Ofelia Fernández es la legisladora más joven de América Latina y recientemente fue elegida por la revista Time como una de las “líderes de la próxima generación”. Más allá de este reconocimiento internacional, acá en la Argentina hace tiempo se sabe que, con tan solo 20 años, lucha a capa y espada por ampliar los derechos de su generación y de las mujeres.
Dueña de una oratoria y verborragia sorprendente, la diputada de la Ciudad de Buenos Aires por el Frente de Todos resiste los ataques de una derecha que la azuza incansablemente en las redes sociales, con un nivel de violencia política y simbólica que tiene escasos antecedentes en la Argentina.
¿Puede el Estado mirar para otro lado ante un ejército troll que lastima y pone en riesgo la integridad física y psicológica de quien padece el hostigamiento? La violencia política crece entre los jóvenes referentes de la ultraderecha o los libertarios, pero también entre algunos políticos que sí tienen representación. Lo peligroso del fenómeno, que nace en el anonimato, es la rapidez con la que ciertos políticos reproducen esas violencias y la vaguedad con la que los medios de comunicación masiva las reproducen, convirtiéndose en cómplices y partícipes necesarios de una estrategia cuyo objetivo es generar un clima de odio.
“La juventud quiere discutir su realidad y también la de otros y otras, y poner el cuerpo para transformarla”.
En este contexto, y en diálogo con Contraeditorial, Ofelia Fernández analiza estas crecientes expresiones de odio, describe las nuevas “agendas cruzadas” de la juventud y destaca que “hay gente que reclama por su derecho a mentir y violentar”.
– ¿Cuáles considera que son las principales luchas de tu generación?
– Voy a hacer una introducción de lo que yo caracterizo son la peleas que dan los jóvenes hoy. Creo que se comprenden en cuatro esferas: por un lado, la educativa. Creo que hay muchísimas pibas y pibes que desde los centros de estudiantes precisamente ven la posibilidad de organizarse y usar esa herramienta que es la cristalización de las disputas por una escuela más justa, más democrática e inclusiva. Otra esfera es la agenda ambiental, que viene apareciendo con fuerza, no solo acá sino en el mundo. Creo que junto con la agenda feminista tiene características en común, que es que no nacieron ayer sino que se masificaron en buena parte porque las nuevas generaciones están tejiendo un sentido común distinto al que imperaba en la temática. Hay un sentido común de urgencia y de jerarquización. Hay un ambientalismo urbano que tiene sus propias reivindicaciones y un ambientalismo más rural -si se quiere- que está más vinculado a la situación de los incendios o al acuerdo porcino con China, que todavía se está discutiendo. Por otra parte, está la agenda social de la juventud, que son las juventudes organizadas en los barrios, en virtud de las problemáticas del trabajo o del consumo. Todas estas agendas se cruzan entre sí. Vemos un ambientalismo popular que comprende una crisis ambiental como una forma de profundizar las desigualdades existentes. Y es ahí donde se genera la idea de entender la justicia ambiental como una noción de justicia social. Otro ejemplo es la agenda feminista, que también se cruza con la agenda ambiental y social, por ejemplo, cuando hablamos de la feminización de la pobreza. Después están las consignas más históricas o fuertes como son el aborto seguro, legal y gratuito; las campañas contra la violencia de género y, ahora también, el abordaje mediático de la misma. Creo que, en lo educativo, en lo social, en lo ambiental y en lo feminista hay una conjugación de los elementos, que es lo más interesante, porque si bien cada una tiene su causa y su pelea por separado, son agendas cruzadas. La juventud está pasando por un momento de organización muy fuerte que permite sintetizarlo en una pelea: la lucha contra la desigualdad, que en Argentina es hija de la democracia, es hija de la ampliación de derechos y que por lo tanto da esta disputa desde un sentido común solidario y colectivo que se contrapone al ideario de juventud aislada o superficial que se muestra. La juventud quiere discutir su realidad y también la de otros y otras, y poner el cuerpo para transformarla.

– Hay jóvenes que dan estas luchas y otros que en las redes sociales están lejos de estas peleas. Son los que se definen como libertarios, neoliberales o anarcoliberales. ¿Cómo caracteriza a esta juventud?
– Creo que por la libertad que hay para el despliegue de esta organización que pide por los derechos que faltan, aparece un sector de la juventud que piensan que lo rebelde o irreverente es revelarse hacia sus compañeros y compañeras. Creen que lo piola no es revelarse al estado actual de las cosas sino por el contrario defenderlo y defender los intereses de los que ganan hace tiempo en las lógicas del sistema. Creo que una manera optimista de pensar el fenómeno es que esta juventud reaccionaria y conservadora responde al potencial que tiene la juventud organizada hoy. A lo que apuntan, y en lo que más ganan, es en instalar agenda, en limitar nuestras intervenciones y en hacernos tener que cambiar de discusión. Pero lo que hay que saber es que son la contracara de nuestro potencial. Hay que ser cuidadosos y cuidadosas para poder seguir poniendo la mirada en lo que hay que seguir construyendo. Por supuesto me preocupa y veo que muchas de las campañas de ese sector están dirigidas hacia mí, entre otros. Lo siento de cerca, no subestimo el riesgo y los limites que hay que poner a eso porque manejan una violencia considerable. Pero no deben debilitar nuestros procesos de construcción.
“En redes sociales hay una juventud de derecha que parece más de lo que es. Hay pocos, pero lo que saben es elegir los espejos de la construcción política”.
– ¿Considera que esta juventud conservadora y de derecha está sobrerrepresentada en las redes sociales?
– Sí, yo creo que sí. En redes sociales parecen más de lo que son. Hay pocos, pero lo que saben es elegir los espejos de la construcción política. Y tienen capacidad de construcción de tendencias y de campañas agresivas para deslegitimar o estigmatizar a referentes de los procesos de ampliación de derechos. Generalmente se la agarran con feministas, pero creo que no hay que caer en la agenda que nos propone ese sector. En las redes parecen más de lo que son, pero sin embargo son, entonces, hay que tener una doble estrategia: una, para no caer en esas provocaciones y otra, para limitar cuando generan una ola de ataques que pone en riesgo la integridad física y psicológica de quienes las padecen.

– ¿Cree que desde el Estado se debe trabajar de alguna forma esta violencia política en las redes y en los medios?
– Tengo que ver la iniciativa Nodio de la Defensoría del Público. Voy a mirar qué estrategias plantean para abordar esta problemática. Creo que sería interesante. Es difícil y me cuesta ver cuál tiene que ser el despliegue para frenar esta movida violenta. Yo por mi parte, muestro algunos de esos mensajes de odio y llamo a repudiarlos. A veces he hecho denuncias penales pensando en la incorporación en la justicia de la dimensión virtual, entendiendo que a veces se cruzan límites que si fueran en “carne y hueso” serían delitos graves. Y por ahora, veo que se comprende que muchas veces implican riesgos reales. Me cuesta pensar objetivamente cómo se pueden disminuir estos niveles de agresividad o de impunidad, pero creo que esta bueno analizarlo.
“En la dimensión virtual a veces se cruzan límites que si fueran en “carne y hueso” serían delitos graves”.
– ¿Le llama la atención que cuando apenas se conoce alguna propuesta en este sentido, la oposición enseguida se oponga?
– Es rarísimo. Lo que ocurre es que hay gente que se moviliza porque dicen no tener libertad, pero se están movilizando en plena pandemia y no pasa nada. Así como hay gente que reclama por su derecho a mentir y violentar. Entonces, ante un observatorio que se plantea detectar las mentiras y las violencias, hay gente que sale a reivindicar su derecho a mentir y violentar. Después, se pone peligroso cuando gente que sí tiene representación se cuelga de este corrimiento por derecha para impulsar operaciones malintencionadas, siendo los medios de comunicación el primer bastión de complicidad. Mi experiencia es que algunos ataques que me hacen los levantan, pero no con un tono de repudio sino poniendo condicionales sobre si el mensaje está mal o está bien, para generar clima. Ahí hay una complicidad que hay que revisar. En la oposición también hay algunos referentes que deciden tomar discursos de odio más abiertamente, lo cual veo como un riesgo.
Foto de apertura: Julieta Christofilakis.