La pregunta por la libertad siempre encierra la pregunta por los límites de la acción individual. O dicho de otro modo, toda pregunta por la libertad es también una pregunta por los límites que ella misma impone. Al mismo tiempo, el modo en que pensamos esos alcances y límites está de algún modo signado por nuestro propio contexto. Así, Condorcet experimentó sus propias aproximaciones de forma trágica en la Francia revolucionaria. Hijo de la revolución finalmente asesinado por ella, no dejó de interrogarse sobre los límites de la libertad, pero como es sabido fueron esos mismos interrogantes los que lo condujeron a la muerte. No se fue, sin embargo, sin antes dejar señalada una de las contradicciones fundamentales de su época: que la libertad y la igualdad, lejos de relacionarse de forma armoniosa o fraternal, como lo afirmaba el conocido lema, se oponían una a otra de manera clara. O dicho de otro modo, comprobó que no se podía pensar la libertad sin trabajar antes sobre la igualdad, porque las dos cosas no van de la mano ni están dadas por su mera enunciación, ni en la Francia revolucionaria, ni en la costa oeste norteamericana de los 70, ni mucho menos en la Argentina actual.
Más acá en el tiempo, en pleno siglo XXI, Osvaldo Baigorria vuelve una vez más sobre esas preguntas fundamentales en torno a la libertad. Su último libro de algún modo se mete en esta exploración existencial que tiene por fondo la pregunta por la libertad. Este texto, difícilmente definible como novela y que no es definitivamente una crónica, parte de una visión con aristas de realismo, sin pretender instalarse por eso allí como plataforma discursiva, sino más bien para utilizar el realismo cómo lugar desde donde descargar su prédica difamatoria y desmitificadora. Es bajo este precepto que nos presenta a sus antihéroes en un Delta que le sirve a los personajes de escenario, pero también, como suele suceder en los textos del autor, al narrador como espacio de reflexión. Se trata de romper con una mirada romántica del Delta sin destruir al Delta en el intento y, al mismo tiempo, se trata de observar y describir los limites de una búsqueda personal que está acechada por la naturaleza, por el clima y por un orden social algo anárquico, pero no por eso menos opresivo. Son los temas de Baigorria, desarrollados con la agilidad, la maestría y la rabia que sólo Baigorria logra crear por esta parte del mundo.

Sin embargo, en mi caso y cómo lector, más que capturarme, el libro me impulsó hacia otras lecturas. Tal vez haya sido el Delta o tal vez haya sido mi propia experiencia lo que provocó esa huida, en cualquier caso, la deriva desembocó en un libro anterior del mismo autor: Postales de la contracultura. Un viaje a la costa Oeste (1974-1984). En este libro hay una exploración en torno a la libertad que se da de una manera más consciente y también más crítica si lo comparamos con El ladrido del tigre, quizás por eso captó con más fuerza mi atención. En Postales, Baigorria trabaja con un conjunto de consignas y movimientos libertarios y/o revolucionarios de aquel momento y, al tiempo que los presenta, o quiere presentarlos, los cuestiona en sus fundamentos o en sus derivas. En el libro, entonces, detonan varias definiciones de libertad que circulaban por aquellos tiempos: la libertad sexual, la libertad cómo viaje, la expansión lisérgica, la libertad individual y la libertad en comunidad como alternativa concreta al capitalismo, entre otras. Pero lo mismo que con el Delta, no se trata de destruir la idea, sino de tensionarla hasta sus límites, intentando así capturar todo su potencial para el presente, un presente que por cierto ha puesto a la libertad en discusión, aunque de un modo maniqueo y superfluo, despojado de toda la experiencia que este libro, por ejemplo, nos presenta.
En primera instancia el libro es un recorrido que tiene un personaje, el propio Baigorria, que va de Argentina a Canadá, pasando por Latinoamérica de manera fugaz, y deteniéndose de manera más convincente y estable en la costa Oeste de Norteamérica y en Canadá, con experiencias disímiles en uno y otro caso. El primer e iniciático viaje de un curioso en busca de respuestas que la realidad argentina de esos años no podía darle. Pero en el fondo Postales es, ante todo, un ejercicio de la memoria, porque en realidad es una rememoración de un viaje ya sucedido hace tiempo, más precisamente entre 1974 y 1984. Vistas desde hoy, el autor no se cansa de señalarlo, toda la experiencia y su fundamentación tienen algo de ingenuo, de naif, sin embargo el que dice eso es el narrador actual, claro, no el viajante, no el explorador, no el individuo que va en busca de respuestas, sino el hombre que ya tiene sus conclusiones. A pesar de esto, el escritor nos advierte para que no caigamos en el equívoco común de tomar la reflexión por nostalgia y la crítica por destrucción:
“Para mí es imposible relatar un viaje en forma lineal, y lo mismo una vida. Todo coexiste al mismo tiempo, pasado-presente-futuro, recuerdo y fantasía, experiencia y deseo. “Hago memoria”, es decir la construyo como una factura, un objeto que será ficción de otra ficción.”
En cualquier caso, el libro actúa en este doble sentido, presenta una odisea, la del propio Baigorria, pero también explora y trabaja sobre diferentes conceptos. De entre todos ellos, me animaría a decir que el más importante es el de la libertad, que además funciona en el libro como el motor que impulsa al Baigorria viajero a moverse y también es el que impulsa al Baigorria narrador a evocar. El contexto social argentino, con sus discusiones sobre el peronismo, la revolución cubana o las guerras de liberación nacional, etc., no son los temas que le preocupan al viajero y hasta se diría que muy por el contrario, su principio movilizador está signado por la búsqueda de una libertad individual que lejos está de acercarse a la propuesta del socialismo real o a cualquier otra propuesta de las izquierdas Latinoaméricas. Esa exploración que lo lleva a vivir en comunidad, a vivir en el bosque, a viajar, es al mismo tiempo una exploración por los límites de la libertad. El narrador, por el contrario, no sin algo de ironía o de reproche, parece haber percibido, como Condorcet, que los límites de esa libertad buscada no estaban en los límites del caminante sino en los límites que la sociedad le impone a la igualdad.
Con este telón de fondo, o con estos presupuestos como principio de la escritura, es posible que todos los caminos hacia la libertad, todos los caminos que recorrió Baigorria en los ’70 hacia la libertad, tengan una rencilla con el Estado y aunque hablamos o habla del Estado norteamericano, se deja entrever una extensión hacia el Estado en general. Como se dijo, estamos ante la pregunta por los límites, y en los ’70 y principios de los ’80, el Estado es el principal límite. Sólo los hombres, aparecen como ventanas y/o puertas de salida de esos límites.

El libro también se construye a partir de lecturas y de imágenes, algunas obvias: Kerouac, Ginsberg, Thoreau; otras más desconocidas que no vienen al caso y alguna extraña referencia a viejos conocidos que aunque a primera vista parecen estar fuera de lugar, se comprende pronto, sin embargo, lo acertado de la cita, por ejemplo la de nuestro querido Lucio Mansilla que dice: “La libertad debe ser desconfiada”.
En cuanto a las imágenes, son fotografías magnificas en las que se deja ver a un joven Baigorria con su pelo largo y alto, y a un conjunto, casi nunca numeroso, de gente andando por la vida. Capturas, que solo adquieren sentido en el libro o en el relato, pero que sin embargo están siempre como resistiéndose a ser vistas. Son imágenes, diríamos, furtivas, imágenes robadas, sacadas de su espacio y tiempo. Imágenes que se involucran en el texto pero que sin embargo siempre están queriendo salir de él. Es como si no quisieran ser capturadas, o mejor dicho es como si el autor las presentara con el temor de que esas imágenes sean capturadas para el consumo o por el consumo mismo. Paradójicamente, como lo afirma el propio autor, el libro mismo surgió a partir de estas imágenes. El nuevo y el viejo libro de Baigorria, El ladrido del tigre y Postales, ambos libros, nos presentan de manera diversa, entonces, lecturas enriquecedoras, en estos tiempos de liviandad para con las palabras, para con el lenguaje y para con la experiencia, en torno a la libertad. Las dos son escrituras experienciales, pero El ladrido del tigre se expresa a través de una escritura ensimismada y desprejuiciada, mientras que Postales trabaja sobre una experiencia abierta a la crítica, a la reflexión, quizás por eso el último libro se parece más a una novela, mientras que el otro (Postales) se parece más a un ensayo. Ciertamente la evocación es el recurso utilizado en los dos casos, pero lo que en uno aparece como recurso para la reflexión, en otro no es más que un recurso estilístico. En cualquier caso, los dos textos nos dan mucho material con el cual pensar. Acaso también sea material para liberar.