Algo que se dice muchas veces es que la oposición define los rasgos de la política que se lleva adelante por el gobierno. Está bien, hemos convivido con eso toda la vida. Pero estos últimos años, de la Ley de Medios para acá, desde ese día del 10 de octubre del 2009 en que se aprobó, hemos asistido a un escenario en que la verdadera oposición política han sido los medios de comunicación. Y ocurre eso porque los personajes de la política no tienen, ni por asomo, la penetración de lo que los diarios y los canales de televisión pueden hacer. Cualquiera de ellos se convierte en un personaje olvidado si no está en los medios.
Un ejemplo dramático es Margarita Stolbizer, que ahora está tratando de tomar el último tren a Londres (Facundo Manes) en la provincia de Buenos Aires. Porque ella reconoció lo poco que era en su vida política, al no tener los medios detrás. Sin ellos debía salir a decir disparates sobre Cristina Fernández de Kirchner. O peor todavía: de una manera imperdonable, perseguir a la hija, Florencia, porque no le alcanzaba con esa mujer que a tantas otras mujeres vinculadas a la comunicación y a la política, como a ella, como a Beatriz Sarlo, como a Mirtha Legrand, como a tantas otras, vuelve locas… Como si hubiera un componente de envidia que las domina y les camina por encima.
Ese fenómeno se da en estos “líderes políticos de a ratos”: sin los medios de comunicación pasan a ser absolutamente nada. Cuando dejan de hablar por dos semanas, uno se olvida de ellos. Con Elisa Carrió nos ha sucedido. O con Patricia Bullrich, que dejó de hablar porque ya no sabía qué trolley había que tomar para seguir. Y así cada uno de ellos: Miguel Pichetto sabe que lo que él vende son macanas. Lo hace con una pizca de componente inteligente, porque él es más que los otros integrantes de esa pandilla política. Pero él también sabe que si no sale a decir algo que no sea disparatado, absurdo, provocador, no existe.
La verdadera oposición política han sido los medios de comunicación.
Entonces, establecen un acuerdo con el Grupo Clarín y con La Nación de que diciendo disparates se mantienen vigentes. Por lo tanto, detrás de todo lo que llamamos oposición no hay un político al que podamos referenciar: hay medios de comunicación que tienen intereses muy concretos.
Propongo un ejercicio. Cada uno puede elegir un tema que le interesa. Digamos, el fútbol. Es sólo un caso. ¿Caemos en la cuenta todo lo que le ha pasado teniendo detrás a medios de comunicación que quisieron quedárselo para hacer un enorme negocio y lo lograron? Podríamos hablar también de las tarifas: ¿quiénes salen a defender sus propias tarifas, sus ganancias? Porque, en todo caso, los que aparecen de la política, sólo tienen cabida si defienden los intereses de esos medios. ¿Quiénes fueron sino ellos, los que no aceptaron las medidas protectoras de la gente, impuestas por el gobierno, por más que sea en medio de una pandemia, más allá de que ganan un dinero cuantioso?
Ese proceder tiene, permanentemente, la marca de los medios. Todo pasa por ellos. Otro ejemplo de estas horas: la vicepresidenta debió salir a contestarle y a aclararle durante el fin de semana a Clarín. Debió armar un hilo de tuits, poner su tapa, la fotografía de lo que habían dicho respecto de la clase media, lo que es un disparate mayúsculo. ¿También lo que sucede en la Ciudad de Buenos Aires ahora tiene la culpa el kirchnerismo? Sí, también querían forzar la situación de lo que ocurre para que se lo viera como producto de una década de problemas económicos que arrastra esta capital, con tal de echarle la culpa a Cristina y a su gobierno. Y después, quienes lo van a retirar hasta el hartazgo sino sus propios periodistas y sus propios políticos. O alguien tiene alguna duda que los Bullrich, los Pichetto van a reiterar a coro esa cuestión, de un modo que tan acertadamente se define como “nado sincronizado”. Van a decir las mismas cosas: no sólo las mismas definiciones, sino las mismas palabras.
Cuando dejan de hablar por dos semanas, uno se olvida de algunos políticos como Margarita Stolbizer, Elisa Carrió o Patricia Bullrich.
Son el enorme enemigo de la política y de la democracia. Lo son a partir del descubrimiento de que son jugadores fundamentales. Cuando alguno de los, el que el lector prefiera para elegir, dice un disparate, ¿lo diría si como cualquier persona estuviera sometida al escrutinio de lo que pueden decir los medios, con libertad? Están blindados para decir el disparate que sea y por eso se animan a recorrer esos caminos. Sólo si suenan adversos a los criterios del peronismo o el kirchnerismo del gobierno lo hacen.
Por eso, cuando insistimos una y mil veces. Son siempre los mismos. Son los verdaderos enemigos de la democracia.
Jorge Majfud, un periodista-escritor uruguayo nacido en Tacuarembó, que vive hace algunos años en Estados Unidos, que da clases en la Universidad de Jacksonville y que desde allí combate los criterios y el peso político de los poderosos, ha escrito un libro, “La frontera salvaje”. Se trata de un formidable análisis de cómo desde el poder del norte, se han llevado por delante al mundo y particularmente a nuestra América Latina. Lo ha pensado como un homenaje a Las Venas Abiertas de América Latina, ya que se cumplen 50 años de la primera edición del maravilloso trabajo del enorme Eduardo Galeano. Lo que cuenta página por página es estremecedor.
“Las clases dominantes no censuran como en una dictadura tradicional; se reduce a los críticos al silencio de los grandes medios o, cuando estos trascienden de alguna forma, se los demoniza como en tiempos de la Inquisición” (Majfud).
Una nota muy reciente refiere a una frase de Theodore Roosevelt: “La democracia de este siglo no necesita más justificación que el simple hecho de que ha sido organizada para que la raza blanca se quede con las mejores tierras del Nuevo mundo”. Majfud elabora la ideal: “Esa democracia se fue adaptando una y mil veces para servir a una minoría, ya no tan blanca pero sí económica y financieramente dominante. En las democracias formales, las clases dominantes no censuran como en una dictadura tradicional; se reduce a los críticos al silencio de los grandes medios o, cuando estos trascienden de alguna forma, se los demoniza como en tiempos de la Inquisición”.
No habla puntualmente de la labor que ejerce el grupo Clarín o su socio ideológico y económico, La Nación, sumados ambos a los lacayos que los siguen desde otros medios. No apunta a ellos aunque bien podría hacerlo porque les cabe exactamente la definición que es algo más que un concepto aislado.
Continúa Majfud: “En las democracias formales, al 1% le basta con convencer a la mitad más uno de los votantes para mantenerse en el poder político”. Y asegura que ante la inevitabilidad de convivir en instituciones democráticas, lo que hicieron es intentar transformarla con ideas, por caso, como la que intenta hacer creer que “la riqueza de los ricos es la mejor forma de expandir el bienestar y la libertad de los trabajadores”.
Dan ganas de firmar al pie. Así son de perversos, de avasalladores, de ruines. Son los verdaderos enemigos de la democracia.