Comencé a escribir este texto el día que el cuerpo de Néstor Kirchner era llevado desde Buenos Aires a Río Gallegos, luego de tres jornadas de duelo oficial y amor popular, expresado en torno a la Casa Rosada. Vaya hoy aquí, como homenaje a aquel gigante de la Patria, al que siempre amaremos.
Lo trajo un viento del sur.
Y se ha ido escoltado por el aliento tempestuoso de un Pueblo en todas sus latitudes.
Hoy, mientras escribo, sopla en Buenos Aires, con insistencia de arroyo que busca el río, un viento apasionado. También en Río Gallegos el viento flamea los corazones de los argentinos congregados en su despedida, ondeando sus banderas de lucha, amor y esperanza.
Igual que el viento surero, identificado con su tierra natal, Néstor Kirchner se ha ido como llegó. Fresco y pujante, marcando con su impronta el paisaje de la Patria.
Nos deja un legado que puede rastrearse con facilidad en las calles de estos días enlutados pero revestidos con la esperanza de los resistentes de todo el país.
Hombres y mujeres forjados en las alegrías y penurias de la vida colectiva argentina –el subsuelo patrio, sublevado con el brío antiguo y renovado de nuestra tradición histórica– hicieron estallar los diques mediáticos para enrostrar a los distraídos la existencia inocultable de un Pueblo dispuesto al agradecimiento y a la lucha.
Los cientos de miles de rostros que llegaron a la Plaza a despedirlo llenaron de sentido un homenaje con vocación de futuro.
Los infinitos carteles, las consignas coreadas, los mensajes de los peregrinantes cargados de flores que hicieron hasta doce horas de cola para dar su adiós y decir lo suyo –a modo de pésame o, más bien, de apoyo– fueron configurando, para quien quisiera oír, un relato histórico y, simultáneamente, un mandato político popular.
Los jóvenes reivindicaban su reencuentro con la política, los trabajadores agradecían conquistas puntuales (muchos carteles daban cuenta de decretos y leyes que significaban conquistas y reconquistas), los jubilados agradecían su dignificación y todos, todos, valoraban el retorno de la esperanza.
La plaza era variopinta (todas las edades, casi todos los estratos sociales y disímiles orígenes políticos) pero estaba articulada por una determinada centralidad. Su caracterización correcta será la herramienta fundamental para la etapa que viene.
Apenas conocida la noticia infausta, fue acercándose a la Plaza de Mayo una multitud creciente. Se trató de una gigantesca manifestación popular que duró tres días. No hace falta mucha imaginación para remitir a los otros grandes funerales de la historia argentina, todos inscriptos en la tradición popular, el de Evita y el de Perón, pero también el de Yrigoyen e, incluso, según se ha mencionado por ahí, el de Encarnación Ezcurra, en el siglo XIX; y el de Manuel Dorrego.
En un primer término, acudieron a la Plaza ciudadanos sueltos que querían dejar ofrendas florales y carteles de apoyo y agradecimiento. Ya había una multitud cuando a las 8 de la noche ingresaron las columnas de las organizaciones políticas y sociales aportando las consignas de la hora. A su paso, los presentes aplaudían su llegada unánimemente y coreaban los cánticos militantes. Las expresiones de dolor, los llantos perceptibles en miles de rostros, se engarzaban a un júbilo proveniente de la creciente certeza de comunión popular.
Una liturgia típicamente peronista y, por eso mismo, argentina hasta el tuétano hilvanaba el sentimiento popular. Las referencias al heredero de Perón –no ya el Pueblo sino Kirchner, surgido de su seno para gloria de una generación nueva que comenzó a hacer honor al legado del General– aportaban la certeza indiscutible de que la disputa interna del Peronismo ha comenzado a saldarse a favor de una identidad profundamente transformadora retomada en el período histórico iniciado en el 2003.

Los disidentes del Peronismo, esos liberales conservadores aliados a las “fuerzas vivas” que fueron eternas enemigas del Pueblo, comienzan a percibir su aislamiento respecto del pueblo peronista.
Pero no era sólo Peronismo lo que había en la Plaza de Mayo.
Miles y miles de argentinos no identificados políticamente con estructura partidaria alguna, sectores medios de tipo más bien progresista, fuerzas menores provenientes de diversos partidos de izquierda o centro izquierda de carácter popular o “pequeño-burgués”, jóvenes sin otra experiencia política que la observación solitaria del corriente proceso de recuperación nacional y social, acudieron sin dudar a la cita convocados por la preocupación sobreviniente a la muerte del líder político gigante de nuestro tiempo. Esa preocupación, se ha dicho, fue trocando en confianza a medida que la plaza se colmaba.
El fenómeno tuvo dos características destacadas: su diversidad y la centralidad que asumió el Peronismo en la hora.
En primer término, los homenajeados, Néstor y Cristina, son peronistas. Además, las consignas iban encarrilando la jornada en un sentido político que, alejado del “que se vayan todos”, implicaba un programa y una caracterización de los enemigos. Borombombón, para Cristina la reelección. Che, gorila, no te lo decimos más: si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar. Kirchner es Perón de mi generación. La Marcha de los Muchachos Peronistas. Y los sueltos, los no organizados, que aplaudían el paso de cada agrupación y coreaban, hacían palmas, lloraban, sonreían.
Como dato adicional, agreguemos que en los días siguientes miles de jóvenes acudirían a los locales de las distintas orgas peronistas que sostienen el proyecto para ofrecer su colaboración y pedir que se los incorpore y se los conduzca.
Esa comunión es la que hay que cuidar. Es el gran tesoro. Y sobre ella comienzan a advertirse dos amenazas, como movimiento de pinzas. No es que sean nuevas, pero han cobrado fuerza.
Por un lado, hay una operación sobre el Peronismo, consistente en buscar un tipo reaccionario, digamos, de unidad del Peronismo. Supone la búsqueda de una candidatura presidencial que permita la reincorporación de aquellos dirigentes que fueron alejándose del Gobierno. Por esta vía reingresarían al frente electoral algunos dinosaurios más vinculados al noventismo que al actual proceso político. Esta operación, motorizada por las usinas mediáticas que dotan de política a una oposición carente de rumbo, se fundamenta en una concepción partidocrática que realza el pejotismo como versión expulsiva de las fuerzas aliadas no peronistas (acusadas de “zhurditas” y/o progres). Es una operación destinada a esterilizar el proceso aislando al Gobierno de una de las alas que lo sustentan. De todos modos, por el momento parece destinada a fracasar esta maniobra, toda vez que la presencia del pueblo peronista en la Plaza de Mayo cubrió a Cristina con los atributos del único heredero de Perón –esta vez sí el Pueblo– dando por tierra con toda la estrategia liberal.
Simétricamente, ciertos sectores del frente nacional, imbuidos de los pruritos antiperonistas de la clase media, han lanzado al ruedo la tesis de que, muerto Kirchner, nació el Kirchnerismo (en el mejor de los supuestos como “nuevo movimiento histórico”). Si no alcanzara con la afirmación que alguna vez hiciera Néstor cuando dijo que el kirchnerismo era un invento de la oposición, que él era peronista, podríamos agregar que las características del programa de gobierno, en sus líneas principales, son típicamente peronistas, que lo mismo ocurre respecto del esquema de alianzas interno (con eje o “columna vertebral” en el movimiento obrero organizado) y en el externo y otro tanto en la configuración de los enemigos políticos. Esta tesis “kirchnerista” implica el riesgo, también, de aislar al Gobierno respecto del Peronismo, resultando necesariamente funcional al esquema propuesto por los liberales. Es el antipejotismo en su faz también expulsiva, la que pretende ignorar la naturaleza peronista de la actual conducción.
Conformar un movimiento, un frente, enaltecer el diálogo o la pluralidad, supone aceptar que se forma parte de un colectivo (movimientista o transversal, tanto da) compuesto de aquellos que son distintos a cada uno, entre sí, pero que están en línea a un objetivo común, se trate de aliados circunstanciales o estratégicos. Tras la recuperación posterior a la derrota electoral de junio pasado, va llegando una etapa cuantitativa sin la cual no es posible garantizar la continuidad del proyecto y menos aun su profundización. La etapa requiere grandeza, humildad, compañerismo y cintura.
Ambas operaciones tienen por respuesta el mandato popular, expresado en estos días: “para Cristina la reelección”. Es decir, conduce Cristina. Y corresponde a ella, como jefa política de la etapa, definir los límites del frente político y/o electoral a conformar. Es ella quien trazará la línea que contendrá las alas del movimiento; y es ella quien define el rol de las distintas vertientes.
A ella también la trajo el viento surero. El aliento tempestuoso del Pueblo sopla también para ella, nueva capitana de las rebeldías de una generación que navega con rumbo. El barco es nuestra Patria. O soplamos todos en dirección al puerto del triunfo estratégico y táctico o perderemos el rumbo y la oportunidad.
La Cruz del Sur brilla con más fuerza con Kirchner en el Comando Celeste. Esa es nuestra guía. Todos unidos triunfaremos, como él lo quiso, como entre todos lo haremos.
Viva la Patria. Viva Kirchner, heredero del Pueblo peronista que retomó la bandera de Evita. Viva Cristina, abanderada de nuestros sueños. Viva Perón, carajo.