En otras palabras, en la idea de felicidad late inalienablemente la idea de salvación. En la representación del pasado, que es tarea de la historia, se oculta una noción similar. El pasado contiene un índice temporal que lo remite a la salvación. Hay un secreto acuerdo entre las generaciones pasadas y la nuestra. Hemos sido esperados en la tierra. A nosotros, como a las generaciones que nos precedieron, nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la cual el pasado tiene un derecho. Esta exigencia no se ve satisfecha fácilmente. (…) sólo a la humanidad redimida le concierne enteramente su pasado. Esto quiere decir que sólo para la humanidad redimida es citable el pasado en cada uno de sus momentos. Cada uno de sus instantes vividos se convierte en una citación á l´ordre du jour: este día es precisamente el día del Juicio Final”.
Walter Benjamin. Tesis sobre filosofía de la historia.
Cinco décadas
Existe un sentido común que identifica en forma casi mecánica y automática la palabra montonero con expresiones como delincuencia, subversión y terrorismo. Todas esas expresiones están cargadas de sentido, son hijas de una época, y por lo tanto, deben ser pensadas de acuerdo al contexto en el que surgieron y en razón de los enunciadores que las popularizaron. Esto no es claro para todo el mundo, como nunca lo es el sentido común. Algo similar ocurre con la expresión “violencia”.
Recientemente, como era de esperar en ocasión de un aniversario “redondo”, se conoció un libro sobre el secuestro y fusilamiento de Pedro E. Aramburu por parte de Montoneros, hecho con el cual, como es sabido, se dieron a conocer públicamente hace, exactamente el próximo 29 de mayo, cincuenta años. Se trata de Aramburu. El crimen político que dividió al país. El origen de los Montoneros (Editorial Planeta) de la periodista María O´Donnell.
No puedo referirme al contenido de la investigación periodística de O´Donnell, dado que aún no me fue posible acceder al libro. Pero sí he podido leer algunas entrevistas que ha dado la autora a propósito de la publicación y hay una idea presente en una nota que recoge su libro, que no por anticuada despierta menos preocupación: el “Aramburazo” (tal como se lo conoció, con una clara reminiscencia al “Cordobazo” y a las puebladas, los “azos”, que le siguieron) sería un hecho aberrante que estaría en el inicio de la violencia política posterior. “La brutalidad del acontecimiento y de la historia que siguió constituyen un capítulo doloroso y perturbador de nuestra historia, con persistentes efectos en el presente”, afirma la autora de la nota. No se refiere a lo que ocurrió antes, sino a lo que siguió (La Nación, 11/5/2020).
Insisten en instalar la Teoría de los Dos Demonios, que la brutal represión ilegal de la última dictadura fue solo una respuesta a hechos de violencia previos.
Aunque no sea la intención del trabajo de O´Donnell, esta idea presente en la nota que hace eco de su libro, puede funcionar como abono o subordinada de otra: la violencia represiva ilegal de la última dictadura militar fue una respuesta (desmesurada, sí) a una violencia previa: la de las organizaciones insurgentes. Es decir, puede contribuir a reforzar una verdad del sentido común que resulta cara para la comprensión de la historia reciente argentina: la llamada “teoría de los dos demonios”.
En sus distintas versiones, las representaciones asociadas a la teoría de los dos demonios sintetizan el drama de los años setenta en la existencia de dos demonios que se enfrentaron, uno de izquierda y otro de derecha; ubican a la violencia de las organizaciones armadas como la causa y el origen de la violencia posterior y a la sociedad como una espectadora pasiva; remiten al universo de lo demoníaco; y suelen presentar a las cúpulas guerrilleras y a las cúpulas militares como figuras arquetípicas de cada uno de esos demonios.
Desde la investigación histórica resulta más o menos claro algo que no es tan diáfano para la opinión pública. Para comprender el secuestro y fusilamiento de Aramburu, y en general, la violencia revolucionaria de los años setenta ¿debemos dirigir la mirada hacia atrás o hacia delante de los hechos? Si la respuesta es hacia atrás ¿cuán atrás hay que irse? Volviendo a la teoría de los dos demonios, si es un atrás que es simplemente un antes, el golpe de Estado queda entonces explicado por la violencia revolucionaria a partir de la cual habría surgido, con el objetivo de neutralizarla.

Pensar históricamente es pensar en términos de longe durée, del devenir histórico y social a lo largo del tiempo. Al menos desde el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, y sin dudas en los hechos de violencia que rodearon el derrocamiento Juan Domingo Perón, las Fuerzas Armadas argentinas asumieron un rol tutelar en la política argentina que no puede ser ignorado a la hora de reflexionar sobre las causas de la violencia revolucionaria y sus momentos de emergencia, que son previos al Aramburazo.
La primera guerrilla de la Argentina, los Uturuncos, de orientación peronista, accionó políticamente en 1959, once años antes del surgimiento de Montoneros. Desde allí y hasta 1970, en nuestro país existió un número considerable de experiencias de insurgencia armada; de extracción peronista y guevarista; rurales y urbanas. En general, esas experiencias previas a la década del setenta son poco conocidas (por no decir, totalmente desconocidas) por fuera de cierto círculo de estudiosos e interesados en el tema. De allí que se opere una mímesis entre la década del setenta y la violencia armada, que no se condice con nuestra historia más o menos reciente.
Ubicar al Aramburazo como el inicio de la violencia política en la Argentina conlleva varios problemas de orden histórico. En primer lugar, deshistoriza la violencia revolucionaria y niega un conjunto denso y heterogéneo de circunstancias políticas y sociales (no solo locales, sino también regionales y mundiales) que explican los niveles de efervescencia y contestación política que vivió América Latina en las décadas de 1960 y 1970, incluyendo el surgimiento de guerrillas, pero también otras formas de protesta y lucha social desconocidas hasta entonces y, a la vez, nunca más reeditadas.
El rol de las Fuerzas Armadas en la política argentina no puede ser ignorado a la hora de reflexionar sobre las causas de la violencia revolucionaria.
En segundo lugar, la explicación queda congelada en el impacto político y moral del evento en la época, casi como si no hubieran pasado cincuenta años y mucha agua debajo del puente, incluyendo profundos debates éticos y políticos entre los propios protagonistas respecto a la violencia como forma de lucha (baste citar la polémica “Sobre la responsabilidad: No matar” que se inició con una carta abierta de Oscar del Barco publicada en la revista cordobesa La Intemperie en el 2004, y que dio lugar a un amplio debate entre los protagonistas de las experiencias armadas, tan amplio, que se publicó posteriormente en forma de dos libros).
En tercer lugar, impide la comprensión de distintas formas de violencia política y muestra la propia limitación de esta noción (la de “violencia política”). ¿O acaso es lo mismo la violencia represiva que la violencia contestataria que se propone la transformación revolucionaria de la sociedad, y que supone la posibilidad de matar pero también, la disposición a morir, en pos de esa transformación? ¿La violencia represiva legal (el “monopolio legítimo de la violencia”) no es algo distinto que la violencia represiva ilegal? El concepto de violencia es tan amorfo como el de poder. Sin dudas “violencia política” nos permite una primera distinción. Pero sigue careciendo de especificidad y esa falta de especificidad es algo sobre lo que es necesario profundizar.
Yendo ahora a la experiencia montonera, en términos de comprensión histórica, es necesario desandar la demonización de la que ha sido y es aún objeto su compleja, larga y diversa historia. Demonización que ha adquirido múltiples formas. Entre las más perdurables, la tiranización de sus tres jefes sobrevivientes, Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja, quienes suelen ser alternativamente presentados como agentes infiltrados, ególatras, o, en las versiones más suavizadas, ineptos sin ningún tipo de capacidad a los cuales solo la casualidad o la confusión de sus subordinados los habría llevado, siendo muy jóvenes, a ocupar el lugar que ocuparon.

A modo anecdótico, recientemente leí un libro sobre Montoneros al que le reconozco varios méritos. Sin embargo, de sus cuatrocientas treinta páginas, alrededor de sesenta y cinco mencionan a alguno de los miembros de su conducción, en todos los casos, para señalar sus incapacidades o desaciertos. Incluso cuando el autor refiere a alguna idea expresada por alguno de estos dirigentes que podría ser reivindicable, la presenta como un acto de “rara honestidad intelectual”. Cuando se demoniza a sus jefes, se demoniza a la experiencia montonera toda. Y allí está la trampa. Tal vez es un buen momento, también, para comenzar a ver en las críticas a las conducciones un síntoma a desentrañar. Algo sobre lo que reflexionar.
La nota sobre el libro de O´Donnell mencionada más arriba y la que firmó la periodista para la revista Noticias del 16 de mayo pasado, abrevan de esta ya clásica herramienta: Firmenich aparece en el centro, mezclando así, con poco criterio, la reflexión sobre el Aramburazo con la crítica y el cuestionamiento al ex jefe guerrillero, quien si bien participó del hecho, lo hizo en forma marginal puesto que entonces no ocupaba un lugar de relevancia en la organización. Sin embargo, la figura de Firmenich alimenta la lógica de la intriga, por diversas razones que no vienen al caso ahora, entre las que cuenta su decidido perfil bajo hace ya unas dos décadas, después de varios años de escarnio público de propios y ajenos. El hecho de ser uno de los dos protagonistas del Aramburazo con vida. Y la circunstancia de constituir la personificación misma de uno de los demonios.
La intriga sigue siendo un enfoque privilegiado en la reflexión sobre los Montoneros, en particular en la investigación periodística. Salvando algunas excepciones, entre las que destacaría el trabajo sobre Galimberti de Roberto Caballero y Marcelo Larraquy, recientemente reeditado.
Para recorrer la historia montonera es preciso analizar los hechos no “con el diario del día después”, sino como si aún todas las posibilidades siguieran abiertas.
Des-demonizar la historia montonera no significa, claro está, pasar al otro extremo y entonces heroizarla. Horacio Tarcus lo expresó con elocuencia hace ya una década y media. Vale la cita textual por la vigencia de su advertencia pese al tiempo transcurrido:
…a la hora de evaluar histórica y teóricamente la experiencia de la lucha armada en la Argentina de los años ´60 y ´70, no se trata de heroizarla ni de demonizarla; ni de condenarla a priori como producto de un “demonio” rojo ávido de violencia, ni de salvarla por las genuinas intenciones emancipatorias o el coraje de quienes empuñaron las armas. No fueron ángeles ni demonios. (…) No fueron arrastrados por la fuerza del destino: optaron, ética y políticamente, por la violencia revolucionaria. Y esa opción, su acción y sus resultados reclaman desde hace tiempo un juicio histórico que logre escapar tanto de la victimización y la heroización como de la demonización (2006/2007: 14).
En efecto, sigue siendo necesario subrayar que más allá de las valoraciones éticas y morales, es necesario “comprender”. Y comprender supone, parafraseando a Max Weber, procurar recomponer los sentidos de las acciones con independencia de sus resultados. Adentrarse en los hechos no “con el diario del día después”, sino como si aún todas las posibilidades siguieran abiertas.

La historiografía sobre Montoneros
Veamos entonces más allá de las “verdades” del sentido común. Existe una concepción académica más o menos hegemónica sobre la historia de Montoneros y su devenir como grupo político que encuentra referencia narrativa y explicativa en la obra Soldados de Perón. Historia crítica sobre los Montoneros del politólogo inglés Richard Gillespie. Desde la historia de la historiografía es sabido que muchas veces surge un texto que funciona como “modelo interpretativo”. Omar Acha y Nicolás Quiroga, al analizar críticamente la historiografía sobre el peronismo, definen a esos textos como objeto de mímesis en el resto del entendimiento sobre un fenómeno o tema.
Se trata de un relato que emerge como “brújula” de lectura de nuevas miradas y que gobierna las interpretaciones posteriores, incluso cuando esos textos no han sido pensados o diseñados en tal sentido de forma intencional. Vale citar:
Al señalar la existencia de un modelo ejemplar no intentamos simplificar el campo de la investigación y la escritura. Es indudable que la producción histórica relativa al primer peronismo es sumamente variada. Sin embargo, esa diversidad no es incompatible con la primacía de una manera concreta de entender un período histórico, de organizar su consistencia temporal, de ordenar sus problemas, de jerarquizar las preguntas dirigidas a la evidencia empírica. Sucede todo lo contrario de una simplificación: la soberanía del modelo ejemplar se debe precisamente a que domina un territorio complejo al diseñar una pequeña “filosofía de la historia” para el período o tema que trata. Lo fundamental es que regula el orden de validaciones, y por lo tanto, es adoptado como presupuesto de las “nuevas investigaciones”. Sus contenidos se hacen estructura prediscursiva, en el sentido que es condición de enunciación de otros discursos. Solo entonces se hace invisible como modelo ejemplar, y multiplica su eficacia (2012: 24).
Des-demonizar la historia montonera no significa, claro está, pasar al otro extremo y entonces heroizarla.
Quien escribe refuerza cada vez más la idea de que esa obra canónica ha de superarse y que es necesario volver a escribir una historia sobre Montoneros que recorra todos sus años de existencia, incluyendo los posteriores a la Contraofensiva y a la consecuente declaración del fin de la lucha armada, momento histórico en el que Gillespie da por terminada la experiencia montonera. Otra lectura que podría rodearse entre signos de pregunta. Vale decir ¿la historia de Montoneros finalizó con el fracaso de la Contraofensiva?
En primer lugar, llego a esta conclusión tras haber encontrado retrospectivamente las marcas irreflexivas del trabajo de Gillespie como modelo interpretativo en mis propios trabajos. Han pasado casi cuatro décadas desde la primera edición en inglés de Soldados de Perón, y resulta otro síntoma, otro indicio al cual dirigir la mirada, que la obra de referencia sobre la historia de Montoneros y la única que recorre de manera más o menos integral todo su derrotero político, haya sido escrita hace más de cuarenta años y por un extranjero. El más elemental sentido común sobre el quehacer científico nos indica que aquí hay un problema. Es necesario pasarle a la historia el cepillo a contrapelo.
La obra de Gillespie acumula un conjunto de problemas y desaciertos que no son imputables a las malas intenciones de su autor, ni mucho menos a la calidad de su investigación. Como todo conocimiento, esa investigación es hija de su época y arrastra una serie de problemas.

Para empezar, se ha dicho, está escrita por un extranjero. Por supuesto esto no la inhabilita, pero cabe preguntarse (como también podríamos preguntarnos a propósito de los trabajos sobre la resistencia peronista de Daniel James) cuánto de esa extranjería contribuye a iluminar y cuánto, por el contrario, resta en empatía. Algo necesario en el vínculo entre el investigador y su objeto de estudio, al menos para quienes resistimos la hegemonía del paradigma positivista y creemos que el observador puede (y debe) ser objetivo, pero que la idea de neutralidad valorativa huele a dejo decimonónico y, aunque redunda en comodidad, resta profundidad a los saberes a los que se arriba a condición de enajenar, descontextualizar y deshistorizar al investigador.
En segundo lugar, la obra de Gillespie fue escrita demasiado próxima a los hechos que narra. Más aún, mientras estos ocurrían. Gillespie pasó dieciséis meses en la Argentina entre 1975 y 1976, haciendo trabajo de campo. Como producto de esa estancia, publicó su tesis de doctorado The Peronist Letf (1979).
Luego de esa estadía en el país, Gillespie realizó nuevas entrevistas y adquirió publicaciones y documentos de la etapa posterior a 1976 que le sirvieron para dar forma a una nueva versión en libro que recorrió toda la década del setenta y la historia montonera, que fue publicado por primera vez en inglés en 1981. Tendría que pasar un lustro más hasta que se publicara la versión en español.
La primera edición del libro de Gillespie tuvo un prólogo escrito por Félix Luna que estaba en perfecta sintonía con la teoría de los dos demonios.
En el año 2008, en su prólogo a la tercera edición en español, el propio Gillespie se interroga: “Me agrada comprobar que un libro que fue una pieza de análisis contemporáneo, escrito durante la última fase de la insurgencia montonera, hoy reaparece más como un libro de historia; pero al mismo tiempo me pregunto ¿por qué?” (2008: 13).
La primera edición del libro de Gillespie tuvo un prólogo escrito por Félix Luna que estaba en perfecta sintonía con la teoría de los dos demonios y con algunas otras lecturas consagradas, como aquella que afirma que la adscripción originaria de Montoneros al peronismo fue por puro oportunismo político: “Montoneros se constituyó primitivamente con elementos que nada tenían que ver con el peronismo. En cierto momento advirtieron que sus esfuerzos girarían en el vacío si no lograban conectarse con el movimiento masivo”, razón por la cual “los conductores de Montoneros se disfrazaron de peronistas. Adoptaron las consignas que instintivamente levantaba el pueblo peronista y las radicalizaron” y “de esta mentira originaria pasaron a recoger la adhesión de buena parte del pueblo peronista” (2008: 8).
Pese a que el propio Gillespie criticó posteriormente ese prólogo, al abrir cualquier edición en español de su libro, lo primero que lee el lector es la pluma de Luna afirmando: “Lo que va a leerse en las páginas que siguen, es la historia de una locura”.
Quiero rescatar aquí de manera crítica una clave de lectura consagrada por Gillespie, dado que me encuentro trabajando sobre su problematización. En los géneros académico, periodístico y testimonial existe una interpretación que, en sus distintas variantes, más o menos plantea que al pasar a la clandestinidad en septiembre de 1974, Montoneros inició un proceso de militarización creciente que condujo a circunscribir su accionar al enfrentamiento armado y a abandonar las tareas políticas, aislándose así de las masas. Propongo observar críticamente esta clave de lectura, dado que puede operar como un obstáculo epistemológico.

Siguiendo esa clave interpretativa, algunos acontecimientos, como el fracaso de la contraofensiva de 1979/1980, suelen ser reducidos a un punto de llegada inevitable de esa tendencia. Muchas de las variantes políticas ensayadas en los años posteriores al pasaje a la clandestinidad, que giraron alrededor de replanteos y reformulaciones del peronismo, son reducidos analítica y conceptualmente a esa lógica militarista. ¿Esto es así?
Una observación más detenida de la etapa posterior a 1974, por cierto la menos estudiada, permite plantear, al menos como hipótesis, que desde el pasaje a la clandestinidad y hasta su ocaso, Montoneros buscó una presencia constante a través de prácticas políticas y militares. Pero que las mismas son poco conocidas, o directamente permanecen desconocidas, por efecto de la hegemonía de la clave de lectura del desvío militar, que en algunas versiones, es atribuido a los errores de las conducciones.
La idea de la militarización fue el marco interpretativo inicial de la década del ochenta, pero existió como postura crítica de algunos grupos de militantes, e incluso como lectura autocrítica de las conducciones en algunos documentos, en la década del setenta. De modo que no solamente es necesario observar críticamente esta clave de lectura en las interpretaciones académicas, sino que también, hay que tomar distancia de las miradas nativas, que recurrieron a esa interpretación en la época.
Historia y memoria de la “operación Pindapoy”
Durante largo tiempo los abordajes sobre Montoneros priorizaron la reconstrucción fáctica de hechos y acontecimientos vinculados a su historia y a sus líderes. El Aramburazo no ha sido ajeno a ese enfoque. Son menos comunes los puntos de vista que procuran comprender su cultura política, diferentes facetas de sus modos de pensar y representarse a sí mismos y a su lucha. Es decir, el plano simbólico, el de los imaginarios y las representaciones colectivas.
Desde el pasaje a la clandestinidad, Montoneros buscó una presencia constante a través de prácticas políticas y militares. Pero las mismas son poco conocidas.
Constituye una anomalía a la norma el trabajo de Beatriz Sarlo La pasión y la excepción. Eva, Borges y el asesinato de Aramburu. Allí, la ensayista puso el foco en las dimensiones simbólicas de este hecho. ¿Qué decía de los Montoneros el juicio revolucionario llevado a cabo contra Aramburu que condujo a su fusilamiento?
Sarlo reconoce que antes y después de este hecho hubo violencia política pero que, por su carácter único e irrepetible marcó un antes y un después. También, afirma que los jóvenes Montoneros buscaron con este hecho “sentar las bases de un nuevo ordenamiento, tanto de las ideas como de los mitos de la leyenda peronista y, a partir de eso, de repartir el poder en el movimiento y fuera de él” (2007:194).
En su comunicado N° 3, la organización hizo saber que en el juicio revolucionario al que había sido sometido, Aramburu se había reconocido responsable de la legalización de “la matanza de veintisiete argentinos sin juicio previo y causa justificada”, de haber encabezado la represión del “movimiento político mayoritario representativo del pueblo argentino”, de haber difamado el nombre “de los legítimos dirigentes populares en general y especialmente de nuestro líder Juan Perón y de nuestros compañeros Eva Perón y Juan José Valle” (en Baschetti, 2008:50-51). En 1970 Montoneros comunicó la existencia de un juicio y de un acusado que se reconoció culpable de los delitos que se le imputaban, razón por la cual fue pasado por las armas.

Si dirigimos el análisis más allá del hecho de violencia que representó y la larga lista de intrigas que se construyeron alrededor, es posible ver en este acto inaugural una serie de elementos. ¿Es una marca de origen en Montoneros, o por el contrario, es un hecho excepcional en la historia de la organización?
El secuestro, enjuiciamiento, condena y fusilamiento de Aramburu significa una excepción también en este sentido: es el único asesinato hacia afuera de la organización que asumió la forma de un juicio. Existieron juicios revolucionarios en distintos momentos de la historia contra miembros de la organización, en virtud de los códigos de justicia revolucionaria propios. Pero no en contra del “enemigo”. No fue un hecho armado con el fin de pertrecharse. Tampoco, un hecho vinculado a la lucha facciosa con la derecha peronista. No constituyó un secuestro con el fin de obtener dinero, como fue el caso de los secuestros de empresarios. Nada de eso fue el Aramburazo. Como bien advirtiera Sarlo, este hecho se asocia más bien a una dimensión simbólica, identitaria. Y a la intención deliberada de producir un evento que tuviera la potencia de un mito de origen.
El Aramburazo tuvo múltiples objetivos de carácter netamente simbólico, de allí que sea posible pasarlo también, como señalara Sarlo, por el tamiz de la idea de “venganza”. Aquel que había derrocado al líder popular y proscripto al movimiento mayoritario. Quien era responsable del robo y desaparición del cadáver de la abanderada de los humildes. Quien había fusilado sin piedad a los sublevados en su contra en 1956, era juzgado y condenado por un grupo de jóvenes que con este hecho se definían públicamente como peronistas, decidían encarnar una justicia popular y llamaban a la unión de los argentinos y a la resistencia armada en contra de la dictadura. En todo caso, dos objetivos materiales resultan claros: por un lado, impedir que Aramburu encabezara un proyecto de poder dentro de la Revolución Argentina. Por otro, lograr dar con el paradero de los restos de Eva Perón. Algo que, en efecto, ocurrió a partir del asesinato de Aramburu.
Al objetivo de impedir que Aramburu encabezara un proyecto de poder dentro de la Revolución Argentina, se sumó la intención de dar con el paradero de los restos de Eva Perón.
Si el enfoque se abre camino y el Aramburazo puede ser pensado más allá del hecho de violencia que significó, otras aristas de análisis se abren. Dos años después de que Montoneros enjuiciara y condenara a Aramburu en virtud de una concepción y aplicación de la “justicia revolucionaria”, Michel Foucault mantuvo un encendido debate con un dirigente maoísta en torno al proyecto de un tribunal popular para juzgar a la policía.
Según Foucault, el establecimiento de una instancia neutra entre el pueblo y sus enemigos, susceptible de establecer una división entre lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, podía ser una manera de oponerse a la justicia popular o ser su primera deformación:
…las formas de aparato de Estado que nos ha legado el aparato burgués no pueden servir en ningún caso de modelo para las nuevas formas de organización. El tribunal, que arrastra con él la ideología de la justicia burguesa y las formas de relación entre juez y acusado, juez y parte, juez y demandante que son aplicadas por la justicia burguesa, me parece que ha jugado un papel muy importante en la dominación de clase burguesa (2008: 63).
Quedan pocas dudas desde la investigación histórica respecto a que esa entrevista que dieron Firmenich y Arrostito constituye un relato ficcional.
Para Foucault un Estado verdaderamente revolucionario debía desconfiar de las formas de la justicia aplicadas por la burguesía hasta entonces. Montoneros ha sido interrogado por el asesinato de Aramburu. Pero no por la concepción de justicia que puso en juego en este hecho. Otra arista de análisis que amerita ser profundizada.
Además de que el propio hecho tiene dimensiones simbólicas que no siempre han sido atendidas como una marca identitaria de Montoneros, la historia del secuestro y fusilamiento de Aramburu, que recientemente comienza a ser denominada como “magnicidio” (de facto, ilegítimo, pero Aramburu en efecto había sido presidente de la Argentina), tiene al menos dos historias posibles: la de los hechos. Y la de sus secuelas en la memoria.
De allí la tan mentada entrevista que dieran Mario Firmenich y Norma Arrostito en el contexto del pasaje a la clandestinidad de Montoneros en septiembre de 1974 para la revista La Causa Peronista, que constituye un segundo momento de la historia del Aramburazo. Desde una óptica de análisis interesada por el plano de los imaginarios y las representaciones, no importa la veracidad del contenido del relato que ofrecieron los jóvenes montoneros, sino el relato como hecho histórico.

En el contexto de la disputa con la derecha peronista, ya muerto Perón, iniciada la cacería de la Triple A y en marcha la decisión de volver a la clandestinidad, evocar los hechos que constituían (y aún constituyen) el mito de origen del montonerismo, y que esa evocación la hicieran los únicos dos participantes vivos de los hechos, en 1974 ya reconocidos líderes, da cuenta del peso simbólico del Aramburazo, tanto hacia adentro de la organización como hacia afuera. Ese relato es un indicador de la necesidad simbólica que tuvo esa organización hacia septiembre de 1974 de reanimar y reavivar su mito de origen y su identidad de grupo.
Cabe resaltar que no es cosa menor esta definición de los discursos como acontecimientos, dado que precisamente por tomar como verdad lo que allí relataban Arrostito y Firmenich, Gillespie cometió un error histórico que recién hace quince años Lucas Lanusse logró desestimar: en el origen de los Montoneros no había apenas doce miembros, como plantea Gillespie tomando como verdad la nota de La Causa Peronista.
Para Lanusse, el mito de los doce fundadores, basado en ese relato, “no resiste ni un análisis superficial” (2005: 34). En efecto, quedan pocas dudas desde la investigación histórica respecto a que esa entrevista que dieron Firmenich y Arrostito constituye un relato ficcional, del cual no importa su verosimilitud sino su funcionalidad como mito. Sin embargo, algunos investigadores, como O´Donnell en la nota de Noticias, siguen buscando en ese documento una evidencia para desentrañar los hechos y azuzar las intrigas.
No es posible saber si el secuestro del cadáver de Aramburu explica la repatriación de los restos de Eva Duarte de Perón.
Un tercer momento de la historia del Aramburazo lo constituye el secuestro de su cadáver el 15 de octubre de 1974. Esa fue la prenda con la que Montoneros presionó a la derecha peronista y a José López Rega, ya para entonces encaramado en el poder, para que se repatriaran los restos de Eva, que si bien habían sido devueltos a Perón poco después del fusilamiento de Aramburu, permanecían en España, de modo que una parte de la sentencia seguía sin cumplirse. Desde principios de 1974 los reclamos por el cuerpo de Eva se volvieron una reivindicación central de Montoneros, e incluso en mayo de ese año se creó en la provincia de Buenos Aires una Comisión pro-repatriación de los restos.
El 27 de junio de 1974 el Congreso de la Nación declaró ley un proyecto ideado por José López Rega que establecía la construcción de un “Altar de la Patria” en Barrio Norte, un majestuoso monumento con el fin de “exaltar nuestras más preclaras glorias” y favorecer la unidad nacional al reunir en un mismo ámbito a quienes habían luchado y trabajado por la Patria “aún cuando los caminos seguidos con ese fin no hubieran contando con el asentimiento general” (Presidencia de la Nación, Secretaría de Prensa y Difusión, “El altar de la patria. Memoria viva de la Argentina”: 31).
El artículo 9 del proyecto consignaba que los restos mortales de Eva debían ser repatriados para reposar dentro del Altar, por su “magnífica obra a favor de los humildes de la Patria, sus múltiples realizaciones, la trascendencia mundial de su preclara figura y el doloroso martirio sufrido después de su paso a la inmortalidad” (32). El artículo 10 determinaba que el frontispicio del panteón se grabaría una leyenda, escrita por el propio López Rega: “Hermanados en la gloria, vigilamos los destinos de la patria. Que nadie utilice nuestro recuerdo para desunir a los argentinos” (34). López Rega tenía plena conciencia de que en el terreno de la memoria, y específicamente alrededor del recuerdo de Evita, se entablaba una de las batallas más intensas del peronismo. Rápidamente, Montoneros cuestionó esta ley denunciando que “según uno de los mentores del ‘Altar’, uno de los ‘prohombres’ que tendrá un lugar en dicho mausoleo es el general Aramburu” (La Causa Peronista, Nº 3, 23/7/ 1974: 24).
Montoneros rechazó el proyecto de López Rega de construir un “Altar de la Patria” en el que descansarían los restos de Eva, porque en el lugar también iba a estar el cuerpo de Aramburu.
Según informó la prensa montonera, el 15 de octubre, ya desde la clandestinidad, dos unidades de combate, “Juan José Valle” y “Fernando Luis Abal Medina” robaron el cadáver de Aramburu del cementerio de la Recoleta, remitiéndose a la resolución del Tribunal Revolucionario montonero que en 1970 había dispuesto no devolver los restos de Aramburu hasta que no se entregara al pueblo el cadáver de Evita. Un mes después, el 17 de noviembre, López Rega regresó de España con los restos de Eva, que fueron depositados en la Capilla de la Quinta de Olivos, junto al cuerpo de Perón.
No es posible saber si el secuestro del cadáver de Aramburu explica la repatriación de los restos de Eva y, nuevamente, no parece ser ese el enfoque para observar los eventos, aunque para muchos, haya sido una prueba más de una suerte de fascinación morbosa de los Montoneros por la muerte. Sin embargo, si observamos la disputa interna del peronismo, que Montoneros protagonizó por aquellos años, podremos observar mecanismos de construcción identitaria y lucha política vinculados a las disputas por la memoria, en este caso, de la líder del peronismo.
Reflexión final
Resulta esperable que en el contexto actual el fenómeno montonero sea nuevamente revisitado, ante todo, porque la década del setenta en general y la historia de los Montoneros en particular constituye un trauma colectivo. A esto se suma el cincuenta aniversario del Aramburazo; y las disputas políticas del presente, en las que la historia reciente, por traumática, siempre tiene algún escaño.

Por eso no sorprende que se produzcan debates y polémicas y que aparezcan nuevas investigaciones, seguramente muchas con viejas intrigas y con la pobreza habitual y la irresponsabilidad con la que suele tratarse el tema en los medios de comunicación. En general, los años setenta suelen ser conjurados para hacer daño, para remover las heridas de un pasado que está presente.
Pero el paso del tiempo resulta inevitable y es esperable (y deseable) que junto al barro y la tierra, emerjan nuevos debates y se puedan ampliar las miradas y enfoques acerca de un tema sobre el cual resta producir conocimiento y, también, sacudir el conocimiento ya establecido.
Recientemente, la Agencia Paco Urondo publicó dos entrevistas, una a Guillermo Robledo y otra a Ernesto Jauretche, en las que se insinúa la posibilidad de que desde la militancia se revisiten algunos capítulos dolorosos de la propia historia, pero con la mediación del tiempo, las sucesivas reflexiones, polémicas y debates.
Esto puede que abra la oportunidad a un más amplio y rico intercambio generacional entre los protagonistas de la experiencia montonera y las sucesivas generaciones, que tal vez permita sino cerrar aquellas heridas, seguir elaborándolas colectivamente. Y darles un nuevo marco y sentido para poder extraer de allí lecciones para el presente y el porvenir. ¿O acaso no debería ser ese el sentido de la Historia?
Fuentes citadas
Acha, Omar y Quiroga, Nicolás (2012). El hecho maldito. Conversaciones para otra historia del peronismo. Buenos Aires: Prohistoria.
Baschetti, Roberto. (2008). Documentos 1970-1973. De la guerrilla peronista al gobierno popular. Vol. I. La Plata: De la Campana. Foucault, Michel (2008). “Sobre la justicia popular. Debate con los Maos”. En Un diálogo con el poder y otras conversaciones. Buenos Aires: Alianza.
Conti, Alejandra (2020). “Mario Firmenich. Sin arrepentimiento ni autocrítica, a 50 años del asesinato de Pedro Eugenio Aramburu”. La Nación 11/5/2020: https://www.lanacion.com.ar/politica/mario-firmenich-sin-arrepentimiento-autocritica-50-anos-nid2364152
Gillespie, Richard (2008). Soldados de Perón. Historia crítica sobre los Montoneros. Buenos Aires: Sudamericana.
Lanusse, Lucas. (2005). Montoneros. El mito de sus 12 fundadores. Buenos Aires: Vergara.
Sarlo, Beatriz (2007). La pasión y la excepción. Eva, Borges y el asesinato de Aramburu. Buenos Aires: Siglo XXI.
Tarcus, Horacio (2006/2007). “Notas para una crítica de la razón instrumental. A propósito del debate en torno a la carta de Oscar del Barco”. En Políticas de la memoria, N° 6/7, Anuario del CeDInCI, Buenos Aires.
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