Ivan Pérez Corradi, acogido al programa de testigos protegidos y condenado por el tráfico de efedrina, hace dos años regresaba al país con un chaleco, un casco, camuflado de policía. Lo traían para decir “enormes verdades”, según Clarín, La Nación, Mauricio Macri, o la propia Patricia Bullrich, que lideraba la runfla que quería usar a ese sujeto para encarar las “causas terribles de una etapa de narcotráfico en el país”, según ella misma anunciaba con absoluta hipocresía.
Pero resulta que, finalmente, el hombre reveló que el gobierno de Cambiemos lo presionó para incriminar a Aníbal Fernández en la causa por el triple crimen de General Rodríguez. Nada menos que eso le tiraban al ex funcionario de Néstor y Cristina Kirchner, que en su momento se postuló para la gobernación de Buenos Aires. No se trataba de que se había quedado con un dinero, la corrupción por la que siempre daban vuelta; no, era un triple asesino, nada menos. Ellos esperaban que Pérez Corradi dijera cosas tremendas sobre Aníbal Fernández.

Pero no. Desde el pabellón 7 del penal de Marcos Paz, Pérez Corradi denunció algo tan sorprendente que debería haber provocado una verdadera conmoción en esa Argentina que, sin embargo, al otro día permaneció como si tal cosa. Y ahora, dos años después, Patricia Bullrich sigue diciendo cualquier disparate de quien sea, como hace unas horas, sentada al lado de donde desapareció Santiago Maldonado.
El camino que elige Bullrich es el de una mujer que no tiene vergüenza, no tiene pudor, no tiene ningún conflicto con la mentira. Es una mujer verdaderamente capaz de cualquier cosa. Debería bastar con decir que hace dos años era denunciada como quien ofrecía cualquier cosa para cometer una barrabasada, y por supuesto, su situación se agrava al recordar que no fue, ni mucho menos, la única que cometió ese gobierno totalmente mafioso.
Sino, extraigamos del archivo una ventana significativa, una arista que magnifica la vergüenza en la que ha vivido la Argentina:
· Amado Boudou fue preso por un impresentable Alejandro Vanderbroele, que luego se arrepintió y se desdijo completamente; un personaje al que Bullrich le propuso “¿qué necesitás? ¿un hotel? Pues un hotel vas a tener… Tenés que decir que Boudou era culpable. De lo que sea… Vos nombrá a Boudou…”.
· O que la actual vicepresidenta Cristina Fernández fue condenada y denostada públicamente por los dichos de un tal Leonardo Fariña, caso en el que la ex ministra estuvo manchada en complicidad con su colega de gabinete Germán Garavano, otro monumento a la vergüenza y la inutilidad. “Vos tenés que decir que hubo sobreprecios…”, le dijeron. Le mandaron cartas, mails, y todo lo que tenía que decir. Pobre tipo, lo leyó pero no lo pudo retener. Para que finalmente la causa se derrumbara como cuando se sopla un castillo de naipes.
· También actuaron sobre este personaje, Pérez Corradi, al que el gobierno puso en la encrucijada cuando agredió a su familia, de una manera mafiosa, en otro capítulo espantoso de la Argentina. Ese tipo que fue traído en medio de una comedia que no se animaron a construir ni los que hicieron la Armada Brancaleone. Un tipo que se desdijo y que a nadie le importa.
Estas cosas han pasado en Argentina. Es tremendo recordar, además, que luego nada ocurre.

Porque ahí está ahora Patricia Bullrich, portento de mentirosa, de cínica, sentada en una piedra, al lado de donde apareció Santiago Maldonado. Nada menos que a cuatro años de su desaparición tras la represión de la Gendarmería que ella conducía como ministra de Seguridad, cuando arremetieron contra la comunidad mapuche Pu Lof, en medio de la benevolencia y la complicidad de la mafia mediática. Es verdaderamente provocador, revuelve las tripas verla en ese video en el que otra vez apunta a que “la verdad triunfe sobre el relato kirchnerista”. Pero no brinda un solo dato preciso sobre la muerte de Santiago. Bullrich provoca a la familia de ese muchacho muerto y provoca la inteligencia de todo un país sensibilizado por lo que ella y sus dirigidos le hicieron a ese chico. No dice una letra de la persecución caótica, criminal, alocada, que terminó con la vida de Santiago: un verdadero asesinato llevado a cabo por los gendarmes a balazo limpio, intimidándolo, llevándolo a mitad del río, donde no se podía sostener.
No, Bullrich no se hace cargo de nada. Es capaz de cualquier cosa que se le cruce en el camino, tratando de recuperar terreno, después que se pegó un tremendo porrazo en la carrera con María Eugenia Vidal, en esa ominosa pelea en el interior de la derecha. No se sacó la arenita de las rodillas, como ocurre con algunas atletas en los Juegos Olímpicos. Y siguió para adelante.
Es lo que está haciendo ante esa otra mujer que también goza de la impunidad de los medios hegemónicos.

Justamente viene al pie, María Julia Vidal, cuando se recuerda lo que ocurrió, también hace dos años, con Sandra y Rubén en la Escuela 49 de Moreno. Otro hecho espantoso del que igualmente se avanzó y no pasó absolutamente nada, las responsabilidades se diluyeron y la responsable mayor, quien era la jefa de gobierno de la provincia donde sucedió el episodio, huyó, cambió de lugar. Le resulta más cómoda, más acogedora la Ciudad de Buenos Aires, aunque se sepa que la mujer haya perdido algunos puntos en la consideración porque esa vuelta de campana que se permitió en materia electoral no le resultará gratuita. Ya perdió muy feo una vez, y podría padecerlo otra vez, esta vez en la Ciudad.
Vidal no se hizo cargo de nada. Pegó el salto sin dar explicaciones sobre el verdadero desastre en el que convirtió a la provincia, para refugiarse en la CABA donde debe ser el trabajo más fácil del mundo: no hay una ciudad que pueda sacar más ventaja al resto, llena de dinero, con todo hecho… Es una mujer peligrosa que sin empacho, sin vergüenza, llegó a decir: “Si el gobierno gana esta elección sólo podemos esperar radicalización. Radicalización sin freno. Si el gobierno gana, no va a haber freno en el Congreso”.

Qué vergüenza, qué desprecio por una forma de la verdad como la que le incumbe. Lo dice Vidal y a su vez lo dicen los Saguier en La Nación, con otra portada increíble que se lanza a la cruzada de advertir que si el oficialismo obtiene el 40% en las elecciones dominaría el Congreso. Vidal no tiene el coraje civil de, en lugar de alertar sobre la victoria del oficialismo, enfrentarlo con ideas y propuestas. Debería hacerlo en la provincia de Buenos Aires, donde se resuelve una buena parte del destino del país, justamente como forma de remedar el pandemónium que provocó.
Ella debía estar allí. Pero sabe lo que hizo Axel Kicillof para reconstruir el derrumbe que recibió y que lo hace en medio de la peor pandemia que azotó a la humanidad en épocas contemporáneas.
No los puede enfrentar una mujer cuya síntesis es lo que ocurrió aquel día cuando explotó una defectuosa instalación de gas en la escuela de Moreno y provocó la muerte de dos abnegados trabajadores. “Como bonaerense y como persona”, decía María Eugenia Vidal que encararía la investigación por ese suceso. Bonaerense ya no es más. Persona, sí. Una persona muy peligrosa. A pesar, o justamente, por su extrema modestia intelectual.
Esta radiografía de la Argentina, establecida en dos mujeres que representan a la derecha, la podemos hacer en mil escenas diferentes. Todas ellas parecidas. Impunidad del poder real para manejarse en la destrucción del estado de derecho que viene a ser, nada menos, que la República.