“Voy a tratar por todos los medios que este gobierno no pueda seguir gobernando. Porque no tiene capacidad para hacerlo”. En el invierno de su vida, aparece Eduardo Duhalde. Elige el golpe, porque “el gobierno no puede seguir”. Espera un veranito más desde su invierno. Un veranito para volver a servir a las corporaciones, haciendo como que es presidente, caminando por una alfombra roja. Debe tener nostalgia de eso.
¿Qué es lo que le motiva semejante expectativa? Duhalde es una anécdota mucho más cercana al chiste que al respecto. Pero de todos modos también cabe preguntarse por qué se anima. Hay un mar propicio para que el “bañero”, como le decían, se tire a salvar la vida del país, a sacarnos de los pelos. ¿De dónde saca coraje para decir esos disparates? ¿De la alocada lectura que él hace de la realidad? ¿Qué lee? ¿Qué mira desde el sofá de su casa? ¿Con quienes habla cuando se aburre, porque el invierno de la vida a veces trae un cierto aburrimiento?
Toda la derecha mediática y varios desheredados de la política se animan a animarlo. Habla de esto porque si hay un golpecito, “imagínate, el gran candidato sos vos”. Duhalde siempre es una esperanza de esta gente. Es una esperanza de sí mismo. Ve a Clarín, a La Nación, a los periodistas de Macri, a los de Magnetto y se dice a sí mismo: “Esto lo arreglo solamente yo”.

Lo que ve es el desastre que pintan. Así, crédulo y ambicioso, dice: “Está lindo para tirarse. Hay arenita.”
Cualquiera sabe que no es así. E increíblemente, pese a toda la campaña en contra, el gobierno se ha mantenido con una cierta elegancia, con la guardia alta, en un lugar del ring alejado del rincón del enemigo, al que quieren llevarlo. Ha salido tomando aire, esquivando a lo Locche, metiendo alguna mano a lo Monzón. Sigue tomando decisiones importantes. El mundo lo respeta. Las vacunas llegan, la gente se vacuna. La industria saca la cabeza. Los planes de consumo y de vivienda están en marcha. Se logran acuerdos para aplicarle un freno a la inflación. Se pueden dar algunas buenas noticias.
¿Por qué entonces Duhalde se anima al disparate? Porque lo manejan los diarios de la mafia que insinúan una caída inminente. Axel Kicillof lo dijo: los medios de comunicación miran el partido desde su tribuna, la de sus intereses, desde la tribuna del virus. Nunca hubo una hinchada tan poderosa, desde el mal y la muerte, a favor de la desgracia y el golpe. No dan tregua, ni un minuto, con sus portales, con sus canales, con sus ataques al gobierno. Juegan a favor del virus. Gozan con cada dificultad, la elevan, las generan cuando no las hay. Son malintencionados. Prefieren unirse a la oposición embarcada en esa campaña electoral, tensa, cruel, despiadada, en lugar de asociarse a la campaña de vacunación, infinitamente más loable.
¿Por qué Duhalde se anima a decir las sandeces que dice? Imaginemos que prende esas radios y escucha: “¿Sabés cuántas vacunas más podríamos haber tenido si el gobierno hubiera negociado bien? 96 millones de dosis más… ¿Escuchaste el número?”. Aunque sea una necedad incomparable, logran su cometido. Cuál es la energía que debe tener una persona para sostener lo que sabe perfectamente lo que no es cierto, y hacerlo de ese modo insistente, con una maleficencia asombrosa, pocas veces vista. Saben que mienten, pero siguen apuntando al odio. Es devastador. Cómo se hace para gobernar dignamente si además de la peor pandemia de toda la historia, se debe eludir esos ataques enloquecidos, viles, apuntados al corazón mismo de la democracia.

Esa es la tarea que enorgullece a Magnetto. Les viene del ADN. Cuando se los rasca les salta el odio. Genera un centro de informaciones donde pulula la mentira. La reproducen como esas células malas, una hace a la otra. Y cuando se descubren, porque a veces son tan evidentes, tan disparatados, y la verdad asoma, indefectiblemente salen para adelante como otra mentira. Pero qué importa la verdad.
¿Por qué Duhalde se anima otra vez a tanto? Del mismo modo, podríamos preguntar ¿Por qué Macri se anima a seguir diciendo incoherencias provocativas, hirientes, desvergonzadas? ¿Qué piensan ahora los seguidores de quien fuera el caudillo de Banfield, de quien en su momento apareció como un salvador en un momento de crisis terminal? ¿O qué piensan los seguidores del ex presidente heredero de unas de las familias más mafiosas? Una de las cosas más raras debe ser alguien que admira a Macri. Los debe haber por una cuestión aspiracional, por tener mucho dinero y querer llevarse el mundo por delante. Porque admirarlo por su intelecto, su discursos, sus gestos generosos…
Uno es lo que admira. Por lo tanto, como aquéllos demócratas que habían sentido admiración por Duhalde y ahora están preocupado por sus actitudes golpistas, también se deben haber preocupado los votantes de Macri cuando advierten que eligieron a quien, entre otras cosas, se ufana de haber cerrado las cortinas todos los días a las 7 de la tarde para lanzarse a Netflix. Y si encima se atiende a Durán Barba, completando la frase, como si hiciese falta: “A la gente normal no le parece mal. Porque casi todos los funcionarios del gobierno eran así”.
Me pregunto cómo no rebelarse ante semejante estropicio. Me pregunto cómo se puede gobernar así. Es que así cualquiera puede ser presidente. Sí, pero ser presidente para gobernar de acuerdo al establishment. Qué otra cosa que asesorarse, preguntar qué es lo que quiere el poder y actuar en consecuencia. Ni siquiera tiene obligación de ir a la Casa de Gobierno. Llama por celular, pregunta, firma lo que le mandan, consulta cómo tener contento a Iecsa, cómo hacer para que su empresa se quede con los parques eólicos, qué debe firmar para limpiar los chanchuyos de sus familias y amigos, qué piden que haga para no enojarlos ni contradecirlos.
Se puede gobernar en piloto automático con todos los atorrantitos Ceos en derredor. Es su modelo de gobierno, es su modelo de país.

Se complica, por el contrario, si se quiere gobernar por fuera del establishment. Ahí importan otros valores, la democracia, lo que llamamos pueblo. Se complica cuando se les dice a los frigoríficos que no pueden exportar y se descubre que el 94% de ellos están metidos en matufias; gobernar cuando se advierte que Vicentin le roba al país miles y miles de millones y se pretende que los devuelva; cuando se gobierna contra los gauchos ricos y los que no son gauchos que ni siquiera quieren aportar una minúscula parte de la que se llevan, para que se pueda solventar la gigantesca crisis que causó la pandemia; cuando se gobierna contra quienes quiere exportarlo todo y usted se caiga de hambre; gobernar a ese toro bravo que es el mercado.
Si se gobierna con la descomunal herencia que le dejaron y, encima, imponerse al menos un trecho ante el poder real. Gobernar así se hace más difícil. Es más, muchas veces se gobierna desde la imposibilidad, para revertir la situación de miles de personas que no comen, que no tienen trabajo, que no saben qué van a hacer con la vida de sus hijos, si van a comer, si van a estudiar. Así sí es bravo gobernar.
Ese es el problema que tienen Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Axel Kicillof, sus ministros, Cafiero, Vizzotti, Goyán, todos ellos. Ellos no se pueden permitirse el lujo de bajar la cortina y ponerse a ver Netflix. No pueden descansar. No lo pueden hacer porque están acechados con las mil diferencias que tienen con el establishment, con el verdadero poder que hay en el país.
Y encima aparece Duhalde en el invierno en su vida y tan ligeramente sacude el edificio de la democracia.