Los fusiladores de Navarro
El 13 de Diciembre de 1828 Manuel Dorrego, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, veterano de las Guerras de la Independencia y cabeza del Partido Federal, conocido como el Padre de los Pobres, caía abatido por las balas de un pelotón de tiradores de la Primera División, por orden directa del General rebelde y pretendido Gobernador Interino, Juan Lavalle.
Son conocidos los argumentos que utilizó Lavalle. Nunca temió hablar en voz alta. Ni cuando llevó adelante el crimen, ni cuando pareció dudar de su eficacia.
“Desde que emprendí esta obra, tomé la resolución de cortar la cabeza de la hidra”. “En la posición en que estoi (sic) colocado, no debo tener corazón” (Carta a Guillermo Brown).
“Los hombres de casaca negra, ellos, ellos, con sus luces y su experiencia, me precipitaron en ese camino, haciéndome entender, que la anarquía que devoraba a la gran República, presa del caudillaje bárbaro, era obra exclusiva de Dorrego. Mas tarde, cuando vario mi fortuna, se encogieron de hombros… Pero ellos al engañarme, se engañaban también” (Declaración a oficiales de la Legión Libertadora, Corrientes, citada por un “testigo fidedigno”).
Es bien sabido, en líneas generales, que Lavalle, al retornar a Buenos Aires al mando de tropas que había dirigido en la Guerra contra el Imperio del Brasil, se encuentra comprometido y termina participando activamente en una conspiración del núcleo duro del unitarismo porteño, que buscaba utilizar el recurso de la fuerza militar para recuperar el poder que había perdido, electoralmente, a manos del Partido Federal.
Se conocen también algunas cartas mandadas por sus asociados políticos recomendando/ urgiendo la perentoria necesidad de ejecutar, si o si, a Dorrego prisionero, para hacer una demostración de fuerza, (textualmente hacen referencia a la necesidad de mandar un mensaje) que paralice a la oposición.
La frase mas recordada de ese breve epistolario es la del ex Diputado Juan Cruz Varela, (quien luego pasaría a la historia, más ingenuamente, como poeta y periodista). Quizás asustado de haber firmado sus presiones, recuerda a Lavalle que: “cartas como estas se rompen“. En esos momentos, su mayor éxito público, era una infame cuarteta en la prensa unitaria: “La gente baja / ya no domina / y a la cocina / se volverá”.
He buscado profundizar en esa correspondencia, usando como instrumento una intervención desde lo comunicacional sobre otra de esas cartas envenenadas. Una de las que escribe (de hecho son dos, pero que reiteran el mismo tema) el jurista y economista rivadaviano, Salvador María del Carril. Quizás la menos utilizada por la historiografía pues se trata de una parte de la correspondencia secuencialmente siguiente a la muerte de Dorrego.
Los consejos son pues posteriores al crimen.
No se trata de impulsar la acción, esta ya se realizó. Se trata de como aplicar, después del hecho, un verdadero curso acelerado de política comunicacional. De como presentar lo sucedido, de como justificarlo, de como legitimarlo, no solo en tiempo presente y ante sus contemporáneos, sino en tiempo futuro y ante la posteridad.
Una asombrosa y autoconsciente propuesta de construcción de tramas históricas, en términos de consolidación casi atemporal de un proyecto político hegemónico y fundada en una cínica y contemporánea realpolitik.
Un folletín para la tribuna de doctrina (Cartas 1)
En 1880, Ángel Justiniano Carranza, personaje menor de la élite porteña, reconocido como abogado competente e historiador / periodista aficionado, publicó un pequeño libro titulado “El General Lavalle ante la Justicia Póstuma”. En él aparecían por primera vez las mencionadas cartas: la correspondencia secreta entre Del Carril, Varela y Lavalle. Seré más preciso, segunda vez, Carranza las había publicado, previamente, en formato folletín en el diario La Nación (recordemos que Mitre estaba políticamente muy activo y ese trabajo, evidentemente, contaba con todo el peso de su prestigio como padre / creador de la Historia Argentina).
El objetivo del estudio era a todas luces salvaguardar el prestigio de Lavalle, absolviéndolo, hasta donde era posible, de su condición criminal. Consolidarlo como a un militar honorable; comprometido, hasta las últimas consecuencias, con la construcción del Orden necesario para salvar a la Patria; mal aconsejado, en una coyuntura dramática, por algunos políticos e intelectuales poco escrupulosos.
Los capítulos referidos a Lavalle y Dorrego estaban acompañados por breves apéndices que hacían referencia al fusilamiento de Santiago de Liniers, relacionándolo con Mariano Moreno y al de Francisco Borges, relacionándolo con Manuel Belgrano. Su cierre era claro “Lavalle se purificó, sacrificándose por la justicia, y nosotros de acuerdo con un pensador, creemos en el arrepentimiento de los mártires y en el llanto de los bravos”.
El argumento del militar capaz de “ensuciarse” para cumplir con su deber, enmarcado en una casi fatal línea de violencia a la que, de tanto en tanto, estamos condenados los argentinos, se volvería un clásico. Ciento treinta años después basta con escuchar a Luciano Menéndez, o leer a Vicente Massot para reconocer que el modesto “folletín” ha hecho carrera.
Disgreción sobre los héroes
Creo que es un buen momento para introducir algunas (breves) precisiones sobre este esfuerzo exculpatorio que buscaba devolver su aura mítica/romancesca al máximo héroe militar unitario de nuestras guerras civiles (las cuales nuestros manuales históricos suelen llamar púdicamente, Período de la Organización Nacional).
Jacques Le Goff (citado por León Pomer en su excelente La construcción de los héroes) señala: “Tornarse amo de la memoria y del olvido, es una de las grandes preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos que dominaron y dominan las sociedades históricas. Los olvidos y los silencios de la Historia son reveladores de esos mecanismos de manipulación de la memoria colectiva”.
Curiosamente para describir ese sistema Le Goff hecha mano, nada menos, que a las tres visiones temporales definidas por San Agustín, una asombrosa construcción que fundamente el equilibrio de un cuerpo social en la interacción entre momentos temporales: el presente de las cosas pasadas, el presente de las cosas presentes, el presente de las cosas futuras.
Cuando este último se debilita (por ejemplo, la confianza en la capacidad de un grupo dirigente para representar valores universales que aparezcan como útiles para todo, o la mayor parte, del conjunto social) la función cohesionante del imaginario histórico tiende a debilitarse / perderse.
En términos gramscianos, diría que el ejercicio del poder de los sectores dominantes empieza a derivar de “dirección” a “dominación” y por lo tanto del uso del “consenso” a un progresivo aumento del uso de la “coacción “.
Para dar un ejemplo concreto de la importancia clave, para una construcción hegemónica, de contar con el monopolio de la interpretación histórica, y de las estrechas relaciones existentes entre poder/pasado/presente, vale la pena comentar una nota recientemente publicada en el diario La Nación bajo el curioso nombre de “El INDEC de la Historia” (en la cual, usando un tono casi apocalíptico, abandona el estilo de distante docencia que suele cultivar en sus editoriales).
La anécdota que da pie al artículo parece casi desproporcionada a su violencia. La comunidad educativa de un Jardín de Infantes de Villegas, Provincia de Buenos Aires, cambió el nombre del establecimiento. Dejó de llamarse Pedro Eugenio Aramburu, porque no compartían “los valores que representaba” el personaje en cuestión. Se busca usarla como pretexto para defender el auto adjudicado espacio único de constructores / asignadores del sentido común colectivo.
Su análisis busca colocarse ante la dicotomía de un saber histórico objetivo, científicamente validado, bajo ataque de un relato ficcional y por ende irreal. Cedámosle la palabra: “Se lo suele llamar “el relato”, aunque su denominación más apropiada seria “la fábula”. Participa de géneros posibles de la creatividad fantasiosa. Se caracteriza por una distorsión desenfrenada de datos y hechos, por una visión antojadiza de las estadísticas y de la Historia. Ha sido signo cabal, tanto en la sociedad argentina como en su proyección por el mundo, de una falacia monumental elevada a política de Estado“.
Ignoran (o pretenden ignorar) los debates de las modernas doctrinas (desde las comunidades imaginarias de Benedict Anderson, al mundo de los estudios post-coloniales de Samir Amin y Homi K Bahbab) que señalan las estrechas relaciones entre relato e historia, la intertextualidad de géneros y la construcción de tramas, vistas como complejos sistemas donde se mezclan las subjetividades de individuos y colectivos.
Desconocen (o pretenden desconocer) que las aproximaciones a “lo documental” se matizan desde el supuesto de los recortes que genera la manipulación sucesiva de productores, seleccionadores e intérpretes (sin contar con el propio azar). Solo hay una conclusión posible. La visión del autor y del medio atrasan ostensiblemente.
Un poco de información / actualización sobre ese concepto (relato), que tanto parecen temer como poco conocer: “Los pueblos cuentan historias y las historias que cuentan los definen como pueblos (como un pueblo o como el pueblo). Creemos, entendemos y dirigimos el mundo a través de las historias que contamos. Si ser humanos forma parte de nuestra biología, son los relatos los que nos definen como personas, y en particular esos relatos simples, comunes, que parecen tan “universales” como “eternos”, por mas que los proclamemos como particulares de nuestras circunstancias específicas, historias que son sorprendentemente penetrantes, que evocan al pasado y a nuestros ancestros, aunque los registremos en función del presente y con un ojo en el futuro“, Eric Selbin (“El poder del relato”).
Fusilado por mi orden (Cartas 2)
Realmente, la sucesión de las cartas de Salvador María del Carril es un conjunto único donde se da pié a alguno de los argumentos reiterativos de la vulgata de los sectores dominantes argentinos: la apelación a “confundir” con caos todo el cuestionamiento al poder realizado desde actores populares, la “necesidad” de instalar un orden disciplinante, el uso de la violencia como “recurso pedagógico”, la ignorancia de todo aquello que no pertenezca a su grupo. La simplificación en suma de creer que el poder y el crimen deviene un juego de espejos.
Sin embargo, la particularidad de los textos en análisis se encuentra en el intento de construcción de un relato que sirva de andamiaje a una construcción hegemónica.
Las cartas que desarrollan específicamente estos conceptos son las dos que envía a Lavalle con fecha 15 y 20 de diciembre.
El asesinato se ha producido en el día 13. El 15 Del Carril ha tomado conocimiento del fusilamiento y le recomienda “Es conveniente recoja usted una acta del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación. Un instrumento de esta clase, redactado con destreza será un documento histórico mui importante para su vida póstuma. Que lo firmen todos los jefes y que aparezca usted confirmándolo. Debe fundarse, en la rebelión de Dorrego con fuerza armada contra la autoridad legítima elejida por el pueblo….”
Hasta aquí estaríamos simplemente ante un monumental ejercicio de hipocresía. El cínico y pedestre juego de un leguleyo de poca monta, que trata de aconsejar, a un cliente poco avisado, sobre como debe preconstituir una prueba: la necesidad de contar con un acta, que ese acta este previamente firmada por otras autoridades para diluir su responsabilidad, y que conste en ella una fundamentación que justifique la decisión (por absurdo que resulte la pretensión de invertir la lógica de la fuerza por la de la legitimidad electoral).
Esa carta se cruza con el parte donde Lavalle asume públicamente “que el Coronel Don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden al frente de los regimientos que componen esta división. La historia, juzgará imparcialmente, si el Coronel Dorrego ha debido o no morir”. Es allí cuando Del Carril entra en estado de desesperación.
Envolver la impostura con los pasaportes de la verdad (Cartas 3)
El día 20 de diciembre parte una nueva carta. La primera parte vuelve a tratar, brevemente, de imaginar coartadas para un crimen que ahora sabe fue asumido como decisión individual “No pudo ser precedida por un juicio en forma – 1° por que no había jueces; 2°, porque el juicio es necesario para averiguar los crímenes y demostrarlos, y de los atentados de Dorrego se tenía más que juicio, opinión, de su evidencia existente y palpable, comprobada por muchas víctimas, por un número considerable de testigos espectadores y por su prisión misma“.
Pero inmediatamente entra en el núcleo duro de sus razones, abandona totalmente la faceta del pretendido jurista y aparece en toda su dimensión la figura de un agudo e implacable constructor de imaginarios políticos, preocupado por la apelación ante el juicio de la historia (que podría parecerse sospechosamente al juicio de la opinión pública).
“Incrédulo como soy de la imparcialidad que se atribuye a la posteridad; persuadido como estoi, de que esta gratuita atribución no es más que un consuelo engañoso de la inocencia, o una lisonja que se hace nuestro amor propio, o nuestro miedo: cierto como estoi por último, por el testimonio que me da toda la historia, de que la posteridad consagra y recibe las deposiciones del fuerte o del impostor que venció, sedujo y sobrevivieron, y que sofoca los reclamos y las protestas del débil que sucumbió y del hombre sincero que no fue creído; juro y protesto que colocado en un puesto elevado como usted, no dejaría de hacer nada de útil por vanos temores“.
Queda claro cual es la visión que tiene Del Carril sobre los riesgos de apostar al futuro de la historia sin haber asegurado las claves del presente. El como hacerlo es de una franqueza y brutalidad tal que linda con lo psicótico.
“Al objeto; y si para llegar siendo digno de un alma noble, es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos según dice Maquiavelo“. La frase siguiente es casi increíble “Los hombres son generalmente gobernados por ilusiones, como las llamas de los indios, por hilos colorados.”
La carta sigue en el mismo tono: le recomienda un plan de gobierno basado en el uso irrestricto de la fuerza (“rascarles las espaldas con el lomo del cuchillo“) que permita una elección formal de Lavalle como gobernador, para “sacar de este acontecimiento la base de un orden nuevo que sería legitimado en la cabeza de todos porque no tendría relaciones inmediatas con el orden destruido… Es necesario que vuele, que quiera usted que se le haga una entrada bulliciosa y militar; porque la imaginación móvil de este pueblo, necesita ser distraída…. y para eso basta bulla, ruido, cohetes, música y cañonazos“.
En síntesis, la combinación en el uso de políticas comunicacionales con violencia disciplinante permitirá restaurar / reproducir un orden que se supone natural. Los actores variarán, pero la fórmula adquirirá para la oligarquía, la tentación de un recurrente mito fundacional.
Paradójicamente finalizando la extensa carta, Del Carril, al hacer un breve análisis informativo, demuestra la absoluta fragilidad herramental de su elaborada construcción política “mucha gentuza a las honras de Dorrego; litografías de sus cartas y retratos; luego se trovará la carta del Desgraciado en las pulperías, como las de todos los desgraciados que se cantan en las tabernas. Esto es bueno; porque así el padre de los pobres, será payado con el Capital Juan Quiroga y los demás forajidos de su calaña. ¡Que suerte! vivir y morir dignamente y siempre con la canalla”.
La principal limitación en la construcción de relato histórico por parte de los sectores dominantes ha sido su incomprensión / menosprecio en la capacidad de la memoria popular de producir y vertebrar su propia interpretación de los hechos, de construir un relato histórico de capacidad cuestionante contra-hegemónico. Del Carril no fue ajeno a esa ceguera.
Disgreción sobre el Dr. Lingotes
Salvador María del Carril no fue solamente uno de los creadores de las ficciones orientadoras sobre las cuales se construyó la nacionalidad argentina en el siglo XIX. Fue también un activo político que ejerció el rol de Ministro de Economía de Bernardino Rivadavia. Allí también dejaría establecida una larga tradición. Fue uno de los operadores del legendario Empréstito Baring (primer mega-endeudamiento externo del país que demoró 80 años en cancelarse). Impulsó la creación del Banco Nacional que administró ese empréstito. Especuló en el negociado de las compañías mineras internacionales (Famatina Mining Company). En ese marco promovió la Ley de Consolidación de la Deuda Pública que convertía a todos los bienes naturales de la nación en avales de la operación crediticia. Impulsó la ley que implementaba el curso obligatorio del papel moneda y su convertibilidad en metales preciosos (el fin de las reservas metálicas a cambio de papel impreso le valió la acusación de corrupción y el mote de Dr. Lingotes).
No es mi intensión relatar en detalle la tempestuosa y compleja biografía personal y política de Del Carril (llegó a publicar en los diarios de Buenos Aires una carta anunciando a los acreedores de su esposa que él no se hacía cargo de sus deudas). Terminaré recordando que fue nombrado por Mitre miembro de la Corte Suprema de Justicia, Tribunal que llegó a presidir.
Cuando Ángel Justiniano Carranza publicó en La Nación las cartas secretas, Del Carril todavía estaba vivo. No hizo ningún comentario. En su entierro habló Sarmiento: “Que sea eterna la memoria de su obra, la consolidación de la nacionalidad argentina”.
Buenos Aires tiene una avenida con su nombre.