.
Así, este huésped recurrente de la geografía porteña, que cada tanto llega para trazar nuevas coordenadas en torno a las relaciones entre ficción, memoria e historia -los tópicos centrales de sus indagaciones- deberá conformarse este año con una etérea visita en formato virtual.
“Las redes sociales y la lectura digital, apresurada y crédula, dan una fuerza inédita a los peligros que amenazan la verdad y la democracia”.
Chartier participará el domingo a las 20 de una charla junto al investigador Alejandro Dujovne en el marco de una nueva edición de la Feria de editores que arranca hoy. El disparador será “La edición en tiempos inciertos”, un tema que habilitará desvíos sobre los nuevos protocolos de lectura que estaban en ciernes y la pandemia terminó de empujar.
“Las redes sociales y la lectura digital, apresurada y crédula, dieron (y dan) una fuerza inédita a los peligros que amenazan la verdad y la democracia”, alerta el ensayista, autor de numerosos trabajos sobre las configuraciones del pasado producidas por la ficción narrativa, la evolución de los hábitos lectores a través de los siglos y la manera en que el tiempo histórico se hace presente en las obras literarias.
– Esta pandemia fue leída como un punto de inflexión de la vida cotidiana pero también como algo que devela aspectos que permanecían ocultos y ahora están en el debate público, como repensar ciertas prácticas culturales y aprovechar la oportunidad de desautomatizarlas. ¿Esta situación generará nuevos paradigmas, en tanto las visitas a los museos o las ferias literarias estarán sujetas a protocolos marcados por lo sanitario?
– El tiempo de la pandemia dio una forma paroxística, exacerbada a evoluciones ya poderosas antes de sus comienzos. Una encuesta reciente sobre las prácticas culturales de los franceses muestra que 15% de ellos vivían ya en un mundo exclusivamente digital, entre videos online, juegos electrónicos y redes sociales. La mitad de estos practicantes tiene menos de 25 años. ¿Son los lectores del porvenir? Para el 60% de ellos, el consumo cotidiano de videos online se volvió la práctica cultural dominante. No sé si estos resultados serán los mismos en Argentina o en otros países del mundo, pero lo sospecho. Muestran en todos los casos una redefinición de la noción misma de cultura y la necesidad de un esfuerzo colectivo, político y social, para salvaguardar el mundo que no queremos perder.
“La lógica de la cultura impresa es una lógica del viaje, el lector encuentra lo que no buscaba”.
– A propósito de eso, un relevamiento reciente realizado en la Argentina determinó que el 62 por ciento de los lectores son mixtos, es decir, que eligen indistintamente el formato papel y el digital. ¿Este tipo de resultados ayuda a dejar atrás la idea de una lucha o rivalidad entre la cultura impresa y la virtual?
– Lo dudoso de esta idea del “lector híbrido” reside en la palabra “indistintamente” porque en realidad son profundamente distintas estas dos formas de lectura. Sin embargo, es verdad que los lectores no lo perciben porque domina la concepción y el discurso de la supuesta equivalencia entre lo impreso y lo digital. En realidad, son regidos por dos lógicas muy diferentes.
La lógica de la cultura impresa es una lógica del viaje, del pasaje, de la peregrinación tanto entre los varios espacios de la librería o las diferentes estanterías de la biblioteca como sobre la página del diario. El lector encuentra lo que no buscaba. Construye el sentido de cada texto a partir de su coexistencia con otros en el mismo número de la revista o sobre la misma página del periódico. Y gracias a la materialidad del libro, ubica en la totalidad de la narración el fragmento que lee. Es una lógica topográfica.
La lógica del mundo digital, que se organiza a partir de clasificaciones temáticas, es la lógica del algoritmo, destinado a identificar y satisfacer los intereses y gustos de los lectores, considerados como series de datos. Más allá, la lectura digital es una lectura plasmada por las prácticas de las redes sociales. Estas prácticas imponen una lectura acelerada, impaciente, fragmentada, que autentifica la verdad de los enunciados leídos a partir de su difusión dentro de una misma comunidad de usuarios, sin necesidad o deseo de averiguarlos. Permite encontrar en un “click'” lo que se busca. Al mismo tiempo, pone en jaque la definición antigua del “libro”, que supone una arquitectura en la cual cada elemento desempeña un papel particular, y aleja de la lectura lenta, atenta, incrédula, que requieren tanto los libros que no nacieron como digitales como el uso crítico de la razón.
“La lectura digital autentifica la verdad de los enunciados leídos a partir de su difusión dentro de una misma comunidad de usuarios, sin necesidad o deseo de averiguarlos”.
– Hace veinte años, en su libro “La edición sin editores” André Schiffrin hablaba de la reducción de los catálogos de calidad en beneficio de grupos dedicados a fabricar best- sellers, y de cómo unas pocas editoriales independientes eran las únicas capaces de publicar libros de calidad. ¿Dos décadas después el panorama editorial se mantiene en esos términos o ha empeorado?
– La rápida rotación de los libros en las librerías no permiten encontrar sus lectores y no existe más la compensación de las ventas reducidas de los títulos más exigentes por los éxitos comerciales de los best-sellers. Los editores deben publicar los libros conforme a las expectativas ya establecidas de los lectores. De ahí, la importancia otorgada a las estadísticas en cuanto a las preferencias de los lectores, el ajuste de la oferta editorial a una demanda ya existente y, más recientemente, las previsiones de los algoritmos. Cada día se hace más difícil para los editores la resistencia a esta tiranía de los algoritmos. Muchos de ellos resisten y se quedan fieles a la definición tradicional del oficio del editor que propone libros que sorprenden a los lectores, que desafían sus expectativas, que enriquecen su conocimiento. Merecen el apoyo de los poderes públicos y nuestra atención como lectores y compradores de libros.
– En paralelo al avance del Covid-19, los gigantes informáticos como Netflix, Amazon y Facebook, que tienen una velocidad de propagación que se puede equiparar con la de un virus, han aumentado exponencialmente su poder. ¿En qué medida los públicos lectores están atravesados también por esta lógica de la viralización y terminan definiendo sus lectores a partir de lo que se impone masivamente?
– Es verdad que la metáfora del virus encontró éxito: un video se vuelve “viral”, un virus electrónico puede destruir la computadora como el covid-19 destruye vidas y hábitos. Pero siempre existen intersticios en los mecanismos de imposición que otorgan reticencia y resistencia. Nadie está obligado a volverse prisionero de los algoritmos de Amazon o de las falsas noticias de Facebook. Hacerlo es abandonarse a una servidumbre voluntaria. Es nuestra responsabilidad como editores y periodistas ayudar a los otros a sustraerse a las facilidades e ilusiones del mundo digital.
“Debemos presionar a los poderes públicos para que ayuden a los editores y libreros”.
Composición tema: el libro
Para Chartier, la cultura digital ya no pesa como amenaza para el libro impreso, aunque todavía resta definir cuál será el lugar del libro “como tipo particular del discurso en el universo de los textos breves, fragmentados y autónomos” que impone la virtualidad.
– Usted participará en la Feria de Editores a través de un diálogo que se titula “La edición en tiempos inciertos”. ¿Cuáles son las grandes transformaciones que han tenido lugar en este nuevo siglo y cómo cree que han impactado sobre los modos de leer y de editar?
– En el año 2000, lo que se discutía era la “muerte del libro”, entendida como la posible desaparición del libro o del periódico impreso, sustituidos por su forma electrónica, leída frente a las pantallas de los computadores. De ahí, los debates en cuanto a la digitalización de las colecciones de las bibliotecas, las propuestas de libros electrónicos y el temor de los editores (y de los lectores fieles a los objetos del pasado). Hoy en día, con la resistencia del libro impreso en el mercado del libro, no es este tipo de muerte que se teme.
“Como consumidores, debemos resistir a las facilidades del ´click´ y comprar libros en las librerías”.
Con la multiplicación de los soportes electrónicos (tablet, smartphone, móvil, etc.) con la presencia obsesiva, imperativa de las redes sociales, son las categorías más esenciales las que se encuentran transformadas: así, la nociones de amistad, privacidad, intimidad, sociabilidad, espacio público, etc. Al mismo tiempo, el mundo de los libros, de las revistas y de los diarios no es más que una franja muy minoritaria en la producción, transmisión y lectura de los innumerables textos digitales: blogs, mails, tweets…
Las preguntas se desplazaron: ¿cuál puede ser el lugar del libro como tipo particular del discurso en el universo de los textos breves, fragmentados, autónomos? ¿Pueden resistir las modalidades del leer heredadas del pasado en el tiempo de la dominación de las prácticas de lectura exigidas por la comunicación digital? Estos interrogantes son los desafíos del presente.
– Durante todo este tiempo de confinamiento, muchas de las actividades culturales y sociales se desplazaron al formato virtual. Cuando todo tome la forma de una normalidad más familiar ¿cuánto sobrevivirá de ese universo intangible en el ahora tienen lugar nuestros intercambios? Dicho de otro modo ¿la cultura tendrá mayor incidencia en las plataformas virtuales?
– El tiempo de la pandemia fue y todavía es un tiempo del “todo digital”, tanto para las comunicaciones formales e informales como para la compras on-line y la lectura de libros en formato electrónico. Los datos de la Cámara Argentina del Libro muestran que 60% de las novedades registradas en abril del 2020 eran títulos que ya contaban una versión en papel y que se publicaron en formato digital.
“Es también una apuesta cívica en un tiempo de masiva circulación de teorías absurdas, verdades alternativas, falsificaciones históricas y manipulaciones políticas”.
El interrogante es saber si las prácticas del tiempo del confinamiento perdurarán después de su fin y si la compra y la lectura de libros electrónicos alejarán más lectores del libro impreso (que constituía antes de la crisis 90% del mercado del libro casi en todos países). Como ciudadanos debemos presionar a los poderes públicos para que ayuden a los editores y los libreros, tomando las medidas urgentes que permitirán evitar las quiebres y desapariciones: subvenciones, exenciones fiscales, préstamos garantizados, encargos públicos, etc. Y como consumidores, debemos resistir a las facilidades del “click” y comprar libros en las librerías, leer en las bibliotecas, preferir la forma impresa del libro, de la revista o del diario, y así mantener vivas las instituciones de la cultura impresa.
– El filósofo francés Eric Sadin plantea que los algoritmos que predicen hábitos de consumo están empezando a dinamitar la capacidad humana del juicio. ¿Esos procesos de alguna manera están transformando nuestra manera de leer o la lectura está por ahora a salvo de los algoritmos?
– Desgraciadamente pienso que tiene razón. Pero no desaparece la capacidad de juicio de los lectores o espectadores. Solamente se olvidan de ejercerla. Conformarse a lo que le proponen los algoritmos es una forma de tranquilidad, de pereza confortable. Es la razón por la cual las instituciones (escuelas, bibliotecas, medias) deben ayudar a despertar su curiosidad cultural y su juicio crítico. La apuesta no es solamente intelectual o estética, incitando cada uno a descubrir lo inesperado, lo sorprendente. Es también una apuesta cívica en un tiempo de masiva circulación de teorías absurdas, verdades alternativas, falsificaciones históricas y manipulaciones políticas.