“Es una falta de responsabilidad política no tener en cuenta la perspectiva de la sustentabilidad ambiental para pensar en la nueva normalidad”, sostuvo Leonardo Grosso, diputado nacional del Frente de Todos y presidente de la comisión de Recursos Naturales y Conservación del Ambiente Humano, donde se está debatiendo una ley para proteger a los humedales ante el agronegocio y la explotación inmobiliaria.
Grosso señaló que la agenda “verde” no sólo se enfrenta a poderosos intereses corporativos, sino también a “una generación de dirigentes más grandes que están formados con la idea de que la ecología es contraria al desarrollo”. En ese punto, trazó un paralelismo con el feminismo, que también chocó con resistencias transversales.
Para el dirigente del Movimiento Evita, la antinomia que suele esgrimirse para desactivar iniciativas en favor de la biodiversidad “es mentira”, porque lo que se busca no es frenar el desarrollo sino “que el Estado regule y proteja”.
“Les pibes ya tiene en su agenda temas como las inundaciones, el cambio climático o la extinción masiva de las especies”.
En cuanto a la relación con las organizaciones ecologistas, puso como ejemplo a seguir lo ocurrido en la polémica por las granjas de cerdos chinos: “Lo que sea, va a ser con mucho más cuidado por el alerta del ambientalismo”, planteó Grosso.
– ¿Hay una mayor presencia de lo ambiental en la agenda política? ¿A qué responde?
– Sin dudas, hay una relevancia distinta de los temas ambientales respecto de años anteriores, y la política no es la excepción. Eso, me parece, tiene que ver con un proceso de mayor activismo que viene in crescendo hace unos años; con la pandemia, sin dudas; y después está la voluntad política, porque es un dato alentador que el presidente haya planteado varias veces la necesidad de construir un desarrollo sustentable ambientalmente.
– Esa mayor presencia de lo ecológico, ¿puede estar ligada, a su vez, al desarrollo del feminismo?
– No lo había pensado de esa manera, pero sí hay muchas líneas que se cruzan. Lo que yo creo es que en los últimos años hubo una instalación mucho más fuerte de, por ejemplo, el cambio climático, que para la población, a simple vista, era de los problemas ambientales más abstractos. Se instaló en la agenda y fue articulando a sectores que antes no lo estaban, como los activismos juveniles de las grandes ciudades con organizaciones sociales, campesinas y ambientales de larga tradición. Eso puso un nuevo piso en el país. El año pasado, a partir de esas experiencias, se logró que el Senado declarara la emergencia climática y ecológica en la Argentina. Me parece que va más por ahí que por el lado de los feminismos. Sin dudas, hay un ecofeminismo creciente y una experiencia de organización enorme, pero no soy el más indicado para hablar de eso, tendría que hablar alguna compañera.

– Tal vez, el eslabón en común de las dos experiencias sea la juventud.
– Sí, es una generación que lo piensa distinto. Mi generación, que fue la juventud de la década kirchnerista, para así decirlo, fue criada con la idea de que el problema ecológico era un problema del futuro. Había que tener conciencia y tomar cartas en el asunto, pero era algo que iba a venir en algún momento. La realidad es que el problema ya lo tenemos y las generaciones más jóvenes lo plantean así. Te hablan de las inundaciones, del cambio climático, de la extinción masiva de las especies. Un montón de problemas que les pibes ya los tienen en la agenda.
– En Argentina no suele ser fácil lograr cambios estructurales en favor del medioambiente. ¿Cómo se enfrentan estas resistencias?
– Primero, todavía no puedo creer cómo alguien plantea resistencia al tema ambiental mientras atravesamos una pandemia de un virus de origen zoonótico que ya hizo caer 10 puntos del PBI global, que tiene a un tercio de la población mundial confinada en sus casas y que, por ejemplo, en Brasil provocó más de 100.000 muertes. Es una locura que algunos sectores se resistan a entender la importancia de la perspectiva ecologista en el desarrollo, la producción y la vida en general. Después, por supuesto, hay resistencias vinculadas a intereses económicos concretos, como a lo largo de nuestra historia. Argentina, además, tiene un problema estructural que es su principal economía: el agronegocio, la mayor fuente de divisas del país y, a su vez, una actividad altamente contaminante y depredatoria, desde la expansión de la frontera sojera, que desmonta y empuja a la cría ganado arriba de los humedales, hasta la cantidad de venenos que vuelca a los campos. Tenés por todos lados problemas y no están en debate porque hay un poder fáctico muy fuerte diciendo “no, no, no”. Pero también hay otras cosas que hacen a la resistencia: así como mi generación fue formada con que el problema ecológico era del futuro, hay una generación de dirigentes más grandes que están formados con la idea de que la ecología es contraria al desarrollo, y que entonces el lobby ecologista es casi, te diría, el de los intereses que no quieren que el país se desarrolle.
“No pretendemos prohibir la actividad económica sobre los humedales, lo que buscamos es regularla para no destruirlos”.
– Es un rasgo transversal, que se puede encontrar en todos los espacios.
– Sí, y a mí me hace acordar muchísimo a las resistencias de esos mismos sectores de la dirigencia a los feminismos, que los incorporaron porque les ganó la calle, porque las pibas y los feminismos se organizaron, y entonces hoy no hay nadie, salvo algún dinosaurio, con perdón de los dinosaurios, que esté en contra de esa agenda. Nosotros todavía tenemos que ganar la misma discusión. Está muy bien hacer el compost, ahorrar agua, tener actitudes individuales de activismo con la ecología, pero necesitamos que la estructura política de los Estados empiece a tomar decisiones para defender al planeta, porque está en juego la supervivencia como especie.
– ¿Están dadas las condiciones políticas para profundizar esa agenda?
– No se puede perder esta oportunidad. Hay que avanzar, porque es una locura, una falta de responsabilidad política no tener en cuenta la perspectiva de la sustentabilidad ambiental, como dice Alberto, para pensar en la nueva normalidad que se viene. Porque hasta acá todo mal hicimos y hoy estamos encerrados y vamos a tener un país con 60% de pobreza, 62% en los niños y niñas. Los números son todos un desastre. Si con esta normalidad depredatoria del ambiente, no respetuosa de la sustentabilidad que deben tener los modos de producción, aglomerados en grandes ciudades, con el monocultivo como economía más desarrollada y extendida, llegamos así, lo que tenemos que hacer para no volver a estar así es no hacer lo mismo. Este es el momento de dar ese debate y creo que, por supuesto, hay permeabilidad en mi espacio político para avanzar.

– ¿Sancionar la Ley de Humedales sería un puntapié para ese proceso?
-Sí. Ya lo es el debate mismo. Todas las discusiones que podamos dar nos van a permitir arrimar el bochín al tema ecologista. Que estemos debatiendo de vuelta la Ley de Humedales en el Congreso, en el marco de los incendios desatados y extendidos en el delta del Paraná, habla de que nos acercamos un poco más en esa perspectiva.
– Un argumento repetido que suele oponerse a estas iniciativas es que el cuidado del ambiente impide el desarrollo y quita recursos para políticas públicas.
– Lo primero que diría es que es mentira. Porque es mentira que vayamos a convertir todos los humedales en un Parque Nacional. Lo que queremos es que el Estado regule y proteja, que es lo que no quieren los sectores concentrados de la economía que están vinculados a grandes actividades depredadora de nuestro ambiente. Porque si el Estado regula, ellos pierden un poquito de su ganancia extraordinaria. No pretendemos prohibir la actividad económica sobre los humedales, lo que buscamos es regularla para no destruirlos, porque después se inundan las ciudades, no se mitiga el cambio climático y mueren especies. Y porque los humedales son grandes reservas de agua dulce y son la entrada de agua a los acuíferos. Es decir, por un montón de temas centrales y estratégicos que planteó la comunidad científica. Por todo esto, lo que decimos es: ¿puede haber actividad económica arriba de los humedales? Por supuesto, pero deben ser sustentables. ¿Puede haber construcción y desarrollo inmobiliario? Si es sustentable, sí. En el delta del Tigre, por ejemplo, viven miles de personas hace muchísimos años. Queremos escuchar a todo el mundo, pero no los intereses mezquinos de empresarios que sólo pretenden ganar dinero a costa de algo que después afecta al conjunto de la población. Ellos compraron las tierras con los humedales adentro pero eso no les da potestad sobre los servicios que los humedales brindan al planeta o a las comunidades que viven en sus alrededores.
“El lobby ecologista es casi, te diría, el de los intereses que no quieren que el país se desarrolle”.
– ¿Se trata de llevar a lo ambiental esa presencia que el Estado busca establecer en otros planos?
– Lo que queremos es que el Estado regule, y esa discusión el peronismo la tiene que incorporar. El peronismo no puede ser cómplice de los intereses que no quieren que el Estado regule. Ahí se desarma el falso argumento de “desarrollo o ecología”. No: control del Estado, para que haya desarrollo y ecología. Son las dos cosas, no hay una contradicción. ¿Cómo resolvió eso históricamente el campo nacional y popular? Con el Estado presente, porque lo que el Estado no regula, el mercado lo destruye. La humanidad lo aprendió a fuerza de golpes, de hambruna, desaparición masiva de especies y situaciones que terminan afectando al conjunto de la población, sobre todo, a los que menos tienen.
– ¿Cuál es la relación del activismo ecológico con la política del gobierno? Suele haber una desconfianza con lo gubernamental construida en el tiempo.
– Y tienen sus razones… Pienso que hay una expectativa grande con algunas cosas que se han planteado. Y después, hay un activismo muy articulado, que así como frenó la modificación a la Ley del Agua en Mendoza, echó luz al acuerdo sobre los chanchos chinos. Y más allá de que ese acuerdo no se conoce cuál es, porque no hay ni siquiera un acta de acuerdo entre nadie, lo cierto es que, lo que sea, va a ser con mucho más cuidado por el alerta del ambientalismo. Me parece que eso está bien y que sería la mejor relación: la de un activismo alertando cuestiones para tratar de incorporar la perspectiva ambiental en cada política de desarrollo. Nosotros podemos desarrollarnos con una perspectiva ambiental, tenemos que encontrar un camino. Porque, además, América Latina y Argentina tienen un capital para poner en la mesa de negociación global, que es nuestra tierra, nuestro medio ambiente, que en otras latitudes ya lo han destruido y por eso cada vez que se quema el Amazonas habla hasta el presidente de Francia. Bueno, eso es capital de negociación con el mundo, para preservarlo y para ponderar los servicios ecosistémicos que nuestro medioambiente aporta al planeta. Y es algo que a futuro vamos a tener que discutir, creo yo, regionalmente.

– ¿Qué es más difícil de regular: el agronegocio o la megaminería?
– Uf, es complicado. Creo que en la Argentina es más difícil el agronegocio, por su poder económico y por la articulación sociocultural con nuestra comunidad. Que la megaminería es mala es un acuerdo de todo el mundo. A lo sumo, te dicen que es “necesaria” por las divisas y el trabajo, pero nadie en su sano juicio está de acuerdo con explotar una montaña. En cambio, el agronegocio, a simple vista, las vacas, las plantas, no contaminan. El campo y la Argentina, “el granero del mundo”, y que cuando llueve en la ciudad celebramos porque también llueva para el campo. Un montón de cuestiones mucho más arraigadas, que son los escudos que usa el agronegocio para seguir avanzando, cuando en realidad es muy nuevo. Nuestro campo no es eso históricamente. Esta es una lógica de los últimos 20 años: el agronegocio, el monocultivo, los paquetes tecnológicos, el feedlot. Y es lo más dañino, pero se afinca también en la historia cultural de nuestro pueblo y por eso creo que es más difícil de discutir, de resolver.
– ¿El agronegocio busca mimetizarse con la tradición del campo?
– Exacto. Presentamos un proyecto para regular la aplicación de agroquímicos y, al hablar con pequeños productores, te dicen: “¡No voy a poder producir más!”. En realidad, lo que estamos haciendo es afectar el negocio de una multinacional que les arruinó la vida y que además los contamina a ellos y a su familia. Vamos a tener que hablar y debatir mucho para volver a tener una producción sustentable y rentable. De hecho, hay investigaciones muy destacadas del Inta en ese sentido. Hace poco, una demostró que el maíz se puede plantar sin el paquete tecnológico y tiene más rindes. Tenemos mucho desarrollo científico propio en esos temas. Pero nada es de un día para el otro. Argentina es uno de los países que más agroquímicos aplica por hectárea, y cada vez se necesita más y más, y va a llegar un momento en que va a ser imposible. ¿Cómo elaboramos un plan de reducción sin que eso afecte a la producción? Hay que pensar muchas cosas y se está haciendo.
“Argentina es uno de los países que más agroquímicos aplica por hectárea”.
– Volviendo al vínculo de la ecología y el feminismo, ¿la lucha de género puede ser un espejo para la lucha ambiental?
– Por supuesto, porque lo que logró el feminismo en este país fue maravilloso. Sin duda, tenemos que mirarnos en el espejo del feminismo para construir no sólo transversalidad sino masividad y presencia pública. Insisto en que la pandemia es una gran oportunidad. Aumentó el consumo de verduras en general y también de las agroecológicas; la gente está confinada y en cuanto se paró la actividad todo el mundo empezó a ver el cielo más celeste y que los pajaritos volvían. Aprovechemos para discutir eso de verdad, porque la ecología no cierra con la gente encerrada. Una ecología sin gente no existe. Entonces, esta es una gran oportunidad. Vivir en la ciudad es un bajón, porque vivimos todos aglomerados, pero también porque si vos vivías a 500 kilómetros, por ahí ya estabas trabajando, y si tenías una fábrica, podías estar produciendo. ¿Qué va a pasar con las nuevas empresas que se abran? ¿A dónde van a ir? Siendo uno de los principales países productores de materias primas agropecuarias, tenemos un 7% de población campesina, la más baja de América Latina. ¿Cómo hacemos para volver al campo? ¿Para producir alimentos sin químicos? Son las cosas que hay que pensar en la nueva normalidad, y hay propuestas dando vueltas. Europa lo pensó después de la II Guerra Mundial. Quizás, ahora es una oportunidad para que lo piense América Latina, donde Argentina siempre tiene un lugar central.