“El lago tiene un acceso mejor que el que tenía antes que Joe Lewis compre esa propiedad que limita con el lago. Un acceso peatonal, que viene de la ruta nacional. Es una discusión que viene de hace años. Y la verdad es que no entiendo qué se pretende: compró a dueños privados un campo y lo desarrolló, vive un par de meses por año, y le da trabajo a un montón de gente. Y sigue invirtiendo para que el campo sea sustentable”.

Las palabras del ex presidente Macri, siempre lindante con el cipayismo, nos ofrecen un disparador en días que la palabra soberanía da vueltas sobre nuestra cabeza. Está en la discusión por el arreglo con el Fondo Monetario Internacional: lo que se discute es exactamente eso. Está en las palabras del presidente Alberto Fernández asegurando que la Argentina no debe ser satélite de nadie. Soberanía en la lucha con los diarios que quieren al país de rodillas ante EE UU, siempre, porque esa es la conveniencia.
Dignidad de cada cual que en la suma se llama de ese modo: soberanía.
Una expresión en sí mismo que habla de grandeza, decoro, honra, hidalguía. Valores que aplicados a un país, lo ponen en un sitio muy elevado. Y cuando estamos enfrascados en cuanto había sucedido en la semana, aparece el flamante episodio de Lago Escondido, y recuerdo del ex presidente hablando el 24 de enero del 2017, defendiendo a capa y espada el magnate Lewis. La cuestión fue que este fin de semana, activistas que habían iniciado una travesía en pedido de soberanía, se toparon con una patota de ese Lewis, que cuando entre amenazas de armas de fuego, les impidió la el acceso al lago, el bellísimo lago secuestrado por el magnate, que lo rodea con 12 mil hectáreas y se roba un pedazo de la geografía argentina.
Según informaron desde la Fundación Interactiva para promover la cultura del agua (FIPCA), 21 personas fueron retenidas por la guardia ligada al magnate, lo que provocó el inmediato y fuerte repudio de organismos de DD HH. Más de 40 personas de civil llegaron con armas para amenazar, para impedir progresar con la travesía, aunque se estuviera haciendo por un campo autorizado por la Justicia, según informaron el abogado integrante de la marcha, Sergio Cuestas y Grifo Adorno, gran cameraman, querido colega, socio de Cynthia García en la película de Milagro Sala. Al llegar al lago Soberanía, unos kilómetros antes del Escondido, “22 compañeros entre los que estaba el médico Jorge Rachid y su esposa, fueron interceptados por la guardias dirigidos por el representante del magnate, un tal Nicolás Van Ditman,
Las palabras del ex presidente Macri, siempre lindante con el cipayismo, en días que la palabra soberanía da vueltas sobre nuestra cabeza. En la discusión por el arreglo con el FMI, lo que se discute es exactamente eso.
Duele más todavía en el marco de lo sucedido con el FMI, hace pocos días, y luego los títulos de esos diarios enojados con el presidente, por decir que la Argentina no debe depender de Estados Unidos ni del FMI, y que no debe ser satélite de ningún poderoso.
Tal vez esos episodios pasen en pocas horas.
Como lo que sucedió con una persona que no puede ser tan mala, tan fea. Un ser humano no puede caer en las bajezas en los que cayó Patricia Bullrich. Nos tiene acostumbrados, al punto que ha convertido a una buena persona a Lilita. Hasta la Vidal, la corre de atrás, a varios cuerpos. No hay manera de alcanzar a una mujer que es capaz de tanta maldad como la que tira permanentemente desde esos medios cómplices y vergonzosos. La Bullrich sabe perfectamente que Aníbal Fernández fue infame, burda, estúpidamente acusado de aquéllo de la efedrina, que lo usaron para la elección de 2015 en la provincia de Buenos Aires. Con aquella mentira entre otras, cambiaron el gobierno nacional. Al tiempo, por supuesto, terminó la historia de la efedrina. Hace pocos días, la doctora Mónica Cuñarro, una fiscal reconodisísma y muy respetada, recordó cómo en realidad fue Aníbal Fernández el que le puso fin al exceso de efedrina que llegaba al país y nadie se explicaba por qué. Pero consiguieron revertir la información, envilecerla, y que Aníbal pareciera ser el “interesado” en que viniera la efedrina.
Todo eso es parte del pasado, pero entra en el presente. ¿Qué está diciendo ahora Patricia Bullrich? Que el fentanilo -al que conocemos por la tragedia de más de una veintena de muertos por el caso impactante de la cocaína adulterada-, usado en el lugar de la morfina para aliviar dolores, tiene que ver con Aníbal Fernández, como antes con la efedrina. Una mentira, un absurdo. Las palabras para juzgar a esta persona son tan duras que ni la ficción llega a sus niveles. Es una barbaridad, una locura, una ofensa a la inteligencia, a la verdad, a la condición humana.
Un ser humano no puede caer en las bajezas en los que cayó Patricia Bullrich. Nos tiene acostumbrados, al punto que ha convertido a una buena persona a Lilita. Hasta la Vidal, la corre de atrás, a varios cuerpos.
Es una noticia falsa, tremendamente irresponsable. Pero pasa. Como pasan tantas cosas espantosas de las que nos inunda muy seguido esa mujer, sin que la sociedad la condene severamente como se impone.
Como pasan una y otra vez, con la vergüenza que representan, cada uno de los integrantes de la Corte Suprema. En este caso nos detendremos en Ricardo Lorenzetti. Según Clarín, es un bandido, un ladrón, y de verdad no surge demasiada energía para desmentirlo a Magnetto y su gente, cuando lo marcaron como el último bandido nacional. Es una sensación rara, pero en este caso le daremos la razón al grupo delincuencial. No sin sorpresa de que Lorenzetti haya hablado en Radio Mitre para decir que la marcha del pasado 1° de febrero no va a presionar a la “maravillosa” Corte Suprema que tenemos. Un desvergonzado.
Se hace insoportable el mundo con personajes como este. Hay una segunda declaración: “El lawfare no existe”. Un bandido. Crucifiquenló, dijo tantas veces Magnetto. Nosotros no iríamos a sacarle los clavos a este personaje absurdo, irreverente con eso que llamamos la Justicia.
Pero pasa. Como lo de Bullrich, lo de Macri, tantas impudicias que nos envuelven en lo cotidiano.
Hace pocas horas una lectura me hizo recordar Los Monstruos, la película de Dino Risi, de 1963, protagonizada nada menos que por Vittorio Gasman y Ugo Tognazzi. En una escena, un señor vuelve a su casa y cuando va a poner la lleve en la puerta, mira para el costado, y están apaleando a una persona. Mira, entra, llega hasta la mesa, saluda a su mujer, se sienta a cenar, la señora le alcanza la cena y le pregunta: “¿Alguna novedad?”. Responde: “No, todo bien. Todo normal”.
A mí siempre me golpeó esa indiferencia que un ciudadano puede llegar a tener. Lo recordé cuando volví a leer al escritor y periodista uruguayo, Jorge Mafjud, radicado en los EE UU y asume el riesgo de opinar de cosas que no suelen gustar a gentes de esas sociedades. Y de otras, claro. La nota se llama “La sociedad de los cobardes espectadores”. Cuenta que el pasado 2 de febrero en una clase, una estudiante de un secundario, Clark County School en Nevada, se aproximó por detrás a otra estudiante y comenzó a golpearla en la cabeza. “No fueron dos ni tres golpes sino 35. La víctima apenas atinó a protegerse con la cara en su escritorio y las manos en su nuca. La agresora sólo se retiró cuando se sintió exhausta”. En el video se comprueba que los otros estudiantes permanecen “en actitud de absoluta obediencia social”. Continúa: “¿Por qué nadie interviene para proteger a una víctima? ¿Acaso no hemos visto, de formas más indirectas, la misma escena en diferentes contextos, en diferentes países, con diferentes agresores, violadores, y diferentes víctimas? No con poca frecuencia el agresor recoge más solidaridad que la misma víctima (…) Vivimos en sociedades de cobardes espectadores y de adulones oportunistas”.
Crucifiquenló, dijo tantas veces Magnetto de Lorenzetti. Nosotros no iríamos a sacarle los clavos a este personaje absurdo, irreverente con eso que llamamos la Justicia.
Luego refiere ese episodio como un ejemplo de lo que ocurre con los máximos poderes que gobiernas ese país, así como otros de todo el mundo, casi siempre en las sombras. También reciben consejos de allegados tratando de disuadirlo de no arriesgarse tanto. “Pero cómo sostener el vómito ante tanta cobardía”, resume. Es la sociedad de los cobardes espectadores, de los alcahuetes y escuderos que caminan detrás de sus amos, esperando que caigan esas migajas que los conviertan en los nuevos opresores de sus propios hermanos.
Una metáfora de la sociedad. Macri, Bullrich, Lorenzetti. Los cobardes espectadores, los alcahuetes y escuderos que caminan detrás de sus amos.