Entre reformas judiciales y vicentines varios, CFK cerró una grieta de 13 años con “el campo” y Máximo K se calzó la camiseta de jefe político en el Parlamento.
El líder de la coalición opositora parece haber desertado. Mauricio Macri viajó a Francia y Suiza con su familia y avisó que, con suerte, estará de vuelta en el país a comienzos de octubre. A cargo, por ahora, de erosionar en el marco de la pandemia al gobierno del Frente de Todos quedan Clarín, La Nación y el inclasificable Alfredo Casero, que no sufre la flojera de ese argentino ilustre llamado Oscar Martínez, quien confesó que el día que el peronismo ganó las PASO -ni antes ni después- empezó a perder toda esperanza en el país, definición que no habla tanto del país que lo aqueja sino de su escaso apego a las reglas matemáticas más elementales de la democracia, donde el que gana, gana, y el que no espera su turno para volver a competir. Sin deprimirse.
Martínez no puede desconocer a esta altura que, además de premiados macristas como él, viven aquí otros que no lo son, que lograron reunirse en un frente electoral y desde octubre pasado gobiernan los destinos del país con otras miradas distintas a las suyas y, entre otras cosas, repusieron en la plataforma Cinear la película “Juan y Eva”, de Paula de Luque, censurada durante cuatro años por el anterior gobierno, hecho desgraciado que fue denunciado por los actores Osmar Núñez y Julieta Díaz (Perón y Evita en la película) sin que se haya conocido de parte de Martínez alguna adhesión al reclamo o al menos de solidaridad con sus colegas, tan talentosos como él. Cosa innegable.
Mientras tanto, con Macri en Europa y el mainstream macrista local bajoneado a más no poder, el trabajo pesado de demolición de los intentos oficiales por salir de la crisis del coronavirus quedó en manos de los diarios de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), donde la vieja política acude para ordenarse, salvo un sector emancipado bastante grande también que se alinea detrás de la figura de Máximo Kirchner, el viejo jugador de “play” que el viernes brindó un discurso en la Cámara Baja tan inmenso en sus contenidos como ignorado por la hegemonía mediática. Se lo puede ver en Youtube.
Es paradójico que la palabra encendida del kirchnerista con más futuro sea omitida hasta el silenciamiento por la comunicación concentrada que maneja Héctor Magnetto acá en la Argentina, pero logre recalar de manera profusa en la incontrolada selva del “me gusta” o “no me gusta” de las redes sociales que administran los monopolios extranjeros como Google, Amazon, Facebook y Apple cuyos propietarios, desde Jeff Bezos a Mark Zuckerberg, debieron sentarse esta semana en el Capitolio a dar explicaciones por sus posiciones dominantes en el mercado.
¿Alguna vez será citado al Parlamento argentino un Paolo Rocca para que dé explicaciones por el precio de las chapas o por abandonar a sus trabajadores en plena crisis del Covid 19? Parece improbable hoy en día. Material de cine fantástico. Pero produciría más inestabilidad que fortaleza en el actual contexto de tierra arrasada. Eso habla de la fragilidad de un gobierno que hace esfuerzos sobrehumanos para seguir en pie y avanzar hacia alguna recuperación, con cancha inclinada y potente viento de frente.
En semejante ambiente viciado de egoísmos sectoriales, donde la AEA y la CGT son capaces de hacer un zoom para ver cómo obligan a la gente a volver al trabajo presencial cuanto antes, y que se entienda bien: no para discutir cuánto de sus incalculables fortunas ceden para crear un fondo anticrisis que aleja la muerte, sino como lobby conjunto para debilitar la política sanitaria de la cuarentena, el gobierno se agota pidiéndole a las personas que se queden en casa o al menos respeten el distanciamiento para no colapsar el sistema sanitario y ayuden a salvar la vida de médicos y enfermeras que son contagiados. Y que también mueren.
Con Macri en Europa y el mainstream macrista local bajoneado a más no poder, el trabajo pesado de demolición del gobierno quedó en manos de Clarín y La Nación.
Más del 30 por ciento cayó la economía de los Estados Unidos, la principal del planeta, país que no adoptó la cuarentena general, como se sabe, demostrando que la caída del producto no obedece al confinamiento, como la AEA y la CGT quieren hacernos creer desde la comodidad del pacto social auspiciado por los diarios de la central corporativa, sino a la feroz pandemia del virus invisible que los estadounidenses pagaron ya con 160 mil vidas, el 20 por ciento de las que se cobró la Guerra de Secesión en el siglo XIX y número que casi triplica las bajas del Tío Sam durante la guerra imperialista en Vietnam.
Esta semana Clarín y La Nación también pueden anotarse otra extraña victoria editorial. El caso Vicentin, presentado como leading case del giro ultrachavista del gobierno y prólogo a la confiscación de toda la propiedad privada, terminó igual que como comenzó: de manera muy curiosa. Así como el presidente firmó hace un tiempo el decreto que ordenaba la intervención en camino de la expropiación, ahora firmó un nuevo decreto para derogar el anterior.
En diálogo con Roberto Navarro, el presidente explicó que quiso expropiar y que lo acusaron de expropiador serial y hasta lo cacerolearon, que el gobernador presentó un plan alternativo, cosa que el Ejecutivo apoyó, y este esfuerzo provincial fracasó porque los directivos y accionistas pretendían un rescate oficial, es decir, que el Estado se hiciera cargo de la deuda, que a esta altura triplica el valor de los activos, pero que continuarán esos mismos directivos y accionistas que fundieron la empresa con maniobras que investiga la justicia penal al frente de la empresa. ¿Y la empresa testigo estatal en el rubro cerealero? ¿Y la soberanía alimentaria? YPF Agro pasará a ser esa empresa, anunció el Jefe de Estado.
Hay propiedades que son más privadas que otras, regla no escrita del capitalismo concentrador de riquezas y desparramador de pobrezas.
En principio, la propiedad privada de los dueños de Vicentin, que tanto preocupó a la Argentina portadora sana de republicanismo, que vigila con atento interés que el país no se convierta en Venezuela, quedó a resguardo de la voracidad populista. ¿Y la propiedad privada de los pequeños productores a los que Vicentin les adeuda pagos todavía, y la propiedad privada de los acreedores extranjeros que reclaman, entre ellos, el Banco Mundial, y la de los contribuyentes que financiaron los préstamos del Banco Nación por 18500 millones de pesos que recibió la firma comandada por Gustavo Nardelli, ex precandidato PRO a gobernador de Santa Fe por la Fundación Libertad y pollo del procesado ex ministro Guillermo Dietrich?
Hay propiedades que son más privadas que otras, regla no escrita del capitalismo concentrador de riquezas y desparramador de pobrezas. Aquí y en todo el mundo.
Impactante silencio produjo una foto que vino a demostrar que la imagen del 9 de julio del presidente en la Quinta de Olivos junto a representantes del G6 era la primera de una serie sobre la que convendría no opinar de modo demasiado rápido, a riesgo de perderse la película más general. Cristina Kirchner se dejó retratar con integrantes de la Mesa Agroindustrial, foro que reúne a 45 entidades del campo, menos a la Sociedad Rural. Como en una 521, el reverso de la 125, la vicepresidenta se reunió a conversar con sectores que la mayoría de las veces no la veneran, por decirlo con alguna elegancia narrativa.
El caso Vicentin, presentado como leading case del giro ultrachavista del gobierno y prólogo a la confiscación de toda la propiedad privada, terminó igual que como comenzó: de manera muy curiosa.
Ahora tenemos, además de un presidente dialoguista, a una presidenta dialoguista, de la Cámara Alta, que se tomó muy en serio un plan productivo proyectado por dicha mesa, que cuenta con el aval inspirador del canciller Felipe Solá (ex secretario de Agricultura y Pesca de Carlos Menem) y de Sergio Massa, el otro presidente, en este caso, de la Cámara Baja. Se trataría de generar más de 700 mil puestos de trabajo y un saldo exportable a favor de 100 mil millones de dólares, según prometen los actores de la cadena, en un momento donde se necesita de mucha divisa extranjera para reactivar la economía. Sorprenden las cosas que Cristina Kirchner es capaz de hacer para sacar al país adelante.
El titular de la Bolsa de Cereales, José Martins, se fue encandilado de la reunión: “Fue muy amable, en todo momento. Y a todos nos llamó mucho la atención que tuviera leído todo el proyecto. Nos fuimos satisfechos”. Como se ve que la conocen solo por el relato de los diarios que no la quieren. Con un pasado que fue de prejuicio en prejuicio, la dirigente política distinta y el sector más dinámico de la economía nacional, quizá, nunca se sabe, hayan pasado de la lejana frialdad de 13 años a esta parte a un encuentro cálido y productivo. Hay más diálogo del que se cree. Por lo pronto, pareció un encuentro más interesante que el de la AEA y la CGT.
“Fue muy amable, nos fuimos satisfechos”, afirmó José Martins (Bolsa de Comercio) después de la reunión de la Mesa Agroindustrial con Cristina.
El gobierno también presentó un proyecto que busca reformar el Poder Judicial. La cosa empezó bien. Se quejaron los que se tenían que quejar, es decir los que no quieren cambiar nada de nada de un poder al que ocho de cada diez ciudadanos le adjudican una mala o pésima imagen.
Y salvo Elena Highton de Nolasco, que asistió al evento a título personal (Alberto Fernández impulsó su nombramiento en la Corte), los otros supremos, entre ellos el presidente macrista del máximo tribunal, Carlos Rosenkrantz, decidieron mostrar su enojo vaciándole la foto al Ejecutivo.
Más que una declaración de guerra cortesana parece un berrinche. Proviniendo de actores de un poder que hace del ritualismo un potente lenguaje de significados mudos, un boicot ejecutado de manera tan infantil y directa es lo más parecido a una capitulación anticipada.

Quejas airadas produjo el viaje del líder opositor que no quiere liderar otra cosa por ahora que no sea la Fundación FIFA con sede en Suiza. Están los que protestan porque ningún juez le impidió salir. Motivos no había, hay que asumirlo. Hubiera sido una arbitrariedad. Están los que protestan porque anda fatigando aerolíneas y hotelería extranjera con su esposa e hija cuando la gran mayoría del país no puede caminar las cinco cuadras que lo separan de un familiar amado para abrazarlo. Es una cuestión ética, dijo la Cancillería.
Y están los que, como el autor de esta nota, no tienen ningún problema con el viaje al exterior de Macri.
Lo que no queremos es que vuelva. Ya hizo bastante daño.